miércoles, 6 de enero de 2016

Quinto Viaje: el pelo se va


Amanezco feliz de irme a practicar.

Me toca esperar casi una hora.  Entre entradas y salidas,  Sharath se acerca al vestíbulo donde esperamos y bromea con nosotros.  Alguien abrió la ventana:  

"Bikram Yoga!- nos dice con una sonrisa.  El ambiente se relaja.  Después llega una mamá con dos bebitas,  una de ellas en brazos.

De inmediato las recibe con cariño y bromea con la pequeña que ya camina:   "Where is your pass?"  La toma en brazos y la sienta en su silla,  recordándonos a todos la inocencia a que aspiramos.

Su humanidad y dulzura me abren el corazón.  

"One more!"- dice con su voz fuerte y potente y me manda a la esquina de la salida del baño de hombres.  Un spot no muy cómodo.  Sé que innumerables pies masculinos pisarán esta mañana mi mat.  Así que me rindo a la beatitud del ahora.

Sé que estamos todos en su mente.  Cuando llegan los backbends finales uno de los asistentes me ayuda, bajo el ojo cuidadoso del Boss.   Mi asistente intenta llevarme demasiado profundo y de inmediato recibe una reprimenda.  "Not yet"- le dice,  sabiendo que es apenas mi primera semana.  

Me siento cuidada hasta el infinito. A pesar del tumulto,  a pesar del gentío.  Sé que todos estamos en él y él en nosotros.  

Y me devuelvo en el tiempo.  Hoy toca el Quinto Viaje.

Quinto viaje: el pelo se va


Llegué a India renegando de mi suerte de ser madre soltera de cuatro muchachos.  India me devolvió la fe en mi familia y en el amor.  Pero para que esto sucediera pasaron muchos años.  Tuve que encontrar ese lugar interno que cada día se torna más profundo, más hacia adentro.  Pero no es fácil realizar que uno se ha equivocado. Desde los primeros contactos con ese lugar el resto de mi vida comenzó a alinearse, no sin resistencia y miedo,  pero con la convicción total de que era imperativo hacer cambios.

En mi quinto viaje tomé la fuerza para terminar una relación posterior a mi primer matrimonio que necesitaba terminar.  La segunda serie me fue llevando a ese lugar interno donde uno ya conoce la respuesta...pero a veces toma un tiempo dar el paso.  Después de este viaje,  tuve el coraje de dejar ir y ahora viendo hacia atrás, veo que era exactamente lo que necesitaba hacer para continuar.

Durante ese mes en Mysore,  conocí nuevos amigos que también estaban,  al igual que yo, luchando con el Pinchu Mayurasana,  el Karandavasana y las 7 paradas finales de cabeza de la Segunda Serie.   Pero más allá de eso,  estaban buscando un espacio personal en medio de sus vidas ajetreadas como padres y madres de familia y sus trabajos y quehaceres.

Una de mis amigas, Tara,  tenía una bebé preciosa:  Marianne.  La admiré muchísimo por llevar a India una criatura de un año y medio,  pero fue una alegría conocerla e incluso hacer de niñera para ella y Jason,  el papá. Esta mami  tenía una práctica impecable y ahí supe que una mujer puede seguir practicando Ashtanga incluso a través del embarazo y postparto.

Fueron días de tranquilidad,  Kirtan,   música y paseos.  Practicábamos a las 4:30 am,  luego íbamos en scooter a las afueras de Mysore,  a los ríos, los pueblos vecinos y los templos. Todos ellos tenían familias,  algunos de ellos estaban dolorosamente separados de sus esposas e hijos y lloraban su ausencia.  Vi a estos yogis y yoginis modernos,  dejando sus hogares,  sus trabajos, viajando con tanta devoción al otro lado del mundo, llenos de anhelo y deseo por algo más.   Me inspiraron y lo siguen haciendo.

Fue un tiempo de reflexión profunda sobre mi propia vida y el nuevo rumbo que estaba tomando. Preguntarnos con quién queremos compartirnos el día a día es una de esas preguntas vitales que necesita una respuesta honesta desde lo más profundo del corazón.

Regresé a Costa Rica a poner los puntos sobre las íes.  Todavía me faltaba un pedazo del trayecto de terminar esa relación y tuve momentos de duda y desasosiego.  Sin embargo,  mi práctica constante me continuaba mostrando el camino:  esto del Yoga se volvía cada día más central.

Solté la relación con la fe de que si alguien tenía que aparecer y comprender mi camino,  Dios proveería.

Me rapé la cabeza.  Dice un querido amigo que el pelo carga todas las emociones.  Bueno,  creo que es cierto.  Mi pelo, que siempre había usado largo,  cayó y con él cayeron mil cargas y pasado. A mi entonces pareja se le terminó de parar el pelo...literalmente.   Creo que estaba más apegado a mi pelo que yo.  Pero en fin,  este acto marcó un antes y un después.





Una etapa marcada por el anhelo de libertad,  las ansias de Dios y de paz interna.

Una nueva etapa nacía y mi propósito amado era que todo fuera congruente con mi práctica y mi intención.  Lo viejo fue cayendo,  un bloque a la vez, igual que mi cabello.

Y de pronto,  me vi sola en una espacio sin limitaciones.
Todo era posible.

Empezaba a escribir mi propia historia.

martes, 5 de enero de 2016

Cuarto Viaje: continuación


Hice hoy mi Serie Primaria en un shala abarrotado,  tanta gente que había una gran fila afuera- algo que veo por primera vez aquí en Gokulam.  

Guruji nos decía siempre que toda resistencia era mental.  Hoy entré en mi práctica sin expectativas pero un tanto asustada.  Mi espalda me ha estado dando malos días y noches.  El viaje no me sentó nada bien...literalmente.  

