jueves, 26 de diciembre de 2019

Eclipse de Sol en Capricornio

Dedico los últimos días del año a decantar mi mente y mi corazón.

En medio de una severa ola de frío aquí en India,  empiezo a comprender una ínfima parte de las verdades esenciales,  suspendida entre dos vidas que se conectan a través del hilo sagrado del amor.  Comprendo que la única realidad en este plano de existencia es la energía y que asir esta realidad requiere de un ingrediente importante,  raro en nuestros tiempos y escaso en nosotros los seres humanos y del que ahora disfruto en abundancia. 

El silencio.

Cada mañana,  muevo mi cuerpo bajo gruesas capas de ropa en mi alfombra,  sin conseguir el ansiado calor pero abierta al despertar paulatino de un rincón más en mi consciencia.   Cada mañana siento como la energía va despertando cada músculo,  cada hueso y también mi mente: mi pobre mente que ha sido comprimida al máximo durante los últimos meses.  

Esa que sabía en teoría nada más que lo que sigue a la contracción es necesariamente la expansión.   

Sin mi práctica de yoga probablemente hubiera sucumbido a la incertidumbre,  al miedo y a la extrema prueba de desapego que me ha tocado vivir.   Pero gracias a la estabilidad interna que me brinda es que hoy me puedo dedicar con serenidad a la divagación interna y procesar diariamente no sólo el trauma acontecido,  sino el trayecto de una vida dedicada en su mayoría al cuidado de otros seres.

Hace años que sé racionalmente que la impermanencia nos pide soltar lo que amamos.  Sea lo que sea que cultivemos en la vida,  sea una profesión,  una familia,  una relación,  todo está destinado a morir.  Aunque podamos sostener un matrimonio por años,  la muerte irremediablemente se llevará a alguien primero.  Nuestros hijos crecerán y harán sus vidas,  tal y como hemos hecho nosotros lejos de nuestros padres.  

La vida se renueva y nos toca abrazar el cambio. 

Pienso hoy en todas las madres que hemos dado nuestra vida para ser el canal y el soporte de nuestros niños.  En mi caso, empecé mi maternidad a la tierna edad de 23 años.  No sabía quién era,  no tenía idea de lo que quería en esta vida pero ya era mamá.  Por todo este tiempo,  de alguna forma creí que el gran amor por mis niños y todos los cuidados que les daba me salvarían de alguna forma del gran vacío, del gran hoyo de verme hacia adentro.  

Creía que de alguna forma acumularía suficientes méritos para no sentir el zarpazo frío de la soledad.  No es así para nadie y hubiera sido justo y cruel intentar tapar mis carencias con su presencia.  Pude anticiparme a este momento y en medio del corre corre diario,  comprendí que darles alas era el acto de amor más grande y que yo tenía que apañarme en mi búsqueda y volverla urgente.  

Porque entre más crecían ellos,  más cercano se sentía yo ese hoyo. 

El hoyo era estar yo sola,  frente a frente a mí misma,  sin roles de por medio,  sin ocupaciones diarias de escuelas,  tareas,  chofer,  enfermera, psicóloga,  mediadora, entrenadora y todos los papeles que las madres cumplimos para nuestros retoños.  El día llegaría en que crecerían y ya ellos encaminados en sus vidas,  me darían a mi la oportunidad inevitable de enfocarme en mi propio ser.  Anticipaba que ese día llegaría dentro de unos 10 o 15 años y que ese hogar cálido y amoroso,  el nido con pollitos me duraría todavía un tiempo más y me permitiría de alguna forma trasladar ese momento de encuentro inevitable a un futuro lejano. 

Sin embargo, la vida me empujó al vacío en sincronía con sus planes pero a mi parecer,  prematura y cruelmente.  Sé que en los órdenes del destino,  todo tenía que suceder como sucedió.  Sé que mi vida tiene un destino que ameritaba el destete violento de quiénes me proveían no sólo de identidad,  sino de sentido.  La identificación con el rol de madre es uno de los más fuertes y para avanzar en el camino espiritual es necesario deshacernos de todo lo que nos ata a este mundo material. 

Sé que mi mundo giraba alrededor de mis niños amados y ellos eran el alfa y omega de mi existencia como ser humano: yo era su mamá y como tal, encontraba la justificación para no tomar  responsabilidad completa por mi misma,  perdida en las mil ocupaciones que cumplir con mi rol lo mejor posible entablaba. 

