domingo, 5 de abril de 2015

Yo también fui crucificada

Domingo de resurrección.

Después de una práctica intensa,  me reúno con una antigua amiga del alma.  Hablamos del pasado,  de las encrucijadas.  Hablamos de las decisiones y sus consecuencias.  Recordamos juntas una época oscura,  donde amigos y gente muy cercana,  ella y yo,  vivimos en vivo y a todo color una experiencia cumbre que puso todas las enseñanzas del yoga en el tapete.

Y nos preguntamos si realmente comprendimos en ese entonces lo que el Yoga significa.

Creo que ese momento ninguno de nosotros tenía ni la más remota idea de cómo poner en práctica la supuesta compasión de que hablábamos en clase.  Compartíamos cada día sobre el significado del yoga:  la aceptación radical del momento presente.  Practicábamos con ahínco,  creía yo también con devoción.  Y sin embargo,  cuando vino el examen todos nos quedamos.


Hablo por mí misma.  Sé que fui por mucho tiempo pararrayos de proyecciones ajenas que no tenían nada que ver con quién yo era y me mantenían cautiva invisiblemente.  Por supuesto,  no tenía ni la menor idea de que existían hasta que amenacé con romperlas.  Todos los discípulos ponemos a nuestros maestros en un pedestal y no perdonamos su humanidad.  Me sucedió personalmente con uno de mis maestros y me duele cada día el juicio amargo y duro que puse sobre él.

Así que después me tocó a mí vivirlo en carne propia.  De una forma cruel, vi los ojos de mis "amigos" convertirse en mis más duros verdugos.  El otro día hablaba con mi madre y resulta que se enteró por terceras personas de muchos sucesos personales míos que andaban en boca de la gente en quién supuestamente yo confiaba.

Dura lección trajo ese momento y al mismo tiempo,  como compartía ahora con mi amiga,  este evento sirvió como una purificación muy profunda de presencias non gratas en mi vida,  en mi estudio y en mi casa.  Pude discernir en esos momentos de crisis el abrazo cordial de corazón y también aquel y aquella que se alegraban por mi desventura.

Desventura que no fue tal.  Al contrario.  Porque sin ese suceso no estaría escribiendo aquí hoy.

La vida y esta ola gigante se llevaron a mis verdugos y ahora vivo una vida libre,  sin gente alrededor que amenace con ahorcarme con sus propias proyecciones de lo que es ser "buena" o "mala".  Vivo mi vida en libertad guiada por la voz de mi corazón.  Y pienso en Jesús:  en este día de Resurrección, de reconexión con el poder divino que todos llevamos.   Pienso en su dilema inmenso de servir a su Padre incondicionalmente,  a pesar de la incomprensión de sus detractores y de la envidia de los fariseos.  Fariseos siempre habrán en el camino:  gente que pone cara de santo pero que a la hora de la verdad se vende al mejor postor,  niega a sus hermanos o se acomoda donde mejor pueda.  Sin embargo,  el poder del Redentor están tan por encima de estas presencias pequeñitas y su Amor es tan grande que incluso alcanza para cubrirlos.

Mi vida es ahora un millón de veces mejor que cuando estaba rodeada por estas presencias que succionaban energía de mí sin yo darme cuenta.  Me siento realmente protegida a muchos niveles y sé que esa crucifixión sangrienta era parte de mi camino personal hacia el despertar.   No juzgo a mis enemigos porque sé que en su mundo pequeño no podían pensar de otra forma.  Y sin embargo,  deseo que todas las almas en todos los planos encuentren la felicidad verdadera y la libertad.

Cada uno en su momento.

Este domingo de Pascua me trae a la memoria esos sucesos lejanos como si se tratara de la vida de alguien más.  Entiendo que fue la mía propia que en algún momento sirvió de chivo expiatorio para no sé qué energías oscuras que necesitaban moverse.    No puedo entender por qué pero sí entiendo que este cuerpo tiene un destino y que el destino involucra rendirme diariamente a un Poder más Grande y confiar.  Igual que hizo Jesús a través de su sufrimiento,  calvario y muerte.

Hoy resucitó el Señor y yo también siento que resucito a una mejor comprensión de esos grises en mi vida.  Mi enseñanza fue esa necesidad imperativa y urgente de que dejemos de juzgarnos entre nosotros.  En mi país somos educados para juzgar al otro desde la cuna.  Crecemos y vivimos en un constante dime que te diré.  Cuánta gente pendiente de otros desperdiciándose día a día en un océano de envidias y  celos ante las realizaciones ajenas.

Pero para los que rompamos este patrón,   vidas nuevas se abren.

Como si hubiéramos resucitado.


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