lunes, 9 de marzo de 2015

Mujer

Crecemos en familias disfuncionales,  somos hiper-responsables.  Aprendemos a no imitar a nuestra madre:  desde muy pequeñas sabemos que hacerlo implica que nos pongan el pie encima.  No vamos a repetir su docilidad,  absurda y anacrónica.  Su dependencia.  Nos proclamamos seres independientes desde que tenemos cinco años, listas para hacer lo que sea para no reproducir a esa mujer débil.

Así que buscamos un modelo que signifique para nosotras poder.  Poder físico,  mental, económico y moral.  La sociedad ayuda:  la religión también.  Incluso el establecimiento médico.  Hombres con poder diciéndonos qué hacer.  Hombres que parecen fuertes y sólidos.  Hombres que sólo más tarde comprenderemos compensan todas sus inseguridades a través de la violencia solapada y una apariencia de fortaleza que no es tal.

No es fácil ser mujer en estos tiempos.  La mayoría de nosotras ni siquiera sabemos qué significa.  Mientras crecimos,  ser mujer significaba ser plato de segunda mesa,  satélites de un macho impredecible,  mujeriego y machista.  Ser mujer significaba ser víctima.  La peor idea.  Así que aprendimos a ser hombres:  educadas,  profesionales,  inteligentes,  enfocadas.  Mujeres con cuerpos femeninos pero psiquis masculinas.  Mujeres que no nos dejamos y que inconscientemente alejamos a ese hombre que tampoco es tal.

Nuestro cuerpo nos delata.  La lucha es infame contra las curvas que amenazan salir a la superficie.  El prototipo es una mujer sin grasa,  sin caderas,  absolutamente delgada y masculina.  Sin senos ni ningún tipo de acumulaciones.  Puro músculo.  Pura fibra.  Pura dureza.  Por todo lado vemos imágenes que nos invitan a seguir negando nuestros cuerpos que imploran que los dejamos ser.  Por todo lado bombardeadas con imágenes falsas de lo que es ser XX,   cuerpos femeninos que han perdido su femineidad por no sé qué cánones externos que ninguna sabe de dónde salieron.

El cuerpo llora.  En muchas,  llora negándose a concebir.  Un porcentaje de grasa menor al 10% implica que el cuerpo no menstrúa.  La infertilidad crece.  La frustración también.  El macho no puede embarazar a otro macho.  El ciclo se vuelve más profundo y doloroso:  las relaciones se machacan,  las inseminaciones invitro crecen.  El cuerpo grita y lo ensordecemos con más ejercicio, menos comida,  más maquillaje.  El alma se muere.

Cuántas de nosotras queremos seguir viviendo así?  El control es sólo el patrón masculina que aspira domesticar nuestra alma salvaje.  Hay muchas disciplinas y todas pueden utilizarse con consciencia o pueden ser regidas por el patrón.  El trabajo es diario,  cada pensamiento que nos devuelve al insconsciente volverlo consciente.  Y permitir que nuestra alma de mujer se muestre en todo, incluso en una curva de más.

Existen tantos conceptos de lo que es ser mujer que sólo nos mancillan y nos torturan.  Qué tal empezar de cero?  Qué tal aceptarnos en esta encarnación sin pretender agradar a nadie?  Permitir que estos cuerpos florezcan como un jardín salvaje y darles rienda suelta de manifestarse como son.  No inmiscuirnos más.  Y cualquier disciplina que sigamos, seguirla con suavidad,  con amorosidad y compasión.  Las arrugas bienvenidas,  los pliegues amados.  Las curvas acariciadas y la mirada viva.  Sin pretender parecernos más a ellos.

Y el cuerpo nos va a guiar.

Porque un cuerpo suave,  un cuerpo aceptado trae como resultado una mujer feliz.  Ya no hay que agradarle a EL.  Ya no importa lo que EL piense.  EL llega y nos toma como somos....o no.  Y nada pasa.  EL llega y acaricia lo que es y somos nosotras las que primero nos gustamos.  Más allá de su opinión.  Bienvenidos los cuerpos llenos,  las pancitas,  los senos grandes,  los muslos fuertes.  Bienvenido al jardín de mi ser físico...con todos los regalos que hay por dentro.

Porque lo físico es sólo físico, pero también es un espejo.  Mi alma se ve reflejada por este cúmulo de huesos y músculos, por esta piel morena que decidió recibirme.  Agradezco cada uno de mis cabellos y cada sensación que me traen mis poros.  Recibo el aire y el viento y permito que me traspase.  Suave al tacto,  como un animal dócil que ya no aspira a verse de ninguna forma.  Porque toda forma es perfecta si la habita un alma de mujer.

El cuerpo que nos recibe en esta vida es el cuerpo perfecto para aprender.  En cada célula llevamos la historia completa del planeta,  de nuestros ancestros.  Y somos un testimonio de que,  generación a generación,  todo se renueva y profundiza.

Qué así sea en estas mentes precoces que aspiran a controlarlo todo...porque lo contrario era morir.  Pero ahora es tiempo de vivir y de abrazarnos tal y como somos,  con la gratitud completa de una mujer libre.


1 comentario:

  1. your thoghts put into such beautiful texts always make me emotional. I love reading you.

    ResponderEliminar

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.