martes, 21 de mayo de 2013

Apologies y el nihilismo

Hay muchas clases de disculpas.

Algunas dan lástima.
Otras son sentidas y las ofrecemos desde el corazón.

Yo misma he tenido que pedir perdón muchísimas veces.  Pero de todas esas veces,  sólo unas pocas han sido realmente con la intención de cambiar y no cometer de nuevo el mismo error.

En AA y NA le piden a las personas en rehabilitación que hagan un recuento de todas las metidas de pata,  vayan una a una pidiendo perdón a la gente que hicieron daño y luego rectifiquen.  Recibí varias de estas cartas de ex-parejas con problemas de adicción y en su momento,  fueron un rayito de esperanza entre el mucho dolor causado por sus conductas.  Sin embargo,  las cartas terminé botándolas al darme cuenta que no habían pasado del papel.  Las conductas dañinas regresaron y hasta ahí llegaron todas las buenas intenciones.

Esto puedo comprenderlo porque romper una adicción no es nada fácil.  Sea alcohol,  drogas,  sexo o comida- lo que sea-,  hay un componente psicológico y de enfermedad que requieren apoyo profesional.  Pero recibir una de estas disculpas de un colega que afirma estar en el camino a la iluminación,  esos ya son otros cien pesos.

Decía uno de mis queridos maestros,  que si uno se jala una torta,  simplemente lo que hay que hacer es rectificar.  Metemos la pata,  no lo haga más.  Lo vuelve a hacer,  intente no hacerlo más.  Y ahí vamos,  pasito a pasito,  en este camino de equivocarnos casi a diario para aprender más sobre nuestra naturaleza humana y el poder que todos tenemos de transformarnos.  Si queremos.

El yoga nos ayuda a acelerar este proceso de transformación.  Entonces uno espera que una disculpa pública signifique lo que parece.  No que la persona en cuestión publique un enunciado escueto donde supuestamente pide perdón por sus faltas y a la vuelta de la esquina,  cometa-  con alevosidad y mala fe- de nuevo la falta pero esta vez magnificada.  Eso sí que me parece patético.  En ese caso, mejor no hubiera pedido perdón desde un principio.

Tal falta de congruencia me enoja y decepciona.  Pero decido,  en este caso específico que ya me ha regado tantas bilis,  no engancharme ni esperar nada.  Qué gran liberación! Creo que mucho de nuestra miseria viene precisamente de nuestras expectativas hacia otra gente o lo que simbolizaron en su momento para nosotros.  Y la gente cambia.  Los humanos cometemos errores.  Algunos nos disculpamos de a de veras,  otros hacen la manpara y siguen como si nada.

Está en San José otro de mis ex- maestros,  persona a quién respeté muchísimo en su momento y que me enseñó excelente técnica en mi práctica.  Sin embargo,  este es un ejemplo de alguien que metió la pata bien adentro y luego se hizo el loco y siguió adelante-  sin pedir perdón ni arrepentirse de nada.  De su altanería y orgullo comprendí que la técnica que me enseñó no era suficiente.  Que yo anhelo maestros congruentes en su camino y que una disculpa sincera hubiese bastado para perdonarlo.

Me duele observar como gente sin conocimiento de su pasado se apunta a estudiar con él y no están al tanto de sus fechorías.  Me sorprende aún más saber que colegas que están muy conscientes de sus pasos aún así deciden compartir su tiempo y energía con una persona con tales antecedentes.   En yoga,  se nos pide ser muy picky de con quién compartimos nuestra energía.   Estamos todos muy abiertos y todas esas malas vibras  se pegan.

Así que pongo distancia comprendiendo que nadie es perfecto. Pero creo que nos acercamos a esa perfección cuando reconocemos nuestros errores y decidimos aprender de ellos.  Cuando superamos el bache haciendo de tripas corazón y admitimos que nos equivocamos.   Cuando nuestra conducta subsiguiente sugiere un cambio de consciencia. Y nuestros errores se vuelven nuestro recordatorio de nuestras limitaciones y razón de más para la humildad.

Ahora me quedé sin dos maestros,  pero ambos me enseñaron exactamente qué no hacer.  Son enseñanzas valiosas en estos tiempos de tanta confusión.  Un ser que me inspire debe ser lo suficientemente humano para equivocarse.  Pero también,  lo suficiente héroe para no esconderse tras  disculpas vacías y tratar de ser la mejor versión de sí mismo que pueda.

Eso es para mí un maestro.

Lo demás,  con toda la razón del caso,  son pseudo- protagonistas de su propio sueño de opio.   Nihilistas en su máxima expresión con pieles de oveja.

De estos,  Tatica Dios, sálvame.

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