martes, 11 de diciembre de 2012

Shanti: La vida no se siente bien

Tuve una muy mala noche.  Mi mente no deja de repasar acontecimientos de la semana anterior a este viaje.  Uno de los problemas con estas mentes y sus fluctuaciones son los conceptos erróneos.  A todos nos cuesta comunicarnos con claridad y usar las palabras adecuadamente.  A muchos,  esta falta de destreza nos produce dolores de cabeza y ansiedad.

Antes de dormir,  le pedí a mi maestro una epifanía. Entre sueños,  apareció Guruji con su sonrisa.  Su mensaje sin palabras fue "too much thinking",  como nos decía innumerables veces en el shala. Me levanto más tranquila.  También es lindo recibir varias palmadas en la espalda de amigos en otros países que me apoyan y comprenden. Gracias a este camino y a Guruji es que los conozco.  No hay un sólo día que no tenga un instante de gratitud para mis maestros por todas las bendiciones que han traído a mi existencia.-

Me remonto a esa terraza en la casa de Guruji en Mysore hace más de 10 años:  Guruji,  en su inocencia y amor profundo por sus estudiantes, me pasó al seno de su hogar con la máxima naturalidad.  Adentro,  conocí a Saraswati,  su hija,  a su nieta y hermana de Sharath, Sharmila y a sus niños pequeños.  Estaban tendiendo la ropa. Hablaban en un idioma muy rápido, después supe que se llama Kannada, su dialecto.  Habían niños jugando, risas y el ambiente era muy relajado. Conocí a mi maestro en su palacio de abuelo,  padre y rodeado de quiénes amaba.  Desde ahí me cautivó.

El Ashtanga Yoga es una práctica diseñada para los householders, decía él.  Todos aquellos que tenemos obligaciones y responsabilidades con nuestras familias,  trabajos y anhelamos seguir un camino espiritual, pero no nos es posible renunciar e irnos a los Himalayas,  para nosotros se creó este Yoga.  En medio de nuestro ajetreo diario,  nuestras preocupaciones y cosas que no salen bien en la diaria rutina,  esta práctica se abre como un lago sereno,  nuestro espacio de recuperación y progreso íntimo.

A veces,  en medio del desgaste de  la rutina y el día a día,  anhelo estar muy lejos de todo lo que me rodea.  Pero luego,  siento el abrazo de uno de mis hijos,  sus ojos vivaces y llenos de preguntas propias-que algún día tendrán que contestar ellos mismos.  Me llena tanto poder estar cerca de ellos y de alguna manera,  mostrarles que hay algo más que el ascenso social,  los apellidos y el consumismo.  Me alegra saber que tienen una madre diferente que no se parece a ninguna en su escuela,  empezando por los tatuajes.

Guruji,   aún con toda su amabilidad y bondad,  no pudo interceder por mí ante Sharath esa misma tarde.  Llegué a las 3 como se me dijo y hablé con él.  Le conté que tenía muchas ganas de practicar, pero que sólo me quedaba una semana y tenía que regresar a Costa Rica.  Tenía, además,  que viajar de regreso a Delhi en el norte de donde salía el avión.

La respuesta de Sharath fue corta y contundente:  "One month, you practice.  Only one month."  Salí de la oficina del shala llorando. Recuerdo que las lágrimas me impedían ver.  "Tan cerca y tan lejos",  "tan cerca y tan lejos",  me repetía a mí misma maldiciendo mi suerte.  Ahí estaba el shala,  los maestros,  el azúcar...y yo no podía probarlo.

Fui a un restaurant en el centro de Mysore que tenía una terraza abierta al atardecer.  Desde ahí,  maldije mi suerte.  "Si no tuviera hijos, podría quedarme."  Lloraba y me embargó una tristeza muy profunda ante mi destino.  Sabía que ahí en Mysore había algo muy grande para mi alma,  sin embargo,  no podía quedarme un mes más.

Quién iba a saber que regresaría 8 veces más a este lugar que amo!  Que saborearía el azúcar una y mil veces,  como sigo haciéndolo cada día de mi vida. Que hoy me reiría de mi reacción tan grande y que finalmente comprendería que todo estaba diseñando perfectamente para lo que tenía que aprender.

Primero y sobre todo,  que mi familia es el tesoro más grande.  Que nunca fueron obstáculo,  era yo la que no podía todavía apreciar su belleza y valor en mi evolución.

Segundo,  que cuando uno está listo el maestro aparece. Y cuando aparece,  todo se confabula para que uno esté cerca de ellos.  Se lleva cualquier limitación de nuestras mentes pequeñitas y con su Gracia, abre el camino para el contacto.

Tercero, y sobre todo,  ese día aprendí de nuevo a soltar.  A soltar con dolor lacerante,  pero no tuve más remedio que tomar ese tres de tres días de regreso al norte,  después tres aviones más de regreso a San José y en medio de todo el torbellino vital,  abrazar a quiénes amo con fe en que algún día regresaría.

