sábado, 9 de abril de 2016

Escucha, mira, observa...DESPIERTA.

Desde nuestra más tierna infancia a muchos nos enseñan a no ver.

Por supuesto que uno no debe osar dedicarse a nada alternativo,  mucho menos al arte,  la música o la poesía.  Esos son los que se "mueren de hambre".  Uno tiene que estar de acuerdo a la fuerza con estos lineamientos- obviamente con muchos sentimientos encontrados.

Estudié piano desde los siete años.  Crecí con la música en mis venas.  Cuando llegué a la U,  quería ser concertista.  No encontré el apoyo familiar para hacerlo.  Era mucho más seguro e inteligente dedicarme-decían,  a una profesión liberal.  Sepulté los deseos de mi alma.  Ahí fue donde primero me traicioné.

Sólo aquellos átomos visibles para los egos son las cosas que realmente valen la pena en la vida del status quo:  lo que se pueda cuantificar y medir:   la casa,  el carro,  el matrimonio,  el título, el perro y la cuenta bancaria.

El mundo espiritual es exactamente lo opuesto.  La madre es la poesía.  El arte quien nos sana.  Las palabras invisibles amigas sentidas y reconocidas en esa realidad consensual.

Todos hemos pasado demasiado tiempo en una cultura que nos plastifica,  que nos pide endurecernos y a aprender desde pequeños formas de enceguecernos a nuestra vida interior.  La vista se nos debilita,  las manos se nos cansan,  nos volvemos un masa inerte rendida y con miedo a insinuarse.

Zombis sin almas que tal vez nunca nos preguntaremos el sentido de la vida y de nuestro presencia en ella.

La presión a conformarnos con lo que lo externo quiere de nosotros gana.  

O hay amenazas de marginación por nuestras convicciones y esto hace que nuestra relación con todo y con todos se vuelva defectuosa.  

O nos desconectamos de nuestra esencia primaria y de la vitalidad innata.

Y no tiene que ser así para los seres humanos:  la relación con todo lo que existe y con todos los aspectos de esta vida debe ser complementaria y  ser uno capaz de sentir la electricidad vibrante dentro de todo.

Es fácil escribir esto en medio de la selva,  después de varias horas en una playa azul turquesa, plena de sol y brisa marina.  Fácil cuando esta mañana fueron los monos y pavo reales los que me sacaron de un sueño profundo y reparador,  cuando mi comida ha sido fruta fresca y vegetales vivos, cuando el agua de coco me ha refrescado y estoy en el lugar que amo con gente que amo.  Fácil cuando mi cuerpo lleno de sol se siente feliz,  mi respiración húmeda por este aire caribeño y escucho los grillos y las chicharras allá en el fondo de la jungla.

Esa falta de élan vital- dirían los franceses,  la identifico en muchos de los que llegan a mi vida en busca de respuestas.   Hay una especie de retina desprendida-  literalmente de espíritu,  que impide una apreciación clara y útil de lo que hacen en este mundo.  Muchos de ellos de buen corazón pero carentes de una comprensión profunda.  Y es ahí donde la magia del yoga tal vez interviene y entreteje de nuevos los mundos de la mente,  el cuerpo y espirítu.

Para que esta magia suceda el método debe ser administrado por ojos que vean con claridad y recibido por otros con mucho deseo de aprender.  Maestro y discípulo tienen que luchar por evitar caer en la indiferencia de un corazón extinto que ya no le importa nada más que su propio confort.

El aliento que el yoga trae a una vida es un fenómeno luminoso,  si es compartido con responsabilidad y respeto y cae en terreno fértil.

Pienso en mi maestro y en todas las veces que abruptamente me ha sacado de mi modorra mental. Las veces que su voz ha penetrado mi neblina y me ha sacudido hasta la médula.  Tanta gratitud por esos instantes de incomodidad total,  verguenza y dolor a cambio del regalo inmenso de poder discernir un poco más.

