sábado, 3 de mayo de 2014

Montaña de rocío

El le dio la oportunidad perfecta de poner en práctica lo que conocía...pero no había intentado nunca:
le dio la oportunidad de perdonar y perdonarse.

La posibilidad de romper con todo lo que la ataba por dentro...que la aprisionaba.  Del otro lado había algo que siempre había intuído, pero el salto cuántico era aterrorizante.  La oscuridad jalaba de su pierna para que no se atreviera y sin su impulso hubiera sido imposible lograrlo.

Nada era real.  Pero había aprendido desde siempre,  desde vidas,  a identificarse con el discurso.  Cada idea una cuchilla.  Cada pensamiento un peso al cuello.  La soledad la obligó irremediablemente a sentirlo, ya no podía proyectárselo a nadie. Se quedó sola con toda la asfixia y por un instante sintió que se iba a morir.

"Vamos hoy"- le dijo el muchacho.
"No,  me siento demasiado mal"- fueron sus palabras,  teñidas por tristeza,  nostalgia y melancolía inútiles.

"VAMOS."

La ceremonia fue casi toda en silencio,  acompañada por el destello fugaz y eterno de las estrellas en el cielo azul de la noche.  La presencia de la montaña arropó al pequeño grupo y una fogata que ardió toda la noche los calentó y confortó en los momentos más duros.    La música los guió.

Llegar,  limpiar y conectar.
Llegar,  limpiar y conectar.
Llegar

                           limpiar   
                                                        conectar.


El dolor era la puerta.  Dolor-salto. Dolor- paradoja.
La paradoja del salto que había anhelado desde hace tanto tiempo.

Amor-dolor suspendidos en la incertidumbre del día a día que se había cubierto por una estructura falsa.
La realidad de la vida había pasado a segundo plano y la estructura se había convertido en la casa de sus miedos.

El le pegó el primer hachazo.
Ella gritó de dolor.

Había invertido tanta energía en sostener la estructura en pie,  en identificarse con ese mundo falso,  que el hachazo se sintió desgarrador y el cambio de paradigma la muerte.

Pero luego,  poco a poco todo fue cayendo poco a poco como un castillo de naipes y de pronto,   se vio sentada en la hierba fresca de la mañana,  la estrella más brillante acompañando la salida de un sol nuevo a un mundo nuevo.  Una montaña rosada que le hablaba a una nube.  Unos árboles titilantes que albergaban pájaros y campanas.

"Qué es esto que sale de mi cuerpo?-  se decía mientras vomitaba entre sus piernas una sustancia amarilla y viscosa que tenía toda la consistencia de rencor y culpa.

"Todo túnel de dolor termina en toneladas de amor"-  concluyó él muy acertadamente después de intentar comprenderla.

El rocío de la mañana se sentía fresco igual que la mente...sin expectativas.  Aceptación pura y simple del ahora en un zacatito y envuelta en una cobija.    Añoranza principiante de un lenguaje sin letras,  ese que no descarta nada, y que es indiferente a la forma.

Porque pudo entender un poco del origen.


Y eso hizo toda la diferencia.




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