sábado, 9 de enero de 2016

Noveno Viaje: el regreso

Noveno Viaje


Amanezco enferma.

Parece que hay un virus en el shala y en Mysore.  Se ha puesto muy frío últimamente y el cambio de clima lo ha propagado.

Así que paso un día de luna muy hacia adentro,  entre escalofríos y fiebre, buscando entre mis recuerdos para escribir.  Este Blog lo empecé exactamente hace cuatro años, previo a este mi noveno viaje.  El abanico de recuerdos se abre amorosamente a un tiempo ya pasado pero muy amado.

Esta es una colección de las entradas previas al viaje:  un atisbo a la vida en familia.  El nacimiento de los bebés me ha mantenido alejada de mi escuela por casi dos años.  

Mysore se ha vuelto un lindo recuerdo en mis meditaciones.


Regreso

Hoy me despierto desde las 5 am,  la hora de Brahman,  la hora perfecta para meditar y practicar.  Todo está en silencio,  la luces en la montaña todavía encendidas,  las últimas estrellas en el cielo.

Mysore se ha vuelto sólo un recuerdo en mi vida.

Mi querido Mysore,  recuerdo levantarme todos los días a las 4 am para estar en la escuela a las 4:30.  Caminar en silencio,  resguardada por la seguridad que me dan mis maestros,  a pesar de que tengo que caminar casi un kilómetro todos los días en medio de la oscuridad.  

Cuando llego a la escuela, ya está llena de gente esperando en el portón,  todos en silencio,  me reciben sonrisas...esperamos que abran.  Cuando entramos,  el shala se ilumina,  cada uno abre su alfombra y empezamos...nadie habla,  sólo se escucha el sonido de la respiración,  un ujjayi íntimo,  un ujjayi que simboliza la unión,  el yoga...todo fluye en armonía.   Cuando Guruji estaba todavía con nosotros,  llegábamos y él estaba sentadito en su escritorio,  leyendo sus queridos libros sagrados...a las 5 am,  cantamos la invocación:  llévanos de la oscuridad a la luz,  querido Guru,  de la selva implacable del samsara,  del ciclo eterno de deseo y sufrimiento,  de vida y muerte,  a la luz.  Todo transcurre en silencio,  los maestros y su presencia nos cubren como un manto sagrado.  A las 7 am,  todo ha terminado...y el resto del día es una contemplación de estas horas tempranas.  Todo se ve hermoso,  los conductores de los rickshaws me saludan y yo quiero abrazarlos,  el señor de las pipas me da una y se la agradezco tantísimo...los amigos,  la comida...cada instante es una reverencia.  Siento el corazón tan lleno.  Esto por un mes es una medicina para el alma....para mi alma sedienta. Todo está bien,  no hay remordimientos.  Mi alma bebe el Prana,  mi cuerpo se siente tranquilo,  mi mente está en silencio...y puedo apreciar lo hermoso de esta vida,  sin tanto ajetreo, sin tanta preocupación. Se abre un espacio interno que realmente puedo sentir,  que está vivo,  no es un pensamiento...existe.  Es real. 


.
.
.
Hoy también me despierto a las 5 am,  Marco sale a trabajar temprano.

Matías llora en su cuna,  Gael y Theo se despiertan temprano.  Dos horas de atenderlos, cambiarlos, darles de comer,  escuchar sus historias,  calmar sus lágrimas.  Matías tiene 8 meses, Theo un año y 9 meses y Gael casi 4.  Son mi Yoga diario.  Cuando empecé a practicar Ashtanga, mis hijos grandes ya estaban en la escuela y tenía todas las mañanas libres para practicar tres horas y hacer pranayama.

Hoy,  es casi un sueño.  

Mientras escribo,  Theo grita en el primer piso.  Lo escucho con agradecimiento.  Este año 2011 casi se nos va en junio, tuvo una bacteria intestinal tan fuerte que tuvimos que internarlo y pasamos tres días de mucha zozobra y miedo.  Cada vez que lo abrazo le agradezco infinitamente a  Dios el que siga con nosotros.  

Gael todo lo pregunta,  es un niño que nos pide awareness constante,  si le contestamos sin presencia inmediatamente lo reclama.  Tiene la risa más bella que jamás he escuchado.  Matías gateó ayer por primera vez...vino a nosotros sin pedirlo y hoy es el regalo más hermoso de nuestro hogar.

Cada vez que iba a India,  anhelaba profundamente el viaje.  Esta vez no.  Siento que mi corazón se va a partir en muchos pedazos al tener que soltarlos.  Siento el dolor y a la vez,  la apertura que esto va a traer.  Más espacio para que cada vibración entre más profundamente.  Desde ya hace muchos meses que siento la ansiedad de la separación.

Será que esto es más difícil que la Tercera Serie?  Cuánto nos pide la Vida si realmente queremos ser consecuentes?  

Sólo porque sé que India da más,  mucho más de lo que uno alguna vez anticipa,  es que puedo soltar a mis pequeñines con la seguridad que todos estamos en las manos del Divino....regreso a mis gorditos,  mientras escucho las risas de Matías y los lloros de Theo,  agradezco y honro cada pedacito de mi Yoga.

.
.
.

Guruji decía que cuidar a la familia es la sétima serie

En junio del 2011,  Theo se enfermó con una diarrea muy grave,  lo tuvimos en el hospital internado tres días entre la vida y la muerte.  Fue la experiencia más dolorosa que vivimos desde que somos papás de estos babies.  Cada día que veo a Theo corriendo y jugando,  recuerdo esos momentos de zozobra.  

El segundo día en el hospital,  iba saliendo para la casa a atender a Gael y Matías, Marco estaba con Theo en el cuarto.   Y apareció el arco iris más hermoso sobre el hospital,  exactamente sobre el cuarto donde estaban ellos.  Lo interpreté como la Gracia en acción,  enseñándome sobre la fragilidad de la vida,  la fuerza del amor y lo difícil de soltar cuando amamos.  

