sábado, 15 de febrero de 2014

Vórtex de amor

Una semana de estar en casa después de Mysore.
No ha sido nada fácil...

Uno viene de India con otros ritmos internos.  Se siente el cambio en la ciudad:  el estrés en la gente,  el tráfico,  los deadlines,  la ansiedad general.

Comprendo todavía mejor la necesidad vital de encontrar mi espacio de práctica en este medio.  No sé adónde estaría sin mi oasis.

India empieza a difuminarse como un sueño.  La extraño.  Me duele.  Pero ya sé que es parte de esta gran enseñanza que me da cada vez de estar y luego soltar.  La ley de la vida.  Así que suelto con amor,  anhelando la próxima vez.  Y me enfoco en estar aquí presente a todas las maravillas que también hay en este lugar.  Algunas son muy obvias,  otras más camufladas.

Esta semana,  mientras hacía vueltas de escuelas,  mandados y rides,   me puse a observar a la gente.  Trabé conversaciones muy interesantes con tres de ellos,  extraños en un inicio,  casi amigos al terminar.

El primero mi amigo el dueño de la tienda de cuadros.  Llevé dos lienzos de Ganesh y Lakshmi a enmarcar.  Obviamente el colorido llamó la atención y empezó a preguntarme de dónde venían,  qué hacían.  Me contó de su momento presente,  la ansiedad de una separación,  el deseo por ir más profundo.  Un hombre pleno a sus sesenta años,  quería saber si era demasiado tarde.

"Por supuesto que no es tarde!  Venga!"

Sus ojos fluctuaban entre la duda y la certeza y a la conversación se unió su asistente.  Ella sí había practicado yoga una vez y tomó mi tarjeta con firmeza.  "Yo llego."  A esta estoy segura que la veré en algún momento en el Estudio.

La siguiente conversación fue en un café.  Entré  y de inmediato noté la presencia de una muchacha joven rubia.  Me senté y me puse a trabajar.  Pero de nuevo mi indumentaria me delató:  andaba un collar de Navarata,  un collar indio que une las fuerzas de los nueve planetas.  Le llamó la atención y me habló... terminamos hablando de mil cosas,  entre ellas de su capacidad de percibir la energía de la gente.

"Apenas entraste,  vi que eras un alma blanca,  un alma buena"- me dijo.

El tercer amigo lo encontré por casualidad en una librería mientras compraba los lápices de color,  borradores,  tijeritas y materiales de escuela de mi hijo Gael.  Estaba contándole a la cajera que se había pegado un gran susto:  que casi no cuenta el cuento.  Que había estado muy grave en el hospital.  Cuando llegué a pagar lo ví:  un hombre de unos cincuenta años,  muy fuerte y vital.  En sus ojos leí el miedo y me nació hablarle del Yoga.  Hablamos del impacto que tiene el estrés en nuestras vidas, de cómo afecta la salud.  Escuchaba con mucho interés, como si esta conversación fuera la respuesta que había estado esperando en medio de su crisis.

"Qué interesante.  Definitivamente,  el estrés..."

Y además de estos amigos,  esta semana llegaron tres estudiantes nuevos al Estudio.  No sé todavía sus historias,  pero sé que todos los que terminamos en esto compartimos corazones rotos,  alas quebradas,  sueños truncados y ansiedad diaria.  Los veo iniciarse con dificultad,  mucho esfuerzo y un atisbo de esperanza.  Pienso en todos los seres que hoy caminan por esas calles,  perdidos en preocupaciones,  añorando un poco de paz.  Pienso en todos lo que algún día nos sentimos perdidos y hoy estamos encaminados.  No que se ponga fácil,  siempre es un reto.  Pero hay una luz y hacia esa luz es que damos pasitos cada día.

Y sí,  creo que tengo que estar aquí.  Aquí es mi lugar.

Me preparo para celebrar el cumpleaños número seis de mi hijo número cinco,  Gael.  Y la vida de alguna manera se integra en un caleidoscopio de amor,  alimentado por la magia de Mysore y mi maestro,  Mysore y mis amigos,  Mysore y el suelo indio que amo.

El vórtex me alimenta,  aún a miles de kilómetros de distancia.







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