martes, 7 de mayo de 2019

Del Fausto en el Ashtanga yoga


Esta entrada de hoy es dolorosa y la escribo porque la he tenido en el tintero por meses,  anticipando el momento cuando se sentiría bien escribirla.  También he estado recibiendo mensajes de estudiantes míos de años,  preocupados por los rumores e información más que detallada sobre los asaltos sexuales de Pattabhi Jois y el impacto de sus acciones en nosotros,  las generaciones siguientes y todas las que vienen. 


El sentido de la práctica del yoga va mucho más allá de la destreza en las posturas físicas.  Las posturas en mi linaje son hermosas y llamativas y por lo tanto,  atractivas y de mucha estética.  El Ashtanga yoga se popularizó desde los años 80 y fue el yoga que reavivó esta práctica a nivel mundial y la renovó hasta hacer del yoga el boom que es hoy. 

Así como el yoga promete gozo,  consciencia y despertar para el practicante devoto,  para otros es un gancho que anticipa admiración,  beneficios económicos y también,  popularidad mediática.


Debo dar un paso atrás y antes de referirme al tema en sí mismo,  hablar de un lugar escondido detrás de toda la parafernalia del yoga moderno,  no solo desde el punto de vista como estudiante sino también como maestra del linaje que represento. Hay un lugar secreto visitado raramente por los practicantes y que no se encuentra en las multitudes ni en las fotos con el Guru ni tampoco en los feeds.  El yoga es vasto y todo es parte de un todo más grande.  Es un sistema de detona el poder personal.  Enfocarnos en sólo una parte del todo sin conexión al resto causa delirios de grandiosidad,  violaciones a la ética del líder,  menoscabo del delicado sistema de chequeos y balances y falta de transparencia. 

La cultura patriarcal como una autoridad externa siempre nos dará una cachetada en la cara.  No podemos darle nuestro poder personal a nadie y menos todavía si practicamos yoga.  El camino del yoga es el encuentro feroz con nuestra propia independencia y es necesario que detone el despertar de nuestra consciencia,  sino no puede llamarse tal.  Será un adefesio cuyas raíces yacen más bien en los venenos del alma que la práctica misma busca erradicar. 

Un monstruo.  


La tarea de quiénes practicamos este antiguo arte y ciencia es sostener esta cadena de sabiduría en una industria saturada por la superficialidad y el hedonismo.  Se trata de responder íntimamente a tres preguntas,  ya seamos maestros o estudiantes y la verdad, quiénes enseñamos somos ambos hasta el final.


1.  Qué deseamos experimentar en esta vida?

2.  Cómo queremos crecer y desarrollarnos?

3.  Cómo vamos a contribuir con el mundo?


Sólo contestando estas preguntas en lo intimo de nuestro sadhana podremos equilibrar el bombardeo de yogas que no son tales, de practicantes que enseñan imitando a otros y de yogis de paquete que se venden al mejor postor.  También erradicaremos corruptos,  abusadores,  pederastas y toda la gama de enfermos que también anhelan ser parte de un fenómeno altamente popular  que promete redención. 

Las experiencias esenciales para un yogi son aquellas auténticas,  aquellas que escoge dentro de todas las posibilidades presentes.  Aspiramos a escoger aquello que nos llene el alma y corazón,  que sea beneficioso para nosotros y los demás y que además, afirme la vida.  

Crecemos en la fricción del tapas y también en la fricción constante de la vida.  Los obstáculos no pueden detener a un buscador,  por más imposibles que parezcan. Entre más alta la montaña,  más devoción y entrega necesitamos.  Y por supuesto,  seguir los pasos de nuestros maestros.  Sin su apoyo energético estamos perdidos en la selva del samsara.  Sin su protección,  somos hojas en el viento del maya que nos puede destrozar contra el cemento de nuestras resistencias.  

No puede haber practica espiritual desconectada de un guía.   Sería como entrar en el Amazonas sin ayuda o subir al Everest sin sherpa.

Nuestra práctica implica necesariamente volvernos elementos de cambio para aquellos a nuestro alrededor.  Ya sean familias y amigos,  todos serán tocados por nuestra transformación.  Para aquellos que sabemos que nuestro destino es ayudar,  será doble la entrega:  a nuestra práctica personal,  fuente de todo lo que anhelemos compartir, y a nuestra enseñanza.   En esto del yoga,  siendo una flor que nació en India y fue transplantada a Occidente,  es requisito imprescindible darse una vuelta por India.  El yoga toma la forma de la cultura donde se practica y las enseñanzas se diluyen una vez que salen de su fuente.  Es importante y necesario vivir y experimentar el origen y conectarse a un maestro en India que nos toque el corazón y a quien regresamos continuamente.  

