miércoles, 4 de septiembre de 2013

Un jardín

La vida se mueve a veces con fluidez,  a veces con dificultad.

Nos sentimos abiertos un momento; al siguiente,  totalmente cerrados.  Vemos al otro como el ser más bello del universo y luego,  queremos ahorcarlo.  Fluctuamos entre el apego y el repudio,  el amor y el odio.  La mente nos juega pasadas y caemos de nuevo en la trampa.

El yoga que practico es el yoga de la honestidad.  No es el yoga del éxtasis o de la iluminación.  Es ese que nos lleva exactamente adonde no queremos ir:  a los lugares que duelen.

Todo va muy bien mientras somos niños, inocentes, abiertos,  relajados.  Hasta que llega ese día en que nos damos cuenta que tenemos que "gustar".  Que si no nos comportamos de cierta forma,  ni papi ni mami nos quieren.  Y ahí comienza la pesadilla:  hacemos hasta lo imposible por gustar y agradar y se nos va tanta energía en complacer,  sin sentir quién realmente somos.

Aprendemos a usar caretas,  a llevar máscaras.  Nos ponemos vestidos ajenos que no nos quedan muy bien,  caminamos incómodos,  nos caemos.  Nos damos cuenta de que no lo estamos logrando, sin embargo, seguimos intentándolo porque nadie nos enseña nada mejor.  Nos rompen el corazón.

Cargamos esos lugares y los tapamos con  mil y un métodos de compensación: comida,  dinero,  parejas,  cosas,  etc.  Hablaba con un amigo que hace un tiempo encontró el yoga,  y me contó que ve como sus amigos de años continúan buscando alivio al dolor profundo del alma en caminos sin sentido y los ve insatisfechos- aunque no quieran parecerlo-,  tristes,  desmotivados.  El placer alcanza hasta cierto punto,  pero no llega a la raíz de la añoranza.

Algunos estamos listos para renunciar a los caminos falsos, arremangarnos y decir de una vez por todas:  quiero verdad.  Algunos lo intentan,  pero la amenaza del cambio es demasiado aterrorizante.  Y otros huyen a toda velocidad.  Todos eventualmente llegarán a ese estado de hartazgo por lo falso y terminarán descubriéndose.  Todos a su tiempo.  Todos cuando estén listos.

Hoy tuvimos un motín en el retiro.  Bueno,  no exactamente,  pero digamos que los ánimos estaban ya caldeados por tres días de práctica intensa.  Algunos andaban sensibles,  ansiosos y asustados.  Otros, por el contrario,  estaban felices y abiertos,  receptivos y agradecidos.  Todos en el lugar que necesitan. Todos dando lo mejor que tienen para descubrir ese mundo nuevo,  aunque ya sea conocido,  de su interioridad.  Todos comprometidos con ellos mismos,  inspirados,  y también,  algunos rebeldes. Incómodos.  Pero ahí siguen y desearía con el corazón que algo les quede de esta semana.

Una semillita.  Pequeña,  frágil,  débil.  Que tendrán que cuidar para que no se la lleve el viento,  el agua ni las tormentas.  Y tal vez,  sólo tal vez,  esa semillita florezca,  crezca y eche raíces.  Tal vez,  sólo tal vez.

Será que se convertirá en un hermoso árbol,  frondoso y bien plantado?

No lo sé y tampoco lo espero.  Pero sí sé que en el cuarto ya hay varios árboles bien avanzados en su crecimiento que me inspiran a morir.  Veo las semillas,  veo los árboles fuertes y estables y ansío de corazón que las semillitas no se den por vencidas.  Que anhelen la solidez y el follaje frondoso,  no por como se ve,  sino porque desde ese árbol la vida se siente diferente.  Que le apuesten a este proceso difícil,  espeluznante  y lleno de éxtasis de crecer,  amar y dejar ir.

Tengo un jardín de árboles y semillas en mi clase en este retiro y me siento tan afortunada de contribuir de alguna forma a que este jardín crezca y se expanda por el mundo.  Pienso en el jardín rebosante que me espera de regreso en Costa Rica:  árboles,  rosas,  lirios,  girasoles.

Cada vez más bellos y perfectos en la consciencia de que todos estamos en camino y de que cada alma tiene su tiempo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.