martes, 2 de junio de 2015

Media Luna

Llego a tierra argentina la 1:30 am hora tica.
Destrozada. 

Sin embargo,  desde el primer contacto humano me alegro mucho de estar aquí en el Sur.  Roberto,  el taxista,  es sumamente amable.  Me lleva a mi hotel en un Buenos Aires dormido a las 5 de la mañana,  sereno y muy frío.

Duermo como un tronco.

Bajo a desayunar.  La mañana está soleada,  hermosísima.  Los árboles mezclados con los edificios y un cielo azul brillante en este Palermo matutino me dan la bienvenida de nuevo a esta ciudad de la furia.  Mientras me sirvo el café escucho una canción que amo (señal) y luego me dirijo a la mesa y lo veo:  un piano vertical precioso,  diciéndome en su silencio que estoy en el lugar preciso en el momento preciso.   Siento la complicidad y mientras como escucho sin querer la siguiente conversación entre dos amigos a mi lado en ese acento que me derrite:

"Pues es ahora el momento de retomar mi orden...ir al gimnasio,  hacer prioridades,  vos sabés.  Lo que hace uno cuando no tiene distracciones.  Tengo la gita para vivir, así que sólo debo enfocarme en lo que me hace feliz"- le dice el uno al otro.  

Luego le desea un feliz cumpleaños.

"Querés más café?"-  "qué barato me saliste hombre!-...

"Voy a ver a mi viejo:  no es posible un cumpleaños sin abrazar a aquellos que amamos..."-contesta el cumpleañero.

Se van y yo me quedo con una sonrisa en los labios,  testigo silenciosa de una lección tempranera llena de inteligencia emocional.

El consejo no era sólo para su amigo:  era para mí también.  Es lo que me está sucediendo, incluso sin pensarlo.  Mi vida se ha vuelto una sucesión de eventos que me hace feliz  cada instante.  Me pregunto cómo sucedió:  de aquella abogada amargada y estresada a este hotel bello en el corazón de una ciudad mágica para mí,  sentada a la par de un instrumento que adoro y esperando el encuentro con amigos del alma.

Ayer,  antes de tomar mi avión en Costa Rica,  reafirmé mi deseo de enfocarme en todo lo que amo.  Siempre habrá némesis,  siempre habrá fuerzas que intenten sacarme del presente.  Pero el momento presente es la vida en sí misma si uno se permite abrazarlo por completo.  Mi presente me está enseñando que la vida se lleva aquello que a uno lo atrasa si uno pide verdad.  También me está enseñando a recibir, algo que me cuesta muchísimo.  Tímidamente estoy abriendo mis manos a mucho amor,  ese mismo que en algún momento dudé si me merecía.  Amor que se muestra de las formas más perfectas y claras,  más allá de cualquier idea o concepto de mi mente.

Tuve un encuentro importante con un ser pequeñito en tamaño pero muy grande en sabiduría y ternura.  Cuando uno tiene encuentros así y siente que el corazón explota,  he ahí el mejor aliciente para compartirnos con todos con genuino desinterés y confianza.   Hoy paseo por las calles de mi Buenos Aires querido,  anhelando San Telmo,  las calles con brisa y los acentos melodiosos de la gente.  Mañana parto a un lugar que siempre quise conocer:  la cuna de una de mis maestras de la música,  La Negra: el verde Tucumán.

Y luego,  no sé.  No sé qué viene.  Sé que estoy ahora contenida en mi gozo,  sintiendo todo al mil por ciento,  desde esa hoja seca que cae en medio de los taxis hasta el colectivo que pasa lleno de gente.  No hay diferencia.  El mesero me ofrece más café,  me habla de una media luna o algo así.  No sé de que me habla pero me gusta el nombre.

Y aquí en Buenos Aires,  hoy día de luna llena,  así es como me siento:  como la otra cara de la luna,  sosteniendo mucha luz y a la vez,  interna y recogida en mi corazón.  Desde mi corazón es que se mueven los dedos en estas teclas mientras escribo,  al igual que en mi piano.  Termino haciendo con mis dedos lo que hice durante mucho tiempo:  los muevo a un ritmo cómodo,  estable,  co-creando de alguna manera con esa fuerza inefable que todo lo mueve.

