viernes, 27 de diciembre de 2013

Mamita siempre vuelve

Falta un día para mi viaje.

Entre logística,  administración,  equipaje y un hueco en el estómago, no pierdo de vista lo esencial.  Mi viaje implica,  en mi caso particular,  un desprendimiento que ya he hecho once veces y que todavía sigue doliendo.  Cortar el cordón umbilical de los hijos no es sólo cortar el de ellos:  es también sentir la nostalgia de extrañarlos uno más que a nada desde el otro lado del mundo.

El Yoga es un proceso duro para algunos de nosotros.   Nos pone sal exactamente donde más nos duele.  Nos invita a abrir de par en par heridas viejas que solitos no nos atreveríamos.  Pero siempre con la intención de vernos con honestidad y aceptarnos incondicionalmente.  En mi caso,  estar lejos de mis seres queridos es la parte más difícil del viaje.  Es la que me pone contra la pared en cuanto a fortaleza y me hace pedazos por dentro.

A veces quisiera que fuera distinto:  llegar a una meseta en mi práctica donde fuera fácil y llevadero por un par de años.  NOT.  La cosa se pone más difícil en mi mat cada día:  los obstáculos se suceden sin cesar.  Un día es mi mente que está agotada,  otro mi cuerpo que duele.  El siguiente es la añoranza de mi maestro,  y un día como hoy las ganas de no salir de mi casa pero ni a la esquina y no soltar a mis cachorritos.

Pero mañana me toca cruzar el globo de lado a lado y esta vez voy muy bien acompañada.  Mi hijo Ariel de diecisiete años es mi compañero de viaje.  A tan corta edad sentir el llamado de India no es usual.  Me emociona ser testigo de la expansión de su mundo interno.

Qué gran honor.

Lo que he podido comprender a lo largo de los años de práctica es algo abstracto.  No tengo nada que cambiar,  nada que mejorar.  Soy quien soy en esta vida y mi yoga es un espejo para reevaluarme cada día.  Sin él estaría perdida pues me ayuda a limar pequeñas asperezas que se han distorsionado por experiencias y miedos.  Pero la que soy está bien.  Antes creía que el Yoga me iba a redimir.  No.  En realidad,  me ha ayudado a apreciar más a este ser atrapado en este saco de piel.  Y a conocerlo mejor.

Pero cambiarme... no creo.  
Expandirme:  sí.

He logrado sentir más el Amor...y la tristeza.

Me he equivocado contundentemente...y he aprendido con creces de las metidas de pata.

He llorado y he reído con más ganas.

Sentido mucha rabia ante la injusticia y elevado mi voz para denunciarla.

Todas son características que ya eran mías desde siempre.  Con esta práctica simplemente me he vuelto más honesta.  Antes decía sí en vez de no,  sonreía en vez de sentir rabia,  hablaba con quién no quería hablar.  Hacía mil cosas para no quedar mal y el resultado era un manojo de energías encontradas que no tenían dirección ni meta.

Ahora hablo con quién realmente me interesa,  vivo con quién es cercano a mi corazón.  Digo no cuando es no y sí cuando es sí...y se siente tan bien.  No pretendo quedar bien con nadie.  Los amigos son pocos pero verdaderos.  El camino es solitario pero perfecto.

Y en esta quimera de una vida real que anhelo construir,  me aventuro de nuevo al vórtex que sostiene mi maestro.  Su energía palpita cada vez más fuerte.  Los sueños comienzan a dibujar un shala caliente donde se escucha sólo el sonido de la respiración.  Por las pequeñas ventanas se asoman las palmeras características del sur de la India, afuera se escucha los pitos de los rickshaws y las voces de los estudiantes y vendedores indios.  Un día más en Mysore y siempre tengo la misma sensación:  cuando estoy en Savasana en el baño de las mujeres,  lloro de alegría porque una vez más pude llegar hasta mi medicina.  Mi cuerpo tembloroso,  sudoroso y feliz,  absolutamente feliz.  Una felicidad que ni mi mente puede entender,  pero sí mi espíritu.  Un gozo total de sentirme viva y poder respirar.  Y desde mi alfombra,  siento el amor más grande por todos aquellos que han sido un stepping stone para que me encuentre aquí de nuevo,  en mi lugar sagrado.

Desfilan por mi mente rostros de amigos,  maestros,  parejas,  hijos,  mentores,  estudiantes,  amigos y enemigos.  Todos han puesto su grano de arena.  Todos han contribuido,  lo quieran o no,  a que yo esté aquí de nuevo.

Y sólo puedo sentir gratitud absoluta por cada uno de ellos,  aunque los regalos que pusieran en mi regazo algunos de ellos fueran bien amargos.   Todo se transmuta en este lugar y se convierte de forma mágica en guirnaldas de flores de jazmín perfumados,  marigolds doradas y rosas fragantes.

Comprendo la perfección de nuestro camino en esta vida,  pleno de lágrimas y rebosante de amor.

Estoy lista para tomar esa serie de aviones una vez más sabiendo que voy donde tengo que ir y que todo lo que suceda será lo que el Amor me tiene reservado.

Sin dudas.
Sin temores.

Al igual que tomaré ese vuelo final el día que la Vida me reclame de nuevo en su pecho.

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