La lección más grande que podía darme mi maestro,  la Sétima Serie como él decía-mi familia-  me la ofreció a la pura entrada de nuestra relación.  Ahora todo toma sentido y veo la perfección de nuestro encuentro en ese momento.

Regresé a Costa Rica,  seguí practicando sola.  Me caía,  me lesionaba,  me sentía desmotivada pero logré,  a brincos y a saltos,  montar mi primera serie- según yo.  El siguiente viaje- un año después- estaría lleno de enseñanzas,  una vez más, como sólo India puede brindar.


lunes, 10 de diciembre de 2012

Shanti: Viaje 2

Amanecemos en Atitlán,  un lugar tan hermoso que me cuesta describirlo.

Desde nuestra habitación se aprecian el lago y los volcanes.  Marco y yo abrimos nuestras alfombras y entre respiraciones,  agradecemos toda la belleza que el Yoga ha traído a nuestras vidas.   Lugares,  gente tan linda,  experiencias,  realizaciones.

Estoy sentada escribiendo en una terraza frente al lago.  Uno de los tres volcanes se levanta imponente al otro lado.  Los pájaros,  el sonido de las lanchas en el agua,  las voces de la gente y azul del cielo me envuelven.  La vegetación es verde esmeralda,  mi taza de café humeante me calienta por dentro.



Vuelvo la mirada hacia atrás, al segundo viaje a India.

Después del regreso imprevisto en el primer viaje,  me dediqué sin ninguna expectativa a mi familia y mi trabajo.  Sin embargo,  menos de 2 meses después estaba de regreso.  La idea de regresar me llenó de alegría,  pero también iba con una mentalidad menos romántica.  Sabía que India despertaba en mí lugares nuevos y que tenía que estar dispuesta a cualquier cosa,  principalmente un cambio de planes.

Aterricé esta vez en el norte.  Delhi en enero está bien frío.  Varanasi llamaba,  la ciudad más santa del Hinduísmo.  Los hindúes creen que una peregrinación redime sus almas y les permite alcanzar el Moksha o liberación de las cadenas del karma.  Llegué a Varanasi en un tren entre vacas y gallinas y en las calles estrechas,  aprendí a compartir mi espacio con estos seres mansos y serenos,  cuyos ojos tiernos me  obligaron a cuestionarme seriamente por qué nos los comemos en Occidente.

En un pequeño guest house a la orilla del Río Ganges,  descargué mi mochila y me dispuse a bañarme.  Afuera,  los cantos ininterrumpidos y campanas llenaban el ambiente.  El río está lleno a todas horas de bañistas, santos y meditadores.  Por un instante, contemplé la posibilidad de ir a darme un chapuzón.  La consideré y decidí que no quería enfermarme.  Ellos se lavan los dientes en el río, zambullen a sus bebés y hasta toman el agua. El agua del Ganges es para ellos una diosa que los limpia y nutre.  Pero yo,  una simple occidental sin las defensas naturales,  me hubiera expuesto a una disentería.  No muy inteligente.

Bajé a los ghats.  Los ghats son gradas que descienden hacia el río, donde se aglomera la gente a cantar,  rezar y meditar.  Encontré saddhus de todas las formas y colores, mujeres de saris coloridos,  lavanderos,  sacerdotes, familias y niños.  El caleidoscopio de colores llenó mis sentidos.  Tomé una barquita y navegué en el Ganges.  Unas pequeñas ofrendas de flores flotantes sellaron mi contacto con la Diosa, una por cada uno de mis cuatro hijos en ese entonces,  llenas de buenos deseos y luz para ellos.

Más tarde,  me llevaron al fuego eterno a Shiva, una fogata  que se mantiene siempre encendida en  honor a la energía de la transmutación.  Para los hindúes, morir en Varanasi simboliza la liberación  así que muchos vienen a esta ciudad a esperar su muerte.  Hay casas llenas de ancianos que sólo esperan.  En una de ellas estaba este fuego a la energía de la destrucción.

La siguiente parada fueron los lugares de cremación.  A pesar de mi resistencia,  sentí que tenía que presenciar lo que vi.  Un hijo, rapado totalmente,  rodeaba cantando y llorando el cadáver de su padre,  envuelto en una mortaja,  mojado y lleno de flores.  Encendieron la pira y el olor que salió de aquel cuerpo era a flores y perfume.  Escuché cuando la cabeza explotó...y dentro de mí también reventó algo.  Pude sentir la muerte tan cerca y  a la vez,  aceptarla totalmente.  La pira ardía y aquel cuerpo, que alguna vez fue un niño, un hombre, un padre, un esposo y un abuelo,  iba desapareciendo. El primogénito,  encargado de la ceremonia,  rendía el homenaje al padre y al ciclo de la vida.

Esta escena la llevo para siempre en mí.  La cercanía de la muerte es una constante para todos.  Varanasi me puso en contacto con ella por primera vez.  La muerte implacable y dulce a la vez.  Ahí decidí que mi vida quería aprovecharla al máximo y pedí por una guía para no perderme de lo verdaderamente importante.

