domingo, 27 de julio de 2014

Aumenta tu fe

Me despierto en un domingo lleno de Gracia.

Siento una calma en el alma.  Una realización de que estoy exactamente en el lugar que tengo que estar y que todos los acontecimientos de los últimos meses me han traído aquí:  como la tormenta que finalmente nos deposita en la playa y podemos tomar un respiro y decir:  "Tierra firme".

Luis,  el jardinero,  llega temprano.  Se dedica con paciencia a podar el árbol de mango. Amo ese árbol. Es el único sobreviviente del jardín de mi infancia,  uno entre muchos otros aguacates, mandarinos y limones dulces.  Me dice que tiene que podarlo casi por completo, que tiene un matapalo que sino lo va a matar.

Yo soy ese árbol de mango.  En él me subía por horas cuando era pequeña.  Crecimos juntos.  Me sentaba en el curucucho simplemente a observar y sentir.  No sabía nada de meditación en esos tiempos,  sólo sabía que estar ahí arriba me hacía sentir segura y protegida.  Mi madre tenía que luchar para que bajara cuando llegaba mi lección de piano.  A regañadientes pasaba de la suavidad de la brisa a la disciplina de un instrumento que todavía no amaba.  Tenía sólo 7 años.

Mi árbol se sostiene y continúa dando frutos en abundancia.  A pesar de los años,  es un compañero fiel lleno de fuerza y potencia.   Hoy domingo de Gracia es el protagonista de mi mañana.  Lo veo con cariño y agradezco su compañía por casi toda mi vida.  Y realizo que su viaje ha sido paralelo al mío.  Por alguna razón fue escogido y no lo cortaron.  Por alguna razón,  sus frutos son cada vez más abundantes.  También,  por alguna razón se dejó tomar por un matapalo que casi lo mata.  Pero ya estamos libres esta mañana.  O en proceso.

Con esperanza.

Mientras saboreo un vaso de su delicioso fresco,  medito sobre la naturaleza humana,  la mía propia.  La de aquellos que siento cerca.  Me maravilla esa necesidad de bondad que todos tenemos y compartimos.  Ese deseo de hacer trabajo con propósito,  ser creativos,  ser justos y honestos,  preferir hacer las cosas bien.  Es tan fácil olvidar.  Es tan fácil caer en nuestra ilusión de soledad,  ilusión de un corazón roto,  nuestra ambición y nuestra lujuria.   Es tan fácil perderse en la pobreza mental,  nuestra miseria,  cobardía,  prejuicios...Todos podemos estar conectados a la tierra igual que mi árbol.  Sentirla en su constante abundancia,  vida y alimentarnos de su serenidad.  Tierra que nos ayuda a mantener un corazón abierto,  poderoso y vulnerable corazón.

Nos salimos,  nos olvidamos.  Pero cuando regresamos realizamos que las pequeñas cosas están siempre llenas de bondad: la mirada limpia de un amigo,  la sonrisa franca de un niño.  La calidez de la brisa y el caer de la lluvia.  Es tan simple como este vaso de fresco de mango o  la solidez de mis piernas.  Hueso y músculo destinados a moverme a través de las pequeñas cosas.

Y todo esto no es espiritual:  es ordinario, es el día a día.  Algunos maestros lo llamaban "la magia de lo simple",  "mente de principiante".  Lo siento en la claridad de la mirada de mis amores,  en el brillar del sol y la simpleza de mis pies descalzos.

Hasta en mis momentos más bajos,  está siempre ahí.

A veces,  el sol brilla demasiado intensamente y hay una parte en mí que quiere esconderse,  vivir on-line y cerrar las cortinas.  Ahí es donde la fe entra en acción.  Sólo tengo que ir más profundo que la vorágine de pensamientos para realizar su falta de solidez.   Sólo tengo que dejarme caer al centro y encontrar la quietud.  Y desde ahí me doy cuenta que puedo recibir todo lo bueno de esta vida,  sabiendo que la Bondad me ama y pondrá en mi camino todo lo que necesito.  Se llevará lo que no es bueno.  Colmará mi copa.

La Bondad renace este domingo en mi árbol de mango, las risas de mis niños y una profunda calma interna.  Me abraza,  me arrulla y me chinea.  Y me doy cuenta que puedo dejarme,  simplemente,  ser feliz.  Me doy cuenta que, al igual que mi mango,  mis frutos se multiplican.

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