Demasiadas horas sentada.

Llegó el temido momento final en los backbends.  El Boss se me acercó.  Entre todo el movimiento, la gente que entra y sale,  los ajustes que hace,  las instrucciones a los asistentes...es increíble.  Se acercó a mí en el momento exacto- sabe exactamente adónde estamos, cada uno de nosotros.

Sentí sus manos en mi cuerpo y me rendí.  El regalo de un Guru es que gracias a la fe uno deja fuera todas las preconcepciones,  todos los prejuicios, las quejas,  ese diálogo interno que nos quiere volver locos con sus dudas,  vaivenes y sabotaje.  Mi mente se detuvo y sólo respiré.  

Me entregué,   por completo.

Me colocó en mi "catching" como siempre,  sin dolor.  Ya conoce mi cuerpo.  Y el mío parece confiar en él cien por ciento.  Salí de la práctica tan feliz,  casi brincando en una pata.  Riéndome ante tanto drama mental.  Abierta y totalmente realizada.

Mientras iba en el rickshaw con mi driver,  Moorogesh,  espontáneamente le pregunté:

"Moorogesh,  are you happy?"

Se volvió y se rió y me dijo:  "What Madam?"

"Moorogesh,  are you a happy man?"- le repetí.

Me volvió a ver de nuevo mientras manejaba y sonrío: 

"Yes,  Madam.  I am a happy man"- y en su sonrisa blanca como la nieve en esa piel oscura como el carbón supe que era totalmente cierto.  Nos sonreímos,  compartiendo una complicidad mágica por unos segundos.  Una tica y un indio montados en una moto con carrocería comprendiendo el sentido de la vida porque sí.

En medio de algún lugar de la  India y con miles de carros,  vacas,  niños y motos alrededor.

Cuando me dejó en la casa me dijo en su mal inglés pero con mucho cariño:

"Your face very beautiful today,  Madam."

Y todavía sigo sonriendo mientras me devuelvo en el tiempo  para rememorar mi cuarto viaje a este increíble lugar.

Shanti: En el cuarto viaje el dragón aguarda

Las Series en Ashtanga Yoga son mérito de yogis antiguos que experimentaban en meditaciones cómo su cuerpo tomaba formas espontáneamente y entraba en estados de trance que los movía sin esfuerzo.

Para nosotros, simples mortales, las Series son un reto al cuerpo físico, pero sobre todo a la mente. Nuestras mentes están acostumbradas y criadas en Occidente para buscar la comodidad,  la indulgencia y el placer.  Cualquier incomodidad, por mínima que sea,  nos pone ansiosos, desesperados y enojados.

La primera vez que vi a una amiga haciendo Ashtanga no comprendía muy bien el movimiento de sus extremidades en el aire.  Sólo vi que flotaba sin gravedad.  Además,  estaba tan pero tan feliz. Ella fue mi primera maestra y me inspiró a adentrarme en terreno nuevo.  Fue con ella que oí por primera vez el nombre Pattabhi Jois y la ironía es que ella no tuvo oportunidad de conocerlo.  Guruji murió y Rebecca nunca más salió de Ohio.  La única vez en su vida que mi amiga viajó fue para venir a Costa Rica a un curso donde la conocí....increíble,  verdad?

En fin,  llegué a Mysore después de mi peregrinación en Rajastán y Sharath me invitó a empezar la Segunda Serie. La primera postura se llama El Ahorcado,  Pasasana.  Es una torsión sumamente intensa y difícil hasta para los más experimentados.  Impide respirar completamente y su intensidad asemeja las fauces de un dragón.  Después de ese portal,  todo se torna relativamente fácil,  pero pasar el portal implica ir más allá del miedo a asfixiarse.

La vida me ha puesto innumerables veces en situaciones que me asfixian.  Y yo misma las he escogido.  Todas me han enseñado,  ahora que las veo para atrás.  La mayoría con dolor profundo.  Y cuando me  encontré este dragón,  lo único que mi mente dijo fue:   "Hasta aquí llegaste",  "Siempre has intentado continuar como si nada,  pero this is it."   No puedo explicar cómo un día de los tantos en ese mes que estuve en el shala,  me vi de pronto amarrada y con los talones en el suelo.  Mi mente simplemente se detuvo y realicé,  por primera vez,  que podía ir más allá de mis propias limitaciones.  Con la ayuda y apoyo de mi maestro,  aprendí que los dragones que a todos nos esperan a la vuelta de la esquina son proyecciones de nuestros propios miedos y deficiencias, ideas y conceptos que cargamos en la intimidad de nuestra psiquis y que generalmente no tienen mucha realidad.

Pasasana me enseñó que podía atreverme a salirme del cuadrito.  Y ese fue el inicio de mi valor. De ahí,  el resto de la serie fue manifestándose casi sin esfuerzo. Por supuesto que todavía tiemblo antes de hacer  una Segunda Serie guiada con mi maestro,  como hacemos los lunes en India.  Es como si a uno lo atropellara un tráiler y luego le pasara por encima una locomotora. Hay algo en el conteo del vinyasa que pone mi mente en blanco y el cuerpo simplemente se mueve al compás de los números y nombres en sánscrito.  Pero después quedo totalmente nueva y la sensación es de puro éxtasis y felicidad.  El Nadi Sodhana remueve todo lo que no se parece a la luz y por un día soy un ser libre y liviano.