Cada vez que me despierto en la mañana, entrego a todos mis hijos a la Gracia,  siento por dentro como si muriera:  el miedo a perderlos es tan grande.  Pero a la vez comprendo que ellos son de la Gracia,  que yo soy su guardiana mientras crecen y que siempre están cuidados por el Amor.  Ahora con este viaje a India,  los miedos de que algo les suceda mientras no estamos salen a la superficie.  Pero en el fondo de mi corazón siento que el amor por ellos es tan profundo y puro que no importa lo que suceda a los cuerpos.  Nuestras almas siempre seguirán amándose.    

Lo más lindo que sucedió este año fue el nacimiento de Matías.  A través de toda la resistencia que Marco y yo teníamos a su llegada,  nos atravesó como un rayito de luz los corazones y ahora no podríamos concebir nuestra vida sin él.  Nos enseñó el valor de venir a unos padres que estaban perdidos en sus samskaras,  nos abrió el corazón de par en par con su incondicionalidad.  Cómo pudimos no sentir su amor es sólo una muestra más de como el Avidya (la ignorancia)  nos cubre continuamente y gracias a la Gracia continuamos nuestro camino con el deseo de abrir nuestro corazón cada día un poquito más.  Ese es el Yoga,  todo lo demás siento que es un proceso de desembarazarse de tanta coraza que hemos construido alrededor de ese lugarcito tan delicado y frágil como la vida misma.  

Desde ahí es que quiero vivir,  aunque a veces se sienta como si no tuviera piel que me proteja.

Abrir el corazón es el propósito último de nuestra práctica de yoga.

A los pies del maestrito.
.
.
.

Lo Divino en lo mundano

Derivamos nuestra fuerza de nuestra espiritualidad,  cualquiera sea el camino que escojamos.   

En mi caso, escogí el camino del Yoga,  no sólo porque me encanta que no haya dogma sino además,  porque aprecio que todas las realizaciones vengan de la propia experiencia.  El Yoga es una disciplina que promete libertad.

India es considerada por mucha gente como una tierra sagrada.  La tierra misma es Dios y en muchas aldeas,  se honra como el cuerpo mismo de la Divinidad.  Las montañas,  el cielo,  los bosques, las cuevas y ríos,  son los rasgos de su rostro.  Ella es Bharat Mata,  la Madre India.  Su paisaje está vivo, denso de significado sagrado.

Contemplo los rasgos de mi vida sagrada.  Los pájaros cantando,  la brisa suave de la mañana. Todo es silencio en el Estudio,  los bebés duermen,  Marco también.   Siento ya el dolor de la partida,  el desgarro en mi corazón desde ahora.  Desde ya me pide esta Madre que suelte lo que más amo,  que confíe y me lance a ese viaje de días a través de este globo terráqueo.  India nos prepara, nos curte,  nos muestra adónde estamos contraídos,  nos invita a sentir la expansión de nuestro Ser por encima de los apegos.  

India nos llama,  me llama.  Acudo al llamado,  le doy la vuelta al mundo y una vez allá,  me sentaré a esperar que llegue mi corazón.  Me voy sin corazón,  queda aquí en mi casa,  con mis hijos y  mi gente. 

Sé que voy buscando algo que ya tengo.  Voy porque Arjuna tuvo que ir a la batalla,  porque era su Dharma.  Voy sabiendo que voy a encontrar algo nuevo que todavía no sé que es pero que necesito vivir. 

El año termina con mi corazón en esta vida de detalles,  de simples cosas:  bañar a los chicos, darles de comer,  reírnos y abrazarlos,  esta Navidad en familia,  el intercambio de regalos.  Lo divino en el día a día...lo sagrado en mis manos y mis pies.  No necesito ir a ningún lado para encontrarlo.   

Ha estado siempre dentro de mi corazón.

.
.
.

El dulce sabor de la Navidad

Hoy:  Navidad dulce,  sentida...el día transcurre en medio de risas,  peleas por juguetes,  sonrisas y lloros.  Todo mezclado produce un caleidoscopio de vida,  un abanico de sensaciones.  En ciertos momentos,  siento cómo mi idea del cómo tiene que ser se contrae ante la realidad de lo que es. 

Matías nuestro bebé lucha contra el sueño,  se termina durmiendo a las 4 de la tarde en vez de su siesta habitual de las 10 am.  Lucha,  se para en la cuna,  llora.....no se rinde!  Terminamos dándole de comer juntos,  Marco lo alza y cucharada por cucharada,  va cerrando los ojitos,  se relaja y finalmente,  cae.  

Quisiera poder rendirme igual ante la idea de la despedida.  En este momento,  es sólo una idea,  una anticipación de la mente.  Imagino el momento en mi cabeza,  le doy vueltas y me doy cuenta de que faltan sólo 3 días.  TRES DIAS.  Tres días para tenerlos los más cerca posible..y luego,  rendirme ante la idea de que puedo partir en paz.

Porque es el Prana quién los mantiene con vida.  Todo es perfecto y así lo escogí.  No tengo por qué temer.  India espera,  sin embargo, no hay nada que ir a buscar.  Sólo reafirmar lo encontrado.  Sólo alejarme un rato para realizar que todo ya ES.  No hay búsqueda aleatoria,  no hay promesas de iluminación.  Existe este momento y aquí realizo todo.  

Aquí comprendo todo.  Con sus altos y bajos,  la resistencia y la confianza.  Es perfecto.
Soy feliz.


Qué llevar...

Bien...empaquemos.  

El problema es acomodarse en un salveque tan estrecho.  Si uno va a India de backpacker, necesita limitarse a lo esencial.  

Número 1:  botiquín.  Leo en la guía de Lonely Planet una lista interminable de posibles catástrofes que pueden acontecer,  desde bichos en la cama hasta tifoidea.  En las ocho veces anteriores, tengo la suerte de no haberme enfermado más que una vez con calentura y diarrea.  Pero la guía recomienda:  vacunas,  medicinas, antibióticos, etc, etc, etc.  Es una muestra más de cómo el miedo puede entrar.  

Decido limitarme a unas acetaminofén,  bloqueador solar en abundancia y un antibiótico para diarrea.  India tiene la cualidad de limpiarnos apenas llegamos...a veces sí,  a veces no. Voy dispuesta,  no preocupada.  Me doy cuenta de que podría caer en la paranoia y la hipocondría...pero decido estar tranquila. 

