domingo, 22 de noviembre de 2015

Cachorra de Loba

Tuve una hermosa niña entre seis varones.

A mi niña le tocó crecer entre carritos,  juegos de video y bastantes golpes.  Igual que a mí convivir bajo un mismo techo con mucha testosterona.  Aprendí de mis machos que el contacto físico es importante (a pesar de que a veces se veía realmente violento);  que no hacen falta muchas palabras- que valen más las acciones y también aprendí a través de su ternura,  suavidad y corazones grandes que los hombres pueden ser buena compañía.

Aprendí de toda esta energía yang el poder de la presencia masculina y por contraste,  aprendí mucho sobre mi propia energía femenina.  Como punto de origen de esta alquimia sagrada que tuvo por resultado esta camada de varones, pude definir mucho mejor mi propio ser.  No hay casualidades en estos encuentros kármicos y estoy profundamente agradecida por los ocho hombres-concepto que he tenido en mi vida:

Adrián
Hernán
Ariel
Gabriel
Marco
Gael
Theo
Matías

En medio de toda esta vorágine de masculinidad,  carritos,  bicicletas,  tablas de surf,  caballos, fincas,  tractores,  escaladas,  montañas,  guitarras,  cellos,  pianos y mil y un gadget más...ahí estuvo siempre mi rosa,  mi aliada energética,  pequeña en tamaño en un principio pero grande en fuerza y conexión desde que vino al mundo.

Adriana llegó a mí sorpresivamente porque en esa época los ultrasonidos eran poco confiables.  Así que decidimos esperar.   Yo ya estaba lista para otro hombre porque todos me decían que mi panza era picuda como la de mi primogénito.  Sin embargo,  al escuchar la voz de mi querido médico don Israel:  "Es una niña!" y las carcajadas del papá mientras gritaba:  "La pegamos!!" me hizo sentir algo tan tierno y tan profundo en un lugar nuevo dentro de mi corazón...

y al mismo tiempo me confrontó con mi propia mujer,  mi propia feminidad.
Algo que al inicio sentí muy amenazante.

Al inicio me costó mucho encontrar algo adentro mío- auténticamente mío-, que transmitirle.  Me revisé y me dí cuenta que por muchos años sólo quise ser un hombre.  Las mujeres me daban lástima. Tenía cerca mujeres desempoderadas,  apéndices de hombres que nunca las valoraron,  las abusaron y lo peor a mis ojos, ellas lo permitieron.   La vida intentó ponerme en sus zapatos y con un grito ahogado tuve que rehusarme.  El castillo de naipes que otras mujeres intentaron colocar sobre mis hombros cayó gracias a que había encontrado un sendero.  Sendero que transito desde mis veintiocho años y que no ha traído más que bendiciones a mi vida.

Durante todos esos años de batalla conmigo misma,  intentando encontrar una identidad separada de las generaciones pasadas,  me cuestioné seriamente si no hubiera sido más fácil someterme:  para mí  (y por lo tanto, para ella).  Veo a muchas de mis contemporáneas y comprendo que definitivamente el camino de un matrimonio de veinticinco años a la espalda no era el mío.  El crecimiento que he tenido en estos años no lo cambio por nada.  Y sé que le he mostrado a mi hija una forma distinta de ser mujer,  lejos de las expectativas sociales y familiares,  pionera en mi vida y ella en la suya y con el Amor como estandarte:  el Amor Incondicional.  No la idea desvencijada de amor que nos han vendido a todas las mujeres entre historias de principes y sapos.

Ser servidoras del Amor Incondicional implica olvidarse de toda la ideología externa.  Significa pisar la incertidumbre a cada momento a cambio de un respiro de libertad.  Cuando lo has probado es difícil conformarse con menos.  Es imposible limitarse a cuatro paredes,  a un país,  a un lugar.  Ser ciudadanas del mundo implica abrir de par en par las alas,  por más que duela romper con lo obvio, por dura que parezca la soledad creativa.  Implica no dejarse de nadie,  ser consecuente.  Darlo todo a cambio de empinar la subida sin garantías de nada al final.  Pero el esfuerzo consciente de ser todo lo que uno es en cada momento,  de no darse por vencidas ni actuar desde el miedo es lo que distingue, en mi visión de loba,  lo que es una mujer auténtica  en estos tiempos de cambio.

Las mujeres lobas,  las que protegemos con nuestra vida nuestra camada,  obra,  misión,   propósito, esas son la nueva generación que esta emergiendo.  En medio de un mundo que se hunde en violencia y desesperación,  en un miedo oscuro a la escasez y el hambre,  cada mujer puede traer esperanza.  Cada mujer despierta,  nada más y nada menos.  Aquellas que todavía sienten seguridad en cuatro paredes no están destinadas a la misión.  Y aunque desearía un despertar masivo,  sé que el despertar de unas cuantas tendrá y está teniendo efectos masivos en cada familia,  comunidad y país.

Soy una loba y no siempre lo supe.  Quise ser la princesa,  la esposa,  la segunda a bordo.  Lo intenté. Pero la valentía que viene de un corazón rebelde no es un plato apetitoso para muchos.  Lo he aceptado y entendido con mucha gratitud.  Quienes nos vean en todo nuestro esplendor tienen que ser ellos mismos seres despiertos,  seres profundamente sabios que que no titubeen,  que no se acobarden ni reclamen atenciones egoístas.  Ya los tiempos de hombres necesitados y posesivos pasó de moda. Tienen que amarnos lo suficiente para permitirnos desplegar nuestras alas y que esto no afecte su propia seguridad vital.  Y estos seres,  a través del encuentro con la Loba,  a su vez conocerán verdades propias que ni ellos mismos anticiparon encontrar.

Mi cachorra está hoy de cumpleaños.  La observo y sólo puedo agradecer el camino recorrido.  Es todo lo que yo no fui a su edad:  un ser despierto,  lista a dar la lucha donde sea,  llena de gracia y valentía.  Plena por dentro y en un proceso muy hermoso de plenitud con su arte y el mundo.  No es tímida ni apocada.  Tiene miedo pero el miedo se convierte sólo en algo que usa como motor.  Carece de hipocresía ante lo importante,  da pasos firmes hacia su Ser Completo.

Y eso, más que cualquier otra cosa,  es lo único que humildemente puedo modelarle.

Feliz Día mi oscura presencia en este mar de luz,  Adriana.  
Pozo sin fondo,  mar salvaje,  selva tupida,  corazón errante. 

Creación perfecta de mi vientre:  tu responsabilidad es gigante pero tus cualidades infinitas.






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