miércoles, 30 de julio de 2014

Esto es devoción y lo demás son cuentos

Hoy estuve en Cartago.  Nuestra querida Basílica.

Es tradición en mi país caminar hasta esta ciudad el 1ero de agosto para celebrar el Día de la Patrona de Costa Rica,  la Virgen de los Angelés.  Mi nombre incluye suyo,  a ella me ofrecieron cuando nací.  Pero fue hasta hoy que hice mi peregrinaje.

No caminé la distancia desde donde vivo.  Pero ya en el trayecto pude ver cientos de personas en la romería.  El número se multiplicará de hoy al viernes y de todo el país vendrá gente a pie,  a caballo, en carreta,  en bicicleta.  La Virgen nos llama:  su energía es intensa y sostenida.  Me llamó hoy y experimenté uno de los momentos más difíciles y satisfactorios de mi vida.

En la Iglesia propiamente es tradición hincarse y caminar así hasta el altar.  He tenido días muy movidos internamente y sentí inmediatamente el impulso hacia el suelo.  Varios peregrinos estaban en la tarea.  El trayecto se veía relativamente corto y aunque andaba mis jeans más viejos, pensé que todo estaría bien.

Hasta que dí el primer paso con mis rodillas.

Mi rodillas son particularmente huesudas y jamás pensé que el contacto hueso-mosaico sería tan doloroso. Dí dos pasos y tuve que parar.  Sentí cuchillos,  navajillas,  cortadas.  Contemplé por un instante abortar la misión.  Pero en eso pasó junto a mí una mamá con su niño en brazos!  Me pareció una faena imposible:  además de su propio peso, iba cargando a su hijo.  Pasó una anciana.  Pasó una pareja abrazada.  Y yo sentí que de alguna forma llegaría, aunque no sabía cómo atravesar el dolor.

Empecé a rezar.  Padre Nuestro. Ave María.

El dolor no amainaba. Daba dos pasos y paraba. Tomé el mala de mi muñeca y casi instintivamente recordé los rosarios infinitos juntos a mis abuelas:

"Santo Padre, ruega por nosotros". 

Recé no sé cuántos padres nuestros y ave marías.  Pensé en cada uno de los seres que amo en este mundo.  Recordé caras,  olvidé palabras amargas.  Sentía el dolor y al mismo tiempo la oración me hacía avanzar.   Las rodillas quemaban pero el corazón empezó a calentarse con las plegarias y el deseo de llegar a ese altar con todo mi corazón.

Paré no sé cuántas veces.  Empecé a llorar. No por el dolor fisico sino por la impotencia de verme detenida por un simple dolor físico.  Algo aparentemente tan simple.  Pero no.  Al contrario:  infinitamente difícil es arrodillarnos con humildad y vernos con compasión.  Lo más difícil para mí.   Quemante y ardiente.

Cuando finalmente llegué al final y me puse de pie,  las piernas no me respondían.  Era como tener dos trapos en vez de músculos y huesos.  Tomé un par de pasos y sólo acaté caminar muy lento.  Un paso a la vez, sin apresurarme.  Con una profunda admiración por todos los peregrinos que esta semana no sólo van a recorrer estos pocos metros de rodillas,  sino que vienen desde San José o más lejos caminando.  

Mis respetos,  mi profunda admiración.
Devoción así no se ve todos los días.  

Y salí de esa Iglesia un poco más tranquila,  todavía un poco atontada por el dolor físico.  Salí amando mi Virgencita y lo que nos inspira a los costarricenses.  Salí inspirada por la gente que anónimamente da todo por su fe.

Y me sentí genuinamente orgullosa de ser tica y de tener el ejemplo de tanta gente sincera espiritualmente hablando en mi propio país.

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