Qué más? chaqueta para el Norte,  se pone muy frío de noche.  Por supuesto,  mi mat.  Un par extra de zapatos,  anteojos,  la compu...y basta!  es intenso esto de simplificarse.  Sin embargo,  se siente una gran libertad el saber que se puede sobrevivir e incluso,  disfrutar,  con tan poco equipaje.  

Nuestro itinerario inicia en Delhi,  capital de la India.  De ahí,  la idea es bajar a Agra,  al famosísimo Taj Majal,  luego Jodhpur,  Varanasi y Goa.  No sabemos si este plan se va a mantener, probablemente no.  Y está bien...terminamos nuestra aventura en Mysore.  

Ir a India es abrirse a la Gracia.  Es agradecer cada día el cambio de planes.  Aquí nuestra rutina es predecible,  allá todo es inesperado.  Me doy cuenta de que amo mi rutina.  Me siento un poco incómoda de tener que cambiar todo...

Cómo incomoda el cambio.   Será que es esa incomodidad la que nos hace crecer?  Me resisto a salirme de mi cuadrito.  

Lucho por llevar más chunches...pero no caben.  


Papi y Mami siempre vuelven!

Navidad en la Montaña: Gael y Matias


.
.

El yoga del householder: de ashrams y renunciantes

Sacamos un rato para ir a la montaña. 

Theo va muy asustado,  la cuesta es empinada. Gael pregunta a cada rato si ya empezamos a subir.  Arriba,  la ciudad se ve pequeñita y el sonido del viento invita al silencio interior.  Caminamos y aparecen unas vacas, Theo inmediatamente llora para que lo alcemos.  Gael va tranquilo,  aún ante un perro que se asoma a saludarnos.  Vemos caballos,  un corral,  árboles de mandarina y otros llenos de campanitas amarillas.  El atardecer es majestuoso.  Los tonos de rosado y naranja destacan aún más el azul de las montañas.  Todo se siente tan tranquilo...y sólo deseo estar ya de regreso para traérmelos de nuevo a la "Montaña de Papi" y estar todos juntos de nuevo.

El Yoga que practico no me pide que me vaya a internar en un ashram (lugar de recogimiento), sino que aplique lo que realizo en mi vida de hogar,  de familia,  de trabajo.  Es el Yoga del Padre y Madre de Familia.  No hay que irse a los Himalayas a vivir e iluminarse,  sino que cada acción diaria, cada perla de la rutina, es un instante sagrado.  Lo que pasa es que a veces cuesta mantenerse despierto ante tantas demandas.  Una parte de mí desea sólo check out cuando los tres bebés lloran,  pierdo la paciencia y absurdamente,  evado la oportunidad de iluminación. 

Leo en mi libro de India que cualquier lugar donde gente con una mentalidad parecida se unan para explorar la espiritualidad puede llamarse un ashram.  Me gusta esta definición.  Mi hogar puede ser un ashram,  el Estudio es de hecho ya un ashram.   Dice el libro que un ashram se establece cuando un guru se queda en un sólo lugar y los discípulos se congregan a su alrededor:  todo cobra sentido.  Mis bebés son mis gurúes,  aquellos que llevan de la oscuridad a la luz,  aquellos que me enseñan el valor del servicio desinteresado.  En medio de tanto ajetreo,  aprecio enormemente el regalo de poder salirme de mí misma,  de soltar un poco mi egocentrismo y dar,  dar simplemente por amor. 

El amor más grande que he sentido en mi vida.   

Los ashrams tienen códigos de conducta,  sigue el libro.  

Sí,  lo entiendo muy bien: 

"Por favor,  entendéme cuando te hablo entre balbuceos."  
"Cuando tenga hambre,  dáme algo que me guste y que disfrute."  
"Cuando tenga sueño,  rascáme la espalda y hacéme masajito."   

"Cuando simplemente no sé que tengo,  abrazáme". 

El día transcurre con mi intuición despierta para leer sus señales, a veces sin palabras. Y todo lo vale cuando Theo me hace ojitos,  cuando Gael me dice que "te voy a hacer tanta tanta falta",  o Matías se me acurruca para que lo duerma.   

Las reglas de los ashrams en India incluyen bañarse a diario-la cumplimos,  incluso varias veces-, abstenerse de tabaco,  alcohol,  ajos y cebollas-  no nos gustan de todas formas,  preferimos las uvas,  el aguacate y la sopa de letras.  La mayoría de la gente en los ashrams en ese país se visten de blanco.  Aquí,  la pureza e inocencia de estas almitas les permite vestirse de colores y tal vez, contagiar a los papás y a todos aquellos que quieran estar cerca de ellos de esa Luz...aunque sea por ratitos.

Medito sobre el profundo privilegio que significa tenerlos cerca.  Y la bondad de la Vida de hacerme canal de semejantes seres.  Ya los tres duermen,  la casa está en silencio y puedo escuchar los alisios tardíos soplando con fuerza.  Todo está en paz.  

Los maestros están en casa.





viernes, 8 de enero de 2016

Theo y la Vida: la devastación de mi práctica

La muerte espera a la vuelta de la esquina

El embarazo de Theo fue todo un reto.  Uno de los músculos de mi cadera,  el piramidal,  empezó a ceder por el peso y las hormonas.  Tuve molestias en el nervio ciático durante casi todo el embarazo y terminé bastanta renca,   pero estaba muy feliz de estar embarazada y como siempre,  el bebé fue un compañero de aventuras para nosotros.

Me dieron una beca para estudiar con unos de los maestros más prestigiosos en el mundo del Ashtanga.  Llegué a Boulder,  Colorado,  con un panza de 7 meses.  Sólo recuerdo la expresión en las caras de mis maestros cuando entré al shala:  les quería dar la sorpresa y además,  confirmar que uno puede practicar siempre...lo único que se necesita es deseo ardiente.

En Boulder ya empezaba el frío.  Llegamos en medio de una ventisca que enterró el carro hasta las ventanas.  A menos 10 grados,  Marco escabó el carro al día siguiente y disfrutamos de este lugar tan hermoso con sus montañas nevadas y yogis por doquier.  Eramos más de 30 en el curso,  gente linda de todo el mundo.

