viernes, 3 de mayo de 2019

HaraKiri

Despierto a una nueva vida.  Me recibe con copos de algodón y una tormenta con aguacero, truenos y relámpagos en este corazón del norte de la India. 

Mientras escribo,  recibo dos mensajes desde Miami:  dos queridas estudiantes que están practicando con mi Guru.  Estoy ahí también,  no en carne pero en corazón.  Mi corazón ya no es mío:  es de esta vibración poderosa y mágica llamada Yoga.

Me cuentan que mi hijo Ariel está en este preciso momento sudando al conteo de mi maestro en Serie Intermedia.  Casi puedo escuchar la serie que he pasado tantas veces,  primera vez en San Francisco,  California, hace muchos años.  

Recuerdo que Guruji dijo ONE! y se fue al baño. Estábamos en un salón grande y caminó desde el stage hasta la parte de atrás mientras temblábamos en Kapotasana,  la paloma real más larga de mi vida.  Mi sistema nervioso alcanzó decibeles megatónicos y comencé a sentir el milagro tangible y dolorosísimo de la transformación.  Millones de minutos después salió del baño,  escuchamos  sus pasos lentos y rítmicos,  pero ya yo había despegado a otra dimensión:  la dimensión del gozo,  del canal de la luz,  del plano de libertad conmigo misma,   el Amor más grande corriendo por mis venas y sudándome sin piedad.

TWOOOOOOOO.....

Escucho la voz de mi maestro Sharath entre mis pensamientos.  Lo extraño entrañablemente aquí al otro lado del mundo.  Quisiera tener el don de la ubicuidad,  uno de los siddhis que llegan después de muchos años de práctica.  Poderes especiales, si.  Siento a todos mis amigos,  colegas y estudiantes de años moviéndose todos como una gran ola de amor que barre con todo lo que no es verdadero. 

Amor puro.

Y con esa intención,  en medio de esta tormenta violenta de arena,  lluvia y copos de nieve blancos al estilo de la Navidad,  comprendo que hoy abro oficialmente mi vida nueva.  Una vida que surgió de una tragedia.  Una vida que no tenía idea que venía hacia mí.  Los ángeles confabularon para sacarme de donde yo creía que tenía que estar y traerme de vuelta adónde realmente pertenezco.  

No tengo la menor duda. 

Poner pie en esta tierra me alivió el espíritu,   me endulzó la sonrisa.  Estar lejos de ella me dolía, más en medio de los acontecimientos incómodos y crueles de los últimos meses.

Atrás quedó todo lo que fui,  excepto tres pequeñines cuyo destino es venir pronto a conocer el mundo de Mami.  Esa India que los acompañó desde que estaban en mi vientre,  dos de ellos aquí en mi pancita mientras hacía mis series con mi maestro,  entre vómitos y náuseas,  lágrimas y dudas.  

Dudas que hoy se disipan porque todo ha sido parte del camino que me trajo a este sagrado lugar.   

En toda tragedia,  en el centro silencioso del dolor,  yace un diamante.  Hay un milagro escondido que sólo puede sernos entregado si estamos dispuestos a sentir como el corazón se parte y no hacer nada al respecto.  No reaccionar ante los ataques, aunque nuestro orgullo se deshaga en la amargura del desprestigio que otros quieren inyectarnos como veneno.  

India sana,  nos recoge de la vida insípida y superficial y nos arrulla en su seno.  Nos pide silencio,  confianza y certeza.  Silencio de la mente enferma y reactiva.  Confianza en que hay un plan más grande.   


Sigue lloviendo y me llega la certeza total y serena de que he hecho algo bien: mi hijo está en manos de mi maestro. Y sé que los demás también están,  aunque físicamente estén repartidos en este momento entre Estados Unidos,  Costa Rica,  México y Alemania. Conmigo en India cubrimos medio mundo.  

Es como si mi sangre se hubiera dispersado mundialmente para tener un soldado en cada continente, pintados con los colores de la consciencia,  de la fuerza interior,  de la valentía y perseverancia.  Cualidades que no son mías ni muchos menos sino de la energía misma.    

Estos días pasados he pasado canalizando información, más allá de lo que mi propia mente podría concebir.  Preparando mi tour,  me dictan,  me susurran al oído qué tengo que estudiar y decir.  Las palabras salen como flechas,  dirigidas a muchos corazones en todo el mundo.  Algunos me escriben de vuelta,  confirman que sí,  que ahí están,  que son ellos.  

