miércoles, 11 de diciembre de 2019

Punto de quiebre

Mi vida transcurre en una paz que conozco por primera vez.

Mientras limpiamos la casa preparando el shala que nace en medio del invierno,  medito sobre el punto de quiebre-- ese momento que transformó por completo la toxicidad de los planos con que ingresé a esta vida.   Planos tóxicos,  repletos de crisis continuas,  secretos,  luchas de poder, manipulaciones emocionales y drama al por mayor.

El punto de quiebre es más bien la implosión interna que nuestro ser verdadero anduvo siempre buscando.   Más allá de la voluntad personal, el poder,  la resiliencia y capacidad de recuperarnos,  el árbol se sostiene con la autonomía de sus propias raíces desde siempre.  

Esa autonomía emocional que ya no nos es dada por la figura del héroe y sus hazañas,  el ave fénix y su vuelo desde las cenizas sino más bien por el paso firme hacia el amor propio y la tranquilidad.

Pasos silenciosos,  meditados y puros.

No hay más tensión emocional,  sólo la relajación del plantearme el milagro del aquí y el ahora.  Asentada en la amada rutina,  en la riqueza innata de los lazos honestos y amorosos y la confianza del momento presente,  sé adónde tengo que estar con una certeza infinita.   He soltado mis elecciones y he aceptado lo que sea que la vida me trae.  He rendido mis expectativas y confiado en que hay una Mano Mayor que todo lo escucha,  que todo lo ve,  que conoce el corazón de la gente y da a cada uno lo que se merecen.

La energía de vidas pasadas puede suspendernos en la locura y la insensatez de la ilusión por años.  He abierto en el último año múltiples caminos físicos, mentales,  emocionales y espirituales al viajar lejos de mi país de origen.  La búsqueda de la verdad superior es mi pan de cada día,  el sentido de mi vida.  He aprendido este año a rebelarme ante todo lo que me agreda y a ejercitar en cada situación la comprensión profunda de la naturaleza de mi poder personal.

Ya no sucumbo ante los ganchos que el drama me tiende.  Me he vuelto una con esa realidad que me confirma que mi poder personal crece a medida que lo ejerzo y me vuelvo invulnerable ante todo lo que ya no soy y escojo día a día no ser más.  

Es mi elección en esta aventura del saber y exploración del mundo que llamo vida.

Mi vida.

Dentro de toda esa nueva revelación,  nutrida por una veta intuitiva y protectora que me guía amorosamente,  llega a mí todo lo que necesito porque lo que soy es el imán congruente que abraza a la que es en esta conexión.  La conexión se nutre poderosamente de cada pensamiento que escojo,  selecciono y alimento y cuando algún polizón se cuela,  lo veo con compasión como ve uno a alguien que amó muchísimo en el pasado y tuvo que perder necesariamente para crecer.

Con nostalgia y alegría,  ambas mezcladas a la vez.

La autonomía de mi proceso mental me sorprende.  La claridad que estoy experimentando me impide relacionarme con quienes todavía consideran que invertir sus palabras en otras personas es productivo.  Invierto las mías en revisarme,  aclararme y conocerme y vuelvo a tomar de nuevo cada decisión que he tomado en este año 2019.  

Mi punto de quiebre.  
La implosión interna.

A veces no podemos cambiar lo que está sucediendo, pero siempre podemos escoger nuestra actitud y respuesta ante lo que la vida nos trae.  No podemos escoger porque las relaciones implican que tendremos que asumir el impacto de las acciones ajenas-  y decidir entonces qué hacer con ellas.  

Decidí hace un año alejarme de todo lo que me producía indigestión visceral,  asco mítico, una realidad que me revolvía el estómago de sólo pensarla.  Los diamantes de mis niños ajenos a ella en todo momento.  Y decidí bien...a pesar de que decidí con un corazón roto,  en medio de un estado de fragilidad interna que volvió vulnerable cada paso y en su momento,  no sabía muy bien si era lo más adecuado o no.  

Hoy comprendo que sí,  que fue exactamente lo que necesitaba para que mi vida floreciera.  

Observadora de todo lo que en algún momento intentó aplastarme-  ya que  yo misma lo había permitido por muchos años irreverentemente,  crucé el mundo para encontrar mi refugio en una tierra sagrada que amo desde hace vidas,  deshacerme de todo lo que me pesaba y dolía y sanarme con la gracia de mi maestro.  

El punto de quiebre incluía rendir el fruto de mi vientre a extraños y soltar todas mis pertenencias materiales pero aún así,  encontré aquí en pocos meses todo lo que mi vida al otro lado del mundo nunca me dio.

Encontré mi paz.

En los detalles íntimos de esta experiencia  que nace,  llena de amor y guarecida del frío en una cálida morada,  repleta de ternura,  presencia,  sabiduría y consuelo,  estamos creando un hogar dulce donde no hay grietas sino una solide  limpia y coherente que ha recobrado mi ánimo y respondido a los llamados entrecortados de mi propio corazón. Un corazón lleno de cicatrices que hoy palpita con alegría por la beatitud de un futuro que parece que se construye solo. 

Tan fácil estar en el lugar donde uno siempre perteneció.   

Busco por todo lado y ya no encuentro aquellos miedos... creo que se quedaron guardados en unos baúles viejos en Costa Rica,  junto con mis libros amados,  las fotos de mis pequeños y algún y otro dibujo que pronto me regalarán de sus propias manos.





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