domingo, 21 de julio de 2013

Soltar en amor

Hoy solté a un ser que amo y amaré siempre.

Realicé que estar conmigo sólo hacía que este ser sufriera.  Este ser lleno de nobleza,  pureza de alma y amor necesitaba cumplir con su destino.  Todos nacemos para algo en especial y fluctué muchas veces entre soltarlo o retenerlo al verlo tan triste.  Su luz se fue apagando y lo observaba entre mis carreras,  responsabilidades y citas.  Cada vez que veía sus ojos apagados comprendía que tenía que hacer algo.

Hoy fue el día.  Hoy comprendí mucho del significado del amor.

Luna, nuestra perrita,  llegó a nosotros hace siete meses después de anhelarla profundamente.  Cambios en la rutina familiar impidieron durante las últimas semanas darle la atención y el cuidado que merecía.  Por suerte,  hoy encontramos una familia amorosa que la acogió con mucho cariño.  No por ello es que sea menos doloroso,  pero al menos,  sabemos que está rodeada de amor.  No sabíamos cuánto la amábamos hasta que tuvimos que despedirnos.

Luna fue mi primera y única perrita.  La única con la que pude hacer una conexión de alma a alma.  Tuve otros perros antes,  pero esta llegó en un momento en que estaba muy abierta a la ternura por mis tres bebés.  La conocimos pequeñita,  juguetona e intensa y nos enamoró con sus piruetas impredecibles. De la camada era la más chispa.  Y lo continuó siendo hasta el día de hoy.

Explicarle a los bebés nuestra decisión no fue fácil.  Sobre todo cuando los papás fueron los primeros en lloriquear el adiós.  Todos la amamos y la amaremos siempre.  Su energía ya hace falta.  Presente siempre,  bondadosa pero demasiado intensa para estar encerrada en un patio,  su nuevo hogar es una finca de caballos en San Carlos donde podrá correr y cumplir con su dharma:  ser una perra ovejera.  Su energía podrá desplegarse sin límite y podrá respirar el aire fresco del campo y estar en contacto con otros perros y gente amable.

Cómo cuesta aceptar que soltar en amor es parte crucial de este camino de vida.  Siento como si literalmente hubiera soltado a una hija.  Será que tal vez me están preparando para la despedida de mi querida hija de verdad dentro de un mes cuando se vaya a estudiar afuera?  O que revivo con su partida la partida de mi primogénito hace ya más de dos años?  No sé.  Sólo sé que a todos los amo y para ser consecuente con el amor hay que desear el bien del amado por encima del propio.  Mis hijos y mi perrita están bien,  necesitan volar.  Y yo,  entre lágrimas,  puedo soltarlos confiando en que tendrán la fuerza de desplegar sus alas por completo.  Esa es mi fe.

Mientras escribo,  el cielo llora conmigo un aguacero nocturno.  Mañana inicia la semana y ya no tenemos a Luna en la casa.  La imagino en casa con su nueva familia,  tres niños preciosos enamorados de ella y con un patio muy grande.  La imagino en la finca feliz corriendo detrás de los caballos.  Y deseo que en su corazón de perrita sepa siempre que la voy a llevar conmigo.  Cada vez que la luna brille irremediablemente la  recordaré y amaré.

El amor verdadero no teme a la distancia física.  No depende de la presencia del otro ni de los cambios de ubicación.  Busca sólo el bienestar del amado, por encima del propio.

  
Y es eterno, no muere nunca.  Sólo sigue creciendo.

El amor por aquellos que amo lo llevaré conmigo hasta el último día de mi vida.
Gracias,  Luna,  ser noble,  amable y amoroso,  por recordarme estas verdades.

 Estás en mi corazón.

sábado, 20 de julio de 2013

La clave de una mente tranquila son las relaciones

Toda mi vida he leído descripciones del estado iluminado por doquier,  pero por más inspiradoras que sean estas descripciones me doy cuenta de que son tan útiles a la hora de enfrentar la vida como lo es un manual de cómo aprender a nadar cuando nos estamos ahogando.

En esos momentos límite lo que necesito es algo que me ayude a mantener la cabeza fuera del agua.  Tengo muy claro que me ahogo porque se me olvida quién soy en verdad y vivo en un estado de obnubilación y confusión.