Ahora,  muchos años después de mis primeros coqueteos con el dragón, el Pasasana se siente cómodo.  Veo a mi alrededor y me gusta lo que veo: mi vida también se siente más cómoda.   Estoy viviendo lo que siempre anhelé:  un quehacer que amo y que ayuda a otras personas;  una familia que adoro y que me enseña todos los días el valor de compartir y dar;  posibilidades lindas de viajar por el mundo trabajando y siguiendo a mis maestros, seres muy especiales.  Pero sobre todo,  me ha permitido vivir en mi cuerpo habitándolo.  Tantos años cargué a este pobre como un estorbo.  Lo juzgaba,  castigaba con exceso de ejercicio y poca comida,  lo abusé de mil formas sobre todo con mi mente a través de juicios continuos y comparaciones.   Hoy es mi amigo y compañero y mi apoyo para poder realizar mis proyectos,  mostrar mi amor y mi amistad y  el instrumento para cumplir mis sueños.

Este vehículo de mi espíritu,  este templo de mi alma en esta encarnación con su bondad y humildad me ha enseñado, día a día,  el valor de la mortalidad.  A este cuerpo que exprimo,  tuerzo,  invierto y relajo todos los días le agradezco tanto el haberme permitido sentirme lo suficientemente segura para atreverme a ir más profundo.


lunes, 4 de enero de 2016

Cuarto Viaje

Shanti: India en Costa Rica. Cuarto Viaje.

Mi maestro Pattabhi Jois decía que una práctica por un largo tiempo no son 2 años,  ni 5, ni siquiera 10.  Al menos 12 años de práctica constante,  ininterrumpida,  llena de fe y devoción comienzan a cambiarlo a uno.  Yo apenas siento que estoy comenzando y lo que hago me gusta tanto que no importa el tiempo. Pero ahora,  viendo hacia atrás,  comprendo que el verdadero avance se ve en la fe- shradda en sánscrito- esa cualidad tan frágil que a todos se nos empaña por dudas casi diariamente.

El cuarto viaje a India empezó en el Norte.  Ya mi práctica había comenzado a cambiar mi entorno y a afectar a aquellos que estaban cerca.  Mi hijo mayor, Hernán,  me escribió una carta que aún conservo.  Me escribía que siempre iba a apoyar mi sueño.  Me enseñó que mi propósito en esta vida era hacer lo mismo por él,  sus hermanos y muchas otras personas. 

Fue como una epifanía.

Mi intención en este viaje era traerme un pedazo de India para San José.  Mi casa,  la casa donde viví desde pequeña y que ya había atravesado una remodelación gigante al agregarle el segundo piso,  necesitaba calidez.  En uno de mis escalas a India, estuve en el Estudio de Eddie Stern en Nueva York. Tenía 8 horas en Newark y decidí tomar el tren y aparecerme en la clase Mysore de las 6 am.  Ahí fue que vi por primera vez los arcos.  Quedaron grabados en mi memoria para siempre.  

Ahora sólo tenía que encontrarlos.

De Delhi,  los trenes me llevaron a Jodhpur,  en el corazón de Rajastán.

Un nota sobre los trenes en India:  son el transporte más popular a través de los miles de kilómetros de este vasto subcontinente.  Transportan millones de seres humanos y animales diariamente y cada estación, cada vagón es una aventura.  Uno llega a las estaciones más grandes y los indios están acostados, durmiendo en el piso,  comiendo,  en familia esperando su tren.  Vendedores que gritan,  ladrones por doquier,  familias enteras y olores no muy agradables. Me tocó hasta ver un cadáver en una estación:  estaba ahí,  a la vista de todos, y nadie hacía nada!  yo casi gritaba, "cómo era posible tanta indiferencia!  El señor estaba MUERTO!!"  y desde ahí comencé a comprender que en India la muerte es cosa de todos los días y que nadie la esconde ni le teme.

La llegada a Jodhpur fue deslumbrante.  Los camellos y elefantes  caminaban por media calle con su paso lento y elegante,  los hombres con sus turbantes de colores brillantes y bigotes poblados iluminaban el paisaje con sus atuendos. Las mujeres,  llenas de joyas en todas las partes de sus cuerpos,  adornadas de la cabeza a los pies,  eran una visión.  

Rajastán era India en todo su esplendor.

Me refugié en una guest house modesta pero limpia:  el Ganapati House.  Una familia había decidido usar los cuartos de su casa para huéspedes.  Me sentí bienvenida y en casa.  El restaurante de la terraza tenia vista al fuerte de la ciudad,  un gigante coloso que se alzaba protegiendo la multitud de casas pintadas de azul.  No en vano Jodhpur es conocida como la Ciudad Azul.

Después de desayunar y disfrutar la visión de un indio haciendo pranayama en la terraza del frente- sólo en India pasan estas cosas!- me dirigí a buscar mis famosos arcos.  Jodhpur es la ciudad del arte y la madera,  sin embargo,  era como buscar una aguja en un pajar.  Cantidad de tiendas, bazaares y mueblerías me recibían con el característico "no" con la cabeza- que más bien parece un sí- y entre tanta confusión me preguntaba por qué no me había ido directamente a Mysore.

Guruji decía que todo viene.  Cuando uno inicia esta práctica,  tiene muy poca fe.  Y eso de que todo viene incluía, por supuesto,  mis arcos:  en un edificio a punto de caerse y abandonados en el patio de atrás,  los ví- en un estado de descuido espantoso por supuesto.  Necesitaban ser reconstruídos,  lijados y pintados y finalmente empacados en el viaje más largo que jamás habrían imaginado:  de India a San José, Costa Rica.   Me sentí totalmente identificada con ellos:  mi cuerpo también fue abandonado por muchos años,  mi mente había sufrido innumerables aguaceros y mi corazón varios batacazos.  Pero ahí estaban,  todavía se sostenían- me decía Daga,  mi nuevo amigo indio y comerciante de muebles.  Confié en su palabra y los restauramos.

