domingo, 17 de agosto de 2014

Inolvidable

El mercado de San Telmo me colma de sensaciones y movimiento.  Domingo en Buenos Aires con un día espectacular a más de veinte grados centígrados.  Quién dijo que era invierno?

Mi amiga y yo nos paseamos entre la gente:  tango entremezclado con ojos achinados,  cabelleras rubias y sol bonaerense.  Terminamos en un Café Arbol donde dos bailarines hacen el amor en una danza que nunca había visto en vivo.  Intensa.  Amorosa.  Cálida y fuerte.  Cautivada por la música y el movimiento,  me imagino en brazos de un compañero experimentado que me lleve y mueva al compás de esta música melancólica y visceral.

Me siento acompañada por un río- mar que sé ahora que está bordeando esta ciudad.  Ciudad inmensa para mis ojos acostumbrados al San José de cada día,    llena de gente multicolor,  plena de carácter y personalidad.  Buenos Aires me invita a tomar un nuevo aire no sólo en estos días de vacaciones,  sino en mi propia vida.  Me expande por dentro,  alimenta un lugar que no conocía que existía en mí.  Esa parte dormida que literalmente necesitaba respirar.

De San Telmo pasamos a una vorágine llamada Palermo Soho.  Parqueamos exactamente frente al shala al cual quiero venir a practicar en la calle Costa Rica...

Será que hay casualidades?  O causalidades?

Caminamos al atardecer con un espíritu alegre y desenfadado, como dos adolescentes listas para que la vida las sorprenda.  En el camino,  encuentro mi famoso ejemplar de Rayuela de Cortázar,  un libro amado y que ahora puedo sentir como genuinamente argentino.

La vida está hecha de momentos y de sólo pequeños momentos...la fugacidad del tiempo.  La sensación perenne de estar viviendo un instante inolvidable, único y eterno y comprender que en esta temporalidad los momentos son tesoros indelebles...

Y regreso a casa con la magia metida entre pecho y espalda. Con una sonrisa en mi corazón.  Aventurándome a decir que después de este viaje no volveré a ser nunca la misma.

Nunca más.




viernes, 15 de agosto de 2014

La Gracia de los buenos aires

Buenos Aires.

Mientras mi amiga me conduce a través de calles repletas de vehículos pero iluminadas por un sol calientito,  la ciudad me recibe con un cielo azul y una brisa fresca de madrugada.   El frío estaba sólo en mi mente.  El día es espectacular y la Avenida Libertador ( o Libertadores?) se abre con sus parques,  museos,  edificios de arquitectura europea y banderas blanco y celeste que ondean románticamente con un sol en su centro.

Un edificio rosado me llama la atención.  Al igual que construcciones ultramodernas,  esculturas de flores que abren sus pétalos al cielo y colectivos repletos de gente.  Cumplir un sueño se siente surrealista.  Tantas veces he imaginado esto y hoy,  Día de la Madre en mi país,  recibo este regalo en mi regazo en el momento perfecto.  Se siente providencial.

La calidez de mis amigos,  flores en el cuarto,  familiaridad de amistades de años,  silencio y profundidad en la casa: todo confabula para que la premonición de mi amigo Mau,  el maitre de ese restaurante argentino en San José- que se ha vuelto mi lugar preferido en el mundo hasta hoy-, se vuelva menos remota.

 " No vas a volver..." me dice el martes pasado después de que termino mi cena con un espectacular helado de dulce de leche.

" Y tenés que ir a Tortoni,  no se te olvide el nombre..."

Imágenes de Borges,  Cortázar y Piazzolla han llenado siempre mi mente con su literatura y música.  Siento que este lugar es ya conocido y verlo con mis propios ojos me llena el alma,  aún recién llegada. Mis amigos me abrazan y me pasan el mate y aquí estoy,  sentada con mi bombita frente a una ventana que da a un jardín lleno de flores y repleto de pájaros que cantan.   Las mismas que adornan mi cuarto y mi espíritu esta mañana.

La Gracia.