Buenos Aires me invita a ser más susceptible,  como diría el grande Cerati.
Así sea.


domingo, 31 de mayo de 2015

Música

La música me ha acompañado toda la vida.  Desde muy pequeña,  mis manos todavía regordetas fueron obligadas a tocar una teclas que se interponían entre yo y mis patines.  No las amaba entonces.  Me subía a los árboles de mango de la casa y me escondía para no asistir a mi lección semanal de piano.  Mi madre,  insistente y muy perseverante,  de alguna forma logró domar mi indómita naturaleza a esa edad.  Sin embargo,  mi maestra era una señora muy viejita y la clase era bastante caótica:  me tomaba la lección de otras niñas más grandes y obviamente yo no la sabía.  Así que salía de mi clase regañada injustamente y para peores,  con las manos rojas porque me pegaba:  rastros de la edad mezclados con su impaciencia ante alguien que supuestamente no estudiaba.

Pero sí lo hacía.  Tenía un enorme piano viejísimo que mis padres adquirieron para probar si yo servía para la labor.  Era un gigante oscuro y sonaba muy profundo.  Con él,  aprendí mis primeras escalas y arpegios bastante desafinadas por cierto.   Me escuchó horas interminables en mis estudios de Czerny.  Escuchó con paciencia mis dedazos y finalmente,  fue cambiado por un piano nuevo vertical traído especialmente de Estados Unidos para mí porque sí,  parecía que la chiquita estaba dando la talla.

Mi mundo cambió cuando conocí a mi maestra,  mi querida maestra.  Era un examen de admisión que no recuerdo,  pero sí recuerdo su rostro.  Una joya del piano en Costa Rica,  con fama bien ganada de estricta pero con un don para enseñar:  con ella aprendí a amar la música,  aunque el reto diario de sus tareas interfiriera toda mi adolescencia con los jolgorios de mis amigos,  las salidas y la fiesta.  Todos los días desde que tenía doce años hasta los veinticinco abrí mi piano.  Lo abría en el Conservatorio después de mi escuela y colegio.  Lo abría en la casa y todavía no entiendo la paciencia de mi familia de escucharme muchas horas al día.  La lección de un pianista clásico es interpretar de la manera más fidedigna los deseos del compositor.  Cuántas veces soñé con un Beethoven enamorado de su Julietta Ricardi mientras componía el Claro de Luna.  O me imaginé en una Francia lúdica de la mano de Debussy,  o perdidamente enamorada como Chopin y George Sand mientras interpretaba los nocturnos.   Cómo desee ser Bach para no tener que estudiar los preludios a tres voces que eran un acertijo matemático.  Cómo temí mis exámenes,  más que a nada que haya hecho en mi vida hasta el día de hoy.

Todos estos años frente a mi piano,  sola en su mayoría, me enseñaron el poder de la música.  A él iba cuando me sentía sola,  desamparada en medio de una familia disfuncional que no iba ni para adelante ni para atrás.  Lejos estaba de comprender que mi capullo y mi piano eran una sola cosa y que fue él el que me salvó y resguardó incondicionalmente.   Mi música me salvó, mi maestra me inspiró un respeto y una devoción como nadie en ese entonces.  Cuando me mostraba una pieza y veía sus dedos fluidos,  relajados y sentía el profundo amor que sentía por la música,  era todo lo que necesitaba en mi cuerpo y mente de adolescente para continuar.  No sabía bien hacia adónde iba, pero sabía que iba acompañada por grandes maestros,  vibraciones sagradas y un ritual diario que me hacía sentir viva y segura,  aún en medio de tanta incertidumbre familiar.

La muerte temprana de mi maestra mientras yo sacaba mi segunda maestría en Derecho en Italia me rompió el corazón.  Regresé ufana por los méritos alcanzados a una Costa Rica donde ya no estaba a quién más deseaba volver a ver.  Desee con toda mi alma ser concertista,  sin embargo,  en mi familia el arte nunca ha sido apreciado así que a tan temprana edad opté por una carrera juiciosa pero muerta.  Intenté llevar el primer año de Derecho y el primero de piano,  pero me quebraron.  Imposible,  dijo mi maestra.  Y Mariela perdió ahí mismo un pedazo inmenso de su corazón.

