miércoles, 18 de diciembre de 2019

Antes del Eclipse

La búsqueda del sentido de la vida implica un consciencia de nuestros dones y talentos.  

Nuestro propio valor se encuentra escondido tras la pila de nuestros miedos e inseguridades y en el transcurso de la vida podemos escoger volverlos conscientes o huir de ellos con pavor y resistencia. 

Sea lo que escojamos,  la vida nos responderá con lo que necesitamos. 

Si escogemos abrir los ojos a la realidad de nuestra encarnación,  a la verdad de ser sólo fantasmas que dirigimos esqueletos cubiertos con carne que giran a velocidades siderales montados en un planeta que viaja a miles de kilómetros por esta galaxia,  podemos caer en el nihilismo de creernos solo eso.  La consecuencia fatal de tal realización significa para muchos un suicidio espiritual,  que en algunos casos extremos culmina en el físico.  

Algunos tienen la valentía de terminar vidas sin sentido pero en su mayoría,  la serendipia de la vida convierte esos cuerpos en zombies ambulantes sin inspiración ni sentido existencial.  

En este plano de dualidad,  la opción que queda es difícil y a veces se torna imposible.  Consiste en pedir acercarnos conscientemente a todo lo que nos puede aniquilar y esto amerita un deseo ardiente por la verdad.  Es fácil y cómodo vivir sin salirnos del cuadro,  sin atrevernos a ir más allá de lo que se siente fácil.  Puedo escoger vivir mi vida entre cuatro paredes,  hacerme la avestruz cuando aparecen las situaciones que ayudarán al despertar y negar todo lo que me duela,  me pinche o amenace. 

Pero en el fondo, no hay manera de escapar a la realidad de la impermanencia. 

Abrirme a quién soy ha implicado serios cambios de vida.  Hace mucho tiempo,  recuerdo que tenía una vida en Costa Rica que consideraba cómoda y bella.  Feliz de estar libre después de un matrimonio fallido,  pensando inocentemente que el camino del reencuentro conmigo misma podía saltarse con garrocha los viejos dolores,  las heridas todavía abiertas y los traumas acumulados,  todo en nombre de la práctica del yoga.  

Qué equivocada estaba.

Gracias a Dios que escucha nuestras oraciones más profundas y el anhelo de integración completa en el ahora,  el abrirme a mi propio ser sin soñar castillos en el aire me ha convertido en la heroína de mi propia historia.  Una historia muy triste desde afuera que implica la pérdida de lo más amado en esta vida,  mis niños adorados.  Pero desde adentro,  una trayectoria de crecimiento espiritual y fortalecimiento de mi fe que no podría haber planeado mejor y que me trae cada día oportunidades invaluables de realización de mis capacidades.

Cómo recreamos nuestro propio poder en medio de la devastación? 

Según mi humilde experiencia,  me ha sido necesario romper con lo conocido para realmente conocer el potencial de mi espíritu.  No lo conocemos cuando el piso parece firme,  cuando la relación es fluida,  cuando la pareja es amable o la situación del país estable. 

Que va.  

La conocemos cuando el piso desaparece,  cuando las alas deben crecer con urgencia ante la amenaza de estrellarnos de cara y rompernos todos los huesos en las piedras afiladas del miedo,  de la ira y del anhelo de venganza.  Subir hacia lo más alto implica primero una caída en picada hacia aquello qué más tememos y en la cual soltamos finalmente el mito de que controlamos algo en esta vida.

Somos un fantasma en un esqueleto cubierto de carne que viaja a miles de kilómetros en un planeta a toda velocidad y todavía creemos que tenemos el control?

Mostrarle a la vida la esencia de nuestro alma y corazón amerita una visita necesaria y productiva,  aunque infinitamente difícil, a  nuestra sombra.   A ese gran pasado que nos ha traído a este momento con todos sus apegos,  realizaciones y miedos.  Implica una revisión consciente de cada muleta que hemos construido para no sentir del descontrol de esta aventura vital,   cada temor pegajoso que hemos guardado en cajas de oro incrustadas con joyas que ocultan su poder en nuestra psique.  

Ha llegado el momento de abrir todas las cajas de pandora con sus horrores,  odios,  resentimientos,  agravios y venganzas.  Pero en ellas mora también la esperanza de que abriéndolas sabremos finalmente y de una vez por todas qué nos detiene en el anhelo completo por despertar.

