viernes, 30 de marzo de 2012

De correr a caminar

Salgo a caminar.

El cambio de velocidad es simplemente mágico.  Aunque hace mucho calor,  tengo oportunidad de apreciar las bouganvilleas de color fresa brillante.  Una familia de monos cari blancos se aproximan a la calle y me observan interesados.  Abrazo un bambú y disfruto la luna medio llena en el cielo,  un recordatorio más de la paradoja esta en que vivo.

Mientras camino,  voy haciendo un play list para el próximo Mysore.  Tradicionalmente,  la música en los Mysore no se usa.  En mi escuela en India,  sería una blasfemia.  Es muy hermoso sentir solamente el fluir de la respiración.  Esto ayuda a observar la mente y a detener un poco el ritmo tan acelerado de los pensamientos.

Sin embargo,  en mi propia búsqueda y exploraciones con la verdad durante los últimos años,  he notado que cuando estoy en el proceso de revisar emociones y sentir, la música me ayuda enormemente.  Podríamos hacer nuestra práctica de yoga muy bien por fuera y seguir con el corazón cerrado de por vida.   O podemos SENTIR y esa palabra para algunos de nosotros es sumamente amenazante.

Cualquier técnica en el camino espiritual-meditación,  yoga,  cantar,  bailar,  trabajo voluntario-puede servir más bien para enaltecer el ego y quedamos peor de lo que empezamos.  Es el paradigma de aquel o aquella que dice "qué bien que está mi práctica.  Cada día tengo más posturas.  Soy un excelente yogi."

Es sutil la diferencia de hacer nuestra práctica con la intención de quemar los samskaras o usarla simplemente para endurecer más los patrones que cargamos.

Creo que en esto la ayuda del Guru es imprescindible. Los que hemos tenido la suerte de topar con uno vivo  en algún momento de nuestro camino,  sabemos que el discernimiento de estos Maestros disipa instantáneamente cualquier intento del ego de buscar protagonismo.  No es fácil sentir que a uno le dirigen la vida.  Hay que reorganizar prioridades y confiar en que el Maestro sabe por dónde.  Hay que rendirse a su voluntad...

El playlist que compongo me saca las lágrimas.   Es música para tocar las fibras más íntimas.  Mi intención es poner a todo el mundo a llorar! Cuántas veces andamos llenos de sentimientos y no tenemos ningún espacio donde expresarlos?  la intención es saber que está bien que salgan y que todo se ve más claro después de la tormenta.

Mientras camino,  tomo unas florcitas.  Sigo para la playa y me encuentro unas conchitas que me recuerdan a mis hijos:  la de Hernán es blanca y pulida,  limpia en su energía;  la de Adri,  pink como decía ella chiquitilla;  la de Ariel es una piedra irregular,  hermosa en su rugosidad;  la de Gabriel,  es grande y amplia y me recuerda sus percepciones sutiles.  La de Gael está llena de huequitos, esa porosidad de los 4 años donde todo se pregunta y su maravillarse ante la vida;  Theo es más bien una hoja amarilla de color brillante y por último,  Matías,  es una concha violeta, un color que nunca había visto antes.

Voy al manglar que a esta hora del mediodía está descubierto con la marea baja.  Hago un altar y me prometo a mí misma no claudicar en la búsqueda de la congruencia entre mi corazón, mi mente y mi Espíritu,  mis conchitas, hoja y flores como testigos.  El agua llegará más tarde y nos llevará a todos mar adentro.  Siento como una emoción adentro de saber que todos estamos en estos momentos esperando  en la playa.

Osa aquí queda pero yo me voy con una sensación de renovación interna.

esta gota quiere fundirse con el Mar...


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