Su muerte me dejó desamparada.  Intenté estudiar con otra gente pero no había química.  Intenté cambiar de estilo y explorar otros horizontes,  pero mis clásicos eran inimitables en mi corazón.  Así que con tristeza,  a mis veinticinco años y después de dar un concierto público de dos horas frente a un jurado muy selecto y ganar mi examen,   después de casi veinte años de mover mis dedos en las teclas diariamente,  cerré mi piano y lo dejé llenarse de polvo.  Vinieron más niños,  después vino el yoga y mi piano silencioso habitó mi casa como un fantasma pasado que se quedó mudo.  El el afán de la vida lo veía de vez en cuando y lo traveseaba sin mucho interés.  Me sentaba cuando acontecía algo que me dolía,  cuando estaba sola,  cuando estaba triste y sentí siempre un compañero leal,  siempre dispuesto a recibirme no importa en qué condición me encontrara.

Y esta semana que pasó volvió a sonar. 

No puedo describir con palabras lo que sentí cuando lo escuché de nuevo.  Las manos que con maestría lo tocaron todavía resuenan en mi corazón.  Mi piano revivió y con él,  una parte mía que quedó sepultada entre el día a día,  las obligaciones y el ajetreo.  Mientras escuchaba su dulce melodía,  sentía como si me estuvieran quitando una camisa de fuerza.  Sentía que mi propia música volvía a la vida.

Hoy,  mientras escribo esto ya planeo afinarlo,  desempolvarlo y amarlo.  Amarlo con todo el amor contenido en tantos años de tenerlo abandonado,  no por displicencia sino por simple vida que estaba sucediendo.  Comprendo que la vida me está abriendo espacios nuevos para volver a lo que amo.  No sabe mi amigo lo hondo que calaron sus dedos en mi alma.  Porque yo soy este instrumento:  soy esas teclas un poco desvencijadas y flojas,  esas cuerdas que claman por un diapasón,  esas felpas que necesitan calor.  Soy la música escondida entre los blancos y los negros,  la melodía inconclusa que siento cada instante de mi vida y el calderón sereno que me indica que puedo descansar.

En inglés,  los silencios se llaman "rest".  Así estoy:  en una meseta vital ojeando el horizonte,  dándole la bienvenida a las sorpresas lindas que me está regalando esta vida frágil,  sabia y misteriosa.  Soy ese piano que va a sonar tan bien dentro de pocos meses,  regalando su música a quién desee escucharla.  Entregándose en cuerpo y sangre sin dejarse nada adentro.

Porque somos música,  soy música...cada una de mis células en constante expansión y vibración. Y mientras respire,  sólo quiero vibrar de la forma más potente posible de la mano de esos amigos incondicionales que nunca se van...

cómo él.

jueves, 28 de mayo de 2015

Se busca un Segundo Corazón

Mi vida consiste en ser testigo de todo,  encontrar la poesía en cada instante.  Mi cerebro funciona como una especie de cámara que tiene un detector de belleza.  Desde siempre fui altamente sensible a la estética en todos los sentidos.  Estética que se muestra en miles de formas:  hoy,  por ejemplo,  en un atardecer de colores brillantes- desde el rosa hasta el amarillo encendido,  miradas cariñosas,  abrazos cálidos,  música divina,  sensaciones y emociones.

Podría decir que mi trabajo consiste en rescatar,  dentro de toda la maraña incansable del día a día pesado y rutinario,  un espacio libre de ruidos.  De alguna forma misteriosa he podido encontrarlo,  aún en medio de responsabilidades y quehaceres que en otro momento de mi vida me parecieron incómodos y absurdos.  El absurdo existencial del que me quejé muchas veces se ha tornado una bandada de pájaros alegres.  La única explicación que tengo a este fenómeno que yo misma estoy aprendiendo a entender es mi práctica espiritual.

Cuando hablo de espíritu no lo separo de mi cuerpo físico,  de mi mente o de mi corazón.  Todo en esta vida es espiritual porque somos espíritus encarnados.  Todo lo que tocamos,  como el Rey Midas,  es un canal para conocernos mejor y conocer al otro.  Estamos dotados de consciencia de vida,  además de la vida en sí misma.  Es un privilegio poder cuestionarnos para qué vivimos y por qué habitamos este planeta.

