miércoles, 13 de marzo de 2013

Gracia y amabilidad

Uno de mis maestros más admirados,  el Dalai Lama,  insiste mucho en el valor de la amabilidad.

Para mí, la amabilidad es esa capacidad de todo ser humano de ser cálido y dulce con todo ser que topa en su camino, más allá de cualquier interés ulterior.

Claro,  a veces uno no tiene maestros cercanos que le modelen esta amabilidad. Yo nunca los tuve,  al contrario.   Aprendí a sentirme separada de mucha gente con distintos pretextos:  desde color de la piel hasta nivel social y educación.  Sin embargo,  como dice muy bien el dicho:  "Cuando el estudiante está listo, el maestro aparece."

Esto me sucedió el fin de semana pasado en Guatemala.

En mi sexta visita a este hermoso país,  me fui a este viaje planeando un taller de Ashtanga Yoga.  Regresé con el corazón abierto de par en par por una comunidad de maestros y estudiantes que ya comprenden,  naturalmente,  que ser un yogi va mucho más allá de contorsiones y posturas.  Topé con un grupo de estudiantes muy avanzados en el arte de la amabilidad- y me atrevería a decir que todos los chapines que topé en mi viaje me demostraron con creces esta cualidad del corazón.

En Guatemala,  la amabilidad de la gente es contagiosa.  Desde el señor del taxi,  la muchacha de la casa,  el vendedor en la calle hasta personas de un nivel social muy alto,  todos por igual insisten en sonreír y genuinamente buscar que uno se sienta acogido y querido.  Su expresividad también fue un ejemplo para mí:  desde los cálidos aplausos que recibí después de una clase hasta el humor y sonrisas que siempre estuvieron presentes en todos.

Siento que tal vez sea mi propia represión, tal vez la carencia de ejemplos similares en mi vida.   En mi propio país,  lastimosamente y por el entorno social en que me movía en aquel entonces,  llegué a sentir y pensar que era de alguna forma "superior" a mis semejantes.  Carecía de la habilidad de relacionarme con la gente en mi vida y ahora siento que,  lastimosamente,  me perdí de contactos con personas que pudieron haberme enseñado tanto.  Todo por la idea mal concebida de que existen diferencias entre los seres humanos-  de nivel social, inteligencia,  poder económico o cultura.

Todos estamos hechos del mismo material:  piel, sudor,  lágrimas y sangre.  Todos respiramos el mismo aire, compartimos esta tierra y esta agua.  Todos sufrimos,  reímos y tenemos esperanza. Todos estamos en nuestra propia búsqueda,  se vea como se vea.

Estos chapines....

Tuve en el grupo un maestro de humildad y cero poses.  Una persona muy exitosa a nivel material con un mínimo de ínfulas y pura humanidad.

Tuve una madre que sacrificó por cuatro días a su pequeña bebé de poco más de un año para asegurarse que el taller se desarrollara con fluidez y armonía y nunca perdió ni la sonrisa ni la disposición a servir.

También,  una alumna que se levantaba a las 3 am para llegar a las 5 am porque vivía en Antigua,  relativamente lejos de donde estábamos.  Era uno de sus primeros talleres de yoga.

Tuve una amorosa amiga que me colmó de regalos visibles e invisibles,  al punto de dejarme un montón en el hotel la última noche antes de irme.  Si yo estaba física y mentalmente agotada de todo el proceso, no imagino ella.  Y sin embargo,  se tomó la molestia de ir hasta allá.  Realmente me conmovió.

Esta semana de regreso en Costa Rica he constatado que a los ticos nos falta mucha calidez y humildad.  Lo he estado observando en la calle,  en el restaurante,  en el club.  Somos bastante reprimidos y me considero una de esas.

Quisiera poder aplaudir cuando el avión aterriza, pero alguien en mi pasado me dijo que era de mal gusto.

Quisiera poder expresarle a todos a mi alrededor cuánto los quiero,  pero eso se reserva para la familia y los seres más cercanos.

Estoy empezando a hacer más contacto visual con el guarda del barrio,  el muchacho en la pulpería y la mesera,  y me duele pensar que en algún momento de mi vida consideré que era simples instrumentos para mi comodidad.

Doy gracias a Dios porque siento que poco a poco voy saliendo de una amnesia dolorosa y anquilosada que de alguna forma me aisló de mi propia sociedad y que de forma errónea mi propia familia y amigos modelaron para mí.  En las montañas de otro país pude sentir la amabilidad de nuevos amigos que me abrieron su corazón apenas conociéndome. Si ellos pudieron hacer eso,  yo espero poder romper con estas cadenas internas  absurdamente heredadas y poder hacer lo mismo con la gente que quiero y también con los que apenas conozco.

Y aplaudirles sus logros,  no bajarles el piso.

Honrar sus talentos,  no envidiar sus triunfos.  No tratar de aparentar nada.  Simplemente ser quién soy.

Alegrarme porque alguien está feliz en vez de sentirme celosa.

Espero ser una tiquilla reformada por la amabilidad de estos hermanos centroamericanos.   Y de alguna forma,  un link de conexión con esa amabilidad perdida en mi propia tierra y que todos podemos recuperar.



Ahí es cuando realmente honraremos ese título de país más feliz del mundo.
Suiza Centroamericana.

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