Llamo así a esa fuerza que nos mueve en la dirección correcta en el momento correcto.  Que nos hace perdonar lo imperdonable y sonreír aún en medio de la desazón y el dolor.  Que nos levanta peso innecesario y nos dirige la vida con sabiduría.  La Gracia me trajo acá.  Hace tres meses jamás hubiera pensado en hacer este viaje y menos en sentirme tan bien.  Hoy puedo darle todo el crédito a esa fuerza misteriosa que me sigue colmando de regalos y no se detiene.

Celebro mi maternidad lejos de mi prole pero muy cerca de quién soy.  La madre es el ejemplo vivo para sus hijos de qué hacer y qué no hacer con la vida.  Aspiro a dejar un legado de Amor,  humano e imperfecto pero honesto y genuino.  Pienso en cada uno de mis bebés y me conmuevo hasta las lágrimas.  Siete almas que en este momento están disperdigadas en el mundo pero unidas en un corazón:  el mío afortunadamente.  Todas las dinámicas complejas para traerlos a este mundo caen ante tanta belleza.

La Gracia me mueve,  me lleva y me trae y yo ya estoy dispuesta.  Antes me resistía a cada paso,  me quejaba de mi vida y no sabía qué quería.  Hoy sé que lo que quiero no se compra ni se vende,  no se transmite ni se adquiere,  sólo se siente y se vive.  Ese algo palpita en mis dedos mientras escribo y me hace abrir mi alfombra después de una noche en vela en un avión al sur-  con el mismo entusiasmo y gratitud de siempre.

Porque el pájaro que vuela a Dios tiene dos alas:  el esfuerzo personal y la Gracia.

He hecho mi parte con consciencia.  Ahora sólo toca relajarme con suavidad y dejarme llevar.

Mi Buenos Aires querido:  al fin te encontré.



domingo, 3 de agosto de 2014

Amor y muerte


Anoche alguien me dijo que los únicos dos temas sobre los cuales valía la pena escribir eran el Amor y la Muerte.  Totalmente de acuerdo.  

Hoy escribo sobre el primero.

Yo no sabía que tenía todavía semejantes reservas de ternura.  Creía que cuando a uno le rompen el corazón,  no queda más opción que seguir viviendo con un corazón explotado.  No es cierto.  Se regenera-  a veces,  en forma silenciosa y discreta.  

Cada amanecer nos brinda una nueva oportunidad para nacer y renacer.  Todos los días.   Cada día podemos escoger sentir o estar cerrados.  

Sé que alguien o algo cumplió una etapa en mi vida porque puedo verlo con compasión.  Sé que no debo regresar a situaciones agotadas energéticamente donde no puedo crecer.  Donde tampoco puedo dar.  En tales situaciones todo está siempre al borde de un precipicio:  incierto,  confuso.  

Entonces cambio.  
No me estrello en el fonde del abismo.  
Decido no infectarme más.  

Decido renacer.  

La sabiduría y el discernimiento llegan,  por supuesto,  después de mil caídas,  estrelladas y tropiezos.  NO es algo que surge espontáneamente en la mayoría de los seres humanos, al contrario.   Es un músculo que he desarrollado a punto de golpes, como todos nosotros.  Algunos nos quedamos pegados innecesariamente por años.  Otros aprenden más rápido.  Al final,  se trata de abrir las compuertas de nuestra ternura a nuestro propio milagro y a alguien allá afuera con quién podamos compartirnos....y que tal vez, por un milagro divino,  nos quiera de vuelta.  

Entonces,  sucede el milagro: podemos ver y nos ven.

Hoy mi respuesta llega mientras practico.  Algo tiene que nacer.  O tal vez,  ya nació.  Tengo que enfocarme en ese despertar mío y de mi entorno.  En esta vida,  hay que morir varias veces para comprender que no somos ni los dramas ni el dolor continuo que amenaza con volvernos locos.  Las crisis nos atemorizan a todos,  pero nos sirven para cancelar una era e inaugurar otra.