En algún momento de mi vida me cuestioné seriamente si estar viva era para mí.  Una marejada de dolores mal manejados,  incluyendo separaciones muy dolorosas de parejas con niños pequeños de por medio, infidelidades,  inconsciencia y sufrimientos propios y ajenos dieron al traste con mi ilusión de que la vida era un lugar seguro.  Recuerdo vivir en una carrera perenne para escapar de ese encuentro con algo dentro mío que no conocía pero que no hablaba ni se mostraba.  Siempre estaba "on the run".  Siempre ocupada, siempre estudiando,  haciendo, moviendo,  viajando.

Ahora,  mis actividades son bastantes parecidas a ese entonces.  El día a día en una casa-estudio con tres niños pequeños requiere logística, administración,  presencia y mucha paciencia.  Mi trabajo es un deleite y más bien trae a mi vida una culminación a nivel humano.   Pero los to do de mi lista siempre están incompletos:  siempre queda más por hacer.  He llegado a la conclusión que mi lista nunca se va a vaciar y he aprendido a tomarme las cosas con más calma.  Lo verdaderamente importante ha sustituido a lo urgente y cada día me aseguro de hacer algo nuevo,  romper algún miedo y conectar con alguien que amo.

No sé ni siquiera cómo llamar a esta entrada.  Tal vez deba llamarse Renacimiento.  Esto por cuanto desde hace ya varios meses siento como si hubiera salido de una crisálida que me aprisionaba.  Creo que eran todas esas ideas en mi cabeza de cómo tenía que ser mi vida y que si no cumplía con mis planes y requisitos no podía ser feliz.  Estoy encontrando precisamente que el soltar todo me ha ayudado a dar pasos nuevos, genuinos,  sinceros,  en una camino que desconozco pero en el cual confío plenamente.  Es el camino de ser yo misma,  sin máscaras,  sin pretensiones de ningún tipo.  El camino de mostrarme,  de equivocarme,  de explorar y  a veces,  de darme un trastazo en la cara sólo para entender mejor mi propia humanidad.  Los trastazos pasan,  pero puedo decir que me tengo más compasión.  Me juzgo menos,  me quiero más.  Así como soy,  con mis muchos defectos y pequeñas virtudes.  La mayor virtud creo consiste en estar dispuesta a verme con sinceridad.  Contarse uno mismo historias ya está pasado de moda en mi mundo,  se siente anacrónico y sin sentido.

Maravillada observo como esta actitud en mi vida atrae seres maravillosos a mi lado.  Cada uno de estos seres son realmente únicos y super dotados,  diría yo.  Son muestras de seres humanos extraordinarios en sus campos, artistas virtuosos,  seres bondadosos que buscan ayudar a otros,  dar una mano,  romper los patrones.  Puedo decir que mis amigos y amigas son todos de una especie de ser humano que aspira a lo más alto,  a lo más puro y a lo más difícil:  la coherencia y la integridad.

Cuando hablo de coherencia e integridad quedan automáticamente por fuera muchos y muchas que conocí y que ahora son sombras y fantasmas sin alma ni rostro.  Hago una oración por ellos y comprendo que tuvieron que ser parte de mi camino para ayudarme a realizar lo que no deseo en mi vida.  Algunos de una manera cruda y contundente que rayó en el odio y el desprecio.  Pero ahora sólo siento una distancia y a la vez,  una paz que proviene de adentro,  ya no de ninguna confrontación,  juicio ni tampoco desilusión.

Preparo un viaje al Sur con emoción y anticipación.  El Sur,  el Norte,  el Este y el Oeste de pronto se iluminan en mi vida de yogini madre,  exploradora,  artista y soñadora.  Nunca creí  surcar los cielos en busca de almas por conocer.  Soñaba con conocer el mundo pero nunca me llenó la idea de ir a turistear a un lugar sin conectarme con su gente.   Tengo el gran privilegio de poner pie en tierras donde mi primer contacto es con mis amigos, amigos que me traen más amigos y ya mi corazón se siente pequeño para albergar tantas presencias amorosas en mi vida.