Estando ahí Varanasi,  al puro norte de India, sentí un llamado insistente a ir al sur.  Sin embargo,  mi itinerario de viaje tenía por delante todavía a Rajastán, uno de los estados más coloridos y llenos de vida de India.  Decidí ignorar el llamado del sur y seguir con los planes.  Conocí palacios,  monté camellos,  caminé desiertos y visité mausoleos.  Pero el llamado al sur no se silenciaba y me empezó a inquietar.

Faltando una semana para el regreso a Costa Rica,  decidí escucharme y tomé un tren de tres días que me llevó a Bangalore.  De ahí a Mysore,  tomé otro tren,  el Shatabdi Express y recuerdo que mi corazón latía sin parar,  como anticipando un encuentro vital.

En Mysore,  pregunté por Pattabhi Jois.  Un rickshaw driver me contestó en su inglés-hindi: "Gokulam?" (Gokulam es el barrio donde está la escuela, pero yo no tenía idea en ese momento).  Dije que sí, confiando en la mano que me estaba guiando.  El tuc tuc (famosísimas motos con carrocería que son el medio de transporte más popular en India) me dejó frente a una casa grande de dos pisos y yo me bajé y ahora sí sentía que se me iba a salir el corazón.  Toqué la puerta,  Guruji abrió.  No puedo decir qué pasó después. Supongo que lo saludé, pero de pronto me ví sentada en el segundo piso, en una terraza con sillas,  ropa tendida y niños jugando,  junto a él.  Estuve sentada un rato sin poder hablar.  Finalmente, las palabras salieron de mi boca- como si fuera la de alguien más:  "Guruji,  I want to practice."  Se volvió a mí con una sonrisa:  "Yes,  yes.  You come 3 o´clock. Talk to Sharath."  Bajé las gradas,  mis piernas me transportaban con dificultad.

Acababa de encontrar a mi maestro.



domingo, 9 de diciembre de 2012

Shanti: Viaje 1

Me despierto en suelo guatemalteco.  Me duele todo el cuerpo.

Después de dos días de taller con mis nuevos estudiantes chapines,  sólo imagino cómo habrán amanecido ellos...

Marco duerme y me dan ganas de escribir.

Mi memoria se abre a India.  El próximo 27 de diciembre partimos una vez más hacia allá.  El sabor de India es difícil de describir para aquellos que todavía no han gozado de su paleta de colores.  Rechazada por muchos,  amada por otros tantos,  lugar de fascinación para mí,  cuento los días para regresar al hogar y disfrutar una vez más el olor de su mezcla de humo,  incienso,  curry y verdad.

Este será mi décimo viaje.
Vuelvo la mirada hacia atrás al primero.

Mi primer viaje a India,  hace más de 10 años, fue realmente impactante para mí.  Fue un viaje tan soñado y romántico,  acariciado y planeado hasta el último detalle.  Llegar a India por primera vez me dio algo que nada ni nada podrá darme nunca:  me hizo recordar una vibración en mi alma.

Recuerdo que aterricé en Chennai- antiguo Madras.   Uno llega a India apaleado después de tantas horas de vuelo,  generalmente en horas de la madrugada.  Ya en el taxi,  los famosos Ambassador-  un auto muy viejo herencia de los ingleses-  sólo pude quedarme con la boca abierta al recorrer las calles de esta gran ciudad en la madrugada y ver los cuerpos de la gente durmiendo en las aceras.  Aquellos cuerpos me conectaron  a un tiempo en que yo fui uno de ellos.  Fue un flashback instantáneo en que me vi en una vida en India que no tuve ni lo mínimo para sobrevivir en este mundo:  ni casa,  ni agua, ni comida,  sólo desesperación.  Empecé a llorar y no podía parar.  Y aún en medio de ese dejá vu,  me sentí en casa.  Extrañamente bienvenida de nuevo.

El taxista era un fraude.  Terminé en el peor hotel de mi vida,  un hueco en todos los sentidos.  El lugar estaba plagado de ratas y cucarachas y yo en mi ignorancia,  confié en las direcciones del indio que en su mal inglés me decía:  "only hotel open" o algo así.  Agotada después de tantas horas de vuelo, sólo anhelaba una cama. Al día siguiente me  desperté en shock de ver la habitación a la luz del día y directamente me fui a la estación de trenes,  deseosa de salir lo más rápido de aquella triste y atiborrada ciudad.

