domingo, 20 de abril de 2014

Resucitemos juntas

Ella vivió toda su vida con una herida.
Una herida muy profunda que ni siquiera sabía que tenía.

La herida sangraba en ocasiones específicas:  cuando sentía lejanía- sobre todo de su otro significativo;  cuando había luna llena;  cuando estaba en el pico de su ciclo.  Sangraba también sin causa aparente: ante un comentario hiriente,  alguna palabra inconsciente o cuando estaba muy estresada.

Constantemente sentía el peso de un ser ajeno a sí misma que habitaba dentro suyo y se empeñaba en empañarle la cancha.  Fueron tantas las veces que lo actuó- por no poder identificarlo-,  que irremediablemente alejó a todos aquellos que un día la amaron.  Por supuesto,  su furia crecía cada vez más con estos abandonos,  intentos fugaces de auto-conservación de quiénes un día vieron su verdadera esencia.

Su soledad se volvió insoportable.  Su ira crecía día a día.  Buscaba constantemente a alguna pobre víctima que se enganchara en su juego para así no tener que sentir.    Ex- parejas,  hijos,  amigos. Y le funcionaba por un rato:  culpaba a otros de sus desventuras,  responsabilizaba a otros de su felicidad.  No hacía más que romper y quebrar en mil pedazos el poco cariño que todavía quedaba del otro lado. Estaba arando su propia tumba de soledad y no tenía ni siquiera consciencia de lo que seguía haciéndose.

A veces, sin embargo, se sentía muy tranquila.  En ese estado de tregua  (mientras la bestia dormía hasta la siguiente luna llena, ciclo o pelea) parecía una mujer normal.  Era en esencia un ser amoroso y creativo,  dulce y cariñoso.  Quiénes la amaban osaban en esos momentos acercarse,  eso sí,  con mucha cautela porque ya habían identificado en ella la dualidad,  esa personalidad borderline-  no era seguro relajarse a su lado.  La bomba explotaría de nuevo en cualquier momento... por la mínima cosa.  Y ella también,  en estos lapsos de serenidad se olvidaba de sus propias palabras crudas e hirientes,  creía que todo había sido un mal sueño y por unos instantes se relajaba.  Parecía que era otra vida.  Hasta podía sonreír.

Tristemente no duraba mucho.  La fiera quería comer.  Algo salía fuera de plan:  DRAMA.  Alguien no le daba lo que pedía:  FURIA.  Alguno se atrevía a preguntarle qué le pasaba:  ODIO.  Y el ciclo se repetía una y otra vez,  sin cesar,  ad infinitum...

Ad perpetuam.

.
.
.

Esta fue mi historia por muchos años.  Alejé a gente que realmente amaba porque todavía no me había dado cuenta que mi bestia era insaciable.  Creía que hiriendo a otros de alguna forma su hambre cesaría.  Todo lo contrario:  tantos episodios de inestabilidad y cambio constante sólo me dejaron exhausta.

Escribo hoy sobre esto porque cada vez sé de más mujeres que también sufren de esta condición.  La han llamado de muchas formas,  pero en mi humilde opinión es solamente un Síndrome de Mujeres Profundamente Sensibles (SMPS).  El mundo es -diariamente - demasiado para nosotras.Aprendemos a defendernos de él con garras y dientes,  sin que nadie nos explique qué diablos vinimos a hacer a este lugar y cómo se hace para sobrevivir.

Igual que nos defendemos ante el mundo, combatimos todo,  incluyendo al hombre que amamos con todo nuestro corazón.  El hombre eventualmente nos deja- con mucha razón.  La furia que el abandono y la pérdida ocasiona es tal que,  en vez de soltarlo y hacer de una vez por todas nuestro trabajo interno-   la única salida-,  continuamos acosándolo, incluso a través del empalagoso amor,  pero generalmente a través de ataques y necedades.

El hombre no es el problema:  el problema es nuestra idea de que él es la solución.

Tengo en este momento tres amigas queridas,  tres seres maravillosos,  todas pasando por este mismo paradigma en diferentes tonalidades.    Su hombre se fue,  las abandonó.  No las ama más.  Las cambió,  se alejó,  se fue del país,  se consiguió alguien más joven... como quieran llamarle.  La verdad es que ellos se asustaron.  A pesar de su amor,  no pudieron comprender tanta sensibilidad mal manejada.    Emocionalidad al garete,  sin rumbo,  su nombre más bien inestabilidad.

El hombre se fue:  bien por él.  No pudo más y con toda razón.  Se desgastó,  intentó,  insistió,  calmó,  lloró y se hartó.  Si yo hubiera sido ese hombre probablemente no hubiera durado una semana conmigo misma.  Pero tal vez estuvieron ahí años:  ofreciendo con buena intención ,  recordando a ese ser dulce y amoroso del que se enamoraron. Sosteniendo camadas,  construyendo nidos para que después un manotazo terminara con su esperanza.

Su ida es el mejor regalo que nos dejaron.   Ya no lo llamo  huída ni escape de mi ex: lo llamo consecuencia.  Si ese hombre no se hubiera ido,  todavía creería en que la historia es intentar que se quede- a toda costa,  a pesar de su incomodidad.  Y el secreto radica,  el secreto más grande está en dejarlos ir y quedarnos sentadas con ese espacio vacío.  Ahí es que vamos a poder realizar nuestra sombra y finalmente,  entendernos un poco más.  Ahí es que todo va a comenzar a avanzar,  en vez de ir hacia atrás,   cada vez más hundidas en el lodazal de sufrimiento.

El regalo más grande que un compañero de una SMPS nos da  es su partida.  En el momento  tal vez sea lo más doloroso que sintamos en toda nuestra vida.  Una sensación de ahogo mezclada con ira,  lágrimas y celos. Una maraña de culpa hecha un melcocha con nuestro propio desvalor.  Pero su partida nos devuelve al ser que más presente necesitamos tener:  nosotras mismas.  Sin más enganches interminables en dramas egocéntricos sin sentido.  Nos queda nuestra energía libre para dedicarnos  a conocernos de una vez por todas.

De ese dolorosísimo desenganche ya han pasado muchos años en mi vida.  Todavía me recuerdo en ese entonces como un ser destrozado.  Tuve que empezar de cero con cuatro pequeñitos a mi espalda.   Amigas mujeres,  maestras y hermanas me tendieron la mano.  Y hoy puedo compartir que la sanación es posible- no importa qué edad tengamos, no importan cuántos hijos ni qué edades, no importa nada,  sólo nuestro deseo de realizar la verdad.

Pienso en mis tres amigas:  las tres mujeres bellísimas,  increíbles seres por dentro y por fuera,  llenas de talentos para dar y rebosantes de amor para compartir.  Cada una de ellas lidiando con un abandono sin darse cuenta de que el abandono es lo mejor que les pudo haber pasado.

Si deciden verlo están en el camino directo a recuperarse de una vez por todas.  Y van a emerger al otro lado como esfinges de luz,  reales,  intensas,  profundamente mujeres.  La mujer que no castra y hunde al otro por miedo al amor...no.   No esa bitch que pide el amor a gritos porque todavía cree que es responsabilidad de alguien allá afuera proveerlo...

No.

La mujer que recibe y entrega porque se siente tan llena que ya no le cabe más Amor en el alma.  La que tiene tan colmada su copa que el Universo entero podría beber de él.

A mis amigas,  diosas,  musas... mi mano está libre para abrazarlas.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.