jueves, 5 de marzo de 2015

Infringir e infligir

Una de las huellas que dejó en mi la escuela de Derecho fue una ortografía bastante exigente.  Sé identificar con una sola palabra mal utilizada el background cultural de una persona y si realmente es como dice ser.

Por ejemplo,  mi maestro de Introducción al Derecho,  querido Rodolfo Montiel,  insistió tanto en que no confundiéramos las palabras infringir e infligir:

Uno infringe la ley.
Otro inflige en mí dolor.

Así que es muy interesante la diferencia si de lenguaje se trata.  Y así muchas otras curiosidades del lenguaje, especialmente aquí en Tiquicia.

Vistes la última película!
vs
La viste?

He topado hasta supuestos periodistas,  locutores y colegas que confunden estas palabras por doquier.  Y por supuesto, en la calle por todo lado.

Sin embargo,  he aprendido también con la vida que las palabras se toman de quién vienen.  Conozco gente tan dulce y honrada,  gente de buen corazón cuyo lenguaje no es perfecto.  Y también conozco aquellos que juegan de ser muy cultos y educados y sus palabras los delatan.

Creo que es igual en la vida con nuestros corazones.  Algunos corazones aparentan ser abiertos,  generosos y dulces sólo por fuera.  Otros son más toscos pero contienen una sustancia infalible,  lo que realmente me enamora:  eso se llama honestidad.

En mi camino vital he encontrado de todo. Ya no me impresiona la gente llamativa y vistosa.  De hecho, me repugna.  Voy detrás de esos seres anónimos y puros,  sin mucho aspaviento.  Esos que en su día dejan un rastro de dulzura y cortesía,  seres inmensamente buenos que el mundo tal vez juzgaría como poco valiosos, como locos incurables,  utopías encarnadas.

Pero sé que su valor es inconmensurable.  Sé que lo que llevan por dentro es oro puro.  Aspiro a tener un poco de su integridad y valor y dejar atrás tantos "deberes" que aprendí incorrectamente.  Entre ellos,  juzgar a las personas por su apariencia y pedigree.  Algo que lastimosamente todavía impera mucho en nuestras culturas latinoamericanas.

Me alegra profundamente entender a estas alturas de mi vida que todos somos iguales,  no importa si vivimos en una favela o en un edificio de un millón de dólares.  Todos anhelamos amor,  buscamos a Dios a nuestra manera.  Todos estamos destinados a morir y podemos decidir hoy qué tipo de rastro queremos dejar en el mundo.

Si decidimos dejar odio,  odio viene en camino.
Si decidimos dejar amor,  más amor viene...

Así que algo de amor habré dejado porque estoy recibiendo dosis inimaginables de amor cada segundo.  Anoche mientras veíamos la luna llena,  símbolo importante para mí y mi pareja,  pensábamos lo afortunados que somos de estar juntos.  Este tiempo corto y efímero que se va entre los dedos como el agua.


Alguna coincidencia vital nos puso en el mismo país, en la misma ciudad y milagrosamente,  en el mismo curso de meditación.  Las coincidencias que no son tales y que yo llamo Karma.  La dicha de saberse amado por Dios a través de encuentros significativos.



Y en estos casos,  más allá de cualquier divagación mental,  ahí sí que no importan las palabras.


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