Fue uno de los meses más bellos de mi vida.

Recuerdo que ya casi al final del curso,  tuvimos un fin de semana de meditación en uno de los centros budistas,  el Shambala Center. El fin de semana consistía en meditación Vipassana diez horas diarias.  Con mi salvequito-bebé encima, me desperté esa mañana fría y me puse las botas de nieve.  Había caído una nevada gigante la noche anterior:  recorrí casi un kilómetro a pie con la nieve hasta la cintura y armada de un palo.  Me sentía como un sherpa en el Everest.   Recuerdo que iba hablando con el bebé:  "Vamos amor,  ya casi llegamos!".  Caí en la meditación profundamente después de semejante esfuerzo y sentí las pataditas de este ser que,  todavía no anticipaba,  me llevaría a lugares desconocidos, más intensos que los propios Himalayas.

Después supe que,  a raíz de mi embarazo,  Richard dijo en Tailandia a un grupo que el Ashtanga Yoga podría practicarse hasta con 8 meses y me puso como ejemplo.  Escribí un artículo en una revista virtual sobre el Ashtanga Yoga prenatal y recibí todo tipo de comentarios. Incluso uno que decía que estaba totalmente loca,  que pobrecitos mis chiquitos y que deberían encerrarme en un manicomio:  claro,  la foto era de un handstand con la panza...creo que esta persona no dejaba de tener cierta razón.

Practicaba y siempre le pedía permiso al baby.  Le pedía que me hiciera saber si no se sentía bien. Nunca recibí un no,  más bien un SI GIGANTE.  No había nada igual a  descansar en el savasana de lado al final de la práctica y flotar en ese espacio sagrado con mi bebé.  Inspiré a varias a pedir babies en ese training y por eso me siento muy feliz.  Varias chicas tenían muchas reservas a tomar un break de dos años de sus prácticas avanzadas:  creo que con mi panza les recordé que esta práctica tiene como fin abrir el corazón y que no hay nada como ser canal de estos seres de luz para sentir el Amor.

Marco,  Uva- nuestra partera- y yo nos preparamos para el parto sin novedad.  Piscina, nuestro doctor muy progresista y yo super confiada que todo iba a salir bien.  Incluso,  invité a mi cuñada y a mi hija a estar en el cuarto para el nacimiento.

Según yo,  les iba a dar una lección de cómo era traer a un hijo al mundo en estado de éxtasis...JA.

Las contracciones empezaron en la madrugada. Llegamos a la clínica Marco, Adri  mi hija mayor y yo.  Ya Uva la partera nos estaban esperando.  Dormimos un rato y a las 4 am sentí la cabecita bajar en una contracción explosiva.  "Ya viene,  ya viene!" Temblaba de emoción de conocer a mi bebé.  Las contracciones se regularizaron y decidí entrar en la piscina.  En el cuarto,  había incienso y música.  El ambiente era muy cómodo y todo se iba desarrollando normalmente.

Después de 4 horas de piscina y olas intensísimas,  el doctor realizó que este bebé no iba a salir. Podía sentir su cabecita ya bien abajo,  sin embargo,  Theo tenía otros planes para mí.  Mi querido doc me pidió salirme del agua.  Con ese cuerpo de ballena y medio de las contracciones,  lo intenté pero no lo logré sin ayuda.  Uva y Marco literalmente me alzaron y me pasaron a una silla de parir.

Ya yo estaba un poco fuera.  Sólo recuerdo el frío en mi piel.

De pronto,  todo en el cuarto empezó a moverse más rápido.  Yo, desnuda y en medio de tanta intensidad,  me percaté de que las enfermeras corrían.  Desarmaron la piscina,  el ambiente se puso tenso.  Mi doctor cambió de semblante.  Siempre está super tranquilo y relajado,  lo vi preocupado. Nadie me decía nada,  sólo sé que me pusieron una vía.  Marco tenía cara de susto.  Tenía mucho frío.  El anestesista tardó en llegar porque- después supe- se quedó pegado en una presa.


Me levantaron a la cama.  Me pusieron la anestesia.  Sólo sé que los minutos que siguieron fueron los más horribles de mi vida.  Luego supe que el bebé podía asfixiarse y que hubo que sacarlo con fórceps. Sólo sé que mi cuerpo desapareció,  de pronto vi mis rodillas en mis orejas y a Marco empujando con fuerza mi panza, literalmente montado encima mío mientras el doctor gritaba:  "Empuje!!"  Mi partera me decia PUSH!!! en la oreja y yo estaba literalmente aterrorizada.  Theo salió con fórceps- supe después.  Ya estaba cianótico (azul por la falta de oxígeno) y salió envuelto en meconio (signo de mucho estrés).

Con el bebé en mi pecho, Marco y yo lloramos desde el alma de poder tener a este ser en nuestros brazos.

Después que Theo nació,  el efecto de la anestesia continuó e hizo estragos en mi cuerpo: comenzó a dormirme los músculos de la respiración.  Estaba muy mareada por toda la intervención tan violenta,  un poco perdida,  pero cuando sentí que ya no podía tragar ni respirar bien,  me di cuenta que bien este podía ser el último día de mi vida.  Marco estuvo conmigo todo ese rato de angustia y zozobra,  no soltó mi mano ni un segundo.  Ahora viendo hacia atrás,  hubiera sido una salida perfecta. Feliz porque el bebito estaba bien y tranquila de haber hecho mi mejor esfuerzo.

La muerte es una sombra que nos persigue toda la vida.  Sin embargo,  en contados momentos la vemos cara a cara.  La primera vez fue cuando tenía 15 años en una playa costarricense.  Siete olas gigantes estuvieron a punto de ahogarme...y eso que soy buena nadadora.  Realmente,  eran gigantes.  Mientras luchaba por respirar,  veía a mi papá jugando en la playa con mi hermanos.  Le gritaba,  pero no me escuchaba. 

El día que nació Theo fue la segunda vez.  Todo comenzó a irse.  Aunque estaba asustada,  sentí una placidez y una sensación de que no podía oponerme a esta fuerza.  Al momento de soltar, sentí que podía inhalar de nuevo.  Y poco a poco,  la respiración- que ahora aprecio como nada- se volvió de nuevo libre y plácida.