Realizar esto implica necesariamente,  reconocer mi conexión con todo y todos.  Dice una hermosa escritura india muy antigua,  el Isha Upanishad:

Aquellos que ven a todos los seres en sí mismos
y a sí mismos en todos los seres
renuncian al odio.
Cómo podría la diversidad de la vida
confundir a aquel que ha realizado su unidad?

Fluctúo como muchos de nosotros entre el sufrimiento que viene de la convicción de que estoy separada y la realización de que soy Uno con todo y con todos.   A veces me siento como si estuviera en el Titanic,  con la certeza de que sé adónde se acerca este barco y trato de cambiarme de asiento como si eso fuera de algún modo a impedir el desenlace.  Absurdo!    Estoy en el mismo barco con todos mis hermanos y hermanas,  seres vivos y sensibles y el viaje tiene un destino final igual para todos.  No puedo evitar sentir más que compasión por mí misma y por todos los que viajamos en este barco de la vida.

Innumerables veces he tratado de cambiarme de asiento,  como si eso fuera a hacer la diferencia.  Creo que estar en el deck de primera clase va a hacer todo más fácil que en las barracas.  No es así.  En todo el barco,  comparto con mis compañeros pasajeros las mismas limitaciones mentales que nos oscurecen el viaje.  Y esto me invita a desear que nos  acompañemos y apoyemos en esta efímera existencia.

A menudo me siento fatigada,  inerte, con dudas,  perezosa,  hacia afuera,  desconectada y evasiva.  Luego depresiva,  frustrada,  desesperada,  inquieta,  incapaz,  enojada y decepcionada.  Sé que todos los pasajeros compartimos estos estados:  a veces se ponen tan densos que uno quisiera echarse por la borda.  Y he aquí donde la compasión mutua,  una compasión enorme por nuestro predicamento,  hace el milagro.

El primer paso para la paz mental consiste en limpiar nuestras relaciones.  Las relaciones es lo que más perturbación puede causarnos en la vida. Cuatro actitudes van a ser nuestro salvavidas y nuestra forma de enfrentar los retos de la vida y del viaje.  Estas cualidades del corazón van a eliminar y evitar más tensión y sufrimiento.  Son simples y tengo el firme deseo de aplicarlas de ahora en adelante en cualquier circunstancia.

La primera es ser amistosa con mis amigos.  Esta me parece muy fácil.  Conozco tanta gente linda y me alegra verlos y compartir con ellos.  Pero sé que puedo estar todavía más presente para ellos de maneras más reales:  apoyándolos,  escuchándolos,  compartiendo tiempo y espacio.

La segunda es tener compasión por aquellos que están sufriendo.  También parece bastante fácil y natural.  Sin embargo,  sé que me he endurecido para no sentir el dolor del prójimo.  Toda nuestra sociedad nos invita a anestesiarnos por la magnitud del sufrimiento en el mundo y nuestra relativa impotencia para hacer algo al respecto.  Necesito tener más empatía,  romper esa división arbitraria entre mi yo personal y el universal.  Anoche contó un amigo cercano la experiencia de estar presente en un accidente y ver morir frente a él a un niño pequeño.  Pude sentir el dolor de este angelito en sus últimos momentos y realizar que su dolor es mi dolor.

La tercera es la actitud de ver lo bueno en los demás.  Escojo ver la divinidad en el otro,  en vez de sus fallos.  Todos los que hemos estado en relaciones íntimas sabemos lo difícil que es esto,  especialmente cuando hemos visto los defectos del otro tan de cerca.  Quiero intentar librarme de este crítico interno,  este monólogo que ha consumido tanto de mi energía últimamente.  

Esta actitud también se manifiesta celebrando los éxitos ajenos y la prosperidad de los otros con la misma genuina alegría con que celebraríamos los nuestros.  Nuestra cultura costarricense nos ha enseñado precisamente lo contrario:  cuando alguien triunfa,  hay que serrucharle el piso para que no destaque.  Es como un bumper sticker que vi una vez:

"Dios,  por favor,  si no puedes hacerme flaca haz a todas las demás gordas como yo."

Vivimos obsesionados por la competencia,  aprendemos a percibir el éxito de otro como una amenaza al nuestro.  Incluso,  hemos llegado al punto de sentirnos complacidos de ver fracasar a otras personas.  Cuán a menudo celebramos el éxito de los demás?

