domingo, 13 de julio de 2014

Maléfica



Me estoy preparando con mucha dificultad para un retiro de meditación de cuatro días la próxima semana.

El camino espiritual tiene muchas fases.  Pero es un hecho que nos acordamos de Dios cuando vienen tiempos difíciles.  El dolor es el portal de entrada en nuestra consciencia a una fuerza más grande.  El dolor nos pone de rodillas.

Ansío re-escribir mi historia personal.

Ayer fui a ver Maléfica.  Qué película más profunda y contundente.  Maléfica no era mala,  sólo tenía el corazón destrozado.  Un príncipe falso le prometió un amor verdadero que no fue tal.  Le cortó las alas-literamente.  Le apuñaleó el corazón.  Con mucha dificultad,  se levantó llena de dolor y fue poco a poco reconstruyendo su reino,   recuperando su poder con mucha dificultad.    Pero la ponzoña de la venganza seguía contaminándola por dentro.

Y fue hasta que conoció el amor que pudo redimirse y resucitar.

En términos de almas, sé que mi alma es sabia y ha creado con lujo de detalles todas las situaciones en mi vida que causen fricción.  Esta fricción puedo resistirla,  culpando a otros,  tirando todo hacia afuera. Qué fácil es!  Tantos seres a nuestro alrededor que actúan sin consciencia,  con mentiras y traiciones diariamente.  Puedo quedarme ahí y proyectar todo en el otro.  O puedo usar cada dolor para ir hacia del centro de mi corazón y saber que ahí escondido hay un lugar donde sólo hay paz.

El dolor de la pérdida es una medicina efectiva y amarga para accesar el centro. Maléfica recupera sus alas hasta que acepta que el dolor en su corazón es la puerta de salida.

La situación externa,  bien utilizada,  es la clave para entrar.   Pero si me quedo pegada en ella no llego a ningún lado.    Revisaría una y mil veces mis acciones,  las acciones ajenas, mis propios errores,  los errores ajenos.  Todo un ruido mental para no sentir el dolor de ver el amor traicionado,  pisoteado,  escupido,  desechado.  El amor que todos somos en el fondo y que somos tan poco diestros en manifestar en este plano material.

La crisis nos lleva, ojalá,  a los pies del maestro.  Cuando encontramos a nuestro maestro generalmente nuestra alma ha estado pidiéndolo  por mucho tiempo.  Algunos no tienen esta suerte y se abandonan al desaliento,  tiran la espada como Arjuna y lloriquean en el piso sin fuerza ni motivación.  Pero ahí es donde el maestro nos grita,  nos despierta.  Nos pide que seamos más fuertes que esa fuerza oscura,  que nos sobrepongamos.  Nos ayude a ver quién somos en el fondo.  Nos salva la vida.

El maestro o la maestra nos sacude del ensueño y del drama.  Nos ve nuestra propia oscuridad claramente y por eso,  sus palabras a veces se sienten tan ásperas.  Los egos repudian cualquier presencia que los ponga en evidencia.  La niegan,  la luchan.  Muchos se alejan.

Pero algunos de nosotros nos quedamos.  Estamos dispuestos a que nos destazen vivos porque la otra opción es saltar de nuevo en los brazos de la Ilusión- el Maya,  la oscuridad.  Estamos en un acantilado y hay dos precipicios:  en uno el sufrimiento está garantizado.  En el otro hay algo que nos atrae pero no sabemos exactamente qué es.  Sólo que saltar se siente como si nos quemaran vivos.

Sólo desde la total desesperación podemos brincar:  saltamos porque estar estancados en la resistencia y el miedo es imposible para nuestra alma.  Algunos buscaremos de nuevo el opio  sólo para encontrarnos en la misma disyuntiva un tiempo después.  Pero llega el día,  glorioso día,  en que nos convencemos que no importa cuántas veces busquemos consuelo en lo temporal,  todo está condenado a morir.    Se necesita de un guía que nos ayude a salir  de esta selva de púas y de una fe extraordinaria en él o ella para desenredarnos del eterno drama del samsara.

He tenido momentos de mucha claridad y he caído de nuevo mil veces.    Siento que cada vez caigo más profundo en el mundo de lo falso.  Siento que mis fuerzas decaen y mi fe falla.  Pero de una cosa estoy segura:  no voy a saltar de nuevo en el camino equivocado,  aunque me ofrezca un alivio aparentemente más rápido.    Aunque esto implique rendir mi vida tal y como la concebí.  Sé que el sufrimiento más grande viene de resistirme a lo que está sucediendo y que la única salida es aceptar y tomar la experiencia como motor hacia el abismo de lo desconocido.  Hacia ese lugar dentro mío donde sé que hay una voz verdadera.

La noche oscura del alma se extiende dentro de mí como un manto infinito.  Pero sé que no puedo volver atrás.  No puedo volver al miedo,  la ironía y el sarcasmo,  el control,  la rebeldía o la lucha- todas máscaras para esconder mi dolor.   Las he usado todas y ninguna me ha ayudado.  La única que no he escogido nunca ha sido la entrega total y serena al dolor profundo y quemante de la traición,  el rechazo,  la humillación, el abandono,  la injusticia:   las heridas que todos como  seres humanos sufrimos en este camino y nos cuesta tanto aceptar y sentir.

Si Dios es amor porque así lo siento y todos somos exilados en este mundo,  sólo este anhelo de amor verdadero nos puede salvar- me puede salvar.   La solución de mi problema no está en lo opuesto de lo que está sucediendo en mi vida- porque así es todo en este plano dual y siempre concebimos todo en blanco y negro.  NO.   La solución está más profundo en ese abismo que no conozco,  ese que está más allá de todo lo que pueda yo pensar,   sentir o creer saber.    Sentir es mi trampolín,  la energía que me va a mover,  mi motor.  La circunstancia el regalo perfecto para poner mi motor en marcha.

Y ese motor es el que mueve mis alas.  Alas que han estado congeladas por siglos - como las de este personaje profundo y amoroso que es Maléfica.  Esperando que yo esté lo suficientemente fuerte para recibirlas de nuevo.  Alas que cuando se abran de nuevo y me despeguen de la tierra no se cerrarán nunca más y me llevarán directamente Al Que Amo.    Alas que tienen su combustible en la humanidad cruda y dolorosa de mi propia fragilidad.

 Ni más ni menos.  
Mis alas me esperan y sé que ya no puedo vivir más sin ellas.



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