martes, 26 de marzo de 2019

Redefiniendo la Resiliencia

Mientras proceso diariamente el dolor por la ausencia de mis niños desde noviembre,  me preparo al mismo tiempo para mi próximo Tour en España e Italia.  La magia del yoga es que está inextricablemente unido a nuestro camino de vida.  Son una y la misma cosa.  

Como eres en tu alfombra,  eres en tu vida.  Y como eres en tu vida, serás en tu práctica.  

Ser y hacer no pueden diferenciarse en ambas.  La vida nos lleva y nos trae y la herramienta del yoga nos ayuda a encontrar estabilidad en medio del vaivén.  Esto no significa que podamos cambiar los acontecimientos externos ya que hay una inercia inevitable de nuestro pasados samskaras.  Las impresiones y karmas anteriores nos traen a nuestro plato lo pendiente y urgente de revisar y experimentar.  

Pero podemos escoger nuestra reacción a lo que es.

Todos tenemos entre manos temas de vida importantes:  familia,  trabajos,  misión de alma,  creatividad,  pareja...cada uno de estos temas es ancla para nuestra práctica espiritual, a menos que seamos renunciantes dedicados 100% a la meditación.   Si logramos encontrar estabilidad por dentro,  es muy probable que estos temas se calmen y aligeren. Si estamos convulsos,  inquietos y ansiosos,  hay muy pocas probabilidades de que el "afuera"  mejore.

O sea,  todo depende de los ojos que miran y el corazón que siente. 

Incluso una tragedia aparente como es la ausencia súbita de seres queridos por muerte o distancia;  el fin de una relación amorosa o un cambio drástico en nuestro estilo de vida:  todos pueden ser puertas a una vida nueva en el tanto que nos permitamos "dejarnos mover".  Permitir que la vida nos mueva incluye cooperación de nuestra parte y básicamente el secreto está en no resistirnos a lo que sucede.

Si el novio nos dejó,  gracias.
Si la jefe nos echó del trabajo,  gracias.
Si el hijo se rebeló,  gracias.

Encontraremos que al otro lado de nuestros conceptos de cómo tenía que ser,  hay una vida nueva que nos espera sin ese novio,  sin ese trabajo y sin el hijo rebelde.  Ellos tendrán su propio camino pero el nuestro ya no los incluye.  

Incluye algo nuevo de lo cual todavía no sabemos mucho. Lo que hay en nuestro regazo es un espacio abierto.  El espacio está vacío- o lleno,  como queramos verlo.  Está vacío de pasado y lleno de posibilidades.  Todo es posible cuando nada es seguro.  Es como tener un lienzo vacío,  una paleta de colores y pincel en nuestra mano. 

Podemos sentarnos a llorar por lo perdido y desperdiciar el enorme regalo que la vida nos da de reinventarnos desde cero.  O podemos atrevernos a dar una pincelada, una solamente.  Una con toda nuestra presencia,  pasión y compromiso.

Una nada más. 

La dulce impermanencia es aquella fuerza que mueve todo fenómeno vital.  Somos la consciencia que observa el cambio y que no se opone a las fuerzas que pulsan en el mundo material.  Sin embargo,  hemos sido condicionados mentalmente a agarrarnos del péndulo y a recorrer con él las desventuras de los extremos.  

El péndulo quieto en su centro está siempre en profunda paz.  Esa es la paz de nuestra consciencia realizada. A veces, es nuestra mente la que continúa agitándolo con fantasmas mentales,  sucesos acaecidos que no tienen ninguna actualidad y heridas abiertas que no cerrarán a menos que decidamos estar ya de una vez por todas en el aquí y en el ahora.

Aquí,  ahora,  estamos bien. 

Sí,  han sucedido cosas.  Sí,  esa persona no era la que creíamos. Pero qué bendición!  Ahora sabemos quién es y podemos escoger mejores opciones.  

Sí,  ese trabajo se fue...pero ahora podemos crear cosas nuevas y conocer más de nuestros talentos en áreas nuevas.  

Sí,  amábamos mucho a ese ser...pero tal vez,  amábamos sólo la imagen que teníamos suya en nuestra mente y no quién era realmente.

Ahora todos somos libres de seguir nuestros caminos.  El bien mayor es la libertad  por encima del amor, porque sin libertad no puede haber amor verdadero. 

No sabemos qué nos espera mañana -ni siquiera sabemos si mañana llegará.  Pero sabemos que estamos aquí hoy y que podemos estar tranquilos ahora porque la paz es una decisión interna.  No depende de nada ni de nadie.  Es la decisión de no reaccionar por más drama,  sucesos y tragedias externas.  

Cuántas veces nos hemos dado cuenta que lo que pensábamos era lo peor que podía suceder, y resulta ser lo mejor?

Y de hecho así es, porque si no no sucedería.

Bailar con la vida implica dar pasos en falso,  caídas violentas y la torpeza predecible en situaciones que no anticipamos.  Implica una valentía del alma de no ceder ante los impulsos más bajos del miedo y la ira.  Implica reconocernos en lo que es sereno y pacífico, como lo es todo en la naturaleza.  

Movernos a un ritmo más lento,  escuchar más.

Resiliencia es bajar decibeles,  observar por dentro el decantar de cada segundo sin anticiparnos ni arrepentirnos.  La verdad es que estamos aquí,  hemos vivido y hemos llegado a comprender que no importa cuántos reclamos, lágrimas o dramas personales,  la vida sigue su curso como un río apacible con corrientes poderosas.

Está en nuestro poder soltarnos a la corriente con confianza. Suavizarnos,  relajarnos.  Observarnos con paciencia y sin mucha cabeza.  El río fluye y  podemos escoger una vez más,  entregarnos a sus aguas.   Fluye lo queramos o no y resistir su fuerza es un absurdo.  

Es mejor dejarnos llevar...

La redefinición de resiliencia será entonces,  no el impulso abrupto en automático de levantarnos a cómo dé lugar,  sino la realización consciente de que la caída era parte del plan.  El tomarnos un rato para realizar la dimensión de la caída,  cuidarnos y prepararnos a redirigirnos ante el cambio de brújula y coordenadas.

Con gratitud.  

Con confianza...



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