Este viaje me llevó a un ashram en Bangalore,  a 7 horas en tren de Madras.  Ahora que veo hacia atrás,  estaba a sólo 3 horas de Mysore, tan cerca pero tan lejos porque no tenía idea que mis maestros estaban ahí.   Terminé en un curso de pranayama donde era la única occidental. Recuerdo que me veían con recelo,  peor todavía cuando conté que tenía cuatro niños y que era divorciada.  Se les paró el pelo y no comprendían cómo una mujer viajaba sola,  dejaba atrás a sus niños pero sobre todo,  había decidido separarse de su esposo.  En India,  los matrimonios en su mayoría son arreglados por los padres y una separación es impensable, no importa lo grave de la situación.  O sea,  uno se queda para siempre ahí, a pesar de que muchos viven vidas amargas junto a seres junto a quien no pertenecen.

La cara de sorpresa de estos indios era un reflejo probablemente de la mía.  No concebía atarme a nada en ese momento de mi vida.  Anhelaba un cambio de paradigma, una nueva visión de este mundo.  Cansada de los conflictos legales,  de los egos involucrados en juicios, demandas y dispuesta a abandonar el pleito,  volé a India como llamada por una voz ancestral.  Crucé océanos,  sentada por casi 30 horas en tres o cuatro aviones y simplemente respondí al llamado de mi corazón que me pedía un cambio a gritos.

Bangalore es una ciudad al sur de la India llena de palmeras y clima tropical.  Era un lugar bellísimo.  El templo estaba en la cúspide de una colina y desde ahí, podía apreciar el paisaje verde y cálido del mes de diciembre.  Desayunaba todas las mañana un cereal delicioso llamado ragi,  junto a cientos de indios que vivían y estudiaban ahí.  Ahí aprendí que había que comer con la mano derecha,  que el sabor de la comida se expande si uno come con la mano- a pesar de todos mis conceptos occidentales.  Los indios son seres de ojos dulces y sonrisas francas,  curiosos como niños y sin mucho sentido de la individualidad.  Como son tantos,  disfrutan mucho las aglomeraciones y se sienten cómodas en ellas.  Para mí esto fue un shock:  acostumbrada a mi "espacio personal",  tuve que soltar muchas ideas de lo que mi privacidad significada y dar entrada a una nueva forma de estar en este mundo:  más cerca de los demás.

Recuerdo que terminé el primer curso de respiración.  Una semana respirando de día y de noche.  Estaba tomada por India.  Todo lo veía nuevo. Los olores eran celestiales,  el sabor de la comida indescriptible.   La semana siguiente llegaba el maestro del ashram a dar el curso avanzado y yo contaba los días para conocerlo.  Pero una llamada de Costa Rica se trajo abajo todos los planes:  uno de los muchachos estaba enfermo.  A los 9 días de haber llegado- y el viaje estaba para durar 6 semanas-  empaqué todo llorando,  como si me arrancaran de mi hogar con la sentencia de nunca más regresar.

"Demasiado lejos,  demasiado difícil encontrar de nuevo los recursos para volver,  el cuidado de los hijos,  el trabajo"...me monté al avión de regreso con todos estos pensamientos dándome vueltas,  resignada a mi suerte- según me decía mi mente- de que nunca más regresaría.  Me despedí de todo lo que había amado por 9 días:  la brisa cálida,  los niños y su inocencia,  la simplicidad de la vida en el ashram,  la tierra que olía a albahaca india e incienso. No anticipaba en ese entonces que India, mi maestra,  me estaba dando su más grande enseñanza.   Desde su vasta sabiduría- desde esa vibración espiritual que permeaba ya cada poro de mi cuerpo- me estaba enseñando a soltar.

Soltar se sentía como el infierno.  Todo el viaje de regreso sentí rabia,  al punto que nunca me había dejado sentir.  Toda la rabia acumulada por relaciones fracasadas,  el divorcio de mis padres,  la frustración de estar en una profesión que me pedía pelear cada día y que no iba conmigo...toda la rabia salió en lágrimas y dolor en esos tres vuelos.  Llegué a Costa Rica más liviana,  dispuesta a aceptar y enfrentar la situación sin reclamarle a nadie por lo sucedido.

Si hubiera conocido ese tiempo a Guruji- pero todavía ni siquiera sabía que existía- él me hubiera dicho sabiamente que los hijos son la Séptima Serie, la familia todo para lo que la práctica nos prepara.  Pero todavía faltaban varios meses y la mano de la Gracia para conocer a mi maestro.-


Hoy es el último día del taller en Guate.  El taller se llama Ashtanga Yoga: el camino de regreso al corazón.  El taller fue planeado hace ya varios meses y en ese momento no sabía la realidad que este nombre tendría para mí en esta época.  Han sido tiempos difíciles este año en general y sobre todo, las últimas dos semanas y el recuerdo de ese primer viaje me inspira a seguir poniendo en práctica lo que India me enseñó en ese primer viaje.

Hoy es la culminación del taller y ya siento la energía acumulada por las horas de práctica y filosofía lista para darnos a todos el coup de tete.  Ya puedo anticipar el bombazo de Amor que nos tiene reservado el Shakti para esta mañana.  Lo siento en mi cuerpo y en los ojos de la gente.  Y por eso,  ya este día es especial e inolvidable.