Además de los arcos,  que al fin fueron tres sets en total- empacamos puertas,  tapices,  sillones, armarios,  mesas y sillas,  estatuas y altares.  El contenedor pasó de uno a tres y las alfombras, almohadones y cuadros iniciaron su viaje desde su país natal a un país pequeñito en el centro de América.  Me enamoré de un columpio de elefantes donde visualizaba estar sentada con unos niños pequeños:  sin embargo,  no alcanzó ni la plata ni el espacio y tuve que despedirme de ellos, sin saber que llegarían finalmente a mi vida- en circunstancias muy diferentes y después de bastante tiempo.

Todo esto de los contenedores contiene una metáfora importante:  ya que tuve el destino de nacer TAN lejos de mi querida India,  mi intención fue llevarme un pedacito al Estudio y a mi hogar y que la gente sintiera lo que yo siento cada vez que regreso.  Esa calidez,  serenidad y conexión con la madera,  la tierra, el metal y el fuego que los artesanos indios crean magistralmente en sus obras.

Los arcos que hoy sostienen el techo del estudio para mí son la base sólida de una práctica constante.  Cada vez que los veo,  los toco y acaricio y recuerdo cuando los vi en condiciones tan penosas en aquel patio de la fábrica,  abandonados a morir.  Al igual que a ellos, el Yoga me ha revivido en todos los sentidos que un ser humano puede revivir y sobre todo,  me ha devuelvo la fe.

El destino final de mi viaje era Mysore, por supuesto. El tren de tres días fue sustituido por un avión no muy estable.  El viaje se redujo a un par de horas y ya estaba en el sur.  Este viaje fue difícil en términos de mi práctica:  la primera serie ya estaba lista y Sharath me invitó a iniciar la Segunda.  

Sin embargo,  había de encontrar un dragón resguardando la entrada.  Pero esa ya es otra historia.


domingo, 3 de enero de 2016

Tercer Viaje

Domingo de descanso.

Mi espalda todavía acribillada por tantas horas de vuelo lo agradece.  Sebastián llegó ayer de Argentina:  como bien me dijo hoy,  se sentía como zombi.  Son tantas las horas de vuelo y distancia que el cuerpo se siente como extraterrestre los primeros días.  Pero poco a poco vamos aterrizando.


Mañana me toca despertarme a las 3 am.   Así que alisto todo para la madrugada, tengo que acostarme dentro de una hora,  a las 7 pm.  Y repaso la entrada de hoy recordando mi tercer viaje por estas tierras.


Viaje 3

India se perfila a lo lejos como mi maestra en el arte de soltar.  

Desde que uno llega al aeropuerto,  ya todo huele y se siente distinto.  Tengo innumerables historias y las más tristes son las de los abundantes scams.  Ahora que Occidente ha vuelto su mirada a Oriente,  muchos indios inescrupulosos han realizado que,  ante la ignorancia de los visitantes,  todo lo que tienen que hacer es disfrazarse de gurúes y ya pueden sacarles unas rupias.  

Pero todo en India se maneja a otro nivel.  Ellos mismos repiten incesantemente que uno atrae al maestro que necesita.  Lo he experimentado en mi vida no sólo en mi profesión,  sino en mis relaciones.   El espejo que el otro nos ofrece es exactamente lo que necesitamos ver en ese instante vital.  Por dicha,  la espada del discernimiento,  ese regalo que esta práctica afila cada día,  nos ofrece la oportunidad de ver, realizar y discernir con más sabiduría, compasión y desapego.  

Encontrar maestros íntegros,  serios en su camino,  dedicados e inspirados es una recompensa kármica. 

En mi Tercer Viaje llegué a Mysore con la Primera Serie perfecta- según yo.   Qué horror! En Costa Rica, como no teníamos maestro,  nos juntábamos un grupo de amigos a practicar....a batear,  más bien, diría ahora!  Pero era muy lindo,  tengo lindos recuerdos de ese año.  Teníamos libros y videos y muchas ganas.  Recuerdo esos días de unión y amistad entre muchos de los que ahora hemos escogido compartir esto del Yoga en Costa Rica.  Nos reuníamos a veces dos y tres veces por semana a experimentar.   Todos siempre estarán en mi corazón.  Nuestro deseo nos unió y aunque nos llevó en direcciones distintas, la amistad y cariño permanecen.

La cosa es que llegué a Mysore bastante perdida.. ja ja  pero muy motivada. 

El primer día en el shala entré directamente en el cuarto como Pedro por su casa.   Normalmente, apenas uno llega a Mysore espera que sea la tarde cuando la Office está abierta y va y se inscribe en la escuela. Saluda a los maestros y ellos le dicen a qué hora ir a practicar el día siguiente.  Pues yo llegué directo en la mañana y me metí!  Viendo para atrás,  me siento tan fuera de lugar...y peor todavía cuando empecé a hacer mi práctica a como  la habíamos podido descifrar en nuestro grupo de amigos:  los vinyasas perdidos, variaciones a las posturas y sobre todo,  la respiración caótica.  

Una práctica de yoga sin respiración es como un río sin agua.

La secuencia no me la sabía muy bien tampoco.  Sharath,  en su infinita paciencia,  me puso a hacer Primera Serie todo el mes.  Después comprendí que ese es el protocolo la primera vez que uno va a Mysore.  Mucha gente viene de gimnasia y acrobacia y la Primera Serie es fácil para ellos a nivel físico. Sin embargo,  también hacen su Primera Serie.  Y sólo eso.