Hoy Domingo es día de inaugurar.  Flores en mi altar,  frutas en mi boca.  Serena después de mi serie 2.  Enfocada en lo importante.  Dejando que lo no importante se difumine en el tiempo como una niebla desactualizada.  

Y cobre importancia la silueta de un futuro que se ve dulce,  amoroso y que me mira de vuelta.



miércoles, 30 de julio de 2014

Esto es devoción y lo demás son cuentos

Hoy estuve en Cartago.  Nuestra querida Basílica.

Es tradición en mi país caminar hasta esta ciudad el 1ero de agosto para celebrar el Día de la Patrona de Costa Rica,  la Virgen de los Angelés.  Mi nombre incluye suyo,  a ella me ofrecieron cuando nací.  Pero fue hasta hoy que hice mi peregrinaje.

No caminé la distancia desde donde vivo.  Pero ya en el trayecto pude ver cientos de personas en la romería.  El número se multiplicará de hoy al viernes y de todo el país vendrá gente a pie,  a caballo, en carreta,  en bicicleta.  La Virgen nos llama:  su energía es intensa y sostenida.  Me llamó hoy y experimenté uno de los momentos más difíciles y satisfactorios de mi vida.

En la Iglesia propiamente es tradición hincarse y caminar así hasta el altar.  He tenido días muy movidos internamente y sentí inmediatamente el impulso hacia el suelo.  Varios peregrinos estaban en la tarea.  El trayecto se veía relativamente corto y aunque andaba mis jeans más viejos, pensé que todo estaría bien.

Hasta que dí el primer paso con mis rodillas.

Mi rodillas son particularmente huesudas y jamás pensé que el contacto hueso-mosaico sería tan doloroso. Dí dos pasos y tuve que parar.  Sentí cuchillos,  navajillas,  cortadas.  Contemplé por un instante abortar la misión.  Pero en eso pasó junto a mí una mamá con su niño en brazos!  Me pareció una faena imposible:  además de su propio peso, iba cargando a su hijo.  Pasó una anciana.  Pasó una pareja abrazada.  Y yo sentí que de alguna forma llegaría, aunque no sabía cómo atravesar el dolor.

Empecé a rezar.  Padre Nuestro. Ave María.

El dolor no amainaba. Daba dos pasos y paraba. Tomé el mala de mi muñeca y casi instintivamente recordé los rosarios infinitos juntos a mis abuelas:

"Santo Padre, ruega por nosotros". 

Recé no sé cuántos padres nuestros y ave marías.  Pensé en cada uno de los seres que amo en este mundo.  Recordé caras,  olvidé palabras amargas.  Sentía el dolor y al mismo tiempo la oración me hacía avanzar.   Las rodillas quemaban pero el corazón empezó a calentarse con las plegarias y el deseo de llegar a ese altar con todo mi corazón.

Paré no sé cuántas veces.  Empecé a llorar. No por el dolor fisico sino por la impotencia de verme detenida por un simple dolor físico.  Algo aparentemente tan simple.  Pero no.  Al contrario:  infinitamente difícil es arrodillarnos con humildad y vernos con compasión.  Lo más difícil para mí.   Quemante y ardiente.

Cuando finalmente llegué al final y me puse de pie,  las piernas no me respondían.  Era como tener dos trapos en vez de músculos y huesos.  Tomé un par de pasos y sólo acaté caminar muy lento.  Un paso a la vez, sin apresurarme.  Con una profunda admiración por todos los peregrinos que esta semana no sólo van a recorrer estos pocos metros de rodillas,  sino que vienen desde San José o más lejos caminando.  

Mis respetos,  mi profunda admiración.
Devoción así no se ve todos los días.  

Y salí de esa Iglesia un poco más tranquila,  todavía un poco atontada por el dolor físico.  Salí amando mi Virgencita y lo que nos inspira a los costarricenses.  Salí inspirada por la gente que anónimamente da todo por su fe.

Y me sentí genuinamente orgullosa de ser tica y de tener el ejemplo de tanta gente sincera espiritualmente hablando en mi propio país.

domingo, 27 de julio de 2014

Aumenta tu fe

Me despierto en un domingo lleno de Gracia.

