miércoles, 8 de mayo de 2013

Los sueños suceden....a pesar de nosotros mismos.

Escribo estas letras con la intención de recordar.

Para eso es que practicamos Yoga.  Uno de mis queridas maestras dice que el Yoga es una tecnología para despertarnos de la amnesia espiritual. A mí personalmente me ha abierto los ojos a todo, al igual que mi querida India me enseñó a apreciar la vida a través de la aceptación de la muerte,  la abundancia a través de la aceptación de la pobreza,  la alegría en cualquier momento y lugar más allá de las circunstancias externas.

Abrir los ojos se siente a veces como limón en los ojos.  De chiquilla, mis amigas del colegio insistían en que si uno se echaba limón, el blanco de los ojos se ponía más blanco.  Así que ahí hice el experimento varias veces  chillando de dolor.  Esto para mí  ahora no es abrir los ojos,  sino una muestra de mi falta total de madurez en ese entonces.   Pero como dicen por ahí, la madurez es la aceptación total de todo lo que somos y desde ahí, el descubrimiento de nuestras cualidades más profundas.

Mi sueño nació sin darme cuenta.  Siempre amé mover mi cuerpo.  Desde pequeña estuve en clases de danza y ya más grande amaba toda clase de disciplinas físicas.  Moverme me daba un gozo que nada más me concedía.  Y desde que tenía 15 años no he parado.

Tuve que detenerme cinco años en la Facultad de Derecho,  tres más en tres maestrías y muchos meses en los embarazos de mis queridos hijos.  La vida me mostró que cuando no me movía me sentía triste.  Y comprendí que la sabiduría de mi cuerpo era la vía que Dios escogió para hablarme en esta vida.  Las sensaciones,  ese lenguaje silencioso que he aprendido a agradecer y escuchar.

Recibí por gracia de Dios a maestros que me enseñaron a apreciar la relación entre mi cuerpo y la música,  mi cuerpo y la Naturaleza,  mi cuerpo y mi mente.  Mi espíritu comenzó a interesarse.  Del cuerpo al alma,  del alma a esa presencia trascendente que todos añoramos en esta vida, imposible de nombrar pero que todos tenemos la capacidad de sentir.

El movimiento y el silencio,  dos lugares que amo.

Y decidí compartir mi experiencia.  Al inicio,  no fue fácil.  Si lo veo hacia atrás,  fue un período de improvisación y exploración.  Muy sola en mi camino, pero eso me hizo desarrollar enfoque y persistencia.  Mi exploración acercó a amigos de mi misma especie,  con consciencia del movimiento y libertad de espíritu.   De esos experimentos juntos,  cada uno se enamoró a su manera. Y luego,  todos nos desbandamos y profundizamos en aquello que más nos llamó la atención.

A mí me capturó el Ashtanga Yoga.   Desde que vi a mi primera maestra hacer una vuelta de carnera al revés (chakrasana le llamo ahora),  mi mente se sorprendió y amé esa sensación de sorpresa.  Había perdido un poco la capacidad de maravillarme ante el milagro de la vida,  del movimiento y más adelante aprendí: de la respiración.  Las asanas que simbolizan pájaros,  insectos,  animales y dioses me maravillaron y descubrí que mi cuerpo entraba en ellas sin esfuerzo,  como si ya lo hubiera vivido antes.

El Ashtanga Yoga me llevó a India y me ha hecho volver ya diez veces.  Cada viaje ha sido una inyección de alimentación a mi sueño en Costa Rica,  cada esfuerzo por darle la vuelta al mundo literalmente una forma de experimentar el surrender y la fe en lo que creo.

La energía jala energía.  Namasté surgió espontáneamente de un grupo de amigos que nos reuníamos a jugar.  El nombre llegó porque uno de nosotros empezó a llamar el lugar así.  La sala de mi casa donde practicamos era nuestra sala familiar de meditación.   Una pieza a la vez,  el rompecabezas tomó forma. Caritas hermosas empezaron a asomarse,   los viajes a India se volvieron regulares y poco a poco, sin prisas ni expectativas,  sucedió el milagro.

