miércoles, 4 de marzo de 2015

Decisiones

Mi maestro siempre reitera la importancia de la práctica para encontrar estabilidad.

Cuando llega algún estudiante nuevo al estudio me hace recordar mis primeros pasos en esto.  El cuerpo tiembla,  no logran sostenerse en las posturas,  hacen un esfuerzo muy loable,  están tensos y poco a poco,  día a día,  mes a mes,  voy viendo como logran relajarse,  como la respiración empieza a ser predominante,  como el cuerpo comienza a establecerse en un lugar nuevo y su mente se va calmando.  Nuestro cuerpo es como una antena que está sometida a infinidad de estrés:  el sólo hecho de vivir en estos cuerpos nos obliga a buscar un techo,  comida,  necesidades básicas para nosotros y nuestras familias.  Nos pide andar en bóvedas metálicas en las calles,  frágiles como papelitos en caso de un accidente.  La vida urbana está llena de necesidades y rituales.   Y el cuerpo es el receptor de todas estas variables.

El asana busca un balance entre estabilidad y relajación.  El cuerpo comienza a sentirse fuerte.  Me imagino que es algo así como crear un escudo protector tipo super héroe.  La fortaleza es interna:  nos ponemos más jóvenes y saludables.  También externa:  rechazamos fácilmente cualquier ataque de almas más bajas.  Todos tenemos gente alrededor que nos envidia,  nos ataca de formas sutiles y no tan sutiles.  El escudo protector está conectado a los maestros y ahí radica su efectividad.  Es por eso que no cualquier yoga funciona.  En esta época de yoga de denominaciones personales por doquier,  la tradición rompe con cualquier imitación y se impone como el único camino inteligente si queremos comprometernos con una práctica espiritual.

Además del Ashtanga,  hay muchas tradiciones espirituales que vienen directamente de la Fuente. Y es India la raíz del cacho.  En este país se ha rezado,  implorado,  peregrinado y cantado por miles de años para atrás.  La vibración en India es palpable para todo ser que ande buscando verdad y amor en este mundo,  más allá de su realidad material.  Otros simplemente ven la pobreza y la suciedad y se pierden de recibir este río de sabiduría.

Karma.  Decisiones.

En mi caso personal sé que esta práctica me ha dado una estabilidad que jamás soñé.  Estuve casada en primeras nupcias con alguien que amé muchísimo pero quién sufría un grado serio de alcoholismo.  Recuerdo momentos de tanta angustia donde me sentía como un barquito perdido en medio de una tormenta.  Mi formación católica sinceramente no me sirvió de nada en esos momentos de angustia y dolor por la enfermedad de un ser amado.  El alcoholismo es infame y se lleva entre las patas vidas y familias.  Fue mi caso. Salí del naufragio a duras penas y me dediqué a buscar algo que me diera luz.  Terminé en lugares interesantes pero que al final no eran de verdad.  Fue hasta que puse un pie en India que comprendí que mi búsqueda había terminado. Eso fue hace quince años.  Tenía 33.

A los 33 años supe que la vida tenía un sentido y que podía relajarme.  Antes de eso,  sentía que daba vueltas sin sentido y que algo más allá de mi control me ponía continuamente con la nariz en el polvo.  No sentía fuerza ni entusiasmo.  Me sentía deprimida y a merced de las decisiones de otros.  Era efecto y no causa.  Mi vida no era genuinamente mía.

Después de comenzar a practicar el reto aumentó.  La práctica lo lleva a uno a los lugares más dolorosos para revisarlos y sacarlos a la luz.  Tengo que confesar que si no fuera por la presencia amorosa de mis maestros no estaría aquí.  Aún en los momentos más difíciles (no sólo en posturas físicas, sino en encrucijadas vitales),  he podido encontrar recursos dentro de mí que no sabía que tenía antes.  Gracias a la práctica sé que soy fuerte más allá de mí misma:  una fuerza nueva recorre mis venas. Sé que es la fuerza de mis maestros que viene de sus maestros y ahí para atrás miles de años.  Sé que soy sólo un canal y entiendo que mi cuerpo se ha transformado.