No estoy imaginando nada.  

Y mi hijo Ariel me confirma que el amor es.  Ese pequeñito gordito y travieso está hoy ahí,  en las filas del ejército de amor,  en las manos del ser en quién más confío en esta tierra.  


Entre lágrimas aquí en medio de la cafetería,  me asomo a las puertas de mi corazón y no encuentro rencor, no puedo hallar odio hacia nada y hacia nadie.  India me cura instantáneamente con sólo estar posada en ella.  Me abraza y me dice que la paciencia es la madre de todas las enseñanzas y me recuerda que sé esperar,  meditar y ayunar.  Que todo viene.  Que ya está en camino.  Así como Ariel llegó adonde mi maestro, todo llega. 

Igual llegarán los que amo a esta tierra a su tiempo.  Mientras tanto,  tengo que acelerar.  Tengo trabajo importante que hacer, mensajes que llevar.  Me dictan,  me indican por dónde,  adónde,  con quién y cómo.  

Escucho y sigo instrucciones.  

Me piden tolerancia,  sobre todo con los que me atacan.  Sufren mucho.  Sufren todavía más porque no pueden controlarme.  Cómo controlar el mar y el viento?  Cómo controlar la fuerza de la vida que ya me hizo suya?  Se desesperan.  Reculan.  Se asustan.  

Tienen miedo.   

Estar desconectados es lo más triste para un ser humano.  


PASANANAAAA sapta...

Escucho el conteo en mi mente.  

Estoy a 9 días de un salto cuántico.  En 9 días vuelo a un viaje con 9 paradas,  cada una diseñada para completar un rompecabezas mágico que se formó prácticamente solo.  Sé que la obra es magnífica,  no porque yo sea la mensajera sino por los que vienen.  Ya los siento.  Ya saben qué vamos a vivir algo importante,  más allá de lo que nuestras mentes puedas anticipar.  

KROUNCHASANA sapta.....

La receta del milagro?  

Tomé esa ira,  ese enojo infinito ante la ilusión,  ante esa fuerza maligna que se ensaña como un pitbull y no suelta...  agarré esa  furia por el cuello y la llevé hacia adentro,  como aquel guerrero que entierra en su carne la espada y se abre los intestinos en Harakiri.  Hacia adentro,  con paciencia,  con dolor y mucha sangre.  La incomodidad creció y creció y sentí que me moría pero no me moví.  Continué hacia adentro.  No seguí el impulso y el hábito de rebotar lo que la vida me trae y echárselo a los otros,   no esta vez.   Me quedé quieta,  desvanecida,  despedazada,  suspendida  en la austeridad de no proyectar,  de no culpar ni devolver el golpe.  

Me quedé absorta en el sinsabor de la maldad y su plan de atacar a otros insensiblemente  por el puro placer de hacer daño.   

Me atacó sí,  me atacó porque sabe que trabajo para el equipo de Dios.  Sabe que tenerme viva y fuerte no le sirve.  Qué va.  Voy a hablar de mi maestro,  voy a traer más gente a India,  voy a pregonar el yoga como medicina.  No le sirve.  No quiere que nadie despierte.  Quiere tenerme prisionera y me apuntó a mi talón de Aquiles:  a mi apego mayor: mis amados cachorros.  Me apuntó donde sabía que podía desmoronarme y casi lo logra.  

Pero no contaba con la fuerza y protección de mis guardianes.  Ellos me susurraban al oído que todo estaba bien,  que el plan era perfecto para mi misión.  Que respirara tranquila porque el destino era mucho mayor del que podía imaginarme.  

Pero me pidieron una condición mordaz y esa fue silencio en vez de acción.  Serenidad en vez de desesperación.  Qué difícil no querer desintegrar a aquellos que dañan a nuestros corazones,  a lo más tierno y puro que tenemos en esta vida.  Qué difícil no seguir el impulso,  no caer en la trampa.  Qué difícil fue no engancharme,  más cuando cada conversación era una provocación,  cada bloqueo una bofetada.

Silencio dulce.  Silencio del alma.  Silencio hacia afuera y hacia adentro por cinco largos meses. 

Silencio me pidieron.  

Pero mis niños?  Cómo hago sin hablarles?  Cómo les explico?

Silencio.

Más allá de mis gustos y aversiones.  Ve al corazón.  Descansa ahí.  