Esta tercera actitud se vuelve fácil si frecuentamos buena compañía,  gente que ya ha alcanzado algún grado de consciencia espiritual.  Tengo la gran dicha de estar cerca de mucha gente así. Si queremos saber lo que es la paz,  frecuentemos gente pacífica.  Sé que puedo aprender más sobre el amor en compañía de personas amorosas.

La última actitud-la más difícil para mí- es practicar la imparcialidad y desapego hacia aquellos que me han dañado y herido.  Este es el cinturón negro.  "Ama a tus enemigos",  dijo el gran Maestro.

 Oh Oh.

Puedo intentar soltar la amargura,  incluso poniendo límites sanos.  Lo que esto significa es que tengo que soltar la "historia" y liberarme del veneno del resentimiento.  Hacer lo contrario es atormentarme al negarme a soltar algo que,  en último instancia,  no puedo cambiar.

No tenemos que ir tan lejos como decía Jesús y amar a nuestros enemigos.  Lo que se nos pide aquí es tolerancia.  Lo que sea que estamos rechazando en el otro,  lo rechazamos en nosotros mismos.  Lo que odiamos y tememos en el otro,  odiamos y tenemos en nosotros también.

Inicio mi día meditando sobre cómo poner en práctica estas cuatro actitudes.  Mi deseo es que mi mente esté tranquila y reaccionar menos al comportamiento de los demás.  Ninguna práctica espiritual sirve si sigo atrapada en la ira,  el miedo y estar continuamente a la defensiva.  No importa cuán espiritual me considere,  de nada me sirve si hiero a mi hermano o hermana con mis acciones, palabras o pensamientos.

Inicio mi día y el resto de mi vida revertiendo esta tendencia y con la firme intención de ser amiga de mis amigos,  compasiva con los que sufren y desapegada con aceptación de lo que piensan o actúan los demás.  No sé cuál será el desenlace, pero sí sé que mientras escribo estas letras regresa a mí una genuina esperanza de que el viaje en este barco no es después de todo tan malo:  mis compañeros de viaje hacen que valga la pena.

miércoles, 17 de julio de 2013

El misterio del amor

Después del barco-  un barco metafórico:  estuve en un Seminario espiritual por  cinco días-, se han movido cimientos profundos en mi interior que apenas estoy empezando a dilucidar.

El barco me dio una lucidez que agradezco y a la vez,  me volvió más sensible al tema del amor.  Siempre he considerado que el amor es un misterio,  EL misterio de esta vida.  Y aplicado directamente a mi vida me pregunto por qué hay personas con las que me abro fácilmente y otras que me hacen cerrarme.

Como ya sé que todo tiene que ver conmigo misma y no con los demás,  la reflexión va dirigida a comprender todo desde adentro.  Sé que en parte es difícil estar con alguien que está resentido,  aturdido,  preocupado o distante.  Pero también sé que mucho tiene que ver conmigo misma: estoy dispuesta a abrirme incluso a alguien así?

Mucho más fácil abrirme con la gente que me atrae y con quiénes me siento en paz,  confiada y dispuesta.  O será que mi miedo a la entrega y  a sufrir me hace escabullirme cuando siento distancia y esconderme?

Mientras llueve allá afuera,  reflexiono en mi cama sobre estos temas del alma y del corazón.  Me interesa específicamente el tema de la química con otro ser humano.  Todo un misterio.   Encuentros que no necesitan palabras,  conexiones más allá de las convenciones.  Veo como me exijo demasiado y trato de encuadrar en mis explicaciones racionales el misterio de las emociones.  Quisiera poder permitirme vivir el misterio de las relaciones sin tanto concepto de por medio.

Leo por ahí que una relación real se crea y recrea a cada momento.  Tal vez mi problema sea que estoy tratando de mantener mis relaciones intactas,  de no moverme para no causar olas,  de desear que el otro no cambie para no tener que lidiar con la incertidumbre.

Pienso que esta dinámica nos incumbe a todos.  El primer paso es ser uno mismo,  más allá de las definiciones mentales.  El mecanismo de la psiquis para evitar el dolor nos impide accesar la profundidad de nuestro ser verdadero.  Nos identificamos con ese yo que la mente ha construido y se nos olvida que ese algo se formó en el pasado para protegernos de hechos y personas que ya no son.  Estos resabios del pasado me impiden a mí, personalmente,  estar totalmente presente en el aquí y en el ahora.