Como maestros,  nuestra función es ser espejos de la bondad y sabiduría inherente a todo estudiante.  Una muestra del éxito de nuestras enseñanzas es cuando nuestro estudiante decide compartir el yoga también.  Así,  podría decirse que el maestro más exitoso es aquel que termina sin estudiantes:  todos han volado a enseñar,  se les ha enseñado a ser independientes,  a tomar acción,  a ser creativos y salir al mundo.

Aún cuando ya no haya conexión física,  la presencia de nuestros maestros siempre nos acompaña.  Cuando enseño,  esté donde esté,  sé que mi maestro Sharath está ahí conmigo sosteniendo el círculo sagrado donde sucede la transformación.  

Esta práctica nos bate por dentro y remueve pensamientos,  creencias y emociones.  Practicamos para poder ser más empáticos con nosotros mismos y los demás,  para desarrollar la compasión por todo ser viviente, nos guste o no,  nos hayan hecho daño o no.   Desarrollar la empatía en la práctica y en la enseñanza significa intentar comprendernos más allá de que haya acuerdo o no y perdonarnos continuamente. 

Pero también implica rendir y pedir cuentas y ser lo suficientemente íntegros para hacerlo a la luz del día.

Ante todo el panorama sombrío que aqueja mi linaje desde hace más de un año por las supuestas acciones de Pattabhi Jois,  veo la evolución que ha sucedido desde que llegué a las filas del Ashtanga yoga en el 2003 en Mysore,  India.  Llegué a un maestro muy mayor de quién no sabía mucho.  Llegué a su nieto que me transmitió toda la energía y dulzura que esta practica requiere.  No tuve nunca idea de lo que estaba sucediendo porque nunca sentí ese tipo de energía en el shala.  Mi enfoque era total y mi maestro más cercano fue Sharath.  Sí,  estuve con Pattabhi Jois en varios de sus tours por Norte América pero nunca vi ni escuché nada,  ningún rumor, a nadie quejarse.  Para mí,  el shock de leer los testimonios de muchas mujeres en los últimos meses ha sido doloroso y punzante,  sobre todo al ser yo también sobreviviente de abuso sexual.

Puedo decir que mi maestro Sharath me ha brindado desde que lo conozco, un espacio seguro donde abrir mi caja de Pandora.  He sentido su presencia y dedicación llenas de integridad y devoción.  A muchos de nosotros nos toca romper con karmas familiares pesados y enderezar el barco torcido.  Creo que Sharath ha mostrado con su propia vida un ejemplo de maestro muy distinto a lo que fue su abuelo y sus acciones hablan con creces por él.  

No puedo hablar en este tema desde mi propia experiencia como me pide el yoga mismo y decir que estas mujeres no mienten o que Guruji hizo algo indecoroso-  sería mentirme a mí misma porque nunca lo vi ni escuché nada al respecto.   El shala en Mysore para mí siempre ha sido un contenedor de amor al más alto nivel en este mundo de yoga plástico,  en esta ola de yoga masificado.  Mis mejores momentos los he tenido en este lugar y nunca sentí ningún tipo de acoso,  miedo o desconfianza.

Los hechos en definitiva invitan a reflexionar sobre la importancia de estar con un maestro que no nos infle el ego, sino alguien en quién confiamos y nos guia efectivamente.  El argumento de estas mujeres de que se quedaron a ser víctimas de abuso por años simplemente porque querían aprender el método,  o porque de todas formas hay depredadores por todo lado no me convence.  El espacio para poder desarrollarnos espiritualmente debe ser limpio y esto no es negociable:  de lo contrario,  permanecer en él es una complicidad intrínseca y una auto inmolación sin sentido que habla mucho de nuestras propias creencias y valores.  No entiendo cómo pudieron permanecer tantos años bajo la mira de alguien que las atacaba.  

Si, sé por experiencia propia que hay un periodo de negación ante el abuso y que cuesta mucho salir del clóset. Pero permanecer años bajo el cadalso de alguien que no nos respeta por el status que significa pertenecer a un grupo o recibir un reconocimiento,  va más allá de mi comprensión no sólo como estudiante sino como mujer también víctima de abuso sexual.  Sinceramente siento que fue su propia ambición por la práctica la que sobrepasó incluso su integridad personal a niveles extremos.  No las juzgo, pero su ejemplo tan doloroso nos da luz a las generaciones siguientes para no cometer el mismo craso error.  

Si para progresar en nuestro camino tenemos que vender nuestra alma al diablo,  Fausto saca la cabeza y estamos deshaciendo con el codo lo que escribimos con la mano.  Estaríamos practicando por la oscuridad y para la oscuridad.  

Que estos ejemplos de tantas que bajaron la cabeza ante el Guru para no ser expulsadas del grupo,  que callaron para que les dieran las posturas avanzadas o que sufrieron vejaciones para avanzar en sus carreras profesionales nos recuerden que el bienestar personal no se negocia en ningún lado y mucho menos,  en el espacio sagrado de nuestra práctica espiritual.  

Sin él,  no hay yoga que valga.

Vande Gurunam. 



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