domingo, 16 de junio de 2013

El tigre y la selva

Había una vez un tigre que siempre buscó algo en la selva,  aunque no sabía exactamente qué.

Desde que era un bebé,  sabía que la selva no era adónde pertenecía.  Lo supo desde muy pequeño,  cuando vio a su madre devorar una gacela y dejar los huesos pelados.   Aunque sus familiares lo veían extraño, desde entonces se negó a comer los supuestos manjares que sus progenitores cazaban para él y sus hermanos.  Prefirió vivir de bayas y hierba.

Cuando todavía era un infante,  le tocó ver a un cazador usar un árbol muy extraño que escupía fuego y  así fue como perdió a sus padres y hermanos.   Por ser el más veloz de la camada,  pudo salvarse... pero se quedó completamente solo.

En su deambular por la selva,  aprendió a escuchar a los demás animales y a bailar la danza de la jungla.  Comprendió desde muy temprana edad que no tenía más opción que seguir las reglas del juego o pronto estaría en el mismo lugar que su familia.  A pesar de las limitaciones,  sabía que su vida tenía un propósito y continuó buscando en lo infinito de la selva una respuesta.

Un día,  encontró un templo escondido entre los árboles.  Parecía abandonado hace mucho tiempo.  Entró y entre las piedras escuchó el correr de agua.  Tenía sed y se aproximó a beber.  El agua era la más fresca que había vivido en toda su vida y su corazón se llenó de alegría.  Aunque estaba completamente solo,  sabía que había llegado a un lugar importante.  Después de beber más,  se quedó dormido.  Se durmió y soñó.

Soñó que corría libre por la selva.  Que todas esas limitaciones que diariamente le impedían moverse en libertad no estaban más.  No estaba solo,  pero la jungla ya no estaba habitada por presencias amenazantes.  Por el contrario,  vio los pájaros más hermosos,  plumas de colores nuevos.  Escuchó sus cantos y era el sonido más bello que había escuchado jamás.  Vio manadas de animales mansos que no se asustaban ante su presencia- aunque él nunca les habría hecho daño de todas formas. Sus miradas eran confiadas y serenas.  Se sintió en paz y empezó a correr.  Supo entonces que tenía la fuerza para correr más rápido de lo que jamás hubiera imaginado.  Y no sólo corría,  podía brincar de un árbol a otro,  de una montaña a otra.  Podía remontarse al cielo y caer sin golpearse.  Sintió la caricia de las nubes en su pelaje y se sintió absolutamente feliz.

Atrás quedó cualquier resabio de soledad o tristeza por la falta de su familia.  En su sueño,  supo que estaban bien y que experimentaban esta misma libertad.  Descansó en una piedra regocijándose en el atardecer más colorido de toda su vida,  lleno de celajes azules y anaranjados.  La luna salió en el horizonte y era una luna gigante,  redonda y rosada.

El sueño parecía no terminar.  Bajo la luz de la luna,  se quedó dormido y soñó que estaba de nuevo en la selva,  atemorizado por sombras y criaturas desconocidas.  Soñó que vagaba perdido, con hambre y con sed y que extrañaba horriblemente a su familia.  Soñó y soñó y por fin despertó.  Y al despertar,  pudo ver la luna sobre sus hombros y comprendió que ese sueño no era real.

Ah...ahí estaba la luna.

La admiró con los ojos bien abiertos...
todavía con el corazón palpitando del miedo de que aquella pesadilla fuera realidad.

Y con la plenitud y certeza de que estaba protegido,  cerró sus ojos confiado en que pronto amanecería en aquel lugar nuevo.  Un lugar que sentía que recordaba.  Que lo albergaba y disolvía toda la oscuridad.

Para G.

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