Si hubiera sabido que iba a estar aquí hoy,  con el corazón lleno y rodeada por gente que aprecio, haciendo lo que amo y con estas realizaciones,  probablemente no hubiera pataleado tanto ante mi viaje frustrado.  Pero todo estaba por venir y yo todavía no había comenzado a practicar seriamente.   El regalo de los siguientes viajes serían la llave que abrirían,  poco a poco,  mi corazón.  El encuentro con mi Maestro el detonante, la bendición de mi buen karma, como dirían ellos.

Pero esa ya es otra historia.


jueves, 6 de diciembre de 2012

Compasión feroz

Dice uno de mis amigos que el valor no se desarrolla haciendo aquello en que somos buenos.  El valor se desarrolla en la selva de nuestros miedos.

Entramos con sigilo en ese lugar y nos bañamos en la oscuridad enfrentándonos a las peores pesadillas.  Si nos quedamos lo suficiente y la visitamos a menudo,  esa selva de miedo se convierte en nuestra fortaleza y podemos vivir la transformación de muchos mitos en realidad y entonces,  realmente abrirnos a todas las posibilidades que esta vida ofrece.

Todos tenemos personas en nuestras vidas que nos retan a enfrentar nuestros miedos:  agradezcámolas como si fueran oro puro.  Son los más valioso para nuestro desarrollo,  a pesar de que a veces no nos gusten mucho.

Mi práctica de yoga y otros colegas  han dejando un sabor amargo en mi boca muchas veces.  He resentido profundamente el espejo que ponen frente a mí con maestría.  No me gusta lo que veo y es más fácil echarle la culpa al otro que asumir lo que yo he sido en esos momentos.

Mis maestro Sharath me ha sostenido ese espejo innumerables veces cuando estoy en India.  Su presencia ininmutable me obliga,  necesariamente,  a verme por todo lado,  afuera y adentro.   El ha sido la piedra que ha afilado la espada de mi discernimiento.  Ahora la estoy usando para cortar las cabezas de mis miedos, dudas y desilusiones.  La gratitud que siento por los años que me ha enseñado no tiene comparación con nada,  ni siquiera con el agradecimiento que siento por mis padres por haberme traído a este mundo.  Sin su ayuda,  probablemente nunca hubiera podido escribir esto.

Sin su ayuda,  estaría todavía atrapada en el eterno devenir del samsara,  mi propio samsara de ilusiones vanas y trivialidades fatuas.  Daría vueltas entre el próximo deseo y el siguiente y como un fantasma,  anhelaría llenar el vacío interno con cosas,  relaciones o el siguiente fix.  Así viví muchos años, en el medio en que vivía  nadie podía enseñarme  algo diferente.  Fue hasta que el Yoga me encontró que supe que había vivido en un sueño y que me podía despertar.

Despertar es el proceso más fuerte y doloroso que cualquier ser humano puede intentar en este lugar.  Primero,  todo confabula a mantenernos dormidos.  Segundo, en este lugar- este mundo- la ilusión o maya es la reina.  Cualquier intento de conectarnos con la Luz va a encontrar mil obstáculos, mil oportunidades para tirar la toalla.  De la mano de nuestro deseo ardiente por la verdad y de nuestros maestros,  podemos atravesar cada uno de ellos.  La cuestión reside en no darnos por vencidos,  en buscar amigos que estén en lo mismo,  en rodearnos cada día de consciencia en nuestras acciones y en no dar el brazo a torcer.  Nunca.

Tirar la toalla sólo nos devuelve a ese lugar en que viven la mayoría de los seres humanos,  ese lugar de indulgencia, desesperación y sufrimiento constantes.  Muchas veces,  no tienen ninguna posibilidad de salir del atolladero,  otras,  no están todavía preparados.  Para aquellos que ya nos hartamos de dar vueltas en círculo,  la única respuesta es la fe.

Que todos aquellos que nos muestran de forma feroz nuestras propias limitaciones nos reafirmen esa esperanza de vivir más allá de lo falso.

Que la realidad y verdad prevalezcan siempre en nuestras vidas.




Que todos aquellos- cada vez más- que hemos pedido despertar,  veamos nuestros miedos disipados- siempre de la mano de nuestros guías,  en quienes confiamos y a quienes amamos.

San José,  6 de diciembre 2012.

martes, 4 de diciembre de 2012

Valor

Mientras observo el devenir de mi vida con sus altos y bajos en esta encrucijada vital, recuerdo las palabras de una de mis maestras de meditación:  el verdadero valor se mide en la capacidad de relajarnos aún en lo desconocido.

La vida es,  en realidad,  un campo minado.  No sabemos cuando vamos a pisar una de esas bombas.  Un día estamos bien,  al siguiente movidos,  sorprendidos,  inestables.  Cada día toma tanto valor simplemente levantarse y darle la bienvenida al nuevo día,  sin saber qué traerá.

