martes, 3 de noviembre de 2015

Liviana de equipaje

Empaqué mucho más de lo que necesitaba en este viaje.

Será por temor al frío pero traje dos maletas repletas de ropa:  suéters,  ropa interior larga,  medias al por mayor,  abrigos,  botas.  Y me sucedió algo tan gracioso que no voy a olvidar nunca.

El apartamento donde nos íbamos a quedar sufrió una mudanza a última hora.  Así que anduvimos como judíos errantes por varios lugares mientras el nuevo quedaba listo.  Dejé mi gran maleta en el shala y durante los últimos seis días me dediqué a viajar muy liviana de equipaje.  Me di cuenta que no me hacía falta toda esa ropa:  con un salveque pequeño me la jugué perfectamente.  Pude ver que más allá del frío había algo que me pesaba.   Y en las entradas y salidas del shala veía mi gran maleta negra,  un poco sola y abandonada y sintiéndose un tanto prescindible.

La verdad es que me la pasé muy bien sin ella.  Pesaba demasiado.

Y  hoy nos dieron nuestra nueva casa:  hermosa,  ordenada con ese orden que se siente después de la mudanza.  El paso del apartamento viejo a este es radical:  se nota que Enrique,  nuestro amigo,  se deshizo de muchas cosas también.  El apartamento se siente fresco y se respira un aire nuevo.  Todo está más liviano.

Yo también.

Así que este viaje me hizo cuestionarme la necesidad de cargar tanto a hombros.  Será que después de varios días enferma y ya un poco mejor también me siento como una pluma.  Serán tantos antibióticos seguidos.  O la tercera serie de esta mañana que me costó más que un parto.  No sé. Sí sé que la vida puede sentirse pesada cuando cargamos más de lo que nos corresponde:  como mi maleta negra también he cargado con el deber inventado por mí misma de que soy responsable de los sentimientos ajenos,  de las vidas de otros y hasta del bienestar de personas que ni siquiera conozco.

Aquí en DF he aprendido que puedo vivir mi vida con una pequeña mochila en la espalda,  un buen abrigo y ser totalmente feliz.  En vez de acumular objetos por miedo a perderlos,  puedo compartirlos y regalarlos,  sabiendo que mi felicidad no depende para nada de las cosas materiales.  Si están,  las disfruto con gratitud.  Si no están,  no las extraño.  Será que estoy comprendiendo un poco a las saddhus en India que viven sólo con un cuenco donde recogen algo de comer para su día.  Duermen a la luz de las estrellas,  se bañan en las aguas sagradas del Ganges y confían en que hay una Fuerza que los cuida como nos cuida a todos.

Mi mente occidental creció con la idea artificial de que las "cosas"  podían aplacar ese hueco interno que no sabía cómo llamar,  que no tenía idea cómo explicar.  Las cosas están ahí para todos nosotros en el momento en que las necesitamos,  esa es la abundancia del Universo.  Pero no podrán nunca sustituir nuestra Conexión.  Hay muchas vías para fortalecerla y creo que a todos nos llega la que necesitamos.

Atardece en DF y ya desempaqué mi gran maleta.  Ordené mi ropa con gratitud mientras bailaba con mi música favorita.  Agradecí cada prenda: tantas por Dios.  Y me preparo a ir a la cama temprano como todos los días,  con un poco menos de tos. Mau salió a comprar agua,  a arreglarle la llanta a la moto y hacer copias de las llaves.  Todo listo para los días que quedan por acá. Sabiendo que ya México me marcó con su bienvenida imprevista.  Y que cada uno de nosotros escoge si hace de los cambios de planes una tragedia o una oportunidad para escuchar.






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