miércoles, 19 de octubre de 2016

Oda a la mantenida

La mujer no había estudiado.

Nunca se había siquiera preguntado qué amaba en la vida.  Con costos terminó el Bachillerato en el Liceo.   Era muy hermosa,  de esas bellezas frágiles y aturdidas.  Supo desde pequeña que su apuesta consistía en utilizar esa belleza para pescar algún baboso,  de esos que se dejan llevar por primeras impresiones y palabras vacías.

Su presa llegó poco tiempo después.  El un hombre muy solo,  dolido y avergonzado de su propio ser desde que tenía memoria.  El gancho era perfecto.  Una necesitada y el otro también.  Hicieron click inmediato,  excepto por un pequeño detalle:  él estaba casado.

Para muchas esto no es obstáculo.  Así que se lanzó al quest de su vida, del cual dependía su supervivencia. Lo demás eran detalles.  Bajó cielo y tierra y finalmente quedó embarazada.  Había llegado el triunfo,  el pasaporte a una vida mejor.  Pasara lo que pasara ese bebé le garantizaba al menos un techo y comida.  Apenas nació empezó a maquinar el segundo embarazo.

Lo importante es que ya tenía casa y un jugoso cheque mensual.

Ella era de una estirpe muy humilde y él de cuna aristocrática,  descendiente de ex- presidentes y gobernantes.  Eso la hizo sentirse siempre menos.  No era bien para él que la sacara a luz pública (se repetía a menudo)  y por otra parte, para él era muy cómodo y bien visto entre sus amigotes tener dos mujeres:  la oficial y la querida.  La querida nunca se quejaba- no osaría.  Su vida y gozo consistía en esperarlo cada tarde,   en alabarlo,  en agradecerle cada segundo el haberla salvado de seguir siendo una mesera insignificante en la fonda del pueblo.

Sus hijos crecieron en una casa bien,  fueron a colegios privados.  Ella pudo ponerse las boobies que tanto quería,  hacerse los tratamientos de liposucción de los anuncios en la tele,  el láser mensual y el Botox y pintarse las uñas acrílicas como único deporte.  Nunca concibió una vida fuera de él.  Nunca se cuestionó si sería importante cultivarse,  estudiar,  encontrar una pasión propia,  crear algo suyo. Los hijos eran excusa suficiente para justificar esa vida fatua y él la única presencia que necesitaba.

Nunca se atrevió a preguntarle por sus cosas,  por su esposa,  por su vida pública.  Eso era tema taboo y aunque lo intentó una vez,  rápidamente fue puesta en su lugar.

Pero él nunca se casaría con ella.  La usaba,  la necesitaba como aliciente para su decaída hombría. Su mujer oficial rápidamente olió el engaño y como mujer inteligente,  de esas que abundan gracias a Dios hoy en día, puso el grito al cielo.  Por supuesto que él negó todo,  incluso se cuidó de no darle los apellidos a los hijos "por fuera"-  no fuera a caer su imagen y decepcionar a su familia.  El drama terminó en un divorcio muy sonado donde lo despellejarían vivo,  su sentido de hombría cada vez más desbaratado.

Pero contaba con la querida,  para lo que fuera.  Ella siempre estuvo ahí para él.  No tenía opción.  En silencio aceptaba todo,  la vida de su familia dependía de su silencio.  Nunca se fue a vivir con ella:  en lo más profundo se avergonzaba de esa mujer cuya belleza se tornaba cada día más mustia y cuya falta de cerebro parecía ahora salir a la superficie en cada conversación.

Belleza que caía al ritmo de su depresión y ya casi no quedaba biombo que tapara la terrible ignorancia.

Acostumbrada a vivir en el miedo y la llegada inminente de la pobreza,  succionaba de esa suma mensual como de la vida misma:  la casa en que vivía era su castillo,  universo y único refugio en este mundo.  Los lujos nunca lograron quitarle esa sensación de no pertenecer,  tampoco los viajes al exterior,  los trajes caros ni los tratamientos de belleza.  Nunca sabría que había algo más que una vida satélite,  dependiente de un ser extraño a ella que tenía una imagen de hombre bien ante el mundo (más importante que cualquier otro ser humano)  y un corazón muerto en vida por tanta falsedad.

Nunca osó cuestionar nada.  Los niños,  comúnmente llamados hijos "naturales", crecieron en silencio,  sin hacer preguntas.  La madre los educó bien para ser la imagen perfecta de niños no reconocidos:  aplicados y hermosos.  Un orgullo que nadie apreciaba,  ni siquiera el padre.  De largo, lleno de verguenza por saberse traidor de las convenciones de su mundo de origen y atrapado hasta el cuello en un predicamento que en algún momento consideró seductor:  sólo que nunca anticipó la salida y ya era demasiado tarde.

Ella envejeció creyendo que la vida era así,  que merecía sólo la atención partida de un ser incapaz de comprometerse con nada.  Muchas veces soñó con salir de la casa y buscarse un trabajo.  Sólo mencionarlo creó olas así que soltó el tema.  Su trabajo era cuidar la casa,  los niños,  supervisar que la comida fuera perfecta y mantenerse perfecta físicamente para sus ojos. Los niños aspiraban a ser como los hijos oficiales,  muchachos de apellido reconocidos por la familia y los amigos, pero ellos tampoco saldrían a la luz, excepto en un perfil perdido que nadie leería,   con fotos de sonrisas forzadas y anécdotas narradas en ortografía de tercer año del colegio.

Quizá en un futuro testamento, aunque la verdad tampoco iba a manchar su imagen después de muerto.

Y así trancurrió la vida...

Años más tarde la conocí.   Su mirada estaba perdida,  sus hijos ya grandes y fuera del nido.  El continuaba rondándola,  más por lástima que por amor.  Se había acostumbrado a esa vida subterránea,  perdida en una casa que no era suya ni nunca lo sería.  Una casa que ya era demasiado grande para ella.  No poseía nada en este mundo: sólo un sentido vago de identidad como "la otra". Nunca sabría que era apasionarse por algo suyo,   qué era abrir alas propias.

Vida insulsa perdida entre un mundo de sombras.

Murió sola,  mientras él se paseaba por el campo de golf del club que frecuentaba con la nueva esposa.  La bella mujer rodeada de los amigos de siempre,  brindando por un aniversario de matrimonio que parecía real.  Falacia que años más tarde ella también vería caer como castillo de naipes al descubrir la existencia de la segunda concubina,  versión más joven de la primera.


Dedico esta entrada a todas la mujeres oprimidas,  seres cuyas alas han sido desplumadas por el machismo hiriente y violento de muchos hombres en nuestra sociedad.  El caso es real y tuve un encuentro muy cercano con esta familia.  

También la dedico a aquellas que hemos tenido el inmenso privilegio de formarnos, estudiar,  ser profesionales y madres independientes y autónomas.  Aquellas que no nos dejamos comprar con ofrecimientos vacíos y promesas materiales.  La independencia no es un lujo,  sino un deber de toda mujer contemporánea.  Y mientras hayan hermanas que vivan en el abuso,  el miedo y la clandestinidad no podemos descansar.  

Hasta que todas no conozcamos el valor de respirar a pleno pulmón con libertad, no podemos darnos por vencidas.  Porque una de esas mujeres puede ser nuestra hija y  si alguna de nosotras sufre estos vejámenes,  los sufrimos todas. 





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