Llegué sin saber nada de nada, ni siquiera adónde hospedarme.  Cuando me registré Sharath me dio la dirección de un apartamento del médico de su mamá,  Saraswati.  El detalle es que quedaba en la ciudad,  a unos quince minutos del shala. Las mañanas heladas me hicieron cuestionarme la inteligencia de esta decisión. Además,  conseguir rickshaw a las 4 am no fue nada fácil. Así pasé un mes completo:  ahora veo hacia atrás y me río ante lo absurdo de la situación.  Todavía no sabía que uno podía hospedarse más cerca.

En Ashtanga el maestro decide nuestro avance  y esto causa y ha causado en el pasado muchas reacciones y enojos. Las posturas de muchos son muy buenas,  pero en Mysore el énfasis no es ese.   Muchos yogis muy diestros físicamente no pasan de una postura- y no los avanzan a veces en meses.  Si uno se queda pegado en una postura por cuestiones físicas,  la mayoría de las veces mentales decía Guruji y continuar puede lesionarlo,  le piden parar.  Pero aunque uno físicamente pueda hacerlo todo,  la práctica en Mysore anhela que la mente entre en el estado del yoga.  Para muchos,  incluyéndome,  eso significó un cambio de ritmo.

Aprendí mi Primera Serie como Dios manda y observé,  a lo largo de ese mes en Mysore,  un cambio radical en mis pensamientos. Después de la práctica,  la paleta de colores de Gokulam se abría como por arte de magia.  Los niños que vendían flores a la salida del shala, el señor de las pipas,  los amigos y el sol de la mañana me parecían las cosas más bellas que jamás había visto.  La brisa de la mañana me alimentaba.  El resto del día transcurría en una meditación en movimiento. Caminaba las calles sin ningún afán,  totalmente serena y feliz,  envuelta en mis trapos indios y con una felicidad tan grande por dentro que no podía entender todavía muy bien de dónde venía.

Los indios son muy amistosos,  más los que están cerca del shala y ya hablan inglés y se relacionan con los yogis y yoginis.  Los rickshaw drivers son todos personajes.  Me hice amiga de uno en particular y somos amigos hasta la fecha.  Cada vez que regreso, no importa cuánto tiempo haya pasado,  me grita agitando sus brazos y con esa gran sonrisa blanca en su cuerpo oscuro:

"MARIAAAAALAAAAAAA!!".

No en vano,  mi nombre significa en Kannada (el dialecto de Mysore) "no voy a olvidar".  Y es eso lo que me invita a seguir regresando a India.  El sesha de la práctica- el residuo que queda a nivel físico,  energético, emocional, mental y espiritual- es tan profundo,  tan impactante la primera vez que uno pasa un mes entero dedicado al Yoga.   Todos los días,  sin excusas,  fuera de las rutinas que nos consumen y esclavizan,  la mente poco a poco va cediendo las riendas a nuestro espíritu.  Ese espíritu que se nos pierde en Occidente entre tanta demanda interna y externa, tanta necesidad de alcanzar metas y tanto ruido mental.

El cuerpo trabajado va dando espacio a una mente serena.  En Ashtanga Yoga es a través del cuerpo que accesamos estados internos más sutiles.  Primero,  aplacamos la ansiedad,  el miedo y la angustia,  estados en que vivimos casi naturalmente y que se manifiestan en los músculos,  los huesos y la piel.  Todo esto de la mano de la respiración. Luego,  el cuerpo se va suavizando, como cuando acariciamos a una mascota con amor y la alimentamos,  no importan su pasado.  Desde ahí es que el cuerpo afecta la mente y una mente calmada puede escuchar y ver mejor.

Siento que  mi destino habría sido muy triste de no haber encontrado a mis maestros.  Hay tantas huellas energéticas que cargamos no sólo en la mente, sino en las emociones y físicamente en el cuerpo.     En India le llaman samskaras y dicen que vienen a veces de otras vidas incluso. Cargar con todo eso nos impide vernos como realmente somos.  Liberarnos de eso abre nuestra posibilidad de percibir esta vida sin tanto peso de por medio y poder recibir cada instante con gratitud.

La Primera Serie me sanó y continúa haciéndolo. Cada viernes es tradicional hacerla, no importa dónde se encuentre uno en las Series.  Es el regreso al inicio,  el agradecimiento por lo básico y la base de nuestro nuevo hogar.  Las bases son importantes y en Mysore nos piden ser muy detallistas y cuando llega un obstáculo- que por cierto hay muchos en este método- el maestro nos ayuda a respirar y  confiar,  aún en los momentos más intensos y atemorizantes.  

Así fue como comencé a aprender el arte de  tenerme paciencia y saber que lo más importante es rendir todo a un Poder Superior.  Aprendí también en este viaje el arte y destino de confiar en tu Maestro.



sábado, 2 de enero de 2016

Segundo Viaje: continuación

Me remonto a esa terraza en la casa de Guruji en Mysore hace más de 10 años:  Guruji,  en su inocencia y amor profundo por sus estudiantes, me pasó al seno de su hogar con la máxima naturalidad.  Adentro,  conocí a Saraswati,  su hija,  a su nieta y hermana de Sharath, Sharmila y a sus niños pequeños.  Estaban tendiendo la ropa. Hablaban en un idioma muy rápido, después supe que se llama Kannada, su dialecto.  Habían niños jugando, risas y el ambiente era muy relajado. Conocí a mi maestro en su palacio de abuelo,  padre y rodeado de quiénes amaba.  

Desde ahí me cautivó.