Así que tal vez esta entrada deba llamarse Se Busca un Segundo Corazón...y un tercero, y un cuarto.

Ad infinitum...

Tal vez  comprendo mientras escribo que el camino es replicar nuestros corazones hasta que nos broten por todo lado y se vayan volando al resto del mundo al encuentro de nuestras almas gemelas.


domingo, 24 de mayo de 2015

Cuando el maestro llama...

El espacio era difícil de describir.  Si lo intentara diría que era como un remanso de agua en medio del torbellino de la vida.  Un lugar sagrado donde nos tocaba exponernos:  el miedo máximo de todo ser humano.

Soltar las máscaras,  ir profundo,  hacer de tripas corazón y mostrarnos.

Comenzamos todos haciendo lo que sabemos:  el arte eterno y profano de la repetición.  La forma permite que nuestra mente esté quieta por un rato,  que se desacelere del ruido mundano.  De las dudas,  de la confusión.  De las proyecciones y demás basura energética que interfiere con nuestra vibración personal.  La respiración pausada y el silencio nos ofrecen un descanso y a la vez,  el reto diario nos pide darlo todo.

Mauricio entra al cuarto.  Su presencia es todo lo que la presencia de un buen maestro ofrece:    invisibilidad  y poder a la vez.  Sin más pretensión que dar una mano,  sin más deseo que movernos al límite.  O será que con su sola presencia solitos nos atrevemos a ir más allá de lo que consideramos normal.  Lo mismo me sucede con mi maestro en India:   basta que esté en el cuarto para que yo sienta todo mi potencial resurgir,  todas mis fuerzas juntas alegrarse.

Un maestro de lo que sea necesita,  primero que nada,  bondad.  Mientras practico traigo a mi memoria a todos aquellos que están trayendo bondad a mi vida en este momento.  Irremediablemente y por contraste,  reaparecen los fantasmas de todos los que han traído mentira,  poses falsas y pretensiones vacías.  Veo que el amor borra huellas amargas y las cicatrices reciben un bálsamo dulce que las invita a sólo ser  totalmente aceptadas y amadas en su simbología.  Cicatrices amadas porque su presencia significa que no fuimos derrotados en esa batalla y aquí continuamos.

El cuarto respira con almas determinadas.  Seres que no se andan por las ramas y que tienen claro que cuando el maestro llama,  hay que venir.  Es un llamado más profundo que todas las excusas que la mente pueda fabricar:  perderse al maestro equivale en el camino espiritual a estar ciego.  Por eso cantamos todos los días al Guru,  al que nos lleva de la oscuridad a la luz.

Pero tenemos que hacer nuestra parte. 

Nuestra parte consiste,  llana y simplemente,  en crear espacio.  Espacio para que su Luz penetre las configuraciones misteriosas y necias de una mente que dice "no puedo",  "no tengo tiempo",  etc. etc.  Rendirse al maestro es un acto de profunda confianza: entregamos nuestro ser completo a alguien en quien creemos,  escuchamos con fe lo que nos dice,  su guía es importante para nosotros en este momento de nuestra vida.   Obviamente no vamos a colocar nuestro espíritu en manos de cualquiera.

A algunos nos ha tocado aprender esto con mucho dolor y lágrimas.

Pero si practicamos con ahínco,  devoción y mucha fe,  atraemos la energía perfecta para el avance en este camino de obstáculos.  Sé por experiencia que sólo se pone mejor.  Sé también que mis esfuerzos muchas veces no son apreciados y he aprendido a estar bien con eso.   Sé que me gustaría que todo Costa Rica esté en este cuarto hoy que terminamos y no se vendan al mejor postor "yogi".  Pero sé también que esto es cuestión de karma y que irremediablemente vienen los que están listos.  

Sólo esos.

Apuesto al despertar inevitable que todos tendremos eventualmente y sigo luchando por abrir ojos y corazones.   Es fácil con el apoyo de colegas y amigos de la talla e integridad de Mau.  Hemos compartido un camino por más de una década,  dos maestros,  amistades y mucho India.  A los dos nos han dado palo y nos siguen dando palo cada día en el mat.  Pero hay una hermandad hermosa que surge de quitarte tu máscara en presencia de tus amigos.  Más allá de las palabras,  la conexión de la tribu viene de ese anhelo profundo y compartido por más Luz y más Amor.