Theo quedó muy maltrecho del parto.  Su frente marcada por el fórceps y muy asustado.  Lo poníamos en la cuna y brincaba.  Necesitaba mucho amor y contención.

La madre quedó bastante afectada también.  Tuve depresión post-parto.  En esos días, recuerdo que no hacía más que ver por la ventana un árbol a lo lejos y llorar.  Lloraba porque sentía que no había podido vivir la experiencia tan hermosa que es un parto normal.  Porque me sentía violentada en mi cuerpo.  Porque me dolía mucho la cadera:  en la carrera y la emergencia,   el famoso piramidal que ya venía frágil quedó desgarrado y me dolía al caminar y sobre todo de noche.

Tuve que dejar de practicar por el dolor y esta fue la peor parte.  Acostumbrada a lidiar con mis emociones en la alfombra de yoga,  de pronto me vi sola frente a este monstruo de tristeza que no se iba.  No quería alzar al bebé,  lo alimentaba y ya.  

Marco fue mamá y papá de Theo por 6 meses.  
Y a los 6 meses,  quedé de nuevo embarazada-  sin pedirlo.

Ahí la cosa se puso fea.  

No estábamos listos,  ninguno de los dos,  para recibir otro bebé en esas circunstancias.  Matías me enseñó el valor de venir a dos papás que estaban bastante desconectados.  En nuestra furia y resistencia,  contemplamos posibilidades que ahora suenan absurdas. Pude sentir la soledad total y esa sensación de que todo está mal -  aunque no sea cierto- ,  y no ver ni un ápice de esperanza.

Dos embarazos tan seguidos devastaron mi práctica y mi mente.   Fue como un tsunami que arrasó con todo.  Ahora viendo hacia atrás veo la perfección de los acontecimientos y el apego que tenía a la forma externa.  El yoga es una práctica interna y todo esto me enseñó a la fuerza a ir más profundo.

La desesperación llegó a su extremo cuando varios ortopedistas me dijeron que no podía ponerme la pierna detrás de la cabeza nunca más y que lo que correspondía era una cirugía de cadera urgente.  Acostumbrada como estoy a confiar en mi práctica,  después de cuatro años puedo dar testimonio que estoy totalmente curada- paciencia,  fe,  devoción y por supuesto, India y  la confianza total en mi maestro hicieron el milagro.

Ahora con estos tres bellos en la casa,  mi cuerpo recuperado,  mi mente tranquila,  veo como me quedé pegada en ideas y conceptos de lo que tenía que ser mi vida.  La idea de India,  mi escuela, mi práctica y "mi mi mi" se desboronó.  Todo cayó.  La vida me pidió servir incondicionalmente y dar a estos bebés preciosos.  Aprendí a salirme de mí misma y el valor de realmente entregarme. 

Poco a poco,  día a día,  pañal a pañal,   de mala noche en mala noche,  la parte más dura de mi corazón fue deshaciéndose y dio paso a un nuevo ser:  más generoso y más relajado.

La enseñanza que mis tres hijos pequeños me trajeron no se las podré agradecer nunca.  Yo que creí ser una yogini.   Su amor diario me abre el corazón,  me despierta el alma.  Y gracias a ellos, pude apreciar mejor también la belleza y pureza de mis cuatro hijos más grandes.  Siento que después de semejante devastación puedo ver también con más claridad  los seres hermosos que vienen a practicar y a todos los demás,  incluso a los meseros,  personas que me ayudan,   gente en la calle y todos los seres vivos que mágicamente habitan este planeta.

Los caminos de Dios son misteriosos.  
Y la vida es saber que existo,  aún en espacios que  yo misma desconozco.

jueves, 7 de enero de 2016

Octavo Viaje: Guruji se va

Después del nacimiento de Gael,  me dediqué full a mi papel de mamá  "recién nacida".   Es increíble cómo pierde uno la práctica!  A la semana del parto, ya estaba de vuelta en mi mat.  Una se recupera tan rápido después de un parto normal,  el cuerpo de una yogini es resiliente y saludable y  me sentía llena de energía y vitalidad.  La lactancia transcurrió sin eventualidades y Gael era un ángel que  casi no nos daba malas noches.

En enero del siguiente año,  recibí una invitación a ir a enseñar en Los Angeles,  California,  durante un mes completo.   Uno de mis colegas iba para India y necesitaba ayuda en su shala.  Empacamos con el corazón en la mano,  era desgarrador separarnos de nuestro bebé.  Sin embargo,  la experiencia fue muy enriquecedora a nivel profesional tanto para mí como para Marco.  El grupo de dedicados ashtangis de años y sus prácticas nos enseñaron muchísimo.  

Dentro de todo el cuadro,  yo había empezado a correr.  Marco me entrenó con miras a la Maratón de Roma en marzo de ese año.  Lo que son las vueltas de la vida,  no sabía lo importante que sería estar entrenada para nuestro  primer día de trabajo en el shala.  Era domingo y teníamos que estar en la escuela a las 6 am.  Nos levantamos a tiempo, nos alistamos y nos montamos en el carro de James,  nuestro anfitrión.  No logramos encenderlo.  Faltaban ya 20 minutos para que el Mysore empezara.  Yo empecé a hiperventilar.  Era demasiado temprano para encontrar un taxi y aunque esperamos un bus, nunca llegó. 

Marco dijo:  "Corramos!"  y sin pensarlo dos veces,  recorrimos los 2 kilómetros que nos separaban del shala..soplados!  Nunca corrí tan rápido,  llegar tarde a una clase- sobre todo a la primera- hubiera sido una catástrofe.  Y lo que es la vida,  llegamos al shala a las 6: 00 am en punto y no había nadie.  Ese día era domingo y empezaban a las 8 am!!   Muertos de risa,  practicamos y nos calmamos, pero realmente aprecié la fuerza de mis piernas.

Mientras estábamos en California fuimos a Carlsbad porque Marco iba a correr media maratón...y terminé yo corriéndola toda!  Fue una experiencia muy interesante:   para una yogini,  salirse de su mat es como estar en otro planeta.  Conocí nuevos dolores y sensaciones y finalmente,  supe que era el runner´s high. Aprendí que el Yoga se puede practicar en todo momento,  especialmente al kilómetro 38 cuando las piernas ya no dan y lo único que nos mueve es la respiración y el corazón.  