Siento una calma en el alma.  Una realización de que estoy exactamente en el lugar que tengo que estar y que todos los acontecimientos de los últimos meses me han traído aquí:  como la tormenta que finalmente nos deposita en la playa y podemos tomar un respiro y decir:  "Tierra firme".

Luis,  el jardinero,  llega temprano.  Se dedica con paciencia a podar el árbol de mango. Amo ese árbol. Es el único sobreviviente del jardín de mi infancia,  uno entre muchos otros aguacates, mandarinos y limones dulces.  Me dice que tiene que podarlo casi por completo, que tiene un matapalo que sino lo va a matar.

Yo soy ese árbol de mango.  En él me subía por horas cuando era pequeña.  Crecimos juntos.  Me sentaba en el curucucho simplemente a observar y sentir.  No sabía nada de meditación en esos tiempos,  sólo sabía que estar ahí arriba me hacía sentir segura y protegida.  Mi madre tenía que luchar para que bajara cuando llegaba mi lección de piano.  A regañadientes pasaba de la suavidad de la brisa a la disciplina de un instrumento que todavía no amaba.  Tenía sólo 7 años.

Mi árbol se sostiene y continúa dando frutos en abundancia.  A pesar de los años,  es un compañero fiel lleno de fuerza y potencia.   Hoy domingo de Gracia es el protagonista de mi mañana.  Lo veo con cariño y agradezco su compañía por casi toda mi vida.  Y realizo que su viaje ha sido paralelo al mío.  Por alguna razón fue escogido y no lo cortaron.  Por alguna razón,  sus frutos son cada vez más abundantes.  También,  por alguna razón se dejó tomar por un matapalo que casi lo mata.  Pero ya estamos libres esta mañana.  O en proceso.

Con esperanza.

Mientras saboreo un vaso de su delicioso fresco,  medito sobre la naturaleza humana,  la mía propia.  La de aquellos que siento cerca.  Me maravilla esa necesidad de bondad que todos tenemos y compartimos.  Ese deseo de hacer trabajo con propósito,  ser creativos,  ser justos y honestos,  preferir hacer las cosas bien.  Es tan fácil olvidar.  Es tan fácil caer en nuestra ilusión de soledad,  ilusión de un corazón roto,  nuestra ambición y nuestra lujuria.   Es tan fácil perderse en la pobreza mental,  nuestra miseria,  cobardía,  prejuicios...Todos podemos estar conectados a la tierra igual que mi árbol.  Sentirla en su constante abundancia,  vida y alimentarnos de su serenidad.  Tierra que nos ayuda a mantener un corazón abierto,  poderoso y vulnerable corazón.

Nos salimos,  nos olvidamos.  Pero cuando regresamos realizamos que las pequeñas cosas están siempre llenas de bondad: la mirada limpia de un amigo,  la sonrisa franca de un niño.  La calidez de la brisa y el caer de la lluvia.  Es tan simple como este vaso de fresco de mango o  la solidez de mis piernas.  Hueso y músculo destinados a moverme a través de las pequeñas cosas.

Y todo esto no es espiritual:  es ordinario, es el día a día.  Algunos maestros lo llamaban "la magia de lo simple",  "mente de principiante".  Lo siento en la claridad de la mirada de mis amores,  en el brillar del sol y la simpleza de mis pies descalzos.

Hasta en mis momentos más bajos,  está siempre ahí.

A veces,  el sol brilla demasiado intensamente y hay una parte en mí que quiere esconderse,  vivir on-line y cerrar las cortinas.  Ahí es donde la fe entra en acción.  Sólo tengo que ir más profundo que la vorágine de pensamientos para realizar su falta de solidez.   Sólo tengo que dejarme caer al centro y encontrar la quietud.  Y desde ahí me doy cuenta que puedo recibir todo lo bueno de esta vida,  sabiendo que la Bondad me ama y pondrá en mi camino todo lo que necesito.  Se llevará lo que no es bueno.  Colmará mi copa.

