domingo, 20 de julio de 2014

Amnesia

Después de muchas noches de lo mismo,  estaba simplemente agotada.  Sin embargo aún en medio de la oscuridad,  algo por dentro le pidió que no se diera por vencida y acudió a su maestro.

Su maestro esta vez no tuvo piedad.   Le pidió que hiciera lo más difícil de lo más difícil que le había jamás pedido:  le pidió caminar sobre vidrio roto,  atravesar  púas que dejaban rastros de sangre en sus miembros.   Le pidió que se arrancara la piel sin anestesia.

Lo inconcebible para su pequeño ego,   lo único realmente amenazante para todo lo que se opone al Amor:  le pidió que amara incondicionalmente a todas almas y que finalmente y de una vez por todas,  aprendiera a amar a Dios.

Llegó arrastrándose a sus pies.  Pasó tres noches en vela contemplando todas los posibles escapatorias y excusas.    Lloró,  maldijo,  blasfemó,  gritó.

En su resistencia,  la voz le decía

que no diera el brazo a torcer  
que ella tenía la razón. 
que era una injusticia  
que la mentira no está bien.  
que su dolor era justificado. 
Y que tenía que mantenerlo no matter what

...aunque eso significara dejar de vivir

El dolor crecía con tanta atención.  Le gustaba ser centro y objeto de energía.  Pero sostenerlo no era fácil.  A veces caía y entonces tenía que recordar todo de nuevo para alimentarlo.  El combustible se le acababa:  ningún corazón humano tiene la fuerza de odiar en forma sostenida.  Hacerlo es negar su propia esencia y morirse de tristeza.

Así que dentro de todo el miedo y lo absurdo de la situación, confió en él.  El, su querido maestro y amigo a quién conocía hacía tanto tiempo y quién le había mostrado año con año el fruto de su propia transformación.  El,  que era ejemplo vivo de que el dolor más grande puede superarse y tornarse en éxtasis.  El,  que con su humanidad lacerante tenía el corazón tan abierto como para llorar frente a ella y frente a cualquiera sin avergonzarse.

Si él podía,  ella iba a poder.  

No sabía cómo ni cuándo,  pero confió.

Y es que cuando uno tiene la dicha de encontrar guía,  las dudas se disipan ante la mirada amorosa y alerta de ese halcón que vuela guiándonos y cuidando el camino.  El trayecto fue difícil:  la presencia de sus supuestos enemigos hacía de cada pensamiento un cuchillo y de cada interacción un recordatorio de la injusticia y lo absurdo de la situación.   Sin embargo,  decidió abrirse a lo nuevo.  Decidió dejarse llevar y cambiar de enfoque.  En vez de seguir alimentando el fuego del dolor con el combustible de los juicios y la resistencia,  decidió dar.

Dar de lo poco que tenía:  un corazón cansado y amordazado.  Dar con mucho costo y cansancio después de tantas noches en vela y tantas lágrimas.  Decidió dar con fe porque de lo contrario se moría.   Y el dar empezó a alimentar un pequeño brote en su alma.

El brote estaba tierno y todavía muy frágil.  Lo alimentó con sonrisas de gente amable,  miradas,   abrazos y música.  El maestro tenía razón:  no es posible encontrar el Amor desde el desamor.  No es posible amar fragmentado:  amás todo o no amás.  No podemos amar pedazos del Todo pensando que sabemos qué parte estamos escogiendo.  O tomamos la Vida por completo o simplemente nos perdemos de esta experiencia profunda en su totalidad.

Después de cuatro días,  su alma salió a flote.  El coraje que tomó hacer acto de presencia no era suyo:  era producto de la confianza en su maestro.  El le mostró el camino, la sostuvo,  la inspiró:   ella sólo lo siguió.  Apostó a que tal vez,  si quiera por esta vez,  algo iba a ser diferente.  Y lo hizo porque no tenía más remedio:  odiar era una carga demasiado grande.

Sucedió el milagro una vez más.  Como si fuera la primera vez.  Pero esta vez el brote nació de un lugar diferente:  nació del vacío y la oscuridad,  igual que la tierra o el útero más fértil.  Nació de su falta de fe,  de las dudas y el miedo.  Igual que el loto que toma su alimento de las raíces que se entierran en el barro.

Nació de la oscuridad potente e íntima de su más profunda desazón.

Y la vida empezó de nuevo:   el brote-amor surgió a la Vida...
Borrando esa pesadilla borrosa de la cual ya no tenía memoria.

Aquel marchito recuerdo fue quedando en el olvido para dar paso a una danza improvisada.

Pero ya no estaba cansada.







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