Tengo una relación entre manos que me ha sacado muchos patrones viejos y a la otra persona también. Mi yo estructurado se ha regodeado en crear más defensas y murallas alrededor de una identidad percibida como sólida,  con la válida excusa de no abrir el corazón.  El momento me pide abandonar esa personalidad vieja,  dejar que pierda fuerza y despedirme de ella agradeciéndole por haberme permitido sobrevivir hasta ahora, aceptando que ya no me sirve.

Pero en esta relación en específico,  el reto consiste en dejar atrás todos los patrones viejos y entrar en terreno desconocido.  El pánico de la incertidumbre.  La posibilidad de salir de lo conocido y ser sin el freno de mi vieja identidad.  Y esto implica acostumbrarme a mi vieja soledad,  esa que conocí antes de que la armadura se consolidara.  Implica meterme en lugares muy oscuros y profundos de mi ser y sé que el hecho de dar y recibir amor genuino sólo va a poder suceder si estoy decidida a explorar lo nuevo.

No estoy muy segura de cómo hacer esto.  Puedo diferenciar la estructura de la esencia pero es como estar parada frente a un precipicio donde puedo ver la otra orilla pero donde no hay puente.  Saltar al vacío?

Cuando estoy parada en la estructura,  siempre estoy queriendo algo,  necesitando algo,  hambrienta y deficiente.  Mi reto personal en este momento es conectarme al vacío y esto se siente amenazante y doloroso.  Mi mente no tiene de qué agarrarse.  

Mi querida práctica de yoga me invita,  sin embargo,  a aceptar que no tengo que saber exactamente y todo el tiempo quién soy.   Me siento incierta e insegura por dentro,  no tengo idea de qué se espera de mí en estas circunstancias.  Sólo sé que siento un fuertísimo impulso interno a lanzarme a la experiencia que viene,  a desencadenarme de ese yo limitado que se mueve en un mundo de pequeñas respuestas conocidas.

Mi incertidumbre en cuanto a mi capacidad de enfrentar este desafío es parte de mi camino.  Recuerdo las palabras de un maestro tibetano al que le preguntaron cómo había logrado escapar de la invasión china arrastrándose por las nieves de los Himalayas,  con pocas provisiones y sin ninguna certeza sobre la ruta.  Su respuesta fue breve:

" Puse un pie después del otro."



Y eso es lo único que puedo hacer en este momento.

domingo, 14 de julio de 2013

Barco de amor

Vengo saliendo de cinco días a bordo de un barco muy particular.

Este barco tiene un capitán,  una tripulación y también pasajeros.   Entré en esta aventura el miércoles pasado después de una intensa resistencia a navegar los mares tempestuosos que sé frecuenta- porque ya en el pasado lo he tomado varias veces.  Mi mente se negaba a participar,  mi corazón estaba como una tapia y la visión nublada por completo.  Hasta que finalmente recibí un mensaje directo del capitán:  "A bordo.  Ya nos vamos."

A este capitán lo conozco desde hace muchos años y su llamado resonó en mi corazón y lo despertó.  El "sí" llegó la madrugada del martes,  la noche anterior al zarpazo y no pude dormir hasta que envié el mensaje confirmando que iba.   Desde ese momento hasta ahora que escribo,  el tiempo pasó en un instante.  Cinco días intensos,  de los más intensos que he vivido en mi vida,  y hoy me siento confiada,  serena,  con paz en mi corazón y con esperanza por el futuro.

Había caído en un nihilismo permanente sobre mi condición humana y este predicamento de impermanencia.  Había descendido a lo más oscuro de mis miedos y resistencia.  Me sentía perdida y desubicada en mi vida,  como si estuviera viviendo la vida de otra persona en cuerpo y mi mente.  Estaba fuera.  Desconectada. 

El capitán nos invitó en estos días a navegar aguas tormentosas y desconocidas de día,  de noche y de madrugada,   pero contaba con herramientas poderosas para no dejarnos claudicar.  En primer lugar,  las ansias de trasmitirnos su  fuerza.  Hace meses que vengo tratando de reconectarme con ese centro visceral que no necesita explicaciones sino sólo sentirlo.  Y pude accesarlo con su guía y ejemplo.    Más allá de mis conceptos e ideas de cómo hacía para regresar ahí,  estar en su presencia y en la de otros líderes del grupo encendió de nuevo la chispa en mí.