Terminé hasta con medalla.

Estando en Los Angeles,  recibí una invitación de mi maestro Sharath para la Primera Generación de Maestros que tomaríamos un Teacher Training con él en Mysore.  Guruji ya estaba muy débil y Sharath estaba afianzando las bases,  su gran responsabilidad sería continuar el legado de su abuelo y nos necesitaba dispuestos y bien preparados para lo que venía.  Tenía que estar en India en Junio de ese mismo año. Emocionada y al mismo tiempo  ya triste de tener que separarme de nuevo de mi familia,  empecé a cuadrar todo para mi octavo viaje.  La perspectiva de ir al sur de la India en junio me llamaba la atención:  nunca había estado en época del monzón y los aguaceros decían que eran torrenciales.

En mayo del 2009,  recibí la noticia de parte de un colega querido de que Pattabhi Jois había dejado su cuerpo físico.  Hubo conmoción en el mundo del Ashtanga y todos fuimos invitados a los ritos fúnebres en Mysore.  No podía adelantar mi viaje,  así que en el Estudio nos contentamos con rendir homenaje a este hombre bondadoso que entregó toda su vida al Ashtanga Yoga desde su corazón.



Llegué a Mysore en junio,  todos muy sensibles ante la ausencia  de Guruji y yo todavía con la fiebre de la carrera.  Recuerdo llegar al apartamento después del viaje de tres días,   ponerme las tennis e irme a correr por el barrio.  La gente me volvía a ver un poco desconcertada,  aquí nadie corre en las calles.  Además,  tenía que correr toda tapada:  jamás una pantaloneta o camisa sin mangas. Aquí el dress code es muy distinto a occidente.   Pero disfruté como nunca la brisa de la tarde,  los celajes en el cielo ahumado de Mysore y cada una de las sonrisas de la gente que parecían darme, una vez más,  la bienvenida a mi hogar indio.  

Pasaron varios días,  el curso con Sharath empezó.  Eramos 40 maestros autorizados de todo el mundo. Reunirnos fue especialmente sensible con la muerte de Guruji tan cercana.  Pero creo que a todos nos alivió estar juntos con nuestros maestros ahí,  en el mismo shala que él había amado.  Sentimos su presencia cada día del mes que estuvimos en el curso. Un día en medio de la clase, Sharath empezó a llorar.  Franca y sinceramente,  lloró su ausencia y tuvo que salirse del cuarto. Todos sentimos su dolor ante la pérdida no sólo de su abuelo, sino de su maestro.  Creo que en ese momento fue que mi corazón dio entrada a mi nuevo maestro.  Y agradecí inmensamente la buena suerte de haber conocido a Guruji en sus últimos años.

En medio de todos los acontecimientos,  sólo había un pequeño detalle:  mis días de luna se atrasaron.  Pensé que era el jet lag,  el viaje,  la sensibilidad ante la muerte de Guruji y todos los cambios,  sin embargo,  ya había pasado más de una semana y nada.  Fui donde mi querido doctor ayurvédico,  el Dr. Kumar,  e inmediatamente me refirió a su esposa, médico ginecólogo y obstetra.  Confirmamos con un examen de sangre que estaba embarazada de Theo...

OMG.

Ya con Marco habíamos hablado de un hermanito para Gael...pero no tan pronto!  Pero todo viene en el tiempo de Dios y casi temblando,  llamé a Costa Rica.  Las noticias no tardaron en esparcirse y ese viaje fue especialmente hermoso porque mi hermana Nina y mi hija Adri vinieron a visitarnos.

La cuestión es que el Ashtanga Yoga no se puede practicar durante los tres primeros meses de embarazo. Tuve que bajar guardar mi secreto,  bajar mucho el ritmo y mi serie volvió a las variaciones lentas de la Primaria.  Con suma paciencia, volví a experimentar de nuevo todas las molestias comunes y ofrecí mis mareos y dolencias a un Poder Superior.

Marco llegó dos semanas después.  Fue toda una experiencia el primer ultrasonido en un hospital indio.  Entre mares de gente y caos total,  confirmamos que todo estaba normal y que era uno solo-  gracias a Dios!   Dispuestos a abrir nuestro corazón un poco más,  le dimos la bienvenida en India a nuestro segundo pequeñito.

 Nada nos podía preparar para lo que vendría con el parto de Theo.


Sétimo Viaje: realmente quiero hacer esto?

Supimos de mi embarazo y estábamos totalmente en éxtasis.


Gabriel, mi hijo menor de la primera camada,  tenía ya casi 10 años.  Sin embargo,  mi cuerpo reconoció inmediatamente los primeros síntomas:  náuseas,  mareos y vómitos empezaron a manifestarse.  No pensamos quedar tan rápido,  pero ese es uno de los efectos del Ashtanga:  lo pone a uno muy fértil.  

En nuestras divagaciones enamoradas no estábamos pensando muy claro: incluso consideramos el nombre Maitreya para el bebé!  Maitreya es la próxima encarnación del Buda,  pero el nombre era terrible.

En medio de este panorama,  la primera reacción de mi cuerpo fue,  sin embargo, de pánico:  

" Y ahora qué iba a hacer? y si no podía practicar?  
Cómo abandonar mi oasis,  mi santuario, mi mat?".

Creo que esta fue la lección más grande que mi bebé Gael me dio:  me obligó a soltar mi alfombra.  Los primeros tres meses fueron tan intensos que recuerdo que a veces no podía levantarme de la cama y todo daba vueltas.  En el mat,  intentaba hacer un par de posturas y caía al niño totalmente descompuesta.

En este estado tan penoso, decidí sin embargo regresar a India.  Sacando fuerzas de no sé dónde, me despedí en ese estado tan frágil de mi esposo e hijos y tomé de nuevo los tres aviones al otro lado del mundo.  El viaje fue simplemente una pesadilla.  Una vez en India,  el cambio de horas y jet lag aumentaron sustancialmente las náuseas y vómitos: se pusieron tan intensos que cuando llegué no pude aparecerme en el shala por tres días.  

