viernes, 19 de agosto de 2016

Paraíso personal

Los perros ladran a los lejos y los grillos inundan mis oídos.
Los colores del atardecer inundan mis pupilas de luz.

Me siento en paz.

Siento un profundo e inevitable giro en mi vida.  Esto incluye una conexión cada vez íntima con ese estado de ser que todos compartimos,  esencialmente profundo y que no se pierde con ninguna experiencia superficial.

No depende de otros cuerpos o de formas externas y está en todo y en todos.

La liberación del estado del miedo,  de la necesidad y del sentimiento de estar incompletos son aspiraciones de todos los seres humanos.  Todo es tan simple y no toma más de treinta segundos dejar de juzgar y entrar en el estado de aceptación de lo que es.   Dejar de juzgar es el mayor alivio, específicamente el auto-juicio que a todos nos carcome.  De ahí el siguiente paso es dejar de juzgar a nuestras parejas,  a nuestros amigos, a nuestros hijos.  Esto detiene de inmediato los esfuerzos del ego por crear conflicto y arrasa con la adicción al sufrimiento.

Ya no hay víctimas ni tampoco perpetradores.  Nadie a quién acusar y el final feliz de la codependencia.  Terminamos con esa adicción a que el estado de ánimo de otras personas nos lleve al sótano montados en la ola de sus patrones inconscientes.  Llega así el momento de una amorosa separación o un movimiento conjunto aún más profundo hacia el presente.

Liberados los conflictos me vuelvo más consciente de momentos de total quietud como ahora,   momentos donde la mente se queda muda y puedo realmente apreciar la belleza de este mundo. Estoy rodeada de árboles y puedo sentir su energía acunándome.  Puedo también sentir mi cuerpo palpitar mientras escribo,  observar mis dedos en el teclado y sentir el movimiento de mis ojos.  La temperatura de mi cuerpo en contacto con el ambiente y también el latir de mi corazón.  No hay juicio hacia nada,  no hay crítica ni opinión.

Siento mi respiración.

Siento la pureza del aire que me llena los pulmones completamente.  Se convierte la sensación en el portal a un sentimiento de amor que me calienta el pecho.

No hay música pero es como si la escuchara.  Y el ruido de esta mente se detiene ante la perfección del momento presente.

Realizo la beautitud de este instante de armonía,  hacia adentro y hacia afuera.  La bendición de poder conectarme a eso que me mueve y mantiene con vida y nutre todo lo que amo en este mundo. Poderosa experiencia de entrar sin miedo en la realización de que todo el ruido mental puede parar en un instante.

Ser.

Y en este estado de conexión,  recuerdo el video del niño sirio en la ambulancia.  Los hombres que lo cargaron lejos del edificio bombardeado.  Su pequeña figura en esa silla gigante,  tan desolado limpiándose con su manita la sangre que le brotaba por la cabeza.  Quiero estar ahí en Siria, quiero ser uno de los Cascos Blancos que tuvo el inmenso privilegio de ofrecer su tiempo y energía para meter mano en esa masacre.  Mi sentimiento de amor  viaja completo en este momento al otro lado del mundo a acunar a esta criatura desolada ante la violencia incomprensible,  aturdida por algo que no comprende pero que cómo duele.

Si nuestro despertar no se une inexorablemente a la lucha del bien contra el mal, a la lucha de la sabiduría contra la ignoracia... de qué sirve?   La maldad un subproducto del miedo.  La guerra una consecuencia ingrata de la separación ficticia y la consciencia la única arma para combatir ambas.

Me pregunto qué acciones puedo tomar en este momento,  aquí en mi pacífica Costa Rica, rodeada de esta naturaleza generosa y acompañada por seres amorosos y felices.  Puedo silenciarme,  puedo rezar.  Puedo recibir la sonrisa de este otro ser y sonreír de vuelta.  Puedo acunar a ese bebé en mi corazón de la misma exacta forma en que he acunado los míos.  Puedo pedir misericordia a la fuente de toda misericordia por los seres inocentes que sufren a manos de la oscuridad.

Entre grillos y estrellas.
Rodeada del calor amoroso de una noche despejada en mi paraíso personal.


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