El Ashtanga Yoga es una práctica diseñada para los householders, decía él.  Todos aquellos que tenemos obligaciones y responsabilidades con nuestras familias,  trabajos y anhelamos seguir un camino espiritual, pero no nos es posible renunciar e irnos a los Himalayas,  para nosotros se creó este Yoga.  En medio de nuestro ajetreo diario,  nuestras preocupaciones y cosas que no salen bien en la diaria rutina,  esta práctica se abre como un lago sereno,  nuestro espacio de recuperación y progreso íntimo.

A veces,  en medio del desgaste de  la rutina y el día a día,  anhelo estar muy lejos de todo lo que me rodea. Pero luego,  siento el abrazo de uno de mis hijos,  sus ojos vivaces y llenos de preguntas propias-que algún día tendrán que contestar ellos mismos.  Me llena tanto poder estar cerca de ellos y de alguna manera, mostrarles que hay algo más que el ascenso social,  los apellidos y el consumismo.  Me alegra saber que tienen una madre diferente que no se parece a ninguna en su escuela,  empezando por los tatuajes.

Guruji,   aún con toda su amabilidad y bondad,  no pudo interceder por mí ante Sharath esa misma tarde. Llegué a las 3 como se me dijo y hablé con él.  Le conté que tenía muchas ganas de practicar, pero que sólo me quedaba una semana y tenía que regresar a Costa Rica.  Tenía, además,  que viajar de regreso a Delhi en el norte de donde salía el avión.

La respuesta de Sharath fue corta y contundente:  "One month, you practice.  Only one month."  Salí de la oficina del shala llorando. Recuerdo que las lágrimas me impedían ver.  "Tan cerca y tan lejos",  "tan cerca y tan lejos",  me repetía a mí misma maldiciendo mi suerte.  Ahí estaba el shala,  los maestros,  el azúcar...y yo no podía probarlo.

Fui a un restaurant en el centro de Mysore que tenía una terraza abierta al atardecer.  Desde ahí,  maldije mi suerte.  "Si no tuviera hijos, podría quedarme."  Lloraba y me embargó una tristeza muy profunda ante mi destino.  Sabía que ahí en Mysore había algo muy grande para mi alma,  sin embargo,  no podía quedarme un mes más.

Quién iba a saber que regresaría muchas veces más a este lugar que amo?  Que saborearía el azúcar una y mil veces,  como sigo haciéndolo cada día de mi vida. Que hoy me reiría de mi drama tan grande y que finalmente comprendería que todo estaba diseñando perfectamente para lo que tenía que aprender.

Primero y sobre todo,  que mi familia es el tesoro más grande.  Que nunca fueron obstáculo,  era yo la que no podía todavía apreciar su belleza y valor en mi evolución.

Segundo,  que cuando uno está listo el maestro aparece. Y cuando aparece,  todo se confabula para que uno esté cerca de ellos.  Se lleva cualquier limitación de nuestras mentes pequeñitas y con su Gracia, abre el camino para el contacto.

Tercero, y sobre todo,  ese día aprendí de nuevo a soltar.  A soltar con dolor lacerante,  pero no tuve más remedio que tomar ese tren de tres días de regreso al norte,  después tres aviones más de regreso a San José y en medio de todo el torbellino vital,  abrazar a quiénes amo con fe en que algún día regresaría.

La lección más grande que podía darme mi maestro,  la Sétima Serie como él decía-mi familia-  me la ofreció a la pura entrada de nuestra relación.  Ahora todo toma sentido y veo la perfección de nuestro encuentro en ese momento. 

Regresé a Costa Rica,  seguí practicando sola.  Me caía,  me lesionaba,  me sentía desmotivada pero logré,  a brincos y a saltos,  montar mi primera serie.  El siguiente viaje- un año después- estaría lleno de enseñanzas, una vez más, como sólo India puede brindar.



viernes, 1 de enero de 2016

Segundo Viaje

Hoy nos levantamos temprano mi roomie y yo.  Belinda es de Austria y me está enseñando alemán. Yo a ella español:  hoy le compartí una de mis canciones preferidas de todos los tiempos:  todo cambia.

Y mientras esperamos nuestro turno en el shala,  escuchando al Boss contar la serie adentro con el primer grupo,  recuerdo mi segundo viaje.  Cómo ha cambiado mi vida desde entonces!  Tantas bendiciones que ha traído esta práctica a mi vida que no puedo ni contarlas.

Copio la entrada.

Viaje 2

Vuelvo la mirada hacia atrás, al segundo viaje a India. 

Después del regreso imprevisto en el primer viaje,  me dediqué sin ninguna expectativa a mi familia y mi trabajo.  Sin embargo,  menos de 2 meses después estaba ya de regreso.  La idea de regresar me llenó de alegría,  pero también iba con una mentalidad menos romántica.  Sabía que India despertaba en mí lugares nuevos y que tenía que estar dispuesta a cualquier cosa,  principalmente un cambio de planes.

Aterricé esta vez en el norte.  Delhi en enero está bien frío.  Varanasi llamaba,  la ciudad más santa del Hinduísmo.  Los hindúes creen que una peregrinación redime sus almas y les permite alcanzar el Moksha o liberación de las cadenas del karma.  Llegué a Varanasi en un tren entre vacas y gallinas y en las calles estrechas  aprendí a compartir mi espacio con estos seres mansos y serenos,  cuyos ojos tiernos me  obligaron a cuestionarme seriamente por qué nos los comemos en Occidente.

En un pequeño guest house a la orilla del Río Ganges,  descargué mi mochila y me dispuse a bañarme. Afuera,  los cantos ininterrumpidos y campanas llenaban el ambiente.  El río está lleno a todas horas de bañistas, santos y meditadores.  Por un instante, contemplé la posibilidad de ir a darme un chapuzón.  La consideré y decidí que no quería enfermarme.  Ellos se lavan los dientes en el río, zambullen a sus bebés y hasta toman el agua. El agua del Ganges es para ellos una Diosa que los limpia y nutre.  Pero yo,  una simple occidental sin las defensas naturales,  me hubiera expuesto a una disentería.  No muy inteligente.

