miércoles, 5 de junio de 2013

Fuera máscaras de dolor

Yoga es aquello que une en su acepción más popular.

Pero en el más estricto sentido de la palabra,  el propósito del Yoga no es unir,  sino desunir: desconectar lo falso de lo verdadero.

Leo estas definiciones en mi libro de Filosofía y me invitan a meditar sobre los acontecimientos de los últimos días.  Es difícil mantener el centro en medio de las olas,  a veces olas cercanas que no esperábamos ver romper en nuestra cara.  Y al mismo tiempo,  siento una profunda gratitud por el hecho de que Dios esté ayudándome a seguir aprendiendo para  poder hacer mi trabajo cada día un poquito mejor.

Las lecciones llegan sin pedirlas y uno aprende y agradece.

Trabajar en esto implica estar sometido todos los días a energías de mucha gente.  A veces encontramos almas puras y sedientas de verdad,  transparentes.  Otras,  personas realmente cerradas a nivel mental y emocional.  Miedo a toneladas, orgullo por doquier.  Pocos están listos para verse,  pero mi esperanza nunca se pierde en cada una de las almas que cruzan mi puerta.

 Hasta que se pierde.

Tengo un ejemplo muy cercano de alguien que durante cinco años fue mi estudiante.  Una persona muy callada y estudiosa,  tenía una práctica hermosa de asana y un compromiso muy grande.  La vi transitar por Namasté  todo este tiempo con su sonrisa a medias en los labios y siempre sentí que algo no andaba bien.  Sin embargo,  una de las instrucciones principales que nos enseñan a los maestros es que cada persona tiene su proceso y que si a uno no le piden ayuda,  uno no dice nada.  Cada ser tiene sus cargas y en la alfombra todo empieza a aflojarse.  Detonará cuando sea el momento.

Esta persona nunca me pidió consejo y siempre la sentí lejana, como si no estuviera ahí.  Sin embargo,  en el último año pude empezar a vislumbrar atisbos más evidentes de sus dolencias emocionales.  Un ser muy hermoso físicamente cuyas cicatrices no se veían a simple vista.  Tomó cinco años de contacto con su alfombra para que el yoga empezara a hacer su parte.

Tuvimos una clase maestra y por equis razón injustificada,  esta persona llegó tarde.  Su altanería e insolencia al reclamarle un hecho tan grave para un maestro de yoga-  dicen que dejar tirada una clase o llegar tarde equivale a dejar a un pequeñito en el kinder abandonado,  así de serio- fue muy esclarecedora para mí.  Fue algo así como ver una víbora salir de su madriguera de cinco años que intentaba morderme.  Al punto que tuvo que retirarse del grupo ese día de lo descompensada que estaba.

Nos enseñan en este trabajo que nada de estas reacciones nos las tenemos que tomar personalmente.  Los maestros actuamos como espejo de la gente y muchos hacen transferencias y contratransferencias de papá,  mamá, hermano, tío,  abuelo, etc. que no tenemos ni idea.  Así que recibí este regalo tratando de mantenerme ecuánime y con cierta alegría de que finalmente el cascarón se estuviera quebrando.

Ante semejante despliegue de emociones,  pude constatar que esa cara angelical escondía un dolor profundo y lacerante ante cualquiera que pudiese manchar o retar su ser inmaculado- esa construcción en la que había invertido tanto tiempo y energía.  Me vi sentada frente a alguien que probablemente desde pequeña tuvo que llenar moldes de padres y tutores y se convirtió en alguien que no era realmente.  Llamarle la atención- como me correspondía en mi rol de guía en el camino de la enseñanza- sólo sirvió para echar sal a la herida.

Por arte de magia y  en vez de explorar con madurez y seriedad el evento de desencajamiento tan obvio y doloroso para todos los que lo presenciamos,   lo cual requiere una dosis inmensa de humildad - esta persona inmediatamente reasumió su máscara de años y la vi recomponerse como si nada hubiera sucedido.  Yo sí supe que había sucedido muchísimo y hubiera sido increíble que lo hubiera aprovechado para liberarse.  En mi interior, comprendí  que esta dosis de realidad era una píldora que todavía no estaba lista para tragar.