Para todos aquellos que intencionamos hace mucho tiempo buscar la solución adentro- nada afuera nos va a dar la respuesta- ir profundo es el único camino.  Ante el dolor anticipado de que un ser querido nos falte- una posibilidad real y muy cruda- no tenemos más que agradecerle al Universo por haber puesto a esa persona en nuestro camino.  Sea por varios años,  sea por algún ratito.

Cada día que amanece lo primero que pienso es en mi hijo mayor,  Hernán.  Vivi en Europa y no lo veo hace muchos días.  Sé que está haciendo lo que necesita en su vida,  aprendiendo a vivir su propio camino,  dando su mejor esfuerzo. Pero el dolor de la ausencia es,  para mí, sólo una muestra de la magnitud del amor y el valor que necesito, cada día,  para no extrañarlo tanto.

Sigo con mi hija, Adriana.  De forma valiente,  está viviendo sola en un lugar cerca de la Universidad.  Eso es,  al otro lado de la ciudad.  A pesar de que nos vemos a menudo y de que la relación es muy cercana,  también extraño su presencia en la casa.

Vienen Ariel y Gabriel a mi mente: viven con su padre en este momento.  Están en una finca muy  hermosa al oeste de la ciudad,  un santuario.  Sus vidas transcurren en medio de exámenes,  amigos y actividades sociales. Son dos adolescentes en plena acción y así tiene que ser.  Pero los siento cerca y a una llamada de distancia, bueno,  si no están muy ocupados como casi siempre dicen!

Conmigo  tengo a mis tres bebés pequeñitos.  Mientras escribo,  Theo canta a gritos desde su cuna,  Gael le da explicaciones sobre la vida a sus cuatro años y Matías,  el más pequeño, duerme plácidamente.  El amanecer  lleno de celajes da paso a un sol que brilla con esperanza.  Es una invitación a levantarme,  salir a la rutina del día,  disfrutar de los días de diciembre que empiezan a mostrarse soleados y ventosos,  mi época preferida aquí en mi país.

Pero hoy  me siento un poco cobarde de engancharme en el afuera.  Busco un poco de valor dentro de mí y casi no encuentro nada. Acostumbrada a accionar -muchas veces a pesar de las resistencias-  de pronto me siento pequeña, sola y débil.  Y el valor?  adónde está?

El valor incluso de tomar el carro y manejar.  De entrar en la pista y escuchar a Theo una vez más preguntarme:  "po qué va ta "yapo"?  (por qué va tan rápido?).  El valor de escuchar mi mente y sus divagaciones a veces sin sentido...de topar con gente y sus rollos,  de observar como uno no controla nada y a cada vuelta de la esquina existe la posibilidad de una traición,  una incoherencia o un absurdo.

Es aquí donde recuerdo las palabras de mi maestra: relajarme, aún en este lugar desconocido de fragilidad y vulnerabilidad.  Ese espacio suave,  desprotegido y con miedo.

Ese lugar...

Será que puedo llevarlo a pasear hoy?

Tal vez quiera jugar un rato con los niños....

o tal vez,  ir a ver a una película,  tomarse un café con un amigo,  leer un libro de cuentos.

Voy a darle su espacio. En vez de empujarlo al fondo,  amordazarlo y pedirle que no grite,  voy a permitirme sentir cada segundo su presencia.  Tal vez me enseñe algo nuevo que todavía no sé:  será cómo estar tranquila en medio de la incertidumbre?  Será la cualidad perfecta de la aceptación incondicional?

Sea lo que sea que tenga que enfrentar hoy,  voy a hacerlo mi ancla y mi norte.

Y si desde ahí  la vida pudiera ser más sensible y poética?

Si todos amaneciéramos cada día en ese lugar o al menos,  en el anhelo de ese lugar?

creo que Palestina ni siquiera existiría...


y todos seríamos verdaderos guerreros espirituales.-






viernes, 30 de noviembre de 2012

Abandona el fruto de tus acciones

Esta semana ha sido especialmente movida.

Nos llevamos a Matías,  nuestro bebé más pequeño,  de paseo hoy viernes en la tarde.  Salir de San José y sus presas y llegar a la quietud y el silencio de la casa de nuestros amigos se siente como salirse de la mente convulsa,  sus reacciones predecibles y sus detonantes y arribar al hogar.

Roberto y Elena nos reciben amorosamente.  Todo en su hogar es zen.  Nada falta,  nada sobra.  La vista de los grandes ventanales es suficiente...y los árboles,  cinco hermosos guanacastes que rodean la casa.  Los pájaros despiden el día: un día más en este mundo. Un día más en la insoportable levedad del ser.

Mientras Matías juega,  se ríe y explora,  conversamos sobre nuestros corazones,  nuestras inquietudes más profundas.  El deseo de viajar livianos, los apegos, los patrones mentales que continúan asechándonos a la vuelta de cada esquina.  Todo confluye en un acuerdo general:  esta vida es incómoda.  La gente actúa de forma inconsistente.  Seres queridos se van.  Ruido material nos distrae de las cosas verdaderamente importantes: el amor,  la amistad y la coherencia vital.