Si hubiera tenido un business plan,  una estrategia y un análisis de costos y beneficios,  Namasté no sería lo que es hoy.  La sala de mi casa es ahora un eje en mi vida, un espacio sagrado.  Se llena cada semana de almas únicas,  amorosas,  sinceras.  Mis bebés juegan entre las piernas de los estudiantes y la vibración de mis maestros llena el cuarto de amor.   Yo soy sólo una pieza de este hermoso paisaje y mis maestros el firmamento que sostienen esta aventura que se llama Namasté.

Namasté significa mi espíritu reconoce el tuyo,  cuando los dos estamos en ese lugar de silencio y gratitud por la Vida.   Es díficil referirse a ese lugar con palabras.  Puedo describirlo con imágenes y colores.  Puedo olerlo e identificarlo cada día en las risas de mis bebés, la brisa suave y los saltos de mi perrita.  Lo siento en la madera bajo mis pies descalzos,  las flores iluminadas de colores y las voces de mis amigos.  La aprecio en el abrazo de mis seres amados y en la memoria de mis maestros- pasados y presentes.

La llevo dentro de mí porque de alguna forma,  por algún milagro,  se despertó.  No recuerdo exactamente cuándo, pero sí recuerdo cuando estaba todavía dormida. Mi vida era muy diferente: insistía en que la causa de mis penas eran otras personas,  las circunstancias externas o mi mala suerte.  Pero algo cambió y sólo puedo achacar ese cambio a la guía amorosa de mis maestros.  Sin su guía no lo hubiera logrado sola, nunca.  El proceso espiritual puede volverse un cuestionamiento mental continuo sin llegar a ningún lado. La transformación sucede porque la Gracia nos toca y de alguna manera,  yo he tenido la gran suerte de recibir instantes de gracia de cada uno de estos increíbles seres humanos.

Ahora esa nueva visión permea todo.  Hay días en que veo oscuro y olvido,  pero de alguna forma la balanza vuelve a estabilizarse en un estado de ser y aceptación por todo y por todos.  Aún cuando hay gente inconsciente que insiste en criticar,  juzgar y engañar a mi alrededor,  aún ahí puedo percibir la perfección de esta vida llena de contradicciones.  Sin la oscuridad,  no hay luz.  Sin la tristeza,  no puede haber alegría.  Necesitamos en este mundo de dualidad la experiencia de ambas.  Así es y el anhelo de plasmar mi sueño me ha ayudado a comprenderlo.

Al cumplir doce años de perseverancia en esta aventura,  sólo siento una profunda gratitud por aquellos maestros que me enseñaron a no tirar la toalla.  Cuántas veces desee escapar, irme lejos, incluso cambiar de país y no asumir mi responsabilidad.  Para soñar en grande hay que aceptar darlo todo.  Y en ese darlo todo nos damos cuenta de que no estamos solos.

Igualmente, agradezco a cada uno de los estudiantes que han tocado el piso de madera del Estudio. Todos han traído algo para compartir,  algunos flores,  otros espinas.  Todos han sido importantes, todos han sido parte de esta aventura.

Yo sola no hubiera podido.

Namasté es un ejemplo de que los sueños suceden si así está destinado, a pesar de nuestras pequeñeces,  a pesar de nuestras inseguridades y miedos.

Lo que está destinado a ser,  tiene una forma de suceder a pesar nuestro.

Y es la confirmación de que todo es parte de un Plan Maestro mucho más grande que Mariela,  mucho más inteligente de lo que nadie podría imaginar.

Lo hermoso de cuando la Gracia se hace presente es que sigue creciendo y continúa en expansión-  y tal vez tengamos la suerte,  como he tenido yo,  de ser testigo- con toda humildad y asombro-  de los designios de Dios en una vida.

Eso es Namasté,  un testimonio de lo Transcendente en un cuarto de piso de madera lleno de chiquillos.  Un grupo de amigos con ganas de escuchar lo importante.

Y seguiremos escuchando.  Todos juntos ojalá, seguiremos escuchando.

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