sábado, 12 de octubre de 2019

La bendición del libre albedrío 

Me despierto 3:30 am. Último día de Mysore de esta semana. 

Me despierto con una paz inmensa en mi corazón. La vida es como un menú: a veces nos sirve comida deliciosa; otras comida podrida. Siempre podemos decir que no ante lo que insulta nuestra alma. Siempre podemos escoger el amor y aquello que nos edifica y pasar de largo de lo que más que nos humilla y desempodera.

Para ser libres en nuestras decisiones, es necesario comprender que escoger el amor propio es lo más inteligente.  Ver más allá del condicionamiento cuesta mucho. En mi caso, tuve que romper muchas voces del patriarcado que me pedían inmolarme, volverme una martir, sacrificar mi vida para ser la “buena madre” que el status quo pide en mi país de origen. Las mujeres que deseamos realizarnos en otras áreas además de la maternidad somos condenadas- hay una doble moral imperante que hace la operación imposible: sostener una familia y al mismo tiempo ser la madre abnegada. 

Cuando me di cuenta de la imposibilidad material de mi situación, opté por el exilio. Comprendí que mi esfuerzo nunca sería suficiente. Que la lucha sería hasta el fin de mis días frente a un ex marido herido, una familia retrógrada y un sistema trabado por muchos conceptos oxidados. Me di cuenta que continuar mi vida en Costa Rica era mi muerte- ver a mis niños 2 veces al mes una aberración. 

Así que ejercí mi libertad. La libertad que tiene todo ser humano de decir NO. La libertad de dejar la mesa cuando el plato esta envenenado. 

Ejercer nuestra libertad requiere dosis altas de fe, esfuerzo heroico, consciencia,  calma y sabiduría.  Cada decisión impacta nuestra vida y la de otras personas. Sin embargo, es imprescindible decidir por aquello que nos hace feliz- sino, no podremos dar nada valioso a nadie.

Fe es continuar hacia adelante aunque no veamos claro el camino. Fe en nuestros maestros y en su propio camino que nos abre el nuestro. Fe en su amor y dedicación que es contagiosa. 

El esfuerzo heroico nace de un lugar resiliente y valiente en nuestra alma que comprende que esta vida es efímera e impermanente y a pesar de todo vale la pena amar. El amor por lo que amamos, por aquello que nos hace vibrar a la más alta intensidad nos lleva a vivir experiencias jamás anticipadas y  sorpresas gratas que nos impulsan a seguir expandiéndonos, creciendo, realizando.

Consciencia de quién somos y la posibilidad de encuentros auténticos con seres afines: el grato fluir entre momentos sin aferrarnos, sin resistirnos, buscando siempre el camino más abierto y obvio. 

La calma que es nuestra esencia a flor de piel en toda situación, por mucho que veamos el absurdo; hay una lección incluso en los momentos de mayor rigurosidad; una esperanza de poder sostenernos en el ojo del huracán con una sonrisa. 

Y finalmente, la sabiduría que aflora tersa por sí sola cuando entendemos que no somos ninguna de nuestras experiencias terrenales sino la vida y pulsación que subyace bajo los entretelones: seres humanos mezcla de espíritu y carne atravesando este viaje con un corazón abierto a todo- todo aunque duela y queme.

En esta mi India amada, la claridad de lo esencial se me muestra fácilmente. Libre del ruido de una vida que no respetaba mis valores más profundos, que violaba la base misma de lo que soy, me abro a la gracia de este momento lleno de Milagrosa Certeza, siempre sosteniendo a quienes amo en mi centro. Son parte mío porque así lo ha designado el destino. 

Y la vida nunca se equivoca.

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