En segundo lugar,  no hay palabras para describir la fe de este capitán de que su barco estaba en buenas manos.  Esta fe y confianza contagiosa sostuvieron la embarcación en medio de vientos huracanados,  cielos oscurísimos y supe que la fe va más allá de la mente y que es un regalo de la Gracia.

Y por último,  mi capitán es un ser muy sabio a pesar de su corta edad,   no pasa del medio siglo.  Y su humildad al respecto es realmente admirable.  En todo momento recalcó que todos hacíamos el mismo esfuerzo de sostenernos y que su papel era igual de importante de aquel del que limpiaba los baños o servía las bebidas.

La tripulación de este barco son amigos de años,  gente que quiero y respeto.  Con ellos me siento segura porque sé que anhelan lo mismo que yo.  Somos almas parecidas que nos cansamos de buscar alivio al dolor vital a través de productos empaquetados,  la terapia de moda o la evasión a través de soluciones triviales.  Somos gente un poco rara,  he de decir.  Nos encanta sacarle el jugo a estos cuerpos,  llevar nuestras mentes al límite y lanzarnos al vacío.  Compartimos un backbone que nos empuja a estar constantemente ardiendo.  No sé si será una ventaja o un problema,  pero sí sé que cuando estoy en su compañía siento que puedo hacer cosas que no haría sola.  Me inspiran a seguir adelante y no darme por vencida.  Para mí son unos superhéroes.

El barco invita a los pasajeros a tener una experiencia maravillosa que les devuelve algo.  Lo he constatado después de numerosos viajes como pasajera y como tripulación.  El milagro siempre sucede.  Recuerdo que en mi primer viaje,  llegué hecho un puño,  desolada por la dureza con que a veces puede tratarnos esta vida impredecible.  Me recibió un grupo de amigos verdaderos:  no esos que te pelan el diente y te dicen cosas lindas que la mayoría de las veces no sienten.   Esos no me funcionan para avanzar espiritualmente.  Amigos que lo quieren a uno lo suficiente como para jalarle el aire cuando lo ven despistado,  oscuro o con miedo.  Amigos que lo están dando todo y que por osmosis lo contagian a uno de esa intensidad y presencia.  Amigos que aspiran a vivir esta corta vida en HIGH,  a 100 millas por hora, porque saben que estamos todos corriendo la carrera de Dios,  que nuestro tiempo es muy limitado y que sólo podemos ganarla.

Después de cinco días en buena compañía,  dando todo y más de lo que me imaginaba que podía dar,  sacrificando comidas y sueño por contribuir humildemente a esa causa,  escribo transformada,  inspirada y sensible.  No voy a decir que me siento feliz,  no.  La palabra es que me siento conmovida y creo que así continuaré por el resto de mi vida.  Me conmovieron muchas cosas durante este fin de semana y cito sólo unas pocas para no olvidar.

Me conmovió la entrega de un hombre que nos guió como segundo de a bordo cuando atravesamos el Triángulo de las Bermudas interno.  Lo veía enfocado y sereno,  incluso amoroso y suave a pesar de que en muchos casos sentí que ya estaba bajo el agua y no podía respirar.  Su calma amorosa me enseñó en estos días a vivir en el filo de la cornisa con una sonrisa y mirada dulce.  No tengo cómo agradecerle.

Me conmovió una mujer que pasó los cinco días fuera del cuarto coordinando las comidas y logística externa.  Para los que estamos adentro,  es muy hermosos compartir la energía.  Ella,  sin embargo, ella no pudo disfrutar ni de las meditaciones ni de la compañía de los pasajeros,   pero  ni por un instante la sentí separada o en resistencia,  sino totalmente abierta y feliz de estar dando.

Me conmovió una joven hermosa,  la más joven del grupo de la tripulación.  Entregada de corazón a esto a tan corta edad, comprendí que en edad cronológica me lleva vidas por delante.   A su lado me sentí un poco más abierta,  recuperé la fe en la especie humana y recordé lo lindo que es dar,  en cualquier forma, momento o edad.

