viernes, 11 de abril de 2014

El éxtasis de un angelito

El día transcurre alegremente celebrando al integrante más pequeño de la familia.

Entre risas,  lloros,  golpes y momentos de sublime maravillarme ante mis tres hijos menores,  reflexiono sobre este día hoy hace tres años.

Creo que nunca me he sentido tan mal en toda mi vida.

Finalizaba un embarazo no deseado, nueve meses de resistencia,  dudas y mucha confusión.  Este último bebé se vino sin pedirlo.   El anterior tenía sólo cinco meses cuando supe que estaba embarazada.  La reacción inmediata fue:  "esto no es posible,  no lo quiero,  es demasiado...."

La resistencia mía personal se vio incrementada por la resistencia del papá,  la familia y los amigos.   Innumerables juicios y opiniones al respecto no ayudaron.  "Siete hijos...!"  Tiempo después me enteré por una estudiante que su primera noticia sobre mí fue un comentario de que estaba embarazada de nuevo:

"Imagináte..."

El aura de confusión sólo incrementó día a día durante los nueve meses.  El dolor físico también.  El parto anterior fue una emergencia y mi cadera quedó dañada.  El peso del nuevo bebé sólo empeoró el problema,  al punto que con cuarenta libras más de peso al final casi no podía caminar.  El dolor era constante y punzante.  Como una puñalada al corazón que me decía:  "esto no puede estar pasando."

Hoy contemplo a mi bebé y sólo puedo dar gracias de tenerlo con nosotros.

La oscuridad que me cubrió en ese momento se fue despejando paulatinamente.  El parto en sí fue la parte muy difícil:  acostumbrada a parir mis hijos como las machas,  una cesárea obligatoria cercenó definitivamente mi idea idílica sobre la llegada de Matías a este mundo.  Imposible parirlo con una cadera desgarrada que me impedía caminar,  mucho menos acuclillarme.  Resignada,  entré en aquel quirófano frío y estéril,  sola y muy desmotivada.  Dispuesta a vivir lo que tenía que vivir  como un castigo,  lista para tragarme este trago tan amargo mientras maldecía mi suerte.

La paradoja de esta vida radica en la posibilidad de encontrar lucecitas y seres amables aún en medio de la más profunda desesperación.  En aquel quirófano helado,  sentí el cariño de dos amigos que quedarán para siempre en mi corazón:  dos médicos que se entregaron con fe para traer a este bebé al mundo.  Y Matías nació:  un bebé sano,  hermoso,  al cual no pude amamantar ni abrazar como había hecho con mis otros hijos.  Estaba tan perdida con la anestesia,  tan mareada y desconectada.  Pasé todo el día en un sopor del que no podía salir,  aturdida y sin conexión con mi bebé.  Otros  cuidaron de este ser frágil y perfecto  mientras yo me recuperaba hasta que finalmente pude estar lo suficientemente despierta para sostenerlo sin que se me cayera de los brazos.   Aún ahí,  el dolor de la herida era algo desconocido para mí.  Estaba incómoda y me sentía totalmente inútil sin poder caminar y moverme como lo había hecho antes con mis partos normales.

Matías llegó a mi vida como una lección de aceptación más allá de mi mente y mis emociones.  No tuve más opción que empezarlo a amar.  En medio de la herida,  mi otro bebé pequeñito y las hormonas fluctuantes,  encontré milagrosamente-a pesar de todo-,  un atisbo de esperanza.  Su presencia en la casa fue creciendo y hoy puedo decir que nos llena completamente el corazón.  El paso de la resistencia al gozo ha sido lento,  pero hoy comprendo la sabiduría de la vida al enviarme a este pequeño emisario de verdad.  Hoy no concebiría mi vida sin él-  y recuerdo con tristeza lo mucho que lo rechacé.

Mi doula,  mujer sabia y tan querida nos dijo que este bebé era el ser más valiente que ella había conocido.  Se había atrevido a venir a nosotros sabiendo de nuestra futura resistencia,  arriesgándose a no ser amado,  dispuesto a morir en el intento.  Cuando nos dijo eso,  supe que Matías es mi héroe personal, que cada día que tengo miedo pienso en esta almita que no temió venir a unos padres cerrados,  arriesgar su propia vida para reconfirmar que el amor es simplemente inevitable, más allá de las razones y ruidos mentales.

Matías:  regalo de Dios. Matías:  maestro inexorable de Amor.  Porque el amor no significa ahora para mí algo romántico y fácil.  Después de esos nueve meses de enseñanza diaria,  aprendí que el Amor puede llevarnos al límite de nuestras capacidades y aún así,  hacernos emerger totalmente renovados.  El cáliz que Matías significó para mí dejó para siempre una huella en mi alma.  La purificación tan brutal que su llegada a este mundo me trajo podría compararla con arder viva en una hoguera o lanzarme a un precipio sin fondo- sin haberlo escogido.

Su ternura y dulzura han llegan a lugares que no estaban abiertos todavía dentro de mi corazón.  Necesitaba el ardor de este ángel de fuego para derretir lugares en mí que yo misma desconocía.

Veo para atrás y el resultado ha sido impresionantemente perfecto.  Más allá de mis ideas irreales de un amor sublime sin asidero tangible en la aceptación del presente,  emerjo de esta experiencia como aquel fénix  que resurge de las cenizas de sus propios conceptos absurdos.

Emerjo como alguna vez desee e imaginé:   con el corazón totalmente abierto a la incertidumbre,  misterio y paradoja de esta vida-  renovada,  gozosa y absolutamente nueva por dentro.

Gracias,  mi angelito, porque me diste el regalo más amado que he recibido en mi vida.




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.