Hay que ser cuidadoso porque tristemente el reduccionismo plaga muchos pseudo maestros y sus comunidades y estas consciencias planas son la taxidermia de este arte y ciencia actualmente en Occidente.

Nadie puede compartir ni enseñar válidamente sobre la vida interior y el espíritu a menos que viva ahí-  viva ahí verdaderamente,  no como turista,  no como visitante,  sino como ciudadano auténtico. A pesar de sus detractores,  a pesar de los que se traicionan a sí mismos,  nada verdadero puede perderse.  El estudio de la vida del alma,  de la esencia de la vida,  de la fuerza que nos anima y sin la cual todos estaríamos bajo tierra es el estudio más importante que cualquier ser humano puede emprender.

Qué más importante que comprender los aspectos positivos y negativos de nuestra propia psique,  la importancia de tener visión,   fuerza y plenitud en nuestra vida?  La maestría del mundo interior y su consecuencia sobre el exterior son cuestiones de radical importancia para cualquiera que se precie de ser practicante espiritual en este siglo 21.

Una vida de fuerza,  una vida de creación en vez de una que sucumbe a las manos crueles de una cultura equivocada que desprecia adrede la vida sagrada perdida entre tanto internet,  televisión, medios y política.  Y la razón por la cual el alma es tan maltratada y deshonrada,  estrangulada y violada en nuestra sociedad es porque muchos de nosotros no vivimos nuestra espiritualidad abiertamente,  no la compartimos sin tapujos.

Tratamos de que nuestra vida espiritual sea una cuestión "privada".  Esta es una de las razones principales por la cual la vida sagrada se sigue marchitando.

La fe no tiene fuerza a menos que se viva públicamente.  Esto no significa restregársela a nadie en la cara:  significa vivir una coherencia entre nuestro mundo interno y el externo.   Si interactuamos con el mundo sin el soporte interior el resultado es una vida sin pasión,  resquebrajada ante la falta de animación significativa.

Y así es como tantas cuerpos caminan por este mundo sin alma.  Gente muerta en vida,  frustrada, agitada,  sin conexión con su esencia.  Vidas de decisiones muertas.  La esencia de lo divino se realiza a través de nuestro anhelo y no por ambición.  Muchos quieren compartir algo que no tienen, sin haber hecho el duro y largo trabajo requerido y reclaman un poder que no les corresponde.

El facilitador nunca se "gradúa":  vive para siempre en aprendizaje.   Y este aprendizaje sólo sucede cuando hay un acuerdo completo y explícito entre las almas del maestro y discípulo.  El intercambio, por cierto muy raro y valioso,   no puede aprenderse imitando,  repitiendo las palabras o coleccionando experiencias como souvenir.

El yoga nos enseña que la realización llega y se fortalece al subir la montaña de nuestra propia humildad.  Caernos y volvernos a levantar.  Caernos de nuevo,  tratar de escapar pero sin embargo, continuar.

Y para esto se requieren dosis inmensas de humildad.  Cuántas veces he salido del shala en India con lágrimas en los ojos,  autoconmiserándome,  victimizándome ante la llamada de atención certera y sabia,  muchas veces áspera de mi guía?  Cuántas me he cuestionado qué hago ahí,  para qué tanto esfuerzo,  si no encuentro el reconocimiento que "merezco"?  Mi ego buscando una vez más validación,  apoyo y soporte.  Algo que, gracias infinitas a Dios, nunca voy a encontrar en mi maestro.  

Y así es como he aprendido.  Permitiendo que Dios tome siempre el lugar principal.  No perdiendo mi vista del panorama más amplio.  Sabiendo que mis nimiedades personales no merecen mi atención a menos que quiera que sigan creciendo.  Entendiendo que mi maestro me está ayudando a despertar de esa inercia inoculada en mí desde que apenas tenía uso de razón.

Yoga significa escuchar.  Escuchar por encima de toda la basura que nos dice que no somos merecedores ni lo suficientemente valiosos para recibir verdad.

Y ante todo,  poder ir más allá del yo pequeñito e inseguro que amenaza con sabotearnos en el intento.















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