Cuál corazón?  No hay nada.  Está explotado.  No tengo más corazón.  Estoy muerta.  No tengo nada. 

Y la instrucción siguiente fue ¨nota¨.  Haz una nota mental de cada instante,  de cada segundo.  Y encuentra en ellos algo hermoso,  por más pequeño que sea.  Por más insignificante.

Ok.  

Respiro.
Tengo ojos.
Manos. 
Pies...

Y así,  cada día,  noté algo nuevo.  Hasta que me levanté y pude arrastrarme a mi alfombra.  Y ahí,  en este metro y medio había un paraje desolado.  Abandonado y lleno de polvo.   Posición de niña y lágrimas por muchos días.  

Savasana.  Savasana.  Savasana.

Ver el cielo.  Aprender de nuevo a sonreír.  Saborear una fruta.  Momentos de felicidad pura pequeñitos, efímeros y sanadores.

Cultivé la paciencia por cinco meses, el dolor de no salir a cortar cabezas en mi cabeza y apechugar la incomodidad.  Quedarme con esa crudeza que me abría el pecho en franca impotencia y me urgía a despedazar, morder,  vilipendiar y planear la peor venganza.  

No seguí el impulso.  El trauma viajó profundo desde la herida abierta hacia el interior de la pérdida y una luz tenue empezó a brillar.  No sé cómo,  yo no hice nada.  La sangre escarlata que manaba atrajo una palabra:  libertad.  

Eso querías verdad?  Aquí está.  

NOoooooo...pero así noooo....yo no la quería...la quería así y asá y.....esta no me gusta.  Esta me duele y se siente absurda....bla bla 

He aquí tu libertad.   No como la concebí,  no.  Libertad despavorida,  desencajada,  deshecha en lágrimas y mocos.  Descolorida y envuelta en soledad.  Libertad que arde y muerde.  Libertad que me pide silencio.  

No es eso que está fuera, no.  No es él,  no.  No es su dolor porque lo dejaste,  no.   Sos vos,  podes verlo?  Sos vos que no te habías atrevido antes a pedirlo todo,  que sentías que no merecías nada.  Que inventabas excusas para no vivir y usabas a tus niños como impedimento para no saltar al vacío.   Sos vos,  lo ves?  no es nadie allá afuera. 

Y así fue como comprendí que tenía que caminar hacia esta tierra:  desnuda,  descalza,  sin nada.  Dejar todo y tomar mi pequeña maleta.  Volar a mi destino sin volver la vista atrás.  Abrazar a quién me ama.  Agradecerle a la vida todo...sí,  todo.

USTRASANA sapta...

Cuando el dolor toca nuestra puerta,  es un momento de verdad pura.  Un instante  que puede despertarnos y hacernos más grandes y sabios por dentro o catapultarnos a más miedos y egocentrismo.  El gran drama. Puede ponernos en guerra con nosotros mismos y todas nuestras cualidades,  sepultándonos en desvalor y terror. 

La disposición a abrir nuestro corazón e intestinos al Harakiri,  a la crisis,  a la pérdida y al trauma es el puente.  Hay algo al otro lado,  hay un lugar suave y tierno esperándonos desde hace mucho tiempo.  Sólo podemos escucharlo cuando nuestra coraza se ha desmembrado y la estructura completa de nuestra identidad personal cae a pedazos a nuestro alrededor. 

Nuestro trabajo interno es des- escalar el impacto de la agresión en vez de alimentarla.  Es sentir en toda su extensión lo masivo del golpe.  No resguardarnos sino dejar que queme,  que rompa,  que destroce.  

En este período de desintoxicación,  soltando mis posiciones personales y opiniones,  supe que ese ardor cedería ante ese lugar suave y tierno.   Y para mí,  esos son los verdaderos héroes, los que finalmente logran llegar a ese lugar que está misteriosamente resguardado por los dolores más espantosos y logran vivir desde ahí.  Yo apenas lo estoy conociendo.    

Es como si tuviéramos que atravesar una selva de espinas y algo nos espera en el centro del bosque y nos llama,  nos ha llamado desde hace mucho pero nunca habíamos encontrado la valentía de cruzar. 

Siento que he empezado a romper la ola de violencia en mi mente.  He comprendido que el dolor rompe el orgullo,  nos inspira respuestas,  nos vuelve suaves y humildes,  más conectados con la gente,  más empíricos y pacientes.  Sé después de mi Harakiri,  que hay tantos que andan con sus intestinos en la mano a pesar de las sonrisas,  a pesar de los posts de #bestlifeever....los reconozco al instante porque yo ando igual.  