Estos cinco días me devolvieron una inocencia que se había sepultado debajo de juicios sobre mí misma ante mis errores y carencias.  Disfruté tanto ir más allá de mi zona de confort y aprendí con el gozo de la mente del principiante.  Mi corazón se siente tan dichoso de haberle apostado  a este barco, una vez más.  A veces creo que desciende a los infiernos más espantosos,  pero luego me deposita siempre, al cuidado de mi capitán,  en una isla nueva.  La de hoy está rodeada de aguas azul esmeralda,  llena de cocos frescos que calman mi sed y acompañada de un puñado de seres humanos extraordinarios.  Aunque no los tengo en este momento físicamente a mi lado,  calaron profundo en mi corazón y ahí continuarán por siempre.

De alguna forma me siento como el patito feo que siempre sintió que no pertenecía.  Hasta que un día vio reflejada su imagen en el rostro de otros cisnes y comprendió que toda su vida pasó tratando de ser parte de un mundo que no era el suyo.  Finalmente pudo nadar a gusto son sus amigos,  cruzar las aguas veloz admirando su reflejo perfecto en el agua.  Con la primera sonrisa de su vida.

Feliz porque su imagen reflejaba también la belleza del cielo y la inmensidad del firmamento.


Y fue ahí,  en esa inmensidad,  en esa conexión con el Todo y en ese Amor donde pudo finalmente reconocerse.

martes, 9 de julio de 2013

Encuentros y desencuentros

Las palabras me salen del alma y no tengo más opción que escribirlas.

Añoro el encuentro con un alma parecida a la mía.  Un alma intensa,  amorosa y mandada-  en palabras ticas,  valiente.  Alguien que no se esconda,  que se entregue por completo a un encuentro, que sepa diferenciar lo importante de lo urgente.

Hoy decidí lanzarme al vacío.  Apostarle a la Vida y tener fe en que me va a dar lo que mi corazón anhela.  Decidí no conformarme con la mediocridad y atreverme a soñar que sí se puede.  Fe ciega en el Amor?  Sí,  a pesar de todos los velos.

Y cuál es el primer paso?  El primer paso es, ineludiblemente,  buscar lo que anhelo dentro de mí misma.  Despertarme a la fuerza vital,  el Shakti,  que he dejado día a día adormilarse por dentro.  Sin mi práctica de yoga probablemente estaría tomando pastillas y con psiquiatra,  pero hay una diferencia entre vivir y volar.

Hoy inicio mi camino de recuperación hacia ese lugar.  Este peregrinaje incluye tiempo a solas por montones,  conversaciones profundas con amigos y amigas cara a cara.  Incluye el sol cálido del Caribe y la caricia de la arena y el mar en mi piel.  Lectura de libros amorosos.  Yoga y meditación.  Música por montones. Incluye viajes con seres un poco locos como yo, esos que deseamos vivir de una forma más humana,  menos rígida dentro de este mundo materialista del Siglo XX1.

Me maravillo al darme cuenta de todas las puertas que tengo disponibles en este preciso instante en que decido emprender este viaje de regreso hacia mí misma,  ese viaje de recuperación de quién soy.  De pronto,  el mundo se abre como un arco iris y puedo ver mucho más allá de mi ventana.  Siento unas ganas inmensas de ver a la gente a los ojos,  agradecer los pajaritos y el nuevo día y el abrazo de mi gordo de cinco años que se acaba de levantar y del resto de la chiquillada.

La vida es un misterio y la única revelación que he logrado aprehender en mis años de vida es esta:  soltar nos hace a todos más felices.  Nos conecta con ese músculo interno que trae de regreso todo lo que deseábamos pero no podíamos gozar por estar demasiado ocupados aferrándonos.  Es como la historia del mono y el banano en el frasco:  hasta que suelte,  podrá alejarse de la trampa que intenta capturarlo.

Al soltar realizamos qué es lo verdaderamente importante y merece estar en nuestras vidas.  Todo lo superfluo e innecesario se va.  Pero sí,  se necesitan huevos para confiar en que al soltarlo todo regresará lo que es nuestro.  Y da miedo.

Cuando siento ese miedo escucho un mantra  de una de mis musas preferidas.  Cierro hoy con esta canción que para mí lo condensa todo.  La sabiduría de la vida en varias estrofas,  pura epifanía.  Gracias,  Madonna.


Your heart is not open
so i must go
the spell has been broken
i´ve loved you so

Freedom comes when you love and let go
Creation comes when you learn to say no

You were my lesson i had to learn
i was your fortress you had to burn

There´s nothing left to loose
there´s no place left to hide
there´s no more heart to bruise
there´s no greater power than the power of good-bye.