El mayor apego de mi alma en esta vida eran mis niños.  Maridos no significaron nada en comparación con el amor por estas almitas.  País,  cosas materiales,  amigos,  trabajos:  un puño de insensateces en comparación con el deber mágico y tierno de tenerlos en mi vientre, parirlos, amamantarlos,  enseñarles sus primeros pasos y palabras y abrazarlos para dormir.  

Morir a mi realidad de madre ha sido la aniquilación del sentido humano de mi vida y a la vez,  el inicio de un camino donde mi alma ya sola, sin roles adheridos, se dispone a enfrentar la verdad de su composición-  sin nada externo que amortigüe el golpe y  horror de la pérdida. 

Sé que donde está lo más oscuro y temido,  también está el potencial de mi salto evolutivo.  No tengo dudas mentales, sin embargo,  humana y espiritualmente es imposible la ecuación.  El amor humano conlleva cualidades de alma que no se explican con los vínculos terrestres y especialmente con los hijos-  la relación de almas camina de la mano de nuestro propia identidad personal.

La cara espantosa del terror, impotencia y trauma vivido en el último año, la faceta inconsciente que llevaba en lo más profundo de mí: con ella he tenido que sentarme cada mañana,  con las ruinas de lo vivido,  contemplando el terremoto de lo viejo y con una actitud de doblegarme ante lo que hay y permitir que haga su trabajo en mí.  

La pérdida de aquellos que amamos entrañablemente y que está fuera de nuestro control conlleva la fatalidad y destino inevitable de estas vidas humanos.  Tarde o temprano todos tendemos que despedirnos de aquellos que amamos.  

Mi lección, sin embargo,  ha sido infinitamente difícil por lo prematura.   La muerte de la presencia de mis niños de forma  intempestuosa y cruel forma ahora parte de mi vida y es como el mito de Prometeo a quién el águila le comía diariamente el hígado.  Al ser inmortal,  su hígado se regeneraba cada noche y al día siguiente,  estaba condenado al dolor que lo mataba de nuevo.  Este año que cierra he aprendido a vivir con la paradoja,  con la sensación de muerte diaria y mirar diariamente a esta muerte intrusa con benevolencia y a pesar de todo, gratitud.  

En medio de este panorama desolador,  he recibido inspiración sobrehumana para reorientar mi propio poder personal ante los drásticos cambios en vida y entorno.  Más allá de mis propias capacidades,  lo considero un milagro el haber podido reorientarme cuando la ola me martilló contra el fondo del océano de la forma más violenta y aterradora.  

Cuando tenía 15 años,  casi me ahogo en una serie de olas gigantes en la costa de Tivives en Costa Rica.  Recuerdo este incidente con angustia pero no se compara para nada con el lidiar después de 12 meses con el ahogo diario de la ausencia de mis adorados niños. 

Esta ola ha arrasado con alguien que fui y que desapareció por completo dados los acontecimientos:  la madre dedicada,  la mujer resistente,  la yogini poderosa.  He mordido la arena en el ahogo de todo aquello que construí y amé, y aun ahí,  la Existencia me sigue dando.   La herida abierta es ahora parte de mi realidad y cada día la respiro con gratitud y generosidad.  

Ya no le temo.  Es parte de quién soy ahora y seré para el resto de mi vida.

La herida me ha mostrado caminos nuevos y he tenido encuentros significativos que han mutado mi relación con esta realidad humana para bien.  Sé que mi misión incluye el paroxismo entre agonía y éxtasis.   Sé que el servicio es mi destino y mi trabajo el ritual para el cual me están preparando.  

Reinventarme ha sido la constante de esta vida humana con sus sucesivas muertes y renacimientos y en medio de todo,  comprendo que no temo ya a los cambios radicales.

Romper con el pasado patológico empodera.  Romper las formas y sistemas de valores que ya no son actuales para nosotros innova.  El cambio puede venir a nuestras vidas de forma despiadada pero siempre tenemos la opción de responder desde la supervivencia o desde la consciencia.  

La disolución del ego y todo lo que es falso es mi plegaria diaria,  la pérdida el yoga que me une desde un lugar nuevo a la conexión con mi esencia y el sentido de mi vida. 

Y en medio de toda esta marejada,  el regalo de una serie de experiencias místicas disuelve lo que me separa de los demás,  incluyendo a mis supuestos enemigos y me reafirma que lo que tengo para entregar es frágil y vulnerable,  tierno como un pájaro recién nacido que abre sus alas al mundo por primera vez con valentía,  fe y resiliencia.

Nueva Delhi,  18 de diciembre 2019 
Antes del Eclipse 














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