Ser auténtica ha sido lo más difícil que he hecho en mi vida,  no conformarme con lo que no me hace absoluta y locamente feliz.  Mi peor pesadilla es una vida mediocre,  descolorida,  de la cual recuerde solo rutinas.  Mi vida será vivida hasta la médula,   llena de los colores vivos,  elefantes y camellos,  castillos y bosques,  montañas nevadas y templos.  

Mi vida tendrá además tres niños,  tres saddhus,  tres mosqueteros que me escogieron como madre y cuyas almas ya están aquí conmigo.  

EKA PADA SIRSÄSANA:::Sapta...

Y uno más que se está poniendo en este momento la pierna detrás de la cabeza. Y cuatro más que palpitan en México y  Alemania y que recorren conmigo en mi corazón las calles mojadas de Delhi al atardecer,  llenas de copos de algodón que limpian las calles del calor sofocante y nos dan a todos un respiro. 

Siempre habrán injusticias,  siempre habrán crueldades.  Podemos escoger ser parte de ellas o podemos intentar sostenernos heroicamente en el Hot Seat y no atacar de vuelta.   Para ello,  los yogis entrenamos nuestra mente cada día y desarrollamos la paciencia a través de la repetición.  Es incómodo y equivale a limpiar la herida diariamente cuando está llena de sangre y pus y  echarle alcohol gritando de dolor.  Pero lo contrario es crear más dolor con nuestra propia reactividad. 

Sí,  la Gracia me sacó.   No podría estar más feliz.  Los que hacemos el voto de ayudar a otros tenemos el deber de hacer primero nuestro trabajo interno con seriedad.  Sólo así seremos un elemento de cambio efectivo en los demás. 

Supongamos que alguien te escupe en la cara.  Podemos escupirles de vuelta, pegarles,  insultarlos.  O podemos ver que están llenos de dolor,  cortar la cadena de la violencia y enfocarnos hacia adentro dándoles una mirada compasiva y siguiendo nuestro camino.   

Nada es fijo,  todo cambia.  No hay nada sólido a qué aferrarnos en la danza eterna y perfecta de la impermanencia.  Y en ese devenir,  la lógica del agua es la más inteligente.  El arte de sostenernos en la paradoja con apertura y curiosidad.  Asombrarnos ante las decisiones del otro y liberarnos de la necesidad de tomar posiciones.  Disfrutar la ambigüedad.  El agua calma el sufrimiento. Aquellos que nos provocan son quiénes más sufren.  

Podemos aprender a tener tolerancia en medio del fuego del ataque.  Sentada con lo intolerable de mi historia,  he aprendido a encontrar ese lugar suavecito y tierno que todos llevamos adentro.  He desarrollado una extrema tolerancia hacia la parte de mi mente que cada día desarrolla una forma más creativa y punzante de destrozar al enemigo.  

Dejo que pase.  Mi práctica ayuda.

PINCHA MAYURASANAAAA sapta...

Dicen que las crisis nos pueden ayudar a iluminar nuestros lugares oscuros.  Nuestra reacción ante los acontecimientos puede hacernos caer más profundo en el barro o elevarnos a los pétalos del loto.  He trabajado con mi mente estos meses como nunca lo había hecho antes y he podido observar el patrón habitual de culpar a otros por mis desventuras.   He podido constatar que todo dolor es auto-inflingido y viene de nuestras propias expectativas hacia los demás.  He tenido la enorme oportunidad de saldar fuertes cuentas kármicas y alivianar mi carga...porque decidí comerme este dolor y dejarme arder.  

Aquel que ha causado mi sufrimiento tendrá sus propias deudas kármicas que saldar y no tiene nada que ver conmigo.  

Termino mi sopa de tomate con albahaca.  Afuera,  la tormenta ya pasó.

KARANDAVASANAAA sapta...

E imagino a mi muchacho subiendo de ese lugar que arde,  de esa postura que nos vuelve al revés,  este pato Himalayo que reta hasta al más devoto.  Lo veo sudar,  exhalar con fuerza, totalmente enfocado y presente.  Lo veo sonreír para sí mismo en un instante de triunfo íntimo personal.  

Sólo suyo y para siempre suyo.   

Máxima felicidad condensada en un segundo de vida. Lo conozco bien.  Ese instante lo vale todo.

Todo.









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