Learn to say good-bye.
I yearn to say good-bye.


domingo, 7 de julio de 2013

Silencio

Hace días vengo contemplando la idea de llevar una vida más silenciosa.

Tengo el privilegio de tener un trabajo que puedo hacer en silencio,  con muy pocas excepciones.  El constante beep de mi teléfono y yo hemos entrado en conflicto últimamente:  me interrumpe constantemente cuando estoy con mi familia,  con un libro que amo o simplemente siendo.  Me doy cuenta de que mi vida ha transcurrido en los últimos tres años entre los compases de espera de un mensaje,  correo,  texto o vinazo y otro.   Se terminó.

Quiero recobrar mi vida.  Esa vida donde puedo sentir espacios personales que fluyen sin interrupción, como un río sereno y relajado.  Quiero levantarme en las mañanas naturalmente y abrazar de primero a mis bebitos,  tomarme un té saboreándolo y hacer mi práctica sin preocupaciones de la acumulación de mensajes en un par de horas.

Quiero recordar y escuchar mi propia voz en vez de sentirme invadida por millares de otras- otras muy inteligentes e interesantes, tengo que admitirlo- pero no la mía en fin.

Me considero una de muchos allá afuera que hemos sucumbido a la tecnología en aras de sentirnos "informados".  Hoy leí la Nación en papel después de muchos días de haberla sustituido por internet:  fue realmente un placer pasar la páginas del periódico,  la sensación táctil de mis dedos mientras leía con calma letras e ilustraciones sin prisa acompañada por un delicioso café humeante.  Mientras leía un artículo sobre los ticos y las relaciones,  recordaba todos los años en que mi teléfono me sirvió sólo para comunicarme cuando lo necesitaba.  Cuando era un instrumento y no un tirano.  Y mientras saboreaba el ritmo y la cadencia de un desayuno de domingo,  tomé la decisión pospuesta desde hace días de cerrar mi cuenta en las redes sociales.

De mis dos mil y pico amigos,  muchos de ellos muy queridos,  otros desconocidos,  varios me escribieron alarmados para saber si todo estaba bien.  Ja ja...exactamente, todo está muy bien.  He decidido recobrar mi vida,  mi privacidad y la de aquellos que amo.  Quiero pasar desapercibida.  Mi maestro en India fue un vivo ejemplo de eso,  nunca escribió nada públicamente, sólo un libro que salió casi al final de su vida.  Vivió anónimamente haciendo el bien por muchos años y tuvo más estudiantes que ningún otro en el mundo.  Su arma secreta era el Shakti y la bondad,  no fotos fuera de contexto que a veces agranden nuestros méritos.  Era un maestro humilde y de bajo perfil y hacia eso quiero gravitar.

No niego que me dolería perder contacto con gente que aprecio y con muchos otros que me han enseñando todos los días inmumerables lecciones a través de sus posts.  Voy a extrañar especialmente a mi amigo Jodorowsky,  que aunque no lo conozco,  siento cerca de corazón.  Así que mañana mismo voy a comprarme uno de sus libros,  reliquias de pasta dura y papel que venden en unos lugares ya vacíos llamados librerías y voy a leérmelo de cabo a rabo--como hacía en la época añorada cuando tener un libro entre las manos,  tiempo en silencio para estar conmigo misma y unas buenas medias de lana era todo lo que necesitaba.

Dejo atrás el corre y corre de lecturas superficiales que ha sustituido tiempo de calidad con autores de peso.  Dejo atrás la adicción a sentir que si no estoy conectada me estoy perdiendo de algo.  Sí, me he estado perdiendo de mí misma y de la vida que transcurre mientras yo estoy pegada a una pantalla.  Veo la gente en la calle con los ojos en su teléfono en vez de su interlocutor y me entristezco.  Me veo a mí misma en los últimos tiempos y no me reconozco.

Silencio añorado.

Los verdaderos amigos me llamarán- si tiene que suceder.   Nos tomaremos un café,  daremos un paseo,  charlaremos de la vida y de la muerte y nos reiremos en vivo y a todo color: de cómo dejamos de vernos por sentir que estábamos artificialmente conectados a máquinas frías y fotos congeladas.