La Bondad renace este domingo en mi árbol de mango, las risas de mis niños y una profunda calma interna.  Me abraza,  me arrulla y me chinea.  Y me doy cuenta que puedo dejarme,  simplemente,  ser feliz.  Me doy cuenta que, al igual que mi mango,  mis frutos se multiplican.

miércoles, 23 de julio de 2014

El amor y la muerte

La muerte aparece.
Cercana y dolorosa.

Ignorante a la explosión de amor que ha sucedido en mí.  Se muestra implacable,  desnuda para que todos la vean.  Llego a la vela y es como un mundo paralelo:  gentíos acuden al llamado de esa realidad que nos espera a todos,   tipo Titanic.    Llegan con curiosidad,  sorpresa y gratitud de no ser ellos esta vez.

Cuán absurdo el predicamento humano!  Y a la vez,  cuán perfecto.  Si no fuera por esa muerte contundente,  severa y radical que nos espera a todos,  la vida sería sólo un cúmulo de experiencias sin culminación.  La culminación ese instante de soltarse totalmente a la expansión de nuestro ser verdadero.  El encuentro final y el inicio de nuestra realidad más pura.

Mientras estoy en la vela me siento incómoda.   Hay un cadáver en el cuarto y sin embargo,  la gente está socializando.    Me acompaña un querido amigo que ha vivido conmigo momentos muy profundos el fin de semana.  Su carácter es jovial y alegre, pero hasta a él lo observo quedarse serio.   En ese instante un poco surrealista, la perfección del Karma me sigue sorprendiendo.  Entre el gentío que incluye familia muy cercana diviso un rostro a lo lejos que en el pasado me causó muchos dolores de cabeza.  Me acerco.  La saludo y la abrazo.  Ante semejante paradigma guardar rencor es absurdo.  Me alegra verla.  De hecho,  siento de nuevo todo el cariño de siempre.

La muerte.  La muerte calva.  La muerte ciega.  La muerte muda.
Mi muerte.  Me abre al amor.  Me obliga a dejar ir.

Esa que puede llevarme en cualquier momento. Como a este ser que deja una familia destrozada.  Que está cuerdeando  con esa amiga que está pasando por un cáncer infame o con aquel otro que sufre por la muerte de su hijo intoxicado.  O la posibilidad real para nosotros mismos- mientras tomamos el bus o el carro esta tarde.

Caigo en una profundidad de consciencia donde todo toma un significado nuevo.  Nada puede ser trivial ni casual en una vida consciente.  De qué sirve evadirnos si al final siempre nos va a encontrar?  Mejor darle la cara,  amarrarnos los pantalones y las enaguas y tomar la decisión audaz de vivir nuestras vidas con ganas.  Sin amarres etéreos ni contemplaciones que nos hagan perder el tiempo. 

La vida por los cuernos.
Pura corrida de toros a pelo.

La muerte.
Esa muerte-Jefa.

La muerte me da vida.
Sólo existe este momento presente.


Todo gira y se revuelve en mí como un torbellino que agradece la nimiedad de poder mover mis dedos en el teclado,  el sonido de la brisa en mi árbol de mango y el sol de esta mañana de julio.  La muerte me da vida.  La muerte es al fin mi amiga.

Aunque juegue a esconderse tras la supuesta desaparición de alguien que conocí en vida.  Sé que es su forma de decirme:

"Hey!  Despertáte.  No hay tiempo que perder.  Todavía tenés un poquito...

APROVECHALO."


domingo, 20 de julio de 2014

Amnesia

Después de muchas noches de lo mismo,  estaba simplemente agotada.  Sin embargo aún en medio de la oscuridad,  algo por dentro le pidió que no se diera por vencida y acudió a su maestro.

Su maestro esta vez no tuvo piedad.   Le pidió que hiciera lo más difícil de lo más difícil que le había jamás pedido:  le pidió caminar sobre vidrio roto,  atravesar  púas que dejaban rastros de sangre en sus miembros.   Le pidió que se arrancara la piel sin anestesia.