En estos días me estuve cuestionando seriamente si me había vuelto loca:  qué hacía aquí tan lejos de mi familia,  de mi esposo que extrañaba horriblemente y volviéndome al revés unas 10 veces al día sin ningún apoyo?  

Era esto lo que realmente quería hacer?

Gael me enseñó a empezar de nuevo.  Les dije a mis maestros que estaba embarazada y aunque ya tenía 3 meses y casi no se me notaba,  Sharath me puso a practicar con su mamá,  Saraswati. Adiós a mis posturas avanzadas de Tercera Serie.  A empezar de nuevo,  lento,  con muchas variaciones.  Y aún así,  era difícil porque el cuarto seguía girando y estaba bajando de peso peligrosamente.  Después de practicar,  caminaba por las calles de Gokulam,  las vacas aparecían en technicolor,  los niños y sus risas sonaban distantes y el cielo de India parecía una cúpula. Estaba inmersa en mi propia  película surrealista:  llegaba a mi cuarto- esta vez  por dicha un apartamento muy acogedor en la casa de una familia india-  y dormía todo el día.  Me levantaba sólo para vomitar.

Marco llegó después de dos semanas.  Recuerdo que eran las 3 de la mañana cuando escuché el motor diesel del taxi que lo traía de Bangalore.  Fue el sonido más dulce para mis oídos.  Nos abrazamos,  lloramos,  felices de estar de nuevo juntos y yo un poco menos asustada.  El mes transcurrió más sereno con la compañía de mi esposo.  Practicábamos temprano y luego íbamos por nuestra pipa de rigor.  Guru,  el vendedor de pipas,  nos recibía con su sonrisa amplia en el Coconut Stand.  De ahí,  las caminatas eran un regalo,  los paseos en rickshaw por la ciudad una aventura y simplemente,  andar juntos de la mano lo mejor de lo mejor.

Al finalizar el mes,  recibí mi autorización.  Fue uno de los días más felices de mi vida!  Decidimos irnos a celebrar fuera de Mysore y el destino fue Tiruvanamalai.  Allí habitó el santo más santo de India,  Ramana Maharshi.  Esta montaña sagrada está a unas 10 horas en tren de Mysore y a otras 3 en bus.  Aunque el viaje fue pesado,  estar en ese lugar fue un regalo a todos los niveles. Agradecida con mi vida,  caminé por aquella montaña que todavía alberga la vibración de ese ser de luz.  Encontramos un baba,  un santo,  que nos hizo una ceremonia para el bebé y nos dio muchas bendiciones. Comimos una ceniza bendita y recibimos todos los parabienes para este ser que estaba en mi vientre.

De Tiruvanamalai nos fuimos a Goa,  al otro extremo del continente hacia el oeste.  El mar Arábigo nos recibió con su calidez,  encontramos caracolitos de todas las formas y colores posibles  en sus playas y disfrutamos del sol y la calidez de su gente.   Me sentí mucho mejor en la playa,  con el abrazo de mi marido y la sensación de haber cumplido con mi sueño.

Un día, mientras caminaba por las calles,  topé con una hermosa mujer india que vendía textiles.  Ya el bebé comenzaba a notarse y me echó todas las bendiciones habidas y por haber.  Me dijo:  "If you ask for Krishna,  you get Krishna."  Y hasta la fecha,  su premonición es totalmente cierta.   Dicen el Bhagavad Gita,  una de las obras más importantes en la literatura de este país, que el alma que nace en un hogar de yogis es la más avanzada y sabia de todas.

Gael nació 6 meses después en una piscina de agua calientita.  Fue un parto intenso y hermoso. Ya va a cumplir 8 años y pasa preguntándome sobre India y el Yoga.  Ama estar presente en las clases y me pide continuamente que lo lleve de regreso.  Señala India en el mapa con mucha familiaridad y ninguno de nosotros se lo enseñó.  Es naturalmente vegetariano:  nunca quiso comer carne de ningún tipo.

Este bebé que estuvo conmigo en los momentos difíciles,  este bebé que me enseñó la humildad de empezar de nuevo y de no aferrarme a nada en el exterior.  Esta es una práctica interna y sus frutos no se ven con los ojos.

Gracias Gael por enseñarme que los obstáculos encienden aún más nuestras pasiones.

miércoles, 6 de enero de 2016

Sexto Viaje: llega el Amor

Termino mi práctica y me vengo a escribir directo. 
No me quedan muchos días de vida por aquí...

El lunes empiezo mi práctica en serio.  Esta semana fue primera serie para aterrizar.  Sé que voy a estar en otro mundo así que espero terminar estas entradas antes de ese día.

Me remonto a uno de los viajes más emocionantes e intensos que tuve por estos lados.  

Sexto Viaje:  Llega el Amor 

Domingo es día de Segunda Serie en Ashtanga Yoga.  La Serie Intermedia despierta y sana el sistema nervioso:  tiene backbends intensos y aperturas de caderas profundas,  además de inversiones muy locas. Pero uno termina esta serie más rápidamente que la Primera y el resto del día el cuerpo se siente delicioso y la mente balanceada.

Mi mente vuela a India.  En India son las 10 de la noche,  casi doce horas de diferencia.  Cuando estoy allá, la diferencia de horas se siente mucho,  sobre todo a la hora de llamar por teléfono.  Y se siente sobre todo la distancia....exactamente al otro lado del mundo.

Termino mi práctica y recibo una maravillosa noticia desde Mysore:  tres de mis amigos más queridos fueron certificados hoy.  La certificación es el grado más alto de confianza que un maestro recibe de mi escuela y es un honor y una gran responsabilidad.    Los conocí hace muchos años en India y su devoción es evidente en sus prácticas personales y en sus shalas. Me siento tan feliz por ellos!  Es como si me hubiera sucedido a mí.

El Yoga nos hace sensibles a los éxitos de los demás y nos permite alegrarnos por ellos.  Todo lo contrario a lo que hemos aprendido en nuestra sociedad condicionada por el éxito y el fracaso,  la envidia,  los celos y demás venenos.  La práctica quema todo.  Me doy cuenta de que mi práctica funciona:  siento el corazón grande grande y les escribo para felicitarlos con alegría y buenos deseos.