Esa dosis de realidad la he aprendido de mis maestros por muchos años,  después de llorar,  maldecir y soltar esas mismas máscaras que me aprisionaron tanto tiempo y que yo misma me encargué de alimentar para "caer bien y pertenecer". Para buscar el amor de otros,   para sentirme aceptada y amada.  Tuve tanto miedo de no ser querida por quién yo era en verdad y trabajé con tanto ahínco para que nadie viera mi dolor y mi furia.  Era una muñequita perfecta en mi mundo de fantasía.

Exactamente igual que esta yogini.

Doy gracias infinitas a Dios porque mis maestros extirparon mucha de esa energía que se me iba absurdamente en sostener una imagen falsa.  Fue un trabajo difícil aprender a verme y amarme con todos mis defectos e inseguridades.  De hecho, mi relación de pareja actual nació en uno de estos procesos de prácticamente morir a quién uno fue y abrirse al Ser Verdadero.  Por eso,  con mi esposo puedo ser quién soy y sé que él también ha hecho ese trabajo infinitamente doloroso de soltar expectativas externas y máscaras acartonadas.

La estudiante en cuestión decidió dejar el Estudio.  Fue demasiado evidente que este camino de realidad  reflejado en mí no era para ella.  A veces creo que soy como uno de esos maestros zen que despiertan al estudiante dándole con un bastón en la cabeza o tirándolo por una ventana..ja ja

Me duele por ella y también por todos aquellos que viven ahí afuera en el mundo viviendo una vida que no es la suya.  Que pretenden ser abogados,  psicólogos,  banqueros y tapar con un título todas sus inseguridades- igual que lo hice yo hace muchos años antes de iniciar mi camino espiritual.  La veo buscando una relación de pareja que le aplaque su sentimiento de soledad y aferrarse a ella como náufrago en una tormenta.  Pretender que el dolor no está y que todo está "bien".  La veo como me vi yo misma por mucho tiempo buscando aprobación en compañeros, amigos,  progenitores  para sentirse  "mejor" persona y aplacar cualquier opinión de rechazo.

Anticipo un futuro de muchas decisiones erradas si continúa escogiendo no verse.  He estado ahí. Y me duele que pierda el tiempo alimentando una imagen de lo que quiere ser por encima de lo que ES,  incluso usando su camino espiritual como placebo.

Qué historia tan triste:   cuerpos hermosos a la vista,  pero muertos por dentro.  Un corazón que no se acepta-  en peso,  constitución,  color de piel,  destrezas y torpezas, miedos e inseguridades, etc, etc- es un corazón que todavía no entiende que el Ser Verdadero está por encima de todos esos detalles.  Un ser que todavía se identifica con el grosor de unos muslos,  la dimensión de una pancita o las canas en la cabeza.  O con el miedo al qué dirán,  aprehensión ante decisiones propias o terror a retar el status quo.

Un ser más que todavía no ha decidido despertar.

Oro por ella y le deseo luz y valentía en su camino.  Para que no se quede viviendo en un cuadrito.  Para que finalmente conquiste ese miedo que la está matando y que sólo desventuras puede traer en su vida.

Y oro también por mis maestros porque puedo ver el camino avanzado y verme en ella como era yo hace 20 años:  el esfuerzo- tapas- no ha sido en vano.  El ardiente deseo por la transformación ha sido generoso conmigo.  Y sin la amorosa y a veces despiadada guía de mis maestros- que muchas veces sentí  me abofeteaban con el suero amargo de la Verdad- no estaría escribiendo estas letras esta tarde de junio.  Sintiendo una paz y serenidad internas y tanta gratitud por todo lo sucedido en mi vida.

Una mente enfocada se requiere de forma imprescindible para no claudicar en este empresa de vernos.  Nuestras mentes fluctúan entre el cuestionamiento y ser olvidadizos.  Nos cuentan historias y tratan de justificar nuestras carencias.  Nos ponen trampas y tontamente recaemos en ellas.

Hasta que realizamos que no hay tiempo que perder y que la única forma de vivir la vida en todo su esplendor es despertando.  Aunque lloremos lágrimas de sangre.  Aunque se nos caiga nuestro castillo de cristal  y la imagen de princesita y nos veamos desnudos, descalzos y descalzas y con frío en medio de la nada.

Ahí es que nos daremos cuenta de que la Nada es el Todo.


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