Esta transformación que casi llamaría celular ha permeado también mi mente y mis emociones.  El año pasado tuve una prueba muy fuerte:  después de siete años en una relación sufrí una traición muy dolorosa.  No la esperaba.  En el segundo intento uno siempre pone toda la carne en el asador.  Sin embargo,  todos tenemos que lidiar con las decisiones de otras personas,  no controlamos a nada ni a nadie.  Este dolor agudo por la mentira fue una prueba muy difícil.  Sentí en algún momento que flaqueaba. Sin embargo,  la Gracia de nuevo se manifestó en mi vida.  El año pasado estuve en India, Holanda,  Estados Unidos,  Alemania, España,  Argentina y México enseñando.  Nunca he viajado tanto.  Nunca he agradecido tanto a Dios lo que hago como el año pasado.  Mi corazón roto viajó por todo el mundo y gracias a toda la gente linda que conocí en estos viajes,  amigos del alma muchos de ellos,  fue sanando esa herida que supuraba sangre y pus,  el dolor más lacerante y el rencor más amargo.  Hoy puedo decir que casi un año después de la bomba mi vida es mejor que entonces.  Vivir en una relación mediocre sólo nos deja sinsabores.  La bomba fue la culminación de algo que yo misma decidí construir pero que no tenía  interlocutor.

Decisiones,  decisiones, decisiones.

Dicen que todos los encuentros nos dejan algo: ya sea una bendición o una lección.  El año 2014 me dejó a mí ambos.  Por un lado,  aprendí que no importa lo que yo haga,  cuánto esfuerzo ponga,  cuánto me entregue y dé,  siempre existe la posibilidad de que la otra persona ande en otras.  Aprendí también que puedo quedarme pegada en rencor y dolor como me sucedió en mi primer matrimonio por 25 años.  Es hasta ahora que puedo ver a mi primer esposo con un genuino amor y comprensión.  En esa segunda relación estoy soltando más rápido.  Sé que esta persona hizo lo que pudo dentro de sus posibilidades.  Sé también que yo dí todo lo que tenía.  Hay una profunda satisfacción cuando uno da todo y es traicionado.  Casi lo veo como un señal divina de que por ahí no era la cosa.

Casi un año después estoy en una relación nueva donde estoy recibiendo tanto.  Se me había olvidado lo que era tener una pareja que esté dando también todo.  Me siento renovada,  abierta y feliz.  No es una felicidad fácil:  viene de la herida más profunda,  esa que inflinge aquel que uno amó.  Pero en el camino del yoga todo son enseñanzas y aprendemos a ver cada una con gratitud y desapego.

Qué he aprendido de estos 15 años de práctica continua?  He aprendido que nada es seguro en este mundo. Como escribía hace un par de días,  cualquier cosa puede pasar hoy.  Desde lo más sublime hasta lo más espantoso.  Y no controlamos nada ni a nadie.  Un día nos aman,  otro día somos indiferentes.   Pero hay algo que he encontrado y es muy mío:  un lugar adentro.  Es como un fueguito que ha ido creciendo con los años,  un fuego que encendió mi querido Guruji en el momento que lo vi y practiqué con él la primera vez.  Que Sharath mantiene vivo a pesar de lo estricto y serio que es con sus maestros.  Que no voy a perder nunca, no importa lo que me suceda en el camino.

Ese fuego interno lo vale todo:  todos las veces que mi corazón se rompió,  todas las traiciones,  todas las mentiras.  El camino espiritual es áspero e incomprensible para la mente muchas veces.  La vida externa no dice nada,  sino lo que cada uno de nosotros encuentra a solas con Dios.  La estabilidad de una conexión profunda no tiene precio y es lo único que realmente sé que no me abandonará nunca.

De aquí voy al hospital a ver a mi padre recién operado.  Luego, a mis hijos amados.  Más tarde,  quién sabe.  Pero sí sé que hoy es un día para agradecer de nuevo que encontré mi camino de regreso. Un día para ver el sol,  sentir la brisa y escuchar a quién amo. Un día más en esta noria que llamamos vida que no tiene ninguna garantía.  Sólo la garantía de que somos Amor en su expresión más pura y que todo lo que no sea amor se irá alejando de nosotros...

Si hacemos nuestra práctica.
Si la hacemos con devoción,  constancia y mucha, mucha fe.


Fotografía:  Alejandro Ramírez.
Sringanapatna,  India.
Enero 2015.

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