Hoy, al no tenerlos cerca,  necesariamente me enfrento a un día a día muy distinto.  Al inicio,  fue amargo y extraño,  tengo que decirlo.  La violencia de arrancarme esa máscara me dejó el rostro en carne viva y no podía siquiera verme al espejo sin extrañar a mis pequeños.   El encuentro empezó a suceder luego de un año completo de asimilar el gran golpe de perderlos.  Mi duelo ha sido muy doloroso y no se lo deseo a nadie.  Pero también ha sido dulce reconocerme,  como cuando finalmente podemos conversar con alguien que anhelábamos conocer pero nunca teníamos tiempo de ver.  Cada día ansío de corazón conocer mejor a esa mujer que durante tantos años vi pasar tan de prisa,  llena de compras del supermercado,  ocupada en trabajar,  organizar,  viajar,  delegar y crear una vida de hogar para una multitud de muchachos.

Mi dharma como madre terminó para dar paso a mi dharma  como alma, como ser en transición. 

Qué hago aquí?  El sentido de mi vida ha sido recalibrado antes de tiempo y después de tantos años de seguir una ruta,  tener una agenda,  aferrarme a un plan me pregunto  

Qué quiere la vida de mí?  Para qué nací?  Cómo me preparo para el final?  Cuál es mi misión?

Quién soy?

Las preguntas se sobreponen unas a las otras y cada día aprendo un poco más sobre la inmensa ecuación de la vida,  ese balance entre determinismo y libre albedrío.  Comprendo que todo lo sucedido estaba de alguna manera predestinado,  así como lo estaba también conocer a los padres de mis hijos,  viajar por el mundo y encontrar a mi maestro.  Eventos de mi vida cuyos frutos veo crecer en algunas áreas mientras en otras sólo veo devastación.

Nazco a una vida contemplativa y serena aquí en India.  Una vida que no se parece en nada a mi vida como mamá.   Nazco a una consciencia de que mi camino espiritual,  cultivado por muchos años antes de llegar aquí,  es la causa lógica de estar acá y lo único que puedo sentir es una profunda gratitud por esa sed de verdad que de alguna forma,  en medio del diario vivir de una madre soltera llena de responsabilidades y con poco tiempo para dilucidar el sentido de su vida, me salvó y tuvo la sabiduría de crear un puente hacia lo que sería un futuro que hoy es realidad.

Mi paisaje interno se abre ante mis ojos y tengo la gran oportunidad de revisarme,  revisarme a consciencia como lo haría antes de mi muerte sólo que- espero en Dios,  con algunos años de anticipación.   Sé que he sido yo la creadora de cada encuentro,  la partícipe activa de cada emoción y lágrima.  He sido yo la confluencia de sangre,  países,  el hilo entre culturas,  la que conectó sin buscarlo almas que hoy se mueven con fuerza y determinación hacia sus destinos.   

Me pregunto que pasa con todo el ejército de mujeres que no tienen ese interés de pensar a futuro y de pronto,  se ven solas en casas vacías donde una vez fueron el centro y hoy son habitantes solitarias junto a recuerdos de niños y adolescentes que ya no están...


Qué queda sino el vacío de la soledad sintiendo que han perdido algo cuando en realidad no es así!  Cuando sea que la vida nos abra esa puerta,  cuando el momento llegue de enfrentarnos cara a cara con quién somos,  no como un rol más en una cultura que demanda perfección,  que nos oprime de una y mil formas y nos juzga sea lo que hagamos-  cuando llegue el día de ser libres a quién somos sin aspirar definirnos en función de otras personas,  ese día comprenderemos que lo vivido es, irónicamente,  la base  sobre la cual podemos afirmarnos para nuestro despertar.

La paradoja más profunda y compleja en la vida de las mujeres que somos madres es que necesitamos construir el castillo en la arena con atención y amor para luego permitir que el océano se lo lleve y quedarnos de pie en esa playa de horizonte abierto,  descalzas  preguntándonos,  a pesar de todo,  qué es lo que realmente vale en nuestra vida.

Ojalá ese día nos encuentre con algo adelantado. 

Ojalá tengamos la sabiduría de dedicar un rato cada día a desenmascararnos de esos roles tan pesados normales en nuestras culturas patriarcales y buscar un rato de silencio para ir hacia adentro.  Los niños crecerán y volarán como es su derecho y nosotras nos quedaremos en apariencia con las manos vacías de vida,  cuando en realidad,  será el comienzo de la etapa más productiva e introspectiva de nuestras vidas.

Saberlo me alivia y me entusiasma.  Hacerlo me apasiona y me conforta.


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