Almas un poco fuera de serie que no nos conformamos con menos.
Almas para quien cruzar el mundo hasta India es ya una faena conocida y posible.
Almas que atraemos almas parecidas a nosotros.

Esas que están listas...
Sólo esas.


jueves, 21 de mayo de 2015

Frágil

Me siento a escribir y ni siquiera sé por dónde empezar.  La maravilla de la escritura es que ayuda a ordenar ideas y sentimientos.  A medida que las letras van apareciendo es como si el inconsciente saliera a la luz y puedo entender mejor la maraña de emociones en un día intenso como hoy.

La maternidad consiste en tener el corazón de uno caminando por el mundo.  En mi caso,  en catorce piernas que se mueven en estos momentos en Alemania,  México y Costa Rica.  Mi práctica más seria y profunda es poder sostener a mis cachorros desde mi corazón y entregarlos cada día a ese Poder que los creó en mi vientre,  que los formó perfectamente y que los hizo nacer en este mundo.  Cuando recuerdo la maravilla que fue cada embarazo,  cada parto,  cada mal noche que ahora parecen dulces desde lejos,  siento que puedo confiar en que mi corazón ande caminando allá afuera,  más allá de mi control.  A pura fe.

Sin embargo,  hay días en que la fragilidad de la vida se anuncia y por más que trato de no sentir en el momento (en la emergencia sólo queda correr y actuar rápido),  después me embarga un sentimiento de total resquebrajamiento.  Es como si mi alma crujiera literalmente.

Hoy Theo,  mi enano de 5 años,  decidió que quería curarse más rápido de la tos y se tomó completa la botella del jarabe.  La muchacha estaba limpiando como hace todos los días,  yo andaba dejando a otros tres en el kínder,  escuela y colegio.  Regresé a la casa,  tomé mi clase,  tuve una práctica bella y poderosa y luego empecé a escuchar los gritos.

Terminamos en el hospital por intoxicación.   Primera vez que me pasa en mis veinticinco años de mamá.  Siempre hay una primera vez para todo pero el incidente de hoy me dejó sensible,  con muchas ganas de llorar y repasando una y otra vez en mi mente qué pude haber previsto para que no sucediera.

Todos los días aprendo en esta vida dulce y maravillosa que es compartir con tres seres pequeñitos, llenos de sorpresas y maravillas.  En su lógica pequeñita él quería curarse más rápido,  cómo no entender su deseo?  En mi lógica adulta esa botella nunca tuvo que estar a su alcance.  Así que me he castigado todo el día sintiéndome culpable,  recordando cómo olvidé guardarla después que se la dí en el corre corre de la mañana.

El hospital fue una experiencia dura,  pero más dura ver a mi cachorro inerte y sin fuerzas.  El miedo a lo que ya todos sabemos que nos sorprenderá algún día (la muerte de quiénes amamos) sacó la cabeza y me mostró su lengua.  Acababa por cierto de estar en una postura  en mi práctica de yoga que supuestamente conquista el miedo a la muerte.  Ja!  Fácil la postura esa comparada con lo que pasé hoy.

Termino mi día llena de lágrimas pero al mismo tiempo tan agradecida de que la crisis pasó.  Mi maestro mandaba a todos sus estudiantes a hacer familias,  a tener hijos,  a ser papá y mamá.  El mismo sirvió muchas veces de casamentero.   Hay algo en la vida familiar,  en el día a día,  en la cotidianidad que nos ayuda a bajar a tierra las enseñanzas espirituales.  Por eso él llamaba a la familia la Sétima Serie:  la más avanzada.  Hay una espiritualidad calida y dolorosa en observar e intentar sostener nuestro corazón en un cuerpecito pequeño y frágil.  Es un recordatorio  tangible de nuestro papel como canales sin apego,  algo casi imposible por el amor tan grande que les tenemos.

