sábado, 22 de febrero de 2014

Serendipity

Ayer tuve una experiencia mágica que me sacó,  por unos instantes, del metódico devenir de mi vida y me empujó a un lugar nuevo.  Fortuito.  Inesperado.

Me sentí reconocida y amada por esto que llamamos Vida-  en el sentido más amplio y puro del término.  Realicé que Dios sabe exactamente cómo me siento en cada instante y amorosamente me envía emisarios de amor a recordármelo.

A menudo pierdo mi rumbo entre tantos deberes- shoulds les llamo.  Como buena latina que soy,  mi ser se rebela ante la cotidianidad repetitiva y árida.  Aún en medio de la vida más cómoda y satisfactoria   me falta la magia. A veces quisiera haber nacido en otras culturas más frías, más metódicas donde el sentir no es parte de la operación y todo funciona con eficiencia y precisión.  Pero después me pregunto qué sería de mi alma sin esa ventanita para respirar y explorar nuevos horizontes.

La capacidad que tengo de atreverme.

Lo interesante del caso es que sólo noto que me falta cuando sucede.  Y  sucede cuando no la esperamos.  La eterna paradoja.  En mi quehacer cotidiano,  un viernes en la tarde es sinónimo de calma.  Ayer,  la tarde de verano culminó en un espejismo que todavía no logro descifrar con mi mente.  A mi mente le cuesta mucho abrirse a nuevas posibilidades y la siento todavía luchando el toque generoso de la Gracia.

Nuevas puertas han de abrirse y debo permitir la entrada de la luz y el amor a raudales.  El esfuerzo que conlleva vivir una vida limitada por el should me deja con una sensación de vacío y dolor en el alma.  Es imprescindible para mí-  y me atrevería a decir,  para todo ser humano-,  explorar su capacidad de sentir al cien por ciento.  Si no sentimos,  no vibramos,  no nos atrevemos, la vida se vuelve una repetición insulsa de actividades sin columna vertebral.  La columna vertebral es lo que nos diferencia de otras criaturas:  la capacidad de sentir conscientemente.

En este sentir diario que he titulado "Carpe Diem" (vive este día al máximo,  como si fuera el último),  cierro mi sábado- un sábado diferente,  con alas en los pies y ganas de tocar mi piano-,  de la mano de un músico que supo plasmar en sus notas los acordes profundos del alma.  Mientras mis dedos se deslizan por las teclas,  comprendo con él que el anhelo por sentir viene de un deseo del espíritu de salirse de las casillas de la mente y sus expectativas.  La mente como aliada en vez de la mente como obstáculo.  El alma como norte en vez de alma sofocada.

Y Piazzolla me acuna mientras escribo estas letras,  doy gracias a la Vida por recordarme lo importante y me rindo a los sueños de una vida más plena y no tan llena de shoulds.




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