El camino en Mysore es arduo y difícil.  Sin embargo,  uno no va a la escuela para obtener nada.  Al menos yo, en este momento de mi vida,  voy porque es un placer y una dicha estar con mi maestro.  Actualmente,  las autorizaciones y certificaciones no se piden,  él las otorga si así lo siente.  Así que lo importante es seguir nuestro corazón y no pensar en los resultados.  

Lo que está para uno,  llegará en el momento adecuado.

Después de que me rapé mi pelo largo,  me sentí varios meses como el patito feo.  Mis chicos,  honestos a morir,  me decían en la cara que me veía HORRIBLE.  Sin embargo,  la práctica se sentía maravillosa,  sin estorbos,  sin nudos en el pelo,  libre y limpia.  Esos días de cero vanidad  siempre quedarán en mí.

Practiqué todo ese año diariamente,  con ferviente devoción- como es el protocolo en Ashtanga Yoga.  Sólo descansamos un día a la semana y las lunas llenas y nuevas.  Las chicas respetamos también nuestros "Ladies Holidays".  Cada día  está marcado por la práctica en la vida de una ashtangi.  Si uno no practica,  se siente cerrado y embotado.  Llega a ser tan necesario como bañarnos o lavarnos los dientes.

Terminé mi relación mediocre,   afiné mis asuntos y empaqué todo,  regresando a mi querida India en Enero del 2007, menos pelona y  muy soltera.   Ese fue un mes de retos y mucho soltar en Mysore:  cuando llegué, el shala estaba completamente lleno- como es normal en enero y febrero- y por lo tanto,  los apartamentos y cuartos disponibles para estudiantes eran escasos. Terminé en el cuarto más simple y austero de toda mi vida: una cama,  una mesa y una silla,  oscuro y frío más unas cuantas cucarachas.  La primera noche que dormí ahí me sentí muy sola y desamparada.  No tenía ni cobijas! 

No podía imaginar el giro que mi vida tomaría ese año.

La práctica en Mysore es dulce como el azúcar.  Todos los días, me levantaba a las 4 am,  caminaba en la oscuridad a mi escuela,  donde ya encontraba mucha gente esperando a que abrieran.  Cada día de práctica en mi escuela es totalmente inesperado y hermoso,  como una muerte.  A las 6:30 am,  después de dos horas de sudar desde el centro de mi ser,  ya estaba afuera tomándome mi pipa,  refrescante agua de coco india, sintiéndome totalmente viva y feliz sin causa aparente.  Sólo sabía que ese lugar nutría cada célula de mi cuerpo y mi alma se sentía totalmente en casa.

Conocí a un excelente fotógrafo y nos dedicamos ese mes a viajar por los templos y ríos.  Tom y Nina se volvieron amigos entrañables.  Más amigos llegaron a mi vida y todos compartíamos el amor por el Ashtanga y nuestros maestros.  Guruji había estado enfermo y  todos preocupados sabíamos que a nuestro querido maestro no le quedaba mucho tiempo en este mundo.  Sin embargo, su presencia era potente en el shala,  aunque ya casi no nos ajustaba y se sentaba en su sillón a dormitar durante las prácticas.

Poco antes de regresar,  recibí un email de Costa Rica.  Era de un antiguo amigo que había conocido en un Curso de Meditación cinco años atrás.  Leí el correo y me asusté...me asusté tanto que no pude contestarle. No entendía muy bien por qué.  Me escribía que quería practicar conmigo,  que había algo en el Yoga que lo estaba llamando insistentemente.   Que había sabido por un amigo común que yo estaba en India y que cuando regresaba.

Regresé a San José,  releía el correo y no podía contestarlo.  Finalmente,  lo llamé.  Resultaba que él también venía saliendo de una relación larga y me dijo que me invitaba a almorzar.  Nos vimos después de 5 años y luego,  él me confesó que cuando me vio pensó que qué diablos me había pasado:   pesaba unos 10 kilos menos de cuando me conoció y el impacto fue grande.  Compartimos en el almuerzo y me contó de su deseo por el Yoga.  Le dije que por supuesto,   que viniera a practicar.  

Quién diría que ese yogi en vidas pasadas,  buscador de toda una vida,  terminaría siendo mi esposo!  como bien decía mi maestro,  practica y todo llega.

Marco practicó dos veces en Namasté y luego me invitó a salir.  Bueno, en realidad,  invitó a surfear a mis hijos y de todos, fue Ariel,  el tercero,  quien insistió en ir a Limón.  Sinceramente, yo no estaba en búsqueda de una relación en ese momento y no tenía ganas de ir.  Pero Ariel insistió tanto,  se levantó temprano y con su tabla de surf vino a levantarme: "Mami,  por favor!".  Manejé hasta Limón  casi arrastrada.  Pero pasamos un día tranquilo,  Marco ayudándole a Ariel en las olas y yo conversando con su hermana. 

Al final del día en la playa,  ya cruzando el Braulio Carrillo de regreso a San José,  Ariel se volvió y me dijo: 

"Mamita,  este fue el día más feliz de mi vida."  

A sus diez años, cayó dormido en el asiento del pasajero y yo continúe manejando en la oscuridad conmovida. Al salir del Parque Nacional,  sentí un bombazo literal en mi corazón.   Totalmente de la nada.  Comencé a llorar.  Sentía que el corazón me iba a explotar y de pronto,  de la nada,  sentí un amor absoluto por la vida y por este hombre que empezaba a conocer.

De ahí,  la historia se movió bastante rápido.  Decidimos casarnos un mes después en una ceremonia íntima con los amigos más allegados.  Quedé embarazada de Gael en Junio del 2007 y regresé a India embarazada en agosto de ese mismo año.  Totalmente sorprendida por el giro que dio mi vida en un instante, supe que tenía que regresar a India cuanto antes por mi autorización.  Sharath me la había ofrecido para el siguiente año,  pero en un año estaría con una panzota..imposible!   

En medio de achaques,  náuseas y vómitos espantosos  preparé el viaje más duro que jamás haya hecho al shala: el bebé pedía estar en India lo antes posible.