domingo, 6 de marzo de 2016

Milagro


Me despierto a un domingo sereno en mi bella Costa Rica.  El sol radiante de nuestro verano anuncia un día caluroso.  Me despierto al recuerdo de alguien que amo muchísimo y que se encuentra muy lejos de mí en este momento.  Aunque su presencia física no está,  todo me lo recuerda.

Cada paso,  cada palabra que leo,  el cielo,  las nubes,  el sol,  mis manos y mis pies...

Siento ese impulso del apego,  esa necesidad de estar cerca,  de verlo todos los días,  de sentir su compañía y cariño de nuevo.   Necesidades humanas predecibles que forman parte del caleidoscopio de emociones naturales en este plano.

Y así,  poco a poco,  mis fantasías van sustituyendo sutilmente la realidad y comienzo a delirar en un sin fin de imágenes e ilusiones,  pasadas y futuras.

En ese momento  topo con estas palabras tan crudas de uno de mis maestros:


" La relación es inevitablemente dolorosa.  

Si no hay tensión en la relación,  deja de ser tal y se vuelve un estado adormilado,  un opiáceo:  lo que la mayoría de la gente anhela y prefiere.  

El conflicto está entre este deseo por el confort y los hechos,  entre la ilusión y la realidad."


Intento observar la ilusión,  mi propia ilusión:  es tan linda.  Tiene un rostro hermoso,  una inteligencia privilegiada.  Está empacado en un cuerpo muy atractivo,  tiene el tono de voz correcto y la personalidad más llamativa que he conocido en mucho tiempo,  precisamente por ser alguien introvertido y bastante tímido.  Su energía me envuelve y me marea,  todo potenciado por el hecho de que no está cerca:  llámese nostalgia, melancolía o añoranza.


Sin embargo,  el maestro habla de que la inseguridad es la esencia misma de la relación y que buscar seguridad en ella es lo que precisamente tergiversa su función y trae un serie de infortunios.

Ajá...

Me cuesta escucharlo a través de toda esta serie de imágenes mentales muy placenteras que se continúan sucediendo y parece que van in crescendo.   Algunas son recuerdos, otras  imaginación pura.  Brincan entre pasado y futuro y les cuesta detenerse.

Las relaciones están ahí para revelarnos algo dentro nuestro que solos no podríamos ver.  Están ahí como  una epifanía muy valiosa que nos ayuda a conocernos mejor.    Pero el auto-conocimiento a través de ellas es muy doloroso:  demanda un ajuste constante,  una flexibilidad de pensamiento y de emociones y un deseo profundo a no sucumbir a todas las ilusiones del inconsciente colectivo.

La relación es una tensión dolorosa con períodos de paz e iluminación sublimes-,  continúa diciendo el maestro.

Por qué será que la única parte que veo y anhelo en este momento es la de "iluminación sublime"?

Sé que trato de evitar la tensión y observo como hasta preferiría el confort de la dependencia,  ese estado conocido de seguridad sin retos,  esa ancla "segura".  Y así es como al igual que muchos,  en mi vida he buscado refugio en ese no pensar,   en la rutina segura que tapa la inseguridad perenne en toda relación humana.  Y cuando la inseguridad comienza a aflorar- como irremediablemente lo hará,  entonces uno siente el impulso de salir corriendo y buscar otra que nos dé la seguridad supuestamente perdida...

Y repetimos todo de nuevo.

Terminamos en una relación de dependencia basada en los miedos e inseguridades mutuas.  Y la relación se vuelve una cadena más al árbol de la ignorancia en vez de cumplir con su función de ser un agente de cambio y realización personal.

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Me acuesto con la tentación de seguir soñando con este ser que me tiene profundamente conmovida y diría yo,  bastante obnubilada.  Siento que la respuesta está dentro mío aguardando ser escuchada: en algún lugar entre sentir completamente  sin intentar apegarme a ningún desenlace.  Difícil considerando las variables en juego,  especialmente los patrones mentales dominantes en mi cabeza y que siguen haciendo eco al perpetuar la relación como un supuesto oasis,  salvación o cielo.

No es fácil el proceso de despertar al Amor Verdadero.  Ese que vibra siempre y cuyo origen es nuestro propio ser.   Ese que se comparte,  que libera,  que nos hace crecer.  El que no quiere nada para sí y se da por completo sin esperar nada a cambio.  Porque ya lo tiene todo y  sabe que sólo puede expandirse.

Extraño un rostro,  unos ojos y una sonrisa y me recuerdo que ese rostro es un reflejo de una parte de mí misma que me invita a ir más profundo en mi alma y reconocer sus cualidades en mi propio corazón.  Este espejo-regalo que hoy me envían con cariño para recordarme que la vida es una serie de coincidencias que no son tales,  todo perfectamente diseñado por una Inteligencia Superior para ayudarnos a comprender.

Siento el Amor por este ser infalible a mis ojos,  perfecto en sus cualidades,  atractivo hasta decir basta como una invitación cariñosa a descubrirme,  con la anticipación certera de que sólo tengo que estar dispuesta a intentarlo.   Con la alegría de saberme reconocida por Alguien allá en este Universo infinito que me consideró lo suficientemente importante para mandarme un regalo tan valioso, sagrado y que me está cambiando la vida a la velocidad de la luz.

Regalo inaprehensible y efímero,  por supuesto- como todo en esta vida.  Y ahí radica, precisamente, su milagro.




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