Así que descanso en la paradoja:  ese encuentro contradictorio entre el amor humano,  tan poco aprehensible,  esquivo y lleno de miedo y el amor eterno que compartimos como almas,  ese que nos hizo terminar juntos en esta vida,  ese que nunca termina y que sé que sobrevivirá a estos cuerpos y al tiempo.  No sé cuánto nos quede pero sé que hoy pudimos estar juntos y cerca y que al final,  todo salió bien:  aprendí bien mi lección de estar presente y mi corazón se abrió un poco más con dificultad.

Lo escucho en el primer piso y le doy gracias infinitas a Dios por su vocecita dulce,  sus ojos soñadores y su ternura en mi vida.

Sé que hoy fue un buen día a pesar de los imprevistos.
Como lo es cada día de nuestra vida,  aunque el corazón duela. 



martes, 19 de mayo de 2015

Always in my head


Te pienso.

No he dormido nada.

Te pienso.
Creo que olvido pero no es así.

Mi cuerpo se mueve,  va donde le pido.
Pero aunque lo intento,  mi corazón permanece inmóvil.

Y mi boca pide ser alimentada.
Estás siempre en mi cabeza y esta es mi forma de decirte

que te he escogido entre todos.


lunes, 18 de mayo de 2015

Samurai

He estado meditando mucho sobre un tema en los últimos días.  El tema es la vida en sí:  la muerte.  Esa posibilidad remota que todos reconocemos pero que visualizamos lejos de nosotros y de todo lo que amamos.

No sé por qué coincidencias kármicas me llega la visión de un Samurai.  Guerrero valiente y honorable cuyo fin en la vida es vivir con dignidad y ante todo,  morir con dignidad.  Estos seres eran tan increíbles que su lema era:

"Quienes se aferran a la vida mueren,  quiénes desafían a la muerte sobreviven."

Para ls samurais,  la muerte significaba un asunto de honor y la muerte por vejez y por causas naturales no era deseable.  Una muerte joven,  temprana y violenta era para ellos una señal de predilección de los dioses.  Su idea era

"vivir bellamente y morir de manera hermosa".  

De allí que el símbolo del samurai sea  el capullo de la cereza,  emblema certero de lo bello y lo efímero.  Un día en este mundo es pleno florecimiento,  el siguiente un día de tormenta.

Mi mente vuela hacia Yukio Mishima,   prolífico escritor japonés.   Aunque venía de una familia burguesa,  se identificaba profundamente con la estirpe de los samurais.  Amante de las artes marciales y uno de los artistas más privilegiados de su época,  su tema de vida fue el respeto a las tradiciones y su critica a una sociedad sumida en el vacío espiritual y la decadencia moral.  Mishima se suicidó mediante el rito del Seppuku al grito de "Larga vida al emperador".

Todas estas figuras me invitan a la muerte de algo dentro de mí que ya está listo para transcender.  A veces siento que ya murió hace tiempo.  En mi arte les llamamos samskaras o huellas energéticas de otras vidas.  Otros le llaman venenos o samsara hala hala.  Me veo cada vez menos importunada por el Adversario,  como llaman en la Kabbalah al ego.  Mis días transcurren dentro de una serie de conexiones y relaciones que se desenvuelven con facilidad y armonía,  casi sin esfuerzo.

No hay paz más grande que saber que la Luz está dentro de nosotros.  No hay alegría más grande que entender que todas la proyecciones pasadas fueron intentos fallidos del Adversario.  La Luz es una realidad y el 99% de nuestro ser.  Que no podamos percibirlo con nuestros sentidos no significa que no esté ahí siempre,  lista a ser descubierta.

Sueño con encuentros de almas desde el 99%.  El 1% es bastante predecible y bastante aburrido:

"Cómo te llamas?
"En qué trabajas?
"Adónde vive tu familia?

etc
etc
etc

vs.

Qué amás?
Hacia dónde caminás?
Qué es importante para vos en esta vida?

Qué te hace genuina y absolutamente feliz?

Me duermo con estas preguntas en mi mente y comprendo que las respuestas ya están contenidas en ellas,  aquí ahora.  Me duermo repasando un día,  un fin de semana y una vida llena de Gracia.

Sí,  una simple vida extraordinaria.  Una vida extraordinariamente simple donde aquello que yace escondido palpita a un ritmo que sólo yo y Dios comprendemos.

Y de seguro aquellos que palpitan en esta  misma sintonía.