martes, 8 de marzo de 2016

Mujer

Ser mujer es lo mejor que me ha pasado en mi vida.

Según varios astrólogos,  esta es mi primera encarnación femenina.  Fui guerrero muchas veces antes. Será por eso que me siento tan profundamente agradecida en este momento  por este cuerpo de mujer.

No fue así por mucho tiempo.

Crecí en un hogar donde esperaban un Diego,  no una Mariela.  Donde la primogénita tuvo que asumir el rol de ese hijo anhelado y donde ser mujer era básicamente un estigma.  Soy heredera de mujeres sufridas,  frustradas,  enfermas física,  mental y emocionalmente.  Soy un eslabón perdido en una guirnalda de sufrimientos heredados que se rebeló ante el destino de nacer fémina.

Ser fémina equivalía en mi familia a estar en silencio y aguantar...no matter what.

Cuando uno viene de tal estirpe existe una expectativa familiar de que todo se calle,  los secretos se mantengan como tales y una misma pase desapercibida.  Existe una negación total de la realidad del asunto y una complicidad patológica a perpetuar la locura.  Que una niña decida denunciar todo esto en voz alta es muy mal visto en las familias y más en una sociedad tan conservadora como la costarricense,  más cuando esa niña crece y no se conforma.

Así que mi camino ha sido,  desde que cumplí 7 años,  un camino muy difícil.  Las mujeres de mi familia se pusieron del lado del status quo en vez de darme la mano.  Me sentí muy sola por muchísimos años-  33 de hecho hasta que encontré el yoga y a mis maestros.   Antes de eso viví en un mundo raro que daba privilegios incontables al varón y a la mujer el doble del esfuerzo y la mitad del mérito.  Mi sociedad machista y enajenada en manos de madres y abuelas que perpetuaban la aberración y yo una testigo inconforme de tanto espanto tras espanto.

Hasta que decidí no callarme más.

Las consecuencias de ese romper silencio han sido copiosas.  Hay un exilio que sucede irremediablemente cuando uno se niega a seguir jugando el juego de la inconsciencia,  de la costumbre,  de lo cómodo.

Cómodo para quién-  me pregunté durante tantos años?  Si el sistema oprime es porque hay alguien que se deja oprimir.

Hoy conmemora el mundo a la mujer.  A las mujeres valientes y determinadas digo yo.  También hay muchas otras que todavía no escuchan la canción de la libertad y es nuestro deber como hermanas inspirarlas de alguna forma a salir de su ostracismo, de ese exilio sangrante de su propia humanidad. He aprendido que las palabras se quedan cortas ante el poder del ejemplo.  De qué me sirve leer muchas letras estéticamente correctas si su protagonista todavía no ha roto con el miedo? Si todavía se deja controlar por seres que no le llegan ni a los tobillos pero a quiénes ha entregado su poder personal?

De qué sirve hablarle de libertad a un sordo que cree que su felicidad depende de otro?

Son muchos los pasos que restan pero también muchos los que mujeres de armas tomar han dado por nosotras en el pasado.  A ellas,  a su fuerza,  a su poder-:  gratitud infinita.  Pero mientras quede alguna de nosotras que todavía duerme en los laureles-  hasta que la última realice que ser mujer es la responsabilidad más sagrada de un ser humano por ser nosotras las perpetuadoras de vida en este planeta;  hasta que eso suceda el planeta mismo no se va a recuperar.  Gaia es una magnífica expansión de la energía femenina y el dolor de cada una está teniendo repercusiones seriesísimas sobre este planeta.  Hasta que la última mujer sane su psiquis,  su alma,  su cuerpo:  hasta que podamos de nuevo parir los hijos como está escrito en nuestros espíritus,  hasta que dejemos de dejarnos ser intervenidas como si fuerámos dependientes de algo allá afuera,  cesemos  todas las formas de violentarnos...

Hasta que podamos vernos a los ojos como hermanas y ayudarnos a despertar.

Reconocer nuestra sangre a través de nuestras hijas con ojos abiertos,  suyos y nuestros, sin ponerles etiquetas ni limitaciones de ninguna clase.

Abrir nuestras alas al cien por ciento,  sin que nos importe qué dice el macho de turno.

Hasta que recuperemos el poder de dar la vida sin tapujos,  sin represiones,  sin cáncer de por medio de tanto dolor acumulado,  sin verguenza,  sin timidez...con dolor lacerante y bendito y mucha presencia.

Hasta que seamos realmente merecedoras de estos cuerpos sabios,  intrínsecamente bellos independientemente de lo que los medios nos digan qué es bello y que no.

Hasta ese día podremos caminar de nuevo en un planeta vivo,  fértil y abundante.  Hasta ese día cesarán los terremotos,  los tsunamis,  los calentamientos globales,  la infertilidad generalizada,  la violencia doméstica,  la infidelidad,  la mentira a nosotras mismas y todas las calamidades que vienen del hecho de negarnos nuestros derechos humanos básicos en nombre de un modelo obsoleto.

Así sea para todas y cada una de nosotras que tenemos la gran oportunidad de estar vivas en estos momentos de tanta apertura y cambio.  Las generaciones presentes, pasadas y futuras nos lo demandan.


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