Llego al blog después de un día extraordinario.
Leí una vez que los extraordinario sucede continuamente: sólo que a veces estoy tan metida en mi cabeza que se me pasa. Hoy por Gracia Divina pude contemplarla y no pude evitar maravillarme. Desde que me desperté y encontré un pequeño bodoquito de tres años respirando fuerte junto a mí empezó el éxtasis: eran las cinco de la mañana y apenas amanecía. Los pajaritos despertaban y podía escuchar respirar a mi bebé. Admiré sus cachetitos gorditos, sus manitas perfectas. Sus largas pestañas que resguardaban su sueño profundo. Sentí que el corazón me iba a explotar de amor.
Luego el primer round: despertar tres enanos, bañarlos, vestirlos, alimentarlos. Y hoy estuvieron relativamente tranquilos. Ningún pleito mayor, ningún incidente fuera de tono. Montados en el carro empezaron a preguntarme sobre sus nacimientos. Gael insistía que todo estaba muy tranquilo entre él y Theo hasta que nació Matías. Matías, capturado por la "MOOON" que acababa de divisar en el cielo azul no le ponía mucha atención. Estaba embelesado de ver la luna a plena luz del día.
Yo también.
Diciembre en Costa Rica es mi época preferida. Los días son espectaculares: soleados y con viento a la vez. La brisa fresca limpia el cielo y las montañas azules que rodean mi querido Valle Central brillan con sus arboledas turquesa. Admirar este paisaje me llena el alma.
Y de ahí sólo un milagro tras otro.
La vida está hecha de pequeños momentos y siento que al final, eso es lo que queda en nuestra memoria. Hoy fue un día de piscina y tengo grabada en mi mente la risa de mis niños corriendo y saltando en el agua. La simpleza de compartir unas risas, un poco de comida y buena compañía.
Qué más necesitamos?
La tarde cerró con una amiga del alma y acordamos que ambas estamos viviendo una de las épocas más sublimes de nuestra vida. A pesar incluso de la incertidumbre y la transición. Estar en paz no tiene parangón. Vivir desde el corazón es difícil pero cómo alivia tomar acción desde nuestra intuición más profunda. Cómo sufrimos cuando forzamos algo, cuando esperamos demasiado o nos quejamos por lo es, lo que viene o lo que se va.
Diciembre casi llega y también la ilusión de los pequeñitos por la Navidad, la llegada de mis amados hijos mayores y la conexión entre todos los seres que amo. Se me ocurrió la idea bomba de hacer un almuerzo familiar con todos mis hijos y sus respectivos papás. Todos juntos celebrando la vida, los hermanos, los papás, los abuelos. La familia, la conexión. El amor en el caos. La perfección del ahora.
Y para rematar el infarto amoroso, cerré el día con unos dedos gorditos sobre un teclado pidiéndome más: "DO, RE, MI..." Gael me pide la clase de piano con unos ojitos llenos de magia. Cantamos y solfeamos y observo su atención mientras aprende otro arte que amo. La música llena la casa de nuevo. Las notas repican en mis oídos después de muchos años.
Y me digo: hoy, aquí y ahora, presente y abierta a este día, soy total y absolutamente feliz.
Leí una vez que los extraordinario sucede continuamente: sólo que a veces estoy tan metida en mi cabeza que se me pasa. Hoy por Gracia Divina pude contemplarla y no pude evitar maravillarme. Desde que me desperté y encontré un pequeño bodoquito de tres años respirando fuerte junto a mí empezó el éxtasis: eran las cinco de la mañana y apenas amanecía. Los pajaritos despertaban y podía escuchar respirar a mi bebé. Admiré sus cachetitos gorditos, sus manitas perfectas. Sus largas pestañas que resguardaban su sueño profundo. Sentí que el corazón me iba a explotar de amor.
Luego el primer round: despertar tres enanos, bañarlos, vestirlos, alimentarlos. Y hoy estuvieron relativamente tranquilos. Ningún pleito mayor, ningún incidente fuera de tono. Montados en el carro empezaron a preguntarme sobre sus nacimientos. Gael insistía que todo estaba muy tranquilo entre él y Theo hasta que nació Matías. Matías, capturado por la "MOOON" que acababa de divisar en el cielo azul no le ponía mucha atención. Estaba embelesado de ver la luna a plena luz del día.
Yo también.
Diciembre en Costa Rica es mi época preferida. Los días son espectaculares: soleados y con viento a la vez. La brisa fresca limpia el cielo y las montañas azules que rodean mi querido Valle Central brillan con sus arboledas turquesa. Admirar este paisaje me llena el alma.
Y de ahí sólo un milagro tras otro.
La vida está hecha de pequeños momentos y siento que al final, eso es lo que queda en nuestra memoria. Hoy fue un día de piscina y tengo grabada en mi mente la risa de mis niños corriendo y saltando en el agua. La simpleza de compartir unas risas, un poco de comida y buena compañía.
Qué más necesitamos?
La tarde cerró con una amiga del alma y acordamos que ambas estamos viviendo una de las épocas más sublimes de nuestra vida. A pesar incluso de la incertidumbre y la transición. Estar en paz no tiene parangón. Vivir desde el corazón es difícil pero cómo alivia tomar acción desde nuestra intuición más profunda. Cómo sufrimos cuando forzamos algo, cuando esperamos demasiado o nos quejamos por lo es, lo que viene o lo que se va.
Diciembre casi llega y también la ilusión de los pequeñitos por la Navidad, la llegada de mis amados hijos mayores y la conexión entre todos los seres que amo. Se me ocurrió la idea bomba de hacer un almuerzo familiar con todos mis hijos y sus respectivos papás. Todos juntos celebrando la vida, los hermanos, los papás, los abuelos. La familia, la conexión. El amor en el caos. La perfección del ahora.
Y para rematar el infarto amoroso, cerré el día con unos dedos gorditos sobre un teclado pidiéndome más: "DO, RE, MI..." Gael me pide la clase de piano con unos ojitos llenos de magia. Cantamos y solfeamos y observo su atención mientras aprende otro arte que amo. La música llena la casa de nuevo. Las notas repican en mis oídos después de muchos años.
Y me digo: hoy, aquí y ahora, presente y abierta a este día, soy total y absolutamente feliz.