lunes, 22 de octubre de 2012

La montaña


Mientras me preparo para tomar el avión a Boulder,  Colorado,  reflexiono sobre este año 2012 que ha traído tanto movimiento.

A escasos 2 meses del final de la trágicaprofecía del fin del mundo,  escucho ya en boca de mis amigos y astrólogos toda clase de conjeturas sobre el 21 de diciembre y el fin de esta era.  Me siento un poco escéptica ante tanta expectativa:  que hay que irse a una montaña alta,  almacenar provisiones,  prepararse para un terremoto grado 15 o un tsunami, bla bla bla..

Creo que semejantes catástrofes no se comparan al estremecimiento que he experimentado en mi vida desde enero pasado. Será por eso que llevo una calma serena en mi corazón y una certeza de que Dios está conmigo en todo momento y decide cuál es el siguiente paso.  No estoy preocupada ni ansiosa.  Serena,  inexplicablemente serena.

Este año inició en India en una fiesta de celebración con indios que brincaban y bailaban,  alegría por doquier.  Con India inició y con India va a terminar.  Quién iba a imaginarse la clase de remezón que me esperaba!  En ese paréntesis entre enero y enero, he llorado,  añorado,  blasfemado y gritado.  He rezado,  maldecido,  meditado y practicado...miles de veces.  Este año ha movido los cimientos mismos de mi propio ser y mis relaciones y ahora contemplo en mi regazo aquello que realmente me pertenece.

La confusión de muchos momentos ha sido reemplazada por silencio interno. A tal punto ha crecido ese silencio que hoy en la mañana, mientras practicaba, puse un disco que mi hermana me regaló hace muchos años.  Sentí que por primera vez podía escucharlo. El sonido de los instrumentos,  las voces, el significado de las canciones.  La poesía de Rumi entre la sítara y el tambor...de pronto,  sentí que podía palpar a los músicos,  escuchar su respiración y apreciar todo su esfuerzo y éxtasis al crear esta obra de arte,  una de las mejores que me han encontrado.

Como si una niebla se despejara,  no sólo en mis sentidos físicos,  sino en mis emociones,  mis
conexiones internas,  mi software personal- siento como habito un lugar nuevo conmigo misma y con los demás.  Desde ese lugar,  mientras escribo puedo ver,  sentir y casi tocar el bambú al otro lado de la calle,  ver y agradecer al motociclista que toma su moto y está con vida- me ha tocado ver tres accidentes en las últimas semanas con muertos a la vista-,  y simplemente disfrutar el hecho simple y profundo de estar viva este día.

En mi vida ajetreada,  tan llena de gente,  hijos,  estudiantes y mundo interior,  siento cada viaje como una ventanita para ver todo desde afuera y contemplar el avance de mi vida.  Es como subir a la cima de la montaña y realizar la magnitud del paisaje y el cielo.  A veces,  tan metida en el día a día, en la rutina y el trabajo,  olvido contemplar el rostro de cada ser que topo en mi camino,  sentir la calidez de un abrazo o un beso y agradecer la voz al otro lado del teléfono.

En Boulder, las montañas son majestuosas.  Invitan a subir a lo más alto.  El aire es puro y limpio, la ciudad llena de yogis y personas conscientes de su ambiente y su naturaleza.  Y lo más lindo de todo,  ahí está uno de mis más queridos maestros.  El miércoles en la noche lo veo:  Richard da una clase de Introducción a la Primera Serie.  Me siento tan afortunada de poder simplemente estar en su presencia.  Podría no decir nada, ni una sola palabra,  que para mí sería suficiente estar cerca suyo.  Y si habla,  es el paraíso.

Agradezco haber coincidido en el tiempo con él.  Igual que con muchos de mis maestros,  amores y dharma.  Cada día es una oportunidad para subir internamente a la cima de la montaña y hacer un recuento de nuestros días vividos.  Y de saber que aunque el tsunami o terremoto sucediera hoy,  estamos a salvo siempre.

La montaña se sostiene en el silencio del cielo y los astros. Serena y silenciosa,  lleva por dentro el peso de la tierra y en su superficie,  la caricia de los árboles y las plantas. Permite que caminemos sobre ella y nos sostiene mientras la escalamos.  Nos acoge,  nos arropa en sus entrañas.  Y desde su cumbre,  recordamos que somos su misma esencia y savia. Que al igual que nosotros,  aspira a la inmensidad de las alturas-,  respira y palpita y   desde ahí todo se contempla con mayor claridad.

Camino a Boulder,  espero escribirles muy pronto.
Namasté.-

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