Bajé a los ghats.  Los ghats son gradas que descienden hacia el río, donde se aglomera la gente a cantar, rezar y meditar.  Encontré saddhus de todas las formas y colores, mujeres de saris coloridos,  lavanderos, sacerdotes, familias y niños.  El caleidoscopio de colores llenó mis sentidos.  Tomé una barquita y navegué en el Ganges.  Unas pequeñas ofrendas de flores flotantes sellaron mi contacto con la Diosa, una por cada uno de mis cuatro hijos en ese entonces,  llenas de buenos deseos y luz para ellos.

Más tarde,  me llevaron al fuego eterno de Shiva, una fogata  que se mantiene siempre encendida en  honor a la energía de la transmutación.  Para los hindúes, morir en Varanasi simboliza la liberación  así que muchos vienen a esta ciudad a esperar su muerte.  Hay casas llenas de ancianos que sólo esperan.  En una de ellas estaba este fuego dedicado a la energía de la destrucción.

La siguiente parada fueron los lugares de cremación.  A pesar de mi resistencia,  sentí que tenía que presenciar lo que vi.  Un hijo, rapado totalmente,  rodeaba cantando y llorando el cadáver de su padre,  envuelto en una mortaja,  mojado y lleno de flores.  Encendieron la pira y el olor que salió de aquel cuerpo era a flores y perfume.  Escuché cuando la cabeza explotó...y dentro de mí también reventó algo.  Pude sentir la muerte tan cerca y  a la vez,  aceptarla totalmente.  La pira ardía y aquel cuerpo, que alguna vez fue un niño, un hombre, un padre, un esposo y un abuelo,  iba desapareciendo. El primogénito,  encargado de la ceremonia,  rendía el homenaje al padre y al ciclo de la vida. 

Esta escena la llevo para siempre en mí.  La cercanía de la muerte es una constante para todos.  Varanasi me puso en contacto con ella por primera vez.  La muerte implacable y dulce a la vez.  Ahí decidí que mi vida quería aprovecharla al máximo y pedí por una guía para no perderme de lo verdaderamente importante.

Estando ahí Varanasi,  al puro norte de India, sentí un llamado insistente a ir al sur.  Sin embargo,  mi itinerario de viaje tenía por delante todavía a Rajastán, uno de los estados más coloridos y llenos de vida de India. Decidí ignorar el llamado del sur y seguir con los planes.  Conocí palacios,  monté camellos,  caminé desiertos y visité mausoleos.  Pero el llamado al sur no se silenciaba y me empezó a inquietar.

Faltando una semana para el regreso a Costa Rica,  decidí escucharme y tomé un tren de tres días que me llevó a Bangalore.  De ahí a Mysore,  tomé otro tren,  el Shatabdi Express y recuerdo que mi corazón latía sin parar,  como anticipando un encuentro vital.

En Mysore,  pregunté por Pattabhi Jois.  Un rickshaw driver me contestó en su inglés-hindi: "Gokulam?" (Gokulam es el barrio donde está la escuela, pero yo no tenía idea en ese momento).  Dije que sí, confiando en la mano que me estaba guiando.  El tuc tuc (famosísimas motos con carrocería que son el medio de transporte más popular en India) me dejó frente a una casa grande de dos pisos y yo me bajé y ahora sí sentía que se me iba a salir el corazón.  

Toqué la puerta,  Guruji abrió.  

No puedo decir qué pasó después. Supongo que lo saludé, pero de pronto me ví sentada en el segundo piso, en una terraza con sillas,  ropa tendida y niños jugando,  junto a él.  Estuve sentada un rato sin poder hablar. Finalmente, las palabras salieron de mi boca- como si fuera la de alguien más:  "Guruji,  I want to practice."  Se volvió a mí con una sonrisa:  "Yes,  yes.  You come 3 o´clock. Talk to Sharath."  

Bajé las gradas,  mis piernas me transportaban con dificultad. 

Acababa de encontrar a mi maestro.




Primer Viaje

La primera semana en el shala es bastante tranquila.

Todos hacemos primera serie,  no importa en cuál estemos trabajando en el momento.  Así que hoy hice mi práctica con alegría y facilidad, muchos de mis amigos asistiendo y practicando.  Sharath estaba dulce, tanto que no me pidió hacer el "catching".

Mi espalda jetlageada muy agradecida.

Son trece las veces que he estado en este país.  Mi memoria se mezcla un poco ya,  así que decido rememorar los viajes.  Hace un par de años hice un recuento de cada uno por este blog,  así que decido devolverme en el tiempo y copiar la entrada.  Será un oportunidad interesante también para mí de observar lo acontecido,  aprender de cada aventura.  India ha sido muy benevolente conmigo: dispuesta a enseñarme desde la primera vez.

Aquí van.



Viaje 1

Mi primer viaje a India,  hace más de 13 años, fue realmente impactante para mí.  Fue un viaje tan soñado y romántico,  acariciado y planeado hasta el último detalle.  Llegar a India por primera vez me dio algo que nada ni nada podrá darme nunca:  me hizo recordar una vibración en mi alma. 