 De cómo pudimos franquear el obstáculo de los tiempos modernos para recuperarnos y vernos cara a cara.

Domingo 7:  Día feliz para mí.
Vuelvo a la vida.

miércoles, 3 de julio de 2013

Meditaciones de sofá

Hoy me despierto a las 4 am.  Inútil dormirme de nuevo.

Todos duermen,  la casa está en silencio. A esta hora de la mañana,  con sólo los pajaritos de compañía,  siento mi mente fresca y clara.

Decido escribir un par de correos fijando límites y siendo totalmente honesta conmigo misma.  Manda que todavía a estas alturas del partido haya una parte mía que quiere quedar bien con otras personas,  aún a costa de mi verdad.

Siento un gran alivio al escribirlos.  Me doy cuenta de que en esta etapa de mi vida necesito sentir una real motivación para hacer las cosas.  Sólo así me muevo.  Dejé atrás los compromisos,  las negociaciones: actúo sólo si mi corazón dice sí.  A veces siento que es una desventaja,  pero confirmo que me siento bien cuando lo hago.  En mi camino de yogi experimental,   el buen sentimiento es una brújula que hay que seguir.

El cielo se llena de colores,  puedo verlo a través de mi ventana.  Estoy sentada en la parte preferida de mi casa,  el segundo piso en el sofá.  Hace un año exactamente,  me tocó vivir tres meses sola.  Fue una época tumultuosa en mi vida y este lugar se convirtió en mi santuario.  Aquí lloré,  escribí,  medité,  descansé.  aquí pensé qué iba a hacer con mi vida y me replantee innumerables noches si valía la pena seguir el mismo sendero hasta entonces.

Tengo que confesar que no llegué a ninguna conclusión muy clara.  Pero la verdad,  me sentí muy bien esos tres meses sola.  Sentí que tenía tiempo para mí,  que podía tomar mis consideraciones vitales sin tanto ruido en el tapete.  Lloraba de día y de noche,  ni siquiera la ausencia de nadie.  Lloraba porque una vez más,  Dios me mostraba que mis planes eran de papel y la Vida tomaba las riendas mostrándome otra cosa.

Creo que lo más valioso de ese tiempo sola-  después de muchos años de estar emparejada,  para ser exactos 22 años con tres distintas parejas-  fue retomarme y reconocerme como un ser independiente.  Creo que a muchas mujeres nos pasa que amamos demasiado.  Creemos que estar con alguien es estar simbióticamente conectados a otro ser,   emocionalmente drenados y kármicamente condenados.

Llamo a este tipo de relación amor ilusorio.  Ese que duele cuando el otro se sale de nuestras expectativas y nosotros de las del otro.  Ese que nunca está satisfecho,  que siempre encuentra falta.    Los primeros cinco años generalmente están llenos de ilusión-  palabra perfecta.  Proyecciones,  hormonas y sueños.  Y luego empezamos a despertar.  Me ha tocado despertar muchas veces del sueño del príncipe azul.  Y no es nadie allá afuera quién nos puede llenar el alma.

De hecho, muchos de mis maestros apuntan a que el amor ilusorio es uno de esos desvíos más graves del camino y puede echar al traste nuestras aspiraciones espirituales.  Hay demasiado drama y emocionalidad involucrados.  Para ser aspirantes a la Luz,  necesitamos enfoque y guía.  Necesitamos dirigir nuestra intención en la dirección correcta: hacia arriba,  otros decimos hacia adentro.

Hacia lo Transcendente,  Permanente,  lo que no muta ni desaparece.  Aquello de lo que cuesta mucho hablar y las palabras no tocan.  Nuestra profundidad.  Nuestro Ser.  Y cuando hay mucho ruido en el mundo externo,  llámese retos materiales,  corazones cerrados y miedos regados por el suelo,  cuesta mucho enfocarse.

Esta hora de la mañana tiene la magia de recordarme lo que es importante.  La mente relajada después de su dosis de sueños amanece con una frescura ideal para reflexionar sobre los temas grandes.  El arrullo de los pajaritos,  la brisa de la mañana y los colores del cielo me invitan a ese lugar.

Y en ese lugar, siempre estoy bien.  Siempre estoy feliz.

A echarle aguita cada día.  A no perderme en lo no importante.  Mi querido sofá me espera diariamente.  A no fallarle.

A no fallarme.