Marco comparte y nos dice, con mucha razón,  que si no tuviera que trabajar pasaría sus días en éxtasis y contemplación de sus bebés.  Todos estamos de acuerdo.  Cuántas de nuestras actividades- no sólo acciones físicas sino pensamientos, sentimientos y emociones- son una verdadera pérdida de tiempo? cuánta energía desperdiciamos pre- ocupándonos,  tratando de defender una posición o justificándonos?

Creo que cuando uno tiene un norte y sentido en la vida claros va a encontrar muchos obstáculos en el camino.  Bien lo dijo Don Quijote:  " los perros ladran,  Sancho.  Señal de que avanzamos." Estar genuinamente comprometido con algo- lo que sea-  implica estar en desacuerdo con otros. Necesariamente.  No todos tienen nuestra misma  perspectiva-  ni tienen por qué compartirla.  Pero siento que el reto consiste en permanecer,  no rendirnos, seguir adelante con el convencimiento que viene de nuestro corazón.  En lo que sea que amemos.

Hablo de relaciones,  de maestros,  de hijos, de vida.  En mi propia vida,  nunca estuve tan comprometida con nada ni con nadie como me encuentro el día de hoy con mi familia, hijos y dharma.  Siempre andaba a la huída del compromiso,  valorando mi "libertad",  muy ufana de mi independencia. Pero fue hasta que aprendí a amar- y a sufrir-  que supe lo que significa realmente estar viva.

Es como aquel poema de Debravo que dice que un hombre- y una mujer- no podemos realizar la fuerza y extensión del Amor hasta que tenemos un hijo y lo amamos...

Lo mismo me sucede con mi quehacer de vida.  Después de muchos años de dar vueltas buscando aprobación en los círculos de abogados,  universidades,  maestrías y doctorados,  realicé que mi destino estaba en otra parte.  Yacía silencioso en el fondo de mi  corazón.  A ese lugar no podía llegar fácilmente:  espinas,  púas,  cadenas y escudos resguardaban ese lugar frágil y suave con recelo. Nadie se podía acercar.  Tomó un instante de buen karma donde mi discernimiento me dijo que tomara un tren al sur de India....de la nada.  Fuera de los planes.  Random. Sin destino seguro.   Tomó un maestro amoroso que me tomara en sus manos y me dijera:  "podés hacerlo".  En su mal inglés y con una sonrisa sin dientes.  Tomó toda la fe de mi corazón decirle que lo iba a intentar...y lo hice.  Y de pronto,  mi vida dejó de ser una carrera frenética para no sentir.  De pronto,  la vida se llenó de colores y todo,  todo lo que anhelaba comenzó a llegar.

El agradecimiento que yo guardo por mi maestro sólo mi corazón lo sabe.  El amor que le tengo,  a pesar de que físicamente ya no esté en este mundo, crece día a día.  El tuvo fe en que yo también podía.  Me tendió su mano,  me permitió tocar sus pies.  El maestro externo fue sólo un dedo que apuntó a ese lugar: ese lugar suave,  vulnerable y desprotegido.  Muchos años me tomó quitar todas las protecciones,  abandonar expectativas sobre mi vida y entregarme a lo único que encuentro con sentido en esta vida:  ayudar y tender una mano al que necesita, al igual que lo hicieron conmigo hace más de diez años.

Continúo en este camino abandonando cualquier expectativa sobre los resultados.  De hecho,  cualquier  pionero es y ha sido eternamente incomprendido.  Desde Galileo hasta Einstein, desde Van Gogh hasta Freud,  todos sufrieron el ataque de sus contemporáneos y sus obras fueron comprendidas cuando ya estaban muertos.

Igual, aspiro a ser consecuente.  La vida es muy corta para vivirla haciendo lo que uno no ama.  El espíritu se muere y se consume en medio de miedos materiales,  apegos y competencia.  Mi espíritu sabe que lo que a mí me sucedió es posible para todos.  Y sólo puedo guardar agradecimiento infinito por quién me mostró el camino.

Este viernes en la noche se siente distinto a todos los demás.  Será que siento más cerca a mi Maestro?  lloro mientras recuerdo su sonrisa franca,  sus ojos dulces y sus pies que eran como la tierra.   Será que a través de todos estos obstáculos me sigue enseñando que esto se trata de abrir completamente el corazón?


" Cuando escuches una voz en tu cabeza que te dice que no puedes pintar,  pinta hasta que la silencies."
Van Gogh

San José,  30 de noviembre 2012.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Boda a la vista

Las bodas causan muchos tipos de reacciones...sobre todo cuando son inesperadas.

Después de muchas consideraciones y en mutuo acuerdo,  hace un par de días Marco y yo decidimos cambiar nuestro status en FB:  pasar de "tener una relación" a "casados".   No imaginábamos lo que esto significaría!