Recuerdo que aterricé en Chennai- antiguo Madras.   Uno llega a India apaleado después de tantas horas de vuelo,  generalmente en horas de la madrugada.  Ya en el taxi,  los famosos Ambassador-  un auto muy viejo herencia de los ingleses-  sólo pude quedarme con la boca abierta al recorrer las calles de esta gran ciudad en la madrugada y ver los cuerpos de la gente durmiendo en las aceras.  Aquellos cuerpos me conectaron  a un tiempo en que yo fui uno de ellos.  Fue un flashback instantáneo en que me vi en una vida en India en que no tuve ni lo mínimo para sobrevivir en este mundo:  ni casa,  ni agua, ni comida,  sólo desesperación.  Empecé a llorar y no podía parar.  Y aún en medio de ese dejá vu,  me sentí en casa.  Extrañamente bienvenida de nuevo.

El taxista era un fraude.  Terminé en el peor hotel de mi vida,  un hueco en todos los sentidos.  El lugar estaba plagado de ratas y cucarachas y yo en mi ignorancia,  confié en las direcciones del indio que en su mal inglés me decía:  "only hotel open" o algo así.  Agotada después de tantas horas de vuelo, sólo anhelaba una cama. Al día siguiente me  desperté en shock de ver la habitación a la luz del día y directamente me fui a la estación de trenes,  deseosa de salir lo más rápido de aquella triste y atiborrada ciudad. 

Este viaje me llevó a un ashram en Bangalore,  a 7 horas en tren de Madras.  Ahora que veo hacia atrás, estaba a sólo 3 horas de Mysore, tan cerca pero tan lejos porque no tenía idea que mis maestros estaban ahí. Terminé en un curso de pranayama donde yo era la única occidental.  Recuerdo que los indios me veían con recelo,  peor todavía cuando conté que tenía cuatro niños y que era divorciada.  Se les paró el pelo y no comprendían cómo una mujer viajaba sola,  dejaba atrás a sus niños pero sobre todo,  había decidido separarse de su esposo.  En India,  los matrimonios en su mayoría son arreglados por los padres y una separación es impensable, no importa lo grave de la situación.  O sea,  uno se queda para siempre ahí, a pesar de que muchos viven vidas amargas junto a seres junto a quien no pertenecen.

La cara de sorpresa de estos indios era un reflejo probablemente de la mía.  No concebía atarme a nada en ese momento de mi vida.  Anhelaba un cambio de paradigma, una nueva visión de este mundo.  Cansada de los conflictos legales,  de los egos involucrados en juicios, demandas y dispuesta a abandonar el pleito, pan de cada día en mi profesión,   volé a India como llamada por una voz ancestral.  Crucé océanos,  sentada por casi 30 horas en tres o cuatro aviones y simplemente respondí al llamado de mi corazón que me pedía un cambio a gritos.

Bangalore es una ciudad al sur de la India llena de palmeras y clima tropical.  Un lugar bellísimo.  El templo estaba en la cúspide de una colina y desde ahí, podía apreciar el paisaje verde y cálido del mes de diciembre. Desayunaba todas las mañana un cereal delicioso llamado ragi,  junto a cientos de indios que vivían y estudiaban ahí.  Ahí aprendí que había que comer con la mano derecha,  que el sabor de la comida se expande si uno come con la mano- a pesar de todos mis conceptos occidentales.  Los indios son seres de ojos dulces y sonrisas francas,  curiosos como niños y sin mucho sentido de la individualidad.  Como son tantos, disfrutan mucho las aglomeraciones y se sienten cómodas en ellas.  Para mí esto fue un shock:  acostumbrada a mi "espacio personal",  tuve que soltar muchas ideas de lo que mi privacidad significada y dar entrada a una nueva forma de estar en este mundo:  más cerca de los demás.

Recuerdo que terminé el primer curso de respiración.  Una semana respirando de día y de noche.  Estaba tomada por India.  Todo lo veía nuevo. Los olores eran celestiales,  el sabor de la comida indescriptible.   La semana siguiente llegaba el maestro del ashram a dar el curso avanzado y yo contaba los días para conocerlo. 

Pero una llamada de Costa Rica se trajo abajo todos los planes:  uno de los muchachos estaba enfermo.  A los 9 días de haber llegado- y el viaje estaba para durar 6 semanas-  empaqué todo llorando,  como si me arrancaran de mi hogar con la sentencia de nunca más regresar. 

"Demasiado lejos,  demasiado difícil encontrar de nuevo los recursos para volver,  el cuidado de los hijos,  el trabajo"...me monté al avión de regreso con todos estos pensamientos dándome vueltas,  resignada a mi suerte- según me decía mi mente- de que nunca más regresaría.  Me despedí de todo lo que había amado por 9 días:  la brisa cálida,  los niños y su inocencia,  la simplicidad de la vida en el ashram,  la tierra que olía a albahaca india e incienso. No anticipaba en ese entonces que India, mi maestra,  me estaba dando su más grande enseñanza.   Desde su vasta sabiduría- desde esa vibración espiritual que permeaba ya cada poro de mi cuerpo- me estaba enseñando a soltar.

Soltar se sentía como el infierno.  Todo el viaje de regreso sentí rabia,  al punto que nunca me había dejado sentir.  Toda la rabia acumulada por relaciones fracasadas,  el divorcio de mis padres,  la frustración de estar en una profesión que me pedía pelear cada día y que no iba conmigo...toda la rabia salió en lágrimas y dolor en esos tres vuelos.  Llegué a Costa Rica más liviana,  dispuesta a aceptar y enfrentar la situación sin reclamarle a nadie por lo sucedido. 

Si hubiera conocido en ese tiempo a Guruji- pero todavía ni siquiera sabía que existía- él me hubiera dicho sabiamente que los hijos son la Séptima Serie, la familia todo para lo que la práctica nos prepara.  Y  se hubiera reído de mis dramas.

Pero todavía faltaban varios meses y la mano de la Gracia para conocer a mi maestro.-