viernes, 15 de agosto de 2014

La Gracia de los buenos aires

Buenos Aires.

Mientras mi amiga me conduce a través de calles repletas de vehículos pero iluminadas por un sol calientito,  la ciudad me recibe con un cielo azul y una brisa fresca de madrugada.   El frío estaba sólo en mi mente.  El día es espectacular y la Avenida Libertador ( o Libertadores?) se abre con sus parques,  museos,  edificios de arquitectura europea y banderas blanco y celeste que ondean románticamente con un sol en su centro.

Un edificio rosado me llama la atención.  Al igual que construcciones ultramodernas,  esculturas de flores que abren sus pétalos al cielo y colectivos repletos de gente.  Cumplir un sueño se siente surrealista.  Tantas veces he imaginado esto y hoy,  Día de la Madre en mi país,  recibo este regalo en mi regazo en el momento perfecto.  Se siente providencial.

La calidez de mis amigos,  flores en el cuarto,  familiaridad de amistades de años,  silencio y profundidad en la casa: todo confabula para que la premonición de mi amigo Mau,  el maitre de ese restaurante argentino en San José- que se ha vuelto mi lugar preferido en el mundo hasta hoy-, se vuelva menos remota.

 " No vas a volver..." me dice el martes pasado después de que termino mi cena con un espectacular helado de dulce de leche.

" Y tenés que ir a Tortoni,  no se te olvide el nombre..."

Imágenes de Borges,  Cortázar y Piazzolla han llenado siempre mi mente con su literatura y música.  Siento que este lugar es ya conocido y verlo con mis propios ojos me llena el alma,  aún recién llegada. Mis amigos me abrazan y me pasan el mate y aquí estoy,  sentada con mi bombita frente a una ventana que da a un jardín lleno de flores y repleto de pájaros que cantan.   Las mismas que adornan mi cuarto y mi espíritu esta mañana.

La Gracia.

Llamo así a esa fuerza que nos mueve en la dirección correcta en el momento correcto.  Que nos hace perdonar lo imperdonable y sonreír aún en medio de la desazón y el dolor.  Que nos levanta peso innecesario y nos dirige la vida con sabiduría.  La Gracia me trajo acá.  Hace tres meses jamás hubiera pensado en hacer este viaje y menos en sentirme tan bien.  Hoy puedo darle todo el crédito a esa fuerza misteriosa que me sigue colmando de regalos y no se detiene.

Celebro mi maternidad lejos de mi prole pero muy cerca de quién soy.  La madre es el ejemplo vivo para sus hijos de qué hacer y qué no hacer con la vida.  Aspiro a dejar un legado de Amor,  humano e imperfecto pero honesto y genuino.  Pienso en cada uno de mis bebés y me conmuevo hasta las lágrimas.  Siete almas que en este momento están disperdigadas en el mundo pero unidas en un corazón:  el mío afortunadamente.  Todas las dinámicas complejas para traerlos a este mundo caen ante tanta belleza.

La Gracia me mueve,  me lleva y me trae y yo ya estoy dispuesta.  Antes me resistía a cada paso,  me quejaba de mi vida y no sabía qué quería.  Hoy sé que lo que quiero no se compra ni se vende,  no se transmite ni se adquiere,  sólo se siente y se vive.  Ese algo palpita en mis dedos mientras escribo y me hace abrir mi alfombra después de una noche en vela en un avión al sur-  con el mismo entusiasmo y gratitud de siempre.

Porque el pájaro que vuela a Dios tiene dos alas:  el esfuerzo personal y la Gracia.

He hecho mi parte con consciencia.  Ahora sólo toca relajarme con suavidad y dejarme llevar.

Mi Buenos Aires querido:  al fin te encontré.



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