Lo inconcebible para su pequeño ego,   lo único realmente amenazante para todo lo que se opone al Amor:  le pidió que amara incondicionalmente a todas almas y que finalmente y de una vez por todas,  aprendiera a amar a Dios.

Llegó arrastrándose a sus pies.  Pasó tres noches en vela contemplando todas los posibles escapatorias y excusas.    Lloró,  maldijo,  blasfemó,  gritó.

En su resistencia,  la voz le decía

que no diera el brazo a torcer  
que ella tenía la razón. 
que era una injusticia  
que la mentira no está bien.  
que su dolor era justificado. 
Y que tenía que mantenerlo no matter what

...aunque eso significara dejar de vivir

El dolor crecía con tanta atención.  Le gustaba ser centro y objeto de energía.  Pero sostenerlo no era fácil.  A veces caía y entonces tenía que recordar todo de nuevo para alimentarlo.  El combustible se le acababa:  ningún corazón humano tiene la fuerza de odiar en forma sostenida.  Hacerlo es negar su propia esencia y morirse de tristeza.

Así que dentro de todo el miedo y lo absurdo de la situación, confió en él.  El, su querido maestro y amigo a quién conocía hacía tanto tiempo y quién le había mostrado año con año el fruto de su propia transformación.  El,  que era ejemplo vivo de que el dolor más grande puede superarse y tornarse en éxtasis.  El,  que con su humanidad lacerante tenía el corazón tan abierto como para llorar frente a ella y frente a cualquiera sin avergonzarse.

Si él podía,  ella iba a poder.  

No sabía cómo ni cuándo,  pero confió.

Y es que cuando uno tiene la dicha de encontrar guía,  las dudas se disipan ante la mirada amorosa y alerta de ese halcón que vuela guiándonos y cuidando el camino.  El trayecto fue difícil:  la presencia de sus supuestos enemigos hacía de cada pensamiento un cuchillo y de cada interacción un recordatorio de la injusticia y lo absurdo de la situación.   Sin embargo,  decidió abrirse a lo nuevo.  Decidió dejarse llevar y cambiar de enfoque.  En vez de seguir alimentando el fuego del dolor con el combustible de los juicios y la resistencia,  decidió dar.

Dar de lo poco que tenía:  un corazón cansado y amordazado.  Dar con mucho costo y cansancio después de tantas noches en vela y tantas lágrimas.  Decidió dar con fe porque de lo contrario se moría.   Y el dar empezó a alimentar un pequeño brote en su alma.

El brote estaba tierno y todavía muy frágil.  Lo alimentó con sonrisas de gente amable,  miradas,   abrazos y música.  El maestro tenía razón:  no es posible encontrar el Amor desde el desamor.  No es posible amar fragmentado:  amás todo o no amás.  No podemos amar pedazos del Todo pensando que sabemos qué parte estamos escogiendo.  O tomamos la Vida por completo o simplemente nos perdemos de esta experiencia profunda en su totalidad.

Después de cuatro días,  su alma salió a flote.  El coraje que tomó hacer acto de presencia no era suyo:  era producto de la confianza en su maestro.  El le mostró el camino, la sostuvo,  la inspiró:   ella sólo lo siguió.  Apostó a que tal vez,  si quiera por esta vez,  algo iba a ser diferente.  Y lo hizo porque no tenía más remedio:  odiar era una carga demasiado grande.

Sucedió el milagro una vez más.  Como si fuera la primera vez.  Pero esta vez el brote nació de un lugar diferente:  nació del vacío y la oscuridad,  igual que la tierra o el útero más fértil.  Nació de su falta de fe,  de las dudas y el miedo.  Igual que el loto que toma su alimento de las raíces que se entierran en el barro.

Nació de la oscuridad potente e íntima de su más profunda desazón.

Y la vida empezó de nuevo:   el brote-amor surgió a la Vida...
Borrando esa pesadilla borrosa de la cual ya no tenía memoria.

Aquel marchito recuerdo fue quedando en el olvido para dar paso a una danza improvisada.

Pero ya no estaba cansada.