jueves, 19 de marzo de 2015

No hay profeta en su tierra

Ya en el aeropuerto:  México me espera de nuevo.  Estoy muy emocionada de regresar:  he conocido gente realmente amorosa del norte aquí en mi país y mi primer viaje allá me marcó para toda la vida.

Anticipo un fin de semana que muy probablemente va a romper todas mis expectativas.

Alejandro se despierta muy temprano.  Logística,  niños, compras,  carros al taller.  El día anterior al viaje siempre hay mil detalles que cubrir.  Ya en el aeropuerto la sensación es de soltar,  de dejar atrás y confiar en que el planeamiento funcione.  Mi vida en familia implica coordinar niñeras,  rides a las escuelas y kinder,  comidas,  clases y visitas familiares.  A veces,  esta administración me hace sentir importante.  Pero sé que si yo en algún momento faltara todo retomaría su rumbo sin mí.  Cuando me siento indispensable sé que la vida se mueve más allá de mis planes y agendas.

Me voy sabiendo que mi labor en este momento consiste en divulgar lo que amo y practico,  más allá de las fronteras de mi país.  Sé que cuento en Costa Rica con un núcleo de practicantes serios y comprometidos,  joyas raras en este mundo de yoga empaquetado y comercial.  Sé que el camino es estrecho y que muchos quedan en el camino.  Tantos que no llegan.  Que continúan convenciéndose que no pueden.  Sé que mi maestro ha creído en mí incluso cuando yo no creía poder.  Y sé que casi nadie tiene siete hijos,  trabajo y tantas responsabilidades como yo.  Así que si yo he podido,  todos pueden.  Creo en todos los que sienten el llamado con todo mi corazón.

México llama y siento la energía llamándome.  Todavía no conozco los rostros de Guadalajara,  pero ya siento el grupo.  Todos listos para entregarse sin miramientos,  sin quejas ni arrepentimientos.  Así es esta práctica.  Saltar hacia atrás desde el primer saludo al sol: nada de caminar para calentarse.  JUMP!  La mente se resiste y se inventa mil excusas.  Eso es lo que las mentes de la mayoría hacen.  Más cuando se llega a los Marichiasanas.  Y hay días buenos y días malos,  como en todo.  No se trata de ser el mejor,  se trata de intentarlo con todas las ganas a pesar de la imperfección.

Yo hubiera querido formar un centenar de ashtangis costarricenses para que mi maestro viniera a mi país.  "You get 100 people and i come"- me dijo hace muchos años. Pero me doy cuenta de que el puñado que hay es más que suficiente: el resto del centenar se verá completado por los demás países de Latinoamérica,  algo que yo en esos días nunca contemplé.   Ya hay semillas muy resistentes en Argentina,  Chile,  Brasil y Perú al sur.  Centroamérica se agita con el despertar de Guatemala,  pronto El Salvador y Nicaragua.  Panamá ya va sobre ruedas.  México ya tiene una tradición formada y es cada día más alto el nivel de practicantes.  Realizo que mi plan original era pequeño comparado con lo que está sucediendo y puedo entender que mis maestros se mueven en grande.

Más allá, mucho más allá de mí misma.

Lo irónico de esto es que el trabajo diario de base es muy silencioso,  solitario y a veces espeluznante.   Cuántas veces me he cuestionado seriamente lo que hago,  no sólo a nivel físico,  sino mentalmente.  El otro día en una clase una de mis estudiantes senior decía en voz alta:

"Esta postura me da ganas de salir corriendo!" (kapotasana por supuesto..)

Y le contesté:  "Y adónde vas a correr?"  Adónde?"

Y ahí me dí cuenta,  en ese preciso momento supe que mi alma no se va a sentir satisfecha con nada más.  La convicción fue instantánea y la realización muy clara y contundente.

Ojalá todos los seres humanos encuentren esa respuesta clara sobre su propio camino,  en lo que sea.  Sé que todos vibramos con distintos colores y que cada alma tiene su camino trazado y su destino lo espera.  Pero también sé que el destino se forma a través de las decisiones diarias y que a veces lo que parece veneno al inicio se torna en miel al final...

o al revés.

Así que parto de nuevo,  respondiendo al llamado de un grupo anónimo que ya siento que conozco.  Animada por un fuego interno que me dice que esto vale la pena compartirlo.  Ya desprendida de expectativas en mi propia tierra por múltiples decepciones en el camino:  comprendo que las almas tienen un karma más allá de lo que yo pueda anticipar y que a nadie se puede forzar a un encuentro íntimo consigo mismo.


Pero los que sabemos que tal es nuestro anhelo,  el camino del guerrero nos espera.  Duro,  punzante a veces.  Dulce,  amoroso y lleno de éxtasis en otras.  Lo cierto es que somos los que somos,  desperdigados por esta tierra cálida de América Latina y compartiendo corazones intensos y calientes.  Compartiendo también un deseo de libertad que viene de muchas generaciones atrás.  Y dispuestos a apostarle a guías que con su ejemplo nos muestran que el verdadero sentido de la vida radica no en tener más,  sino en poseer todo aquello que no puede comprarse con dinero.

Ese el camino de fuego de un yogi:

Veneno al principio y la más dulce de las mieles al final.



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