Cambiar de status- de soltero a casado, de casado a divorciado, de divorciado a casado,  de casado a viudo- es ya de por sí un montón de emociones,  dejar ir,  dolor,  alegría,  pasión,  miedo y todas las emociones humanas mezcladas en un momento mágico y eterno.  La vida se comprime en estos instantes vitales donde nuestras decisiones nos colocan en situaciones a veces difíciles y dolorosas,  a veces llenas de éxtasis.

Pero cambiar de status en FB son otros cien pesos!  no en vano,  Marco y yo nos hemos casado ya cuatro veces...no podía faltar la quinta.

La primera vez lo hicimos en una ceremonia con nuestros amigos más íntimos,  el 2 de mayo del 2007 después de un mes de amor loco y desenfrenado.  Nos habíamos conocido hacía 5 años en un curso de meditación,  cada uno estaba emparejado y no hicimos más que hacer conexión.  Cinco años después de ese cruce de caminos,  recibía yo un correo estando en India:  "quiero practicar." He de confesar que me tomó un poco de tiempo contestarle- tal vez mi alma anticipaba la montaña rusa en que me embarcaría!  Pero hoy,  casi 6 años después de ese happening,  puedo sentirme feliz y orgullosa de haberme montado en el ride.

La segunda boda fue la boda oficial.  El 22 de diciembre del año 2007 invitamos a todos nuestros amigos y familiares,  incluídos nuestros padres a quienes excluímos de la primera....!!! Yo estaba con siete meses de Gael,  así que de hecho muchos todavía creen que fue una torta...   En ese momento,  sólo recuerdo que no nos importaba nada más que estar juntos y la alegría de ese momento perneaba TODO.

La tercera boda,  la boda legal,  fue después de una clase de yoga el 24 de marzo del 2008.  Gael tenía poco más de un mes de nacido.  Sobre nuestros mats de yoga,  después de una clase normal y corriente y con nuestros amigos como testigos,  vino el abogado y dimos la firma.  Más que convencidos que queríamos estar juntos a todos los niveles.

La cuarta boda fue en Antigua, Guatemala.  Estaba embarazada de nuestro segundo retoño, Theo.  Guate siempre ha tenido una presencia en mi vida y después de dar un taller de yoga,  fuimos a la tierra del Volcán de Agua.  Nuestra querida amiga Mayra hizo de maestra de ceremonias y en medio de las calles empedradas y de hecho en su carro,  nos tomó de las manos y selló nuestra unión por cuarta vez.

El fin de semana pasado estuvimos en Puerto Viejo.  El tiempo estaba frío y lluvioso.  Marco decidió ir a surfear y lo dejé en la playa, no sin cierta preocupación por el cielo oscuro y el viento.  Una hora después regresé y mientras nos alistábamos lo noté callado y meditabundo.  Ya de camino a San José empezó a llorar.  El mar se había llevado- por segunda vez- su anillo de matrimonio.  La primera vez fue jugando en la playa con Ariel y Gabriel: alzó a uno de ellos en el aire y al tirarlo se fue.  La tabla, las olas y el agua se llevaron el que replicamos en India a principios de este año.

Una relación demanda mucha fuerza interna y desapego.  Pide que soltemos más allá de lo que creemos posible y confiemos en el otro.  Nos pide paciencia diaria,  compasión y tolerancia- más cuando uno convive  y hay bebitos de por medio.  Este año que ya casi termina fue especialmente duro con la nuestra:   nos enseñó que el amor pide todo de uno- más incluso de lo que uno creyera posible.  Nos dio todos los elementos para echar todo por la borda...y sin embargo,  aquí estamos.  Cada uno dando todo lo que tiene,  rezando a cada instante por ver más allá de los rasgos y patrones del ego y confiando en que en el mundo,  en este mundo, hay alguien único que está dispuesto a vernos desde lo más profundo y a perdonarnos cuando metemos la pata.  A eso llamo yo AMOR.

El anillo se lo llevó el mar por segunda vez.   Los dos sentimos un alivio, como si se hubiera llevado también mucho del dolor que los dos sentimos este año por varios meses.  Decidimos resellar nuestra unión y cambiar nuestro status en FB:  ojo,  no lo hagan!  Misteriosamente,  aparecieron sendos anuncios y felicitaciones!  hemos recibido saludos de amigos de años,  compañeros de colegio,  familiares que creen que es nuestra primera ronda.  Nos hemos reído y al mismo tiempo,  el cambio de status "público" nos ha traido de vuelta un poco de esa sensación linda de estar empezando de nuevo.

No importa cuán difícil haya sido el pasado, siempre se puede recomenzar.  Desempolvamos nuestros anillos guatemaltecos de plata,  los que sellaron la cuarta unión,  y con la frente alta y el corazón abierto,  nos dispusimos a reinventar una vez más esta aventura.

Y esto aplica para cualquier relación: siempre se puede empezar de nuevo.



"Deep down in the human spirit,
there is a